Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombia Kritica
Cosa rara y esquiva es la paz. El mundo imaginario nos define más que la propia realidad. La violencia mediática repetida una y otra vez enruta el ethos humano. El odio y la venganza esclavizan a nuestros seres virtuales reflejados en la metralla. Manifestó el presidente Santos que los mayores opositores al proceso de Paz, a la Reconciliación entre los colombianos no son quienes sufrieron el dolor bélico, no son las bondadosas víctimas quienes quieran prolongar la insistente guerra, son por el contrario hombres de edén al margen del plomo que azuzan muerte.
Referencia el New York Times que la hiper exposición del crimen atroz ante los mass media generan mayores traumas en los espectadores que en las víctimas directas. Borges lo señaló afirmando que el odio nunca es mejor que la paz: “No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.” O el aforismo nietzscheano advierte que la venganza es un hoyo que nos encarna y nos atrapa: “Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti.” Y mejor que la venganza es la justicia (invención sofisticada de la civilización humana). La venganza no es menos vanidosa que el perdón.
El odio moldea nuestra cultura, las religiones tradicionales han fracasado en catalizar la violencia, todos quieren tirar la primera piedra. Los medios masivos de comunicación nos han enseñado a usar la venganza con quienes consideramos enemigos. En Colombia son las guerrillas izquierdistas quienes han catalizado todo el odio acumulado durante la fría guerra. Todo lo malo que representa la vida las encarnan ellas. Este es un fenómeno del inconsciente colectivo.
Las mentes tercas no dan lugar a explicaciones diferentes a las de odiar y vengarse, el arrepentimiento les es ajeno. Desaprender la violencia es un tema de salud pública. No bastan ni razones, ni argumentos de verdad para abandonar las posiciones erráticas. Por ej. Cualquier ciudadano del planeta que se le pregunte por escoger entre vivir en paz o esquivar la enamorada muerte, sin lugar a dudas su respuesta es el rechazo a lo bélico.
Pero en Colombia un sector cada vez más minoritario cabalga en los jinetes de la guerra.
La atracción por el asesinato y la venganza han sido propios de las doctrinas cerradas y excluyentes, recuérdese la carnicería nazi o cualquier guerra que se inspire en sus principios. Por fortuna la vida se impone y en sus momentos de mayor amenaza resurge de nuevo. No sobra resaltar esta vocación natural con imperativos éticos que acuden a preservar la vida. No es insensato evitar la bala que contiene la anticipada muerte.
Quisieramos qué pronto la ingrata guerra hiciera parte de una de las más viejas historias de la infamia humana. Esperemos a que los esfuerzo sean suficientes. Pero que haya sol o lluvia no depende de nosotros. Propendamos a sacar a los campesinos que están en el olvido del distraído Dios. Qué se haga el milagro de que tengan alcantarillas, un puesto de salud, tierra para su buena labranza, escuelas y vías de acceso para angostar el aislamiento espiritual y físico del moderno mundo. Ah, y cómo solo una cosa no existe: el olvido, entonces, viene a bien reparar el daño y el dolor infringido. El tecnicismo académico define un proceso de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición. Por supuesto, el arrepentimiento ofrecido y el perdón concedido. Unos y otros tejiendo un nuevo presente y futuro. Alejando la inoportuna muerte.
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