Otras fiestas distintas a las mías
Festivales, rituales religiosos, manifestaciones populares… En los cuatro rincones del planeta, los hombres cantan y bailan para celebrar los muertos, las divinidades, sus orígenes. Hundida en el imaginario del Japón, de Nueva-Guinea & de Uruguay.
Japón
Mary Picone. “En el ‘festival del hombre desnudo’, los hombres gastan su energía para alejar el mal”.
«Las fiestas en el Japón son muy numerosas. Una de las razones de tal vivacidad tiene que ver con la inmensa cantidad de divinidades presentes en el imaginario japonés. Esos kami, esos espíritus, serían muchos millones. En la tradición llamada animista del shintô, se celebra la lluvia, el trueno, la luna, el sol, algunas montañas, dragones que salen del agua, entidades que toman formas naturales, y los ancestros por supuesto. La fiesta de Gion en Kyôto, bién conocida por los turistas, reúne por ejemplo centenares de miles de personas. Desfilan carrozas adornadas con tejidos bordados, músicos que interpretan aires antiguos y, a lo largo del trayecto, las casas tradicionales exponen los tesoros de familia a los paseantes.
Al comienzo no era una manifestación muy positiva. Se trataba de quitarle a la divinidad encolerizada, su capacidad de daño. Frecuentemente, en esas fiestas llamadas matsuri, las diversiones son procedimientos de conciliación con los kami, maneras de divertirlos para que ellos sean benévolos, para que aseguren las cosechas y la salud de la familia. Todo esto es temporal y debe pues ser reiterado cada año. La idea de repetición es un motivo esencial de la religiosidad japonesa.
En la actualidad, la sacralidad de las fiestas con frecuencia se ha atenuado. Ir al templo se ha vuelto algo más cultural que religioso, una costumbre más que un acto de fe. Por lo demás aparecen regularmente nuevas manifestaciones. Por ejemplo, el festival yosakoï, literalmente “viene la noche”, nació en los años 1950 y él enjambra en el mundo. Retoma las costrumbres y los ritos campesinos, en grandes bailes colectivos al son del tambor, en un espíritu comunitario. Se hacen cosas nuevas con lo viejo.
Pongamos otro ejemplo: en la época de Edo [h. 1600-1868], los bomberos se enfundaban especies de kimonos cortados y se exhibían en ejercicios difíciles para testimoniar de su virilidad. Fiestas hay que retoman este principio de ordalía, de ponerse a prueba. El hadaka matsuri, el “festival del hombre desnudo”, es de ahora en adelante más bien una diversión.
Se desarrolla en invierno. Muchos miles de hombres semi-desnudos, vestidos con el simple fundoshi, se reúnen en torno a un templo budista. A media noche, cuando la noche se ha hecho profunda, los sacerdotes les lanzan talismanes a la multitud. Los hombres se estrujan para recuperarlos y poner a la suerte de su lado por un año. Se atropellan empujados por el alcohol y pueden llegar a hacerse mal por conservar su trofeo y plantarlo simbólicamente en una caja llena de arroz. Hay heridos. La violencia hace parte de la fiesta. Ocasiona gastos efectivos e improductivos de energía, incluso si este gasto permanece codificado y con un objetifo: alejar el mal. Antaño, los participantes podían tratar
de tocar a un hombre designado para ser el Shin-Otoko, una especie de chivo expiatorio para absorber todos los males, atravesando la muchedumbre antes de ser perseguido. En la actualidad esta figura existe todavía, pero se trata ahora más bien de un honor, que reconoce su supuesta capacidad para absorber los pecados y para difundir por el contrario felicidad.
La desnudez y la aspersión de “agüita” <pa mi gente>, participan de rituales de purificación que alejarían la mala fortuna».
Papuasia-Nueva-Guinea
Steven Feld. “El gisalo de los bosavi celebra las relaciones entre los mundos material, espiritual y el de los pájaros”
«Durante estos últimos cuarenta años, frecuentemente he pasado con los bosavi, un pueblo que vive en la selva tropical de las altas mesetas de Nueva Guinea. Uno de los momentos importantes de la vida social de los bosavi es la ceremonia del gisalo. Como nuestras fiestas, ella tiene por motivo centrral las relaciones; pero el paralelo no va más allá pues el gisalo es la ocasión de celebrar las relaciones entre el mundo material, espiritual y el de los pájaros.
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En estas ceremonias se encuentran dos grupos, uno que ofrece la hospitalidad, el otro que es invitado. Se trata pues primero de rendir homenaje a las relaciones concretas entre las dos comunidades, que por lo demás se refuerzan con la realización de matrimonios y de numerosas formas de intercambio. En la fiesta del gisalo, también se rinde un homenaje a los muertos recientes de las dos comunidades; se comparte la aflicción del duelo. La ceremonia propiamente dicha está precedida por una tarde consagrada al maquillaje y a la preparación de los vestidos.
El gisalo propiamente hablando comienza a la caída de la tarde. La ceremonia se lleva a cabo en una casa redonda muy grande en la que pueden caber hasta doscientas personas. En el centro del círculo, los bailarines hacen su aparición. Están disfrazados de pájaros y de caídas de agua. Efectúan movimientos de aves e imitan los cantos de los pájaros canores; los banderines cosidos a los vestidos evocan el sonido del agua. Es muy sinestésico; esas danzas reconstituyen el mundo de la selva. Uno tras otro, a lo largo de una celebración que dura toda la noche, cada uno de los bailarines se pone a cantar, en puntos particulares del recinto. Los textos de tales cantos forman mapas. Se trata de una verdadera topografía poética. Es como si yo les contara, etapa por etapa, un viaje a partir de Santa Fe, ca, donde estoy en este momento, hasta Paris, donde están Uds., mencionando primero mi trayecto en avión de Santa Fe a San Francisco, luego de San Francisco a Ámsterdam, finalmente Ámsterdam a Paris. Pero las etapas descritas por los cantantes bien pueden ser más numerosas. Los bosavi hacen referencia no a ciudades sino a lugares de la selva. Es algo muy preciso, pues en las mil canciones que he grabado desde que comencé este trabajo etnográfico, he podido establecer siete mil nombres de lugares. Por otra parte he usado expresamente la imagen del avión, porque los viajes que cuentan estas canciones son vistos desde el cielo, como por el ojo de un ave. Los bosavi a veces son llamados como hombres-pajaros. En su lengua, el término para designar los cantos de pájaros es ane mama, en donde ane significa « lo que se va » y mama designa el eco, el reflejo, por ejemplo el reflejo de mi rostro en un espejo de agua. Un ave no es solamente un animal concreto sino también un reflejo, la reverberación de un muerto. Cada canto de ave que se escucha en la floresta es el eco de una antigua voz humana. En la filosofía occidental a veces de habla de ontología relacional, cuando se considera que una entidad no tiene ninguna propiedad por fuera de la relación que se mantiene con ella. Los bosavi no han leído a Gilles Deleuze ni a Gregory Bateson, pero para ellos, los pájaros establecen relaciones entre los muertos y los vivos. Devenir pájaro, es lo que acontece cuando Ud. muere. Será transformado. Pero su voz va a reverberar en la selva y será escuchada por los vivos.
Al final del gisalo, los espectadores lloran. Esas lágrimas son una especie de contra-don, de reconocimiento con respecto a la experiencia vivida en el curso de la audición de esos cantos que mezclan palabras, onomatopeyas, imitación de las aves y de sus gritos. Un contacto efímero y misterioso se establece así entre los vivos y los muertos. ¿Cómo explicar esto? Imaginen que nos encontramos por primera vez. Yo pronuncio el nombre de su padre. Ud. encuentra eso extrañísimo, inquietante, pero Ud. no sabe exactamente lo que esto significa. Es esta misma inquietante extrañeza la que tiene el gisalo, y que conduce la emoción y las lágrimas».
Uruguay
Clara Biermann. “El candombe reafirma el lugar y la historia de los afrodescendientes”
« El candombe, un género musical y coreográfico afro-uruguayo, está articulado a una historia territorial e identitaria. Todo el año, grupos de percusionistas de tambor salen a las calles de la capital, Montevideo, desfilando en líneas de cinco en fondo percusionistas, acompañados por centenares de participantes que marchan o que bailan a sus lados. Antes de los años 1990, los tambores sólo se empleaban con ocasión de las fiestas nacionales, en la Navidad y en el día de Reyes, una fecha en la que se desenvolvían las procesiones de los africanos reducidos a la esclavitud durante la época colonial.
Al final de la dictadura, en 1985, la practica se desarrolló, y los uruguayos de todos los orígenes se pusieron a tocar, buscando una apropiación nacional. De unos poco que eran, los grupos de candombe pasaron a un centenar, y su composición social cambió. En la actualidad existen grupos en toda la ciudad, que resuena en los week-end con el estruendo de los tambores. Las organizaciones políticas negras han aprovechado este afición para entablar una lucha contra las discriminaciones raciales, utilizando para ello el candombe como instrumento político. Se han servido de esta práctica emblemática de la cultura afro-uruguaya para poner a la sociedad ante sus contradicciones: “Adoran los tambores, pero la situación de los negros no ha cambiado”. Después, el candombe fue declarado Patrimonio nacional en 2006 y añadido a la lista del Patrimonio inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2009.
A partir de esas salidas de tambores cada semana, los grupos se preparan igualmente para participar en el gran desfile anual, el Desfile de Llamadas, que se desenvuelve en los barrios históricos negros de la ciudad. Los grupos desfilan por allí con trajes y representando personajes cuya traza se remonta al siglo XIX, y que constantemente son reinvestidos de nuevas significaciones. Son tres esos personajes y se llaman el Escobero, que danza manejando con un habilidad un bastón, el Gramillero, hombre viejo vestido con un traje y una chistera, apoyándose en una caña y llevando una valija llena de hierbas medicinales, y la Mama Vieja, una mujer corpulenta y ya anciana, que agita un abanico. Estos dos últimos representan cuerpos de trabajadores, pero también cuerpos atravesados de una gran fuerza y de sensualidad. Estos personajes que yo llamo “arquetipos prismáticos”, autorizasn una multiplicidad de interpretaciones. Cristalizan diferentes momentos de la historia de los afro-descendientes en Uruguay. Pues la música y la danza no son lenguajes en sentido estricto; ellas ofrecen significaciones más densas que las del discurso.
Gramillero y Mama Vieja
Por ejemplo, los tamboreros, cuando pasan ante las ruinas de las casas de los barrios históricos negros, que fueron parcialmente destruidas en los años 1970, tocan con más fuerza. Con este homenaje, reactivan la memoria de los afro-uruguayos, una memoria singular en el espacio nacional, que pasa por el cuerpo, la música y la actuación».
Tr. Luis Alfonso Paláu, Envigado, co; diciembre 26 de 2018
Editorial
Elogio del guayabo
Los inocentes hacen la fiesta y se imaginan que ellos no experimentarán sus secuelas, que se levantarán frescos como una lechuga, y dispuestos al día siguiente. En su gran ingenuidad, ven el guayabo como una consecuencia desgraciada, negativa, del exceso. Pero la experiencia enseña que, paradójicamente, es también la resaca la deseable en la borrachera.
El primer mérito que tiene es distanciarte de los capullos, de los celosos, de los empleados modelos. No sé si lo habrás notado pero los arribistas son fáciles de reconocer: siempre están frescos y dispuestos a todo. Ya a las 8 de la mañana se agitan. Lanzan frasecitas rápidas y llenas de humor, que señalan por su presencia de espíritu (si el término espíritu les conviene), que son aptos para aprovechar la menor oportunidad, como esos idiotas que atrapan moscas al vuelo. Un buen guayabo te ahorra esas demostraciones insoportables de eficacia.
El segundo; el día siguiente de la rasca te desajusta, te inadapta, de tal manera que ves el mundo con las ventajas de la distancia tomada. Incluso los gestos más evidentes, los más triviales –como lavarse los dientes o rasurarse– toman un relieve desacostumbrado. No hay nada de maquínico en una mañana alterada por la bebida de la víspera, pero esta no es una mala noticia. Entre menos máquina seas, más humano te vuelves.
Y un logro no despreciable de la resaca es el familiarizarte con procesos de curación y de reeducación. Es verdad que un tal beneficio, para ser recibido verdaderamente, necesita el hábito frecuente de llevar el casco a punto. O por lo menos, estoy convencido que el hábito de remontar la pendiente de los terribles dolores de cabeza, del dolor generalizado por todo el cuerpo, y hacerlo en algunas horas, es una manera de reforzarse, una manera ejemplar de acostumbrarse al veneno. El que se ha familiarizado con los días que siguen a la bebeta sabrá reactivar ese proceso en caso de gripa, de calambres, de accidente. Se vuelve excelente en accionar los resortes de la curación, algo que las gentes rebosantes de salud no saben hacer, esos que se rompen al menor golpe, como porcelanas.
Pero la gran ventaja del guayabo es del orden espiritual y creativo. Al seguir a la euforia de la ebriedad, él abre a una melancolía más profunda, especie de pozo oscuro de donde se pueden extraer visiones e ideas nuevas. Aquí hay que escuchar el consejo de un conocedor en la materia, el pintor Francis Bacon, que le decía en una entrevista a David Sylvester : «A menudo me gusta trabajar enguayabado porque mi espíritu crepita de energía y entonces puedo pensar muy claramente». Esto puede parecer contradictorio, pero el pensamiento que se despliega sin encontrar obstáculos es, en el mejor de los casos, calculador o lógico; construye edificios desencarnados, fríos. Y no es así como funciona el espíritu artístico. Al contrario, éste necesita siempre según la expresión de Bacon, «desgarrar velos». Demasiados estanco de tela nos separan del mundo, de los otros y de nosotros mismos. Crear es rasgar esas separaciones. Un buen dolor de cabeza es una buena barrera interior; si el espíritu, esculcando en sus reservas secretas logra saltarlo, entonces una superación tiene lugar.
Se dice que el genio de Moisés legislador estuvo en haber instituido un día de reposo, desprovisto de servidumbres materiales, desinteresado, consagrado a la oración. Pues que así sea. Pero si yo debiera grabar una nueva tabla de la ley, recomendaría un guayabo semanal.
Prescripción por cierto bien inútil, me dirán, puesto que si no está escrita en ninguna parte, sin embargo está aplicándose por todas partes.
Jefe de redacción
Cerveza IPA. ¿de la amargura a la dulzura?
Este tipo de cerveza (que hay que consumir con moderación) habría acompañado a los conquistadores británicos por el mundo entero desde el siglo XVIII. ¿Como explicar su éxito actual en todos los bares in de Occidente?
Mi maestro Georges Devereux acostumbraba citar el caso de una mujer estadounidense que él había tratado durante algunos años en psicoanálisis por su adicción alcohólica. Su comportamiento cambiaba según lo que bebiera; cuando era champaña ella se volvía semi-mundana; con bourbon, ella se transformaba en Calamity Jane ; y si había tomado sus gin-tonics, despotricaba como una administradora de bar inglés. En una sustancia activa, añadía él, hay mucho más que moléculas. Allí se encuentran modelos sociales, divinidades y un llamado a la comunión.
¿Qué contiene la nueva cerveza que se ha vuelto furor hoy en los bares? Antes de imponerse en Europa, y especialmente en Francia, había conquistado primero los EE. UU., y luego el Canadá. Se la llamaba IPA, iniciales de India Pale Ale («cerveza rubia de la India»). Para explicar su nombre, se cuenta que en el siglo XVIII, los ingleses, buscando una cerveza que no se corrompiera por los cuatro o cinco meses de travesía necesaria para alcanzar los lugares más recónditos de su imperio naciente, la cargaban de lúpulo de propiedades bactericidas.
Probablemente apócrifo, este relato ha sido el soporte de la verdadera invención de las IPA en los años 1970 en California, cervezas con mucho lúpulo, mucho más amargas que las cervezas habituales y que dejan en boca gustos sorprendentes a caramelo, mango, banano o a cítricos… Estas cervezas emergieron por centenares y por fuera de los circuitos industriales, mezcladas por pequeños artesanos, a veces hasta por los consumidores mismos. Norteamérica le decía no a la banalidad de los pensamientos convenidos y a las cervezas de supermercado. Las nuevas cervezas acompañaban nuevas pertenencias, nuevas «tribus». Hay pues residuos de rebelión en esas bonitas botellas oblongas marcadas con tres letras, un gustillo a beat generation.
Pero es sobre todo el tratamiento de la amargura el que las caracteriza. Del latín amarus, «penoso», esta amargura produce espontáneamente las muecas del bebé. ¿Pero estamos hablando sólo del gusto? No se sabe si la amargura sólo tiene que ver con los sentidos o si ella es también un sentimiento. Esas cervezas contienen en verdad una doble proposición: la del primer encuentro, necesariamente de rechazo de la amargura, luego la del gusto azucarado que subsiste y se instala en el aturdimiento del alcohol. Ellas prometen que tan pronto Ud. supere el choque de amargura, lo único que quedará en boca será el dulzor de las frutas tropicales. De este modo ellas vienen a sumarse a la moda del Spritz, ese célebre coctel italiano a base de Campari o de Aperol, o la reaparición de los Suze y otros vermouths.
Cervezas de los tiempos morosos que hacen pensar que el restablecimiento sobrevendrá de manera natural. IPA consoladoras que prometen que a la amargura sucederá necesariamente el dulzor, convirtiendo en inútil la rebeldía contra los poderosos. Se sitúan en las antípodas de la indignación de la feroz Naomi que acusaba a Dios de haberle quitado a su esposo y a sus dos hijos: «No me llaméis Naomi [nombre que significa en hebreo «mi dulzura»], llámame Mara [«la amarga»], pues el Todopoderoso me llenó de amargura» (extraído del libro de Ruth, 1:20).
Crónica de TOBIE NATHAN
Etnopsiquiatra y escritor / acaba de publicar L’Évangile selon Youri (Stock).
Última entrega del dossier dedicado a la fiesta del Philosophie magazine, nº 125, diciembre de 2018. Tr. por L. A. Palau, Envigado, co; dic. 31 de 2018.
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