Confesiones de la Carne

Reseñas

LIBERATION
FOUCAULT, «CONFESIONES» PÓSTUMAS
Por Robert Maggiori — 7 février 2018
¿Cómo la «dirección de consciencia» religiosa se vuelve dominación social: la publicación inédita del último volumen de la «Histoire de la sexualité», que permanecía inacabada, clausura la obra del filósofo muerto en 1984.
Ningún preámbulo, ninguna presentacion, ninguna introducción.  En las Confesiones de la Carne, se entra de una vez.  Con un comienzo bastante brutal: « Fueron pues los filósofos y los directores no cristianos quienes formularon el régimen de las aphrodisia en función del matrimonio, de la procreación, de la descalificación del placer y de un lazo de simpatía respetuoso e intenso entre los esposos; es una sociedad «pagana» la que se dio la posibilidad de reconocer acá una regla de conducta aceptable para todos. Lo que no quiere decir efectivamente que la siguieron todos, del dicho al hecho... »  El «pues» es extraño, puesto que normalmente constituye un balance o saca las consecuencias de algo que ha sido dicho previamente.  Para ver con qué conecta eventualmente este primer párrafo, ni siquierea estamos seguros que baste con tener un conocimiento íntimo de toda la obra de Michel Foucault.  Fue en los años 1981-1982 donde se puede situar la redacción definitiva del texto de las Confesiones.
(…)
…en abril de 1983, en una conferencia pronunciada en Berkeley (California), Foucault decía que quería dibujar una «ontología histórica de nosotros mismos o la historia crítica del pensamiento».  Para comprender cómo esta historia —«quiero decir nuestra relación con la verdad, con las obligaciones con nosotros mismos y con los otros»— ha «hecho de nosotros lo que somos», era necesario, decía él, que luego de haber estudiado la relación con la obligación y con la verdad en los estudios sobre «la locura y la psiquiatría, el crimen y el castigo », se le pusiera atención «a las relaciones consigo mismo y a las técnicas a través de las cuales esas relaciones han sido contruidas»; y ponía de relieve lo que durante mucho tiempo había sido “ocultado” por el brillo del «conócete a ti mismo » socrático, a saber: la noción griega de epimeleia heautou o la latina, de cura sui: el «cuidado de sí».  Observaciones y desarrollos esparcidos figuran en los Cursos, permitiendo decir que inmediatamente después de la publicación de la Voluntad de saber, dice Frédéric Gros, «el proyecto de una historia de la sexualidad moderna (siglos XVI-XIX) fue abandonado en aras, en un primer momento (1979-1982), de un recentramiento con dirección a una problematización histórica de la carne cristiana –a través de los principales “actos de verdad” (exomologesis y exagoresis[], las artes de la virginidad y la doctrina del matrimonio en los Padres cristianos de los primeros siglo)– y luego, en un segundo tiempo (1982-1984), de un descentramiento hacia las artes del vivir greco-romanas y el lugar que allí ocupan las aphrodisia».  <tr. Paláu, p. 6>
«Gobierno de sí»
A causa de su permanencia tanto tiempo inédito, las Confesiones de la carne han adquirido una especie de dimensión «mítica», y dado lugar a todo tipo de especulaciones.  ¿Estaba el manuscrito inacabado, lagunar, inferior en cualidad a las obras precedentes, necesitaba una ampliación, refundiciones, supresiones, era objeto de una retención jurídica por parte de los herederos del filósofo, que querían cumplir su última voluntad de no autorizar ninguna publicación de inéditos luego de su muerte?  Lo que sí es seguro es que Foucault, comprometido en la redacción de el Uso de los placeres y de el Cuidado de sí no pudo, tan débil como estaba, proceder a una nueva lectura asidua de las Confesiones, cuya publicación seguía pensando que debería ser diferida.
Sin embargo uno puede seguirse preguntando por qué este texto tan esperado apenas fue publicado este año, en el estado en que se lo hizo —sin aparato crítico—, como quedó en 1981-1982.  La primera razón, plausible, era que exigía el largo trabajo de edición efectuado por Frédéric Gros. La segunda, teóricamente más satisfactoria, es que él parece más comprensible hoy, porque ya se inscribe en la obra entera, a la que la publicación de los Dits et Ecrits, de muchas conferencias (especialmente estadounidenses), y sobre todo de los trece volúmenes de los Cursos del Collège de France —muy especialmente de la Hermenéutica del sujeto así como de el Gobierno de sí y de los otros— da una coherencia en la que las Confesiones encuentra su lugar más fácilmente a posteriori.

En una lección del 5 de enero de 1983, Foucault, luego de haber prevenido a su auditorio de que se curso sobre «el gobierno de sí y de los otras» iba a estar «un tanto descosido y disperso», recuerda «algunos de los referentes» que se había fijado en su trabajo.  En realidad, él resume, «después de todo», todo su recorrido.  Lo que «he tratado de hacer», dice, es «una historia del pensamiento», que se desmarque tanto de la historia de las mentalidades como de la historia de las representaciones.  Y añade: «Por "pensamiento", querría decir un análisis de lo que se podría llamar focos de experiencia, donde se articulan los unos con los otros: primero, las formas de un saber posible; segundo, las matrices normativas de comportamiento para los individuos; y finalmente de los modos de existencia virtuales para sujetos posibles».  Se ven acá los tres muros portadores de la empresa de Foucault, los tres mundos que él ha interconectado y explorado: el conocimiento, el poder, el sujeto (la subjetivación), o, más precisamente, la arqueología de los saberes, la genealogía de los poderes y la problematización de los sujetos.
Objeto de ciencia
El momento «arqueológico» se despliega esencialmente en la Historia de la locura en la época clásica (1961, 1972), el Nacimiento de la clínica (1963), las Palabras y las Cosas (1966) y la Arcqueología del saber (1969).  Foucault describe primero el largo proceso por el cual el «loco», asimilado en la época clásica al delirante, al furioso, al antisocial, al mendigo, al blasfemo, al sodomita, al vagabundo, en el momento del «gran encierro»… se vuelve el «enfermo mental» y por tanto objeto de ciencia, que hace emerger la psiquiatría y la medicina clínica, asi como los lugares (asilo, structuras hospitalarias) donde los nuevos saberes se mudan en poder sobre los cuerpos.  Luego extiende el estudio a las otras ciencias humanas, y exhuma los paradigmas que en una cultura determinada gobiernan el lenguaje, los esquemas perceptivos, los intercambios, las técnicas, el trabajo, los valores y por ende los «órdenes empíricos» en los que los sujetos se piensan y son pensados (por la lingüística, la biología, la economía…).  El segundo momento —que abre en 1975 Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión— vuelve a trazar la genealogía de los poderes, luego el análisis de los discursos donde opera ya el poder hasta el estudio de las propias formas de control y de los microsistemas de dominación.  En este marco, Foucault desmonta «el curioso proyecto de encerrar para corregir», caracteristico de la sociedad disciplinaria, destruye la idea misma de un poder centralizado, piramidal, y muestra que no solamente el poder reprime, sino que al ser «polimorfo», produce realidades tales que ellas puedan de manera molecular ofrecer “puntos de contacto” suplementarios a su ejercicio.  La tercera fase es la que inaugura en 1976 la Voluntad de saber, y qua analiza la elaboración de los discursos de verdad sobre el sujeto.  Pero este ya no es el sujeto diferente (enfermo, loco, delincuente), ni el sujeto en general, sino el sujeto que somos nosotros mismos directamente en relación con el sexo.
Pensamiento antiguo
Sobre todo desarrollado en los Cursos, el tema de la problematización del sujeto se orienta cada vez más hacia la cuestión del gobierno de sí y de los otros por medio de la verdad, luego de las técnicas de existencia, de las experiencias de sí y de la parrêsia, el «hablar verdadero ».  El estudio de la modernidad de Occidente (siglos XVI-XIX), de la formación de los saberes, de los sistemas de poder y de la biopolítica quedaba de ahora en adelante tras Foucault.  Ante él se levantaba el pensamiento antiguo, griego, romano y helenístico, la patrística cristiana, Tertullien, Casiano, Séneca, Sócrates, donde el filósofo atisba los elementos de construcción de una «estética de la existencia individual», fondada en «tecnologías de sí» por las que los individuos «han sido llevados a prestar atención a ellos mismos, a descifrarse, a reconocerse, a confesarse como sujetos de deseo», y a osar la verdad, con respecto a ellos mismos.
Llegamos así a las últimas obras publicadas por Foucault antes de morir: el Uso de los placeres muestra en efecto cómo el comportamiento sexual ha sido encausado por el pensamiento griego clásico, cómo también (anota Frédéric Gros), «el pensamiento médico y filosófico elaboró ese "uso de los placeres" —khrêsis aphrodisiôn— y formuló algunos temas de austeridad que iban a volverse recurrentes sobre cuatro grandes ejes de la experiencia: la relación con el cuerpo, la relación con los muchachos, la relación con la esposa y la relación con la verdad».  El cuidado de sí, prosigue el estudio de «esta problematización en los textos griegos y latinos de los dos primeros siglos de nuestra era», y la «inflexión que ella sufrió en un arte de vivir dominado por la preocupación de sí mismo».  También dispuesto a añadirle a la marquetería algunas piezas tomadas de los Cursos o de las conferencias (las de Berkeley, o la que pronunció en Nueva York en el marco de un seminario con Richard Sennett, de la que Gros dice que «marca una etapa decisiva» en la elaboración del libro), aparece evidentemente que las Confesiones de la carne constituyen una «continuación» del plan foucaltiano.  Y es la medida en que, remontado en la historia, Foucault analiza entonces la manera como la «preocupación de sí mismo» y el gobierno o la dirección de los otros (en el sentido de la «dirección de conscience»), son metamorfoseadas por el cristianismo, por medio de «las obligaciones cristianos de verdad», en el bautismo, la confesión, la preparación para el matrimonio, la exomologesis y la exagoresis monásticas, los ritos de penitencia, la cuestión de la virginidad y de la abstinencia, las reglas del matrimonio, los deberes de los esposos, la exclusión, en el marco de una «ética du no-exceso», en san Agustín por ejemplo, de la «libidinización del sexo»…
«El decir-verdadero y el creer, la veridicción sobre sí mismo y la fe en la Palabra son, o deberían ser, indisociables.  El deber de verdad, como creencia y como confesión <aveu>, está en el centro del cristianismo» se lee en las Confesiones.  «Los dos sentidos tradicionales de la palabra “confession” recubren estos dos aspectos.  La “confesión” es de una manera general el reconocimiento del deber de verdad. Yo dejaría de lado, por supuesto, el problema del deber de verdad comprendido como fe en el cristianismo, para sólo considerar el deber de verdad comprendido como confesión y que logra sus efectos en una economía del pecado y de la salvación.»  <tr. Paláu, p. 266>
Pastoral cristiana
Lo que le interesa a Foucault es en efecto saber cómo la dirección espiritual, el examen de sí, el «control atento de sus actos y de sus pensamientos por parte del sujeto», la «exposición que él hace de ellos al otro, la petición de consejo a un guía y la aceptación de reglas de conducta que él le propone» <tr. Paláu, p. 76>, que existen en tradiciones antiquísimas (ellas tienen por objetivo tanto la virtud como la salvación, y presuponen la idea que uno no podría, sin un maestro, un pastor de almas o un director de conscience, caminar solo «vers la vie parfaite» <p. 83>), son retomadas, reformuladas, modificadas, rechazadas, adaptadas primero en esas «escuelas filosóficas» que son los monasterios, y luego en toda la pastoral cristiana y las obras de los Padres de la iglesia, en lo concerniente al bautismo, la virginidad y el matrimonio.  Evidentemente que transparenta aquí la cuestión de la que Foucault no ha dejado de ocuparse, la del «arte de gobernar los hombres», de la que se ve, —si leemos toda la obra a contrapelo—, que primero se dedicó a la «dirección de consciencia» religiosa, luego se «laicizó», se extendió a toda la sociedad civil, y multiplicó sus dominios de aplicación creando cada vez disciplinas nuevas y tecnologías específicas de dominación: el gobierno de los locos, de los prisoneros, de los niños, de los pobres, de las familias, de las poblaciones, de las ciudades, de los Estados… hasta el gobierno de su propio cuerpo y de su propia conciencia.  El trabajo de Foucault no ha consistido en encontrarle «soluciones» a la dominación, sino en mostrar cómo las relaciones —consigo, con los otros, con el sexo, con el deseo, con la autoridad, con la verad, con la libertad— se problématizan. Las Confesiones de la carne describe un momento crucial de una tal operación.  La obra es erudita pero carece sin duda, debido a su incacabamiento, de indicaciones en cuanto a sus objetivos teóricos, políticos o éticos que persigue, en los que se pudiera entrever los lineamientos de un «desujetamiento», o de ese «arte de la inservidumbre voluntaria» de la que se trata en algunas conferencias.
En su útlimo curso en el collège de France, Michel Foucault evoca, en un momento, su intención de retomar el manuscrito de las Confesiones, y de hacerle algunas modificaciones.  En la primera fila, un fiel asistente lo escuchó murmurar: «Ya es demasiado tarde».

TELERAMA Nº 3552
(…)
¿En qué momento la sexualidad se volvió el «sismógrafo de nuestra subjectividad», el secreto de donde se arrebata la verdad de lo que somos?  Con el aguijón de ese título magnífico, Las Confesiones de la carne, Foucault ausculta la «experiencia» cristiana de la carne, a través de una lectura técnica pero trepidante de los Padres de los primeros siglos (del IIº al Vº siglos) —Clemente de Alejandría, Tertuliano, Cipriano, Ambrosio, Juan Crisóstomo, Casiano, ya citado en 1980 en su curso del Collège de France, Sobre el gobierno de los vivos, cuyo gran ausente san Agustín, aquí si aparece en toda su majestad.  La carne, ese encuentro del deseo y de la verdad («el deber de verdad, como creencia y como confesión <aveu>, está en el centro del cristianismo » <tr. Paláu, p. 266>), se encarna de forma diferente en las prácticas y ascesis de la vie cristiana: virginidad, matrimonio, preparación para el bautizo, penitencia, etc.  La castidad ¿es un abra de tranquilidad o un penoso combate? ¿Cómo se confiesan los pecados? ¿Existían relaciones secuales en el paraíso antes del pecado original?  ¿En qué esta «visible e imprevisible» erección masculina es, para san Agustín, la marca de la desobediencia a Dios?  ¿Por qué, más allá de la procreación, las relaciones sexuales entre esposos, que se considera arreglan el problema de la concupiscencia, son objeto de una obligación recíproca?  «El deber de esposos es una deuda»…
Complejo y sutil, el pensamiento de Foucault desmonta las evidencias; la valorización de la virginidad, a partir del siglo IIIº, no debe por ejemplo ser comprendida como una descalificación de la relación sexual, esa sacudida siempre peligrosa… sino más bien como un relacionamiento del individuo con su propia conducta sexual.  «El lugar central del sexo en la subjetividad occidental se marca ya claramente en la formacion de esa mística de la virginidad», sintetiza Foucault.  Siempre la relación consigo mismos…  Entonces, cuando el filósofo cita a san Ambrosio, «la virginidad es para algunos y el matrimonio para todos», el lector contemporáneo no puede sino verse afectado, projectado de la antigüedad tardía a la reciente legalización de la unión para las parejas homosexuales, el matrimonio para todos.  Si Daniel Defert, el compañero de Michel Foucault, hubiera tenido el derecho moral sobre su obra, además de la propiedad material de los archivos (que él vendió en 2013 a la BNF), el recorrido editorial de las Confesiones de la carne hubiera sido muy diferente sin duda…  Pero esta es otra historia. Ya no la de la verdad del sexo sino la de la verdad del archivo, que encanta todo el destino de las Confesiones de la carne, libro fantasma que se volvió archivo, archivo fantasma que se ha vuelto libro.
Juliette Cerf
LE NOUVEAU MAGAZINE LITTERAIRE
DE LAS CONFESIONES DE LA CARNE AL CORAJE DE LA VERDAD
El último tomo inacabado de la Historia de la sexualidad aparece hoy.  Los análisis de Michel Foucault ¿podrían aclarar los acalorados debates suscitados por la liberación de la palabra femenina?
Foto: Michel Foucault © Hervé Guilbert
Stéphane Legrand
10/02/2018
Filósofa y escritora
¿Comenzaremos un nuevo capítulo de la historia de la sexualidad?  Pues resulta que la famosa averiguación así titulada por Michel Foucault se ve completada con un cuarto y último tomo inacabado, las Confesiones de la carne, enteramente centrado en el lazo que une sexualidad, enunciación de la verdad y poder.  Tanto como decir que los candentes desafíos a la hora de #MeToo, de #BalanceTonPorc y de « la liberté d’importuner » defendida por un colectivo de mujeres en una tribuna dada a le Monde, con la polémica que suscitó.  No se trata de hacer girar las mesas imaginando lo que Foucault habría pensado de toda esta secuencia.  Por el contrario podemos ponerla en perspectiva a la luz de su Historia de la sexualidad.
El primer volumen de tal Historia: La Voluntad de saber, publicado en 1976, describe la formación a comienzos del siglo XIX de un «dispositivo de sexualidad» propio de la modernidad.  Foucault procede allí a trastornarlo todo. La vulgata de su época afirma que, puesto que nuestra esencia más profunda residen en nuestros deseos, nuestro gran asunto es liberarlos, emanciparlos de los constreñimientos sociales.  Él sostiene a la inversa que el principal mandato del poder es el contrario: no reprimir nuestra sexualidad y acallarla como un secreto peligroso, sino de verbalizarla aún y cada vez más, y sobre todo de buscar en ella la clave de nuestra verdad.  El dispositivo de sexualidad tiende a «hacernos pasar casi por entero –nosotros, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra individualidad, nuestra historia– bajo el signo de una lógica de la concupiscencia y del deseo […] El sexo, razón de ser de todo».  A los ojos de Foucault, esta lógica tiene raíces muy profundas, pues es «la pastoral cristiana [la que] ha inscrito como deber fundamental la tarea de hacer pasar todo aquello que tiene que ver con el sexo por el molino sin fin de la palabra». Tales hipótesis, aquí apresuradamente esquematizadas, mantienen una relación ambigua con el debate que nos ocupa.  Se les podría hacer decir que, puesto que vivimos en una sociedad saturada de sexualidad que nos empuja a definirnos como sujetos en función de nuestro sexo, no hay por qué volver un misterio el comportamiento de los depredadores (copulo, por tanto soy), ni de la emoción de las víctimas, tocadas en lo que ellas son sometidas a vivir como su esencia más íntima.  Pero también podríamos recordar que este dispositivo es ante todo un asunto de sujetamiento, que el principio “el sexo, razón de ser de todo” es quizás lo que conduce a sexualizar indebidamente, o al menos a sobre-catexizar las menores manifestaciones del cuerpo deseante, así como lo hacen valor los firmantes de la tribuna que hemos mencionado en aquel periódico.
Esto no debe ocultar la apuesta principal.  Quizás podamos, para tratar de formularla, girarnos hacia análisis foucaultianos que tienen que ver con una configuración social muy anterior, la Grecia antigua, en el segundo volumen de la Historia de la sexualidad: el Uso de los Placeres (1984).  Foucault muestra allí que la relación consigo mismo como sujeto sexual no tiene que ver en aquella sociedad (contrariamente a la nuestra) con la hermenéutica infinita o con el mandato de confesión, sino con la enkrateia, que él define como «une forma activa de dominio de sí, que permite resistir o luchar, y asegurar su dominación en el campo de los deseos y de los placeres».  Una « templanza » que consiste en regular sus deseos sobre la sola naturalidad de la necesidad, haciendo caso omiso de arrebatos superfluos, lo que permitirá tener una chrêsis, un uso apropiado de sus placeres, y por lo mismo, intensificarlos.
El activo y el pasivo
Menos atrayente: la oposición activo-pasivo no concierne solamente al dominio que el sujeto ejerce sobre sí mismo, sino que se transpone en la relación entre el hombre y la mujer.  Esta última encarna para los griegos el polo de la pasividad, aquel de los deseos desbordantes que exigen un control, mientras que el hombres el « el alma » de esa pareja, el principio dominante que debe ejercer el dominio e imponerle una forma a la destapadura inestable de la feminidad.  De suerte que, incluso cuando ellos se someten a las mismas obligaciones, uno y otra no tienen la misma experiencia: « Sólo tener relaciones sexuales con su esposo es para la mujer una consecuencia de que está bajo su potestad.  No tener relaciones sino con su esposa es para el marido la más bella manera de ejercer su poder sobre su mujer» (Comprender: al exhibir el poder que él ejerce sobre sí mismo). Tras los nobles principios éticos aparece claramente una estructura de dominación, es decir una disimetría institucionalizada pero ampliamente inconsciente.  Y tal es cuando menos el problema de fondo que la ola actual de escándalos impone afrontar.
A este título se podría describir a nuestras sociedades, y por ende a lo que « piensa silenciosamente en nosotros », como estructuras de poder que perpetúan las disimetrías dominio/pasividad, dominación/sumisión, analizadas por Foucault, que se transparentan muchísimo en la distinción virilidad/feminidad.  Solamente que ellas estarían ahora desprovistas del principio regulador de la enkrateia, de la temperancia que autoriza un justo uso de los deseos, y ha sido reemplazada en nuestras sociedades por una lógica del exceso que se nutre de sí mismo, por ese mandato permanente de identificarnos (« casi por entero ») con nuestro deseo, con nuestra concupiscencia.  Y esto sin medida, ya sea en la manera agresiva que usamos de ellos, o que lo verbalicemos sin fin; o también que los tranquemos compulsivamente y a menudo con excesos nocivos, en los más minúsculos elementos de la conducta o del discurso.
De ninguna manera puedo zanjar en el diferendo que opone a las militantes del #MeToo y las defensoras de la « libertad de importunar », pues acabo de sugerir que sus combates respectivos me parecen provenir de una matriz común.  Sin embargo estaría inclinada a dirigirme hacia los últimos análisis de Foucault, consacgrados no a la confesión sino a otra forma de decir-verdadero, donde se anudan subjetividad y poder, la de la parrhèsia: el coraje de la verdad[].  La entereza del que « corre el riesgo de decir la verdad » frente al detentador del poder, que podría muy bien no querer escucharla, y que en el acto de decir-verdadero arriesga pues su propia persona al mismo tiempo que amenaza el equilibrio del orden social.  Es el coraje de Platon que no duda en decirle su verdad a Dionisio, el tirano de Siracusa; la de Diógenes el Cínico, que le echa su realeza filosófica al rostro del rey terrestre Alejandro; y también de aquellas (y aquellos) que, en la actualidad, le devuelven a los poderosos la verdad sobre su sexualidad tiránica, como uno devuelve el guante.  Ahora bien, Foucault era consciente de los envites, de los excesos posibles y de los peligros que se corrían. «El decir-verdadero del parresiasta corre los riesgos de la hostilidad, de la guerra, del odio y de la muerte. Y si es verdad que [su] verdad –cuando la reciben […]– puede en ese momento unir y reconciliar, es sólo después de haber abierto un momento esencial, fundamental, estructuralmente necesario: la posibilidad del odio y del desgarramiento».  Pero es el riesgo que hay que tomar.
LA INVENCIÓN DEL DESEO
Las Confesiones de la carne ocupan en la Historia de la sexualidad una posición paradójica.  Son el último tomo pero dan testimonio de las investigaciones que llevaba a cabo a comienzos de los años 1980, y que condujeron a Foucault a extender el campo de su investigación al cristianismo de los primeros siglos de nuestra era, y luego a la antigüedad greco-latina.  Representa a la vez un punto de llegada de los análisis foucaultianos, y al mismo tiempo su fuente. El objeto central del libro es describir la formación de un doble dispositivo, que es todavía el nuestro: el mandato de confesión por una parte, y la incitación constante a decir lo verdadero sobre nosotros mismos, bien particularmente sobre nuestra sexualidad vergonzosa y pecadora; pero también la invención del cuerpo deseante, de un cuerpo saturado de una sexualidad inquietante, lábil, incesante.  Las piezas maestras de esta demostración consisten en estudiar los rituales de penitencia; la manera cómo se impusieron la dirección de conciencia y la confesión, o exagoreusis, que se «desarrolló en el monaquismo como práctica de un examen ininterrumpido de sí mismo ligado a una confesión de boca incesante» ; y la refundición por san Agustín del concepto de libido, que solo el consentimiento en la unión matrimonial podría lavar de los estigmas del pecado original, y que lo lleva a definir «una concepción general del hombre de deseo, y […] una jurisdicción fina de los actos sexueles qui marcaron los dos profundamente la moral del Occidente cristiano ».
S. L.
(…)
El descubre que la mayoría de tales reglas era una herencia reorganizada de las disciplinas de sí elaboradas por los filósofos griegos y latinos de la antigüedad clásica y tardía.  Por lo demás proseguirá ese trabajo que conducirá a la publicación simultánea de el Uso de los placeres y de el Cuidado de sí.  El libro conduce al centro de las preocupaciones foucaultianas de la época.  El autor pone en claro su rechazo de las ideas generales y su necesidad de desmistificar lo que cada época tiene oculto.  Foucault no solamente afina aquí su reflexión sobre la subjetividad y la subjetivación, sino que descubre allá un punto de análisis privilegiado de la emergencia de la sexualidad moderna y del rol que ha jugado el cristianismo.
Con esta aparición se clausura el voluminoso dosier “Patrística” que Foucault había abierto desde 1976, y del que otras piezas ya eran accesibles en Sobre el gobierno de los vivos (2012 ) —curso en el Collège de France de 1980 consagrado en gran medida a los Padres de la Iglesia (Hermas, Tertuliano, Casieno, Clemente de Roma, etc.).  Esta lectura apretada y el análisis innovador de los «regímenes cristianos de verdad » (bautismo, penitencia) permiten finalizar el retrato de lo que se llama el «último Foucault».   El de las «técnicas de sí».
Pero ellas permiten mover las líneas de análisis del cristianismo tal como parecían estatuídas en 1976 en la Voluntad de saber, convertido en una especie de doxa en la que el cristianismo no era sino la religión de la confesión y la obediencia.  Y si las Confesiones retoman en parte los datos de aquella obra, y de los cursos, los amplía y los abre (entre otras por medio de un análisis impertinente de san Agustín) hacia profundidades ocultas y donde el cuerpo « habla» más abiertamente.
Patrólogos, filólogos, historiadores, teólogos pero también filósofos y aficionados ilustrados… del fundamento histórico y cultural del sujeto moderno…  a través de los Padres griegos y latinos de los siglos IIº a Vº encontrarán aquí grano que morder y le darán al pensamiento foucaultiano mucha más precisión y riqueza.
jean-paul gavard-perret
L’HUMANITÉ
INÉDIT. LES AVEUX SANS FIN DE LA CHAIR

Encuentro con Frédéric Gros, filósofo y quien hizo el prefacio del último volumen de la l’Histoire de la sexualité de Michel Foucault.

¿Qué lugar ocupa las Confesiones de la carne en el seno de la obra de Michel Foucault, y en particular en la Historia de la sexualidad? 
FRÉDÉRIC GROS: Se habla aquí de un estudio muy importante, erudito y apasionante, sobre el cristianismo de los primeros siglos de nuestra era a través del filtro de la sexualidad.  Los libros de Foucault publicados hasta entonces se centran esencialmente, ya sea en la modernidad occidental (siglos XVI-XIX) cuando se trataba de establecer una arqueología de los discursos (las ciencias humanas) o una genealogía de los poderes (la disciplina normalizadora); ya sea en la experiencia antigua de los placeres.  Es el primer libro de Foucault consagrado enteramente a las doctrinas (a propósito del matrimonio, de la virginidad, del pecado de lujuria), a los rituales, a las prácticas (bautismo, penitencia) tal y como los Padres cristianos de los primeros siglos las han elaborado. Esta obra viene pues a completar el estudio de la sexualidad antigua, concediéndole todo su lugar a la antigüedad cristiana.  El examen de esta parte cristiana es particularmente decisivo para Foucault porque, entre más alejada esté la experiencia griega de la nuestra, tanto más por el contrario nuestra experiencia contemporánea de ser « sujetos de desieo » toma sus coordenadas fundamentales y secretas en prácticas de sí elaboradas en los primeros monasterios cristianos o en disertaciones sobre la sexualidad de Adán. Incluso se podría decir que las Confesiones de la carne se presenta como una arqueología del psicoanálisis.
El título tan bello que se ha mantenido para esta parte ciertamente que no es inocente.  ¿De qué confesiones se trata? ¿Qué « experiencia nueva » tiene el cuerpo en los períodos examinados ?
FRÉDÉRIC GROS: Se trata efectivamente de tratar de pensar la novedad radical de una relación con nuestro sexo, una relación finalmente irreductible a la experiencia antigua de los « aphrodisia » (los placeres carnales tal y como están enmarcados, regulados por consejos médicos –en torno al momento, la frecuencia, los que varían según las edades, etc.– o también por los preceptos filosóficos que pueden tratar por ejemplo sobre el comportamiento sexual en el matrimonio).  La experiencia de la carne es el lugar de una experiencia nueva, específica, marcada por una mística de la virginidad, una concepción inedita de la sexualidad de la pareja de esposos en la que se trata esencialmente de poner cuidado en la continencia del otro, pero también una invitación a escrutar sus propios deseos para descubrir en ellos la traza de una tentación demoníaca.
¿La apuesta teórica lo que busca es mostrar el rol prescriptor y constante que ha jugado la religión en materia de comportamientos sexuales?
FRÉDÉRIC GROS: El envite más importante consiste ante todo en superar un malentendido persistente que consiste en resumir la doctrina cristiana en materia de sexualidad a la culpabilidad y a la prohibición.  El cristianismo habría entristecido nuestra carne. Foucault comienza por recordar que los grandes principios de austeridad sexual (finalidad exclusivamente procreadora del acto sexual, obligación de fidelidad en el marco del matrimonio, descalificación de los amores homosexuales) habían sido ya formulados por los filósofos paganos y que ellos son de una regularidad sorprendente a través de la historia.  Ciertamente que el cristianismo innova, pero no reforzando las prohibiciones. Él inventa, pero no creando nuevos objetos de censura, y ni siquiera aumentando la intensidad de nuestra culpabilidad sexual. Mientras que se podría tener tendencia a decir que el cristianismo trató de reducir, de anular, de negar la importancia de la sexualidad, Foucault muestra por el contrario su lugar absolutamente central, decisivo en la constitución del sujeto.  Los primeros Padres cristianos, de Tertuliano a san Agustín, pasando por Casiano y san Juan Crisóstomo, de hecho lo que hicieron fue “reformatear” la experiencia que el sujeto tenía de su relación con el mal, con la verdad, el deseo, la palabra.  Que se nos permita mencionar aquí al menos una de las importantes evocaciones que Foucault hace de las tesis de san Agustín, la relativa a la consecuencia del pecado original: haber introducido en el acto sexual una parte de involuntario (la excitación primera, la secuencia coital) a la que Foucault de da una dimensión de « revuelta ».  De tal suerte que la sexualidad, es en nosotros esa parte de incontrolable, esa parte de insurrección contra sí mismo y que es como el recuerdo, el testimonio de esa revuelta contra Dios que precipitó nuestra caída.
Entrevista realizada por Nicolas Dutent


Traducido por Luis Alfonso Paláu-Castaño para ser leído en la sesión de agosto 21 de 2018, cuando se discuta las Confesiones de la carne que acabo de traducir al español, en los martes del pensamiento francés de la Alianza de Medellín.  Envigado, agosto 17 de 2018.

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