Costumbres de Violencia

Mauricio Castaños H.
Historiador
Colombia Krítica
Débora Arango
Colombia es una nación insuficiente se le dice mucho, se debate entre la llamada modernidad y los grandes rezagos del antiguo colonialismo, industrias manufactureras y grandes haciendas agrícolas o de ganadería, un campesinado condenado a vivir en la miseria y unos ricos terratenientes de cultura colonial. 

Las ciudades son una mezcla de ese país con esos halos de modernidad y mucho de clases dirigentes ancladas en un viejo mundo, una clase dirigente inculta que aprendió a hacer dinero con el recurso de la violencia y la corrupción.


Pese a todos esos frenos azarosos de la cultura y quizás del mundo de la técnica, la llamada Colombia y sus ciudades son mayoritariamente una cosa bien distinta a lo que fue el mundo colonial o lo que fueron sus inicios republicanos. Algunos cambios así lo constatan: hoy se puede decir que no hay gente descalza en el país, los zapatos fueron de popularidad después de los años sesenta del siglo pasado, igual sucedió con los cubiertos y vajillas que acompañan las comidas, otro tanto sucedió con la masificación de la letrina o sanitarios, luz eléctrica para uso de los hogares, en fin, así muchos cambios que pueden parecer insignificantes pero que representaron grandes transformaciones para los individuos y para las familias colombianas.


Pero estos cambios tecnológicos si bien afectan o contribuyen a modificar ciertas prácticas cotidianas, existen otras costumbres que no cambian y que perduran y persisten como largas duraciones. La llamada cultura de la violencia es una de esas largas duraciones y en Antioquia se puede visualizar mejor porque tanto se ha hablado y estudiado que se ha vuelto familiar o parte del paisaje.


Es el antioqueño violento y se hace matar por aventajar al otro, en estas tierras se aprendió a usar muy bien la cerca que demarca los predios, y su uso ventajoso de correr la cerca en propiedad ajena hizo que se usara con frecuencia el machete en tiempos pasados y en los modernos el revólver, la escopeta y después de los ochenta el fusil o la motosierra para herir o asesinar a su posible oponente (La motosierra según está documentado se usó por primera vez en el Valle del Cauca para descuartizar campesinos a manos del paramilitarismo). Creemos que el mayor grado de la perfección de este recurso cultural de la violencia se da con el llamado paramilitarismo en donde confluyen esos dos mundos mencionados renglones arriba: terratenientes e industriales en bina usurpando violentamente tierras a campesinos que se volvieron obstáculos para ampliar las tierras de aquellos y también para favorecer logísticas y rutas del rentable negocio del narcotráfico.


Permear es una palabra que puede decir bien lo que ha significado esa toma del camino de la cultura de la violencia: esa violencia imbricada del país colonial y del país moderno ha permeado todos los rincones, todos los intertisios de la sociedad colombiana, de todas sus llamadas clases o estratos sociales. Fue con Pablo Escobar que Colombia se dió a conocer ante el mundo de lo que es una sociedad mafiosa: los delincuentes de cuello blanco se blindan con abogados inescrupulosos que juegan al derecho y al reves con los vacíos de la justicia, politicos aliados con la mafia, un Estado Mafioso,  los niños juegan a ser valientes pillos inatrapables por los policías, los jóvenes no quieren estudiar y mejor optan por el camino que los conduzca a la fácil riqueza, no correrán la cerca pero si echarán por el mejor atajo de llegar a una vida onerosa y bañados en montañas de dinero, aprendieron bien de sus mayores que la finalidad de la vida es hacer riqueza a como dé lugar: el sicario es bendecido por su madre para que le vaya bien en sus fechorías, su religión, su escapulario de María Auxiliadora lo protegerá y lo guardará de cualquier peligro, el sicario bien devoto es. La religión ha sido flexibilizada para salvaguardar el mundo criminal: El popular sacerdote García Herreros bendecía a Pablo Escobar, a los mafiosos, luego que les llenará sus bolsillos y alcancías.


El mundo del estudio y de las profesiones son bien devaluadas, así como la mala madre le dice a su hijo haga plata mijo cómo sea, pero haga, igual la inculta clase dirigente o sus gobernantes le dice a sus conciudadanos: defiendase como pueda, pero defiéndase, es el lenguaje de un régimen salvaje. Ese mismo mensaje pareciera susurrar el gobierno a las universidades públicas cuando recortan drásticamente su presupuesto para educar a la supuesta nueva sociedad.


No se dejará atrás, no se dejará de mencionar las grandes o las mega obras de infraestructura que hacen en el país o en las ciudades, pues su realización obedece a desarrollar o dar continuidad a ese país violento: hacen mega puentes o vías para que la industria automotriz se abarrote de ganancias sin importar su inviabilidad por su contaminación ambiental producida. Hacen parques o andenes en obediencia de la industria cementera. Y si ha de decirse del Estado Social de Derecho, júzguese: recortan beneficios de salud tendientes cada vez más a su privatización, con las pensiones cada vez se es más joven para jubilarse pero cada vez los viejos se hacen a temprana edad pero son inservibles para el trabajo.


En suma, la costumbre en colombia, su cultura está hecha con un tejido fuerte de una violencia salvaje en donde predomina el sálvese quien pueda, la solidaridad es un término escaso, y el valor de la vida se escapa velozmente. El mundo viejo terrateniente se trenza con un tímido sector industrial para parir lo más atrasado del denominado mundo contemporáneo.

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