El Mirar

Mauricio Castaño H
Historiador

Colombiakrítica


La mirada despierta un mar de sensaciones tanto para llegar a afirmarse que los ojos son la ventana del alma, lo retráctil hace de los ojos un espejo que entregan el mundo a quien los mira. En el humano no hay recodo sin orificio por donde fisgonear. La casa ha de tener ventanas, balcones, antejardines para de vez en cuando poder proyectar la mirada fuera del encierro de las cuatro paredes. Con la televisión sólo baste decir que la acaparan todos los espacios, cada quien en su pasividad se hunde en consumir imágenes. Con el mirar se nutre la imaginación pero también se proporciona seguridad para darnos cuenta de que no estamos solos y que nuestra comunidad más cercana, nuestros pares culturales están allí afuera para reafirmarnos o diferenciarnos cuando así sea necesario. Incluso el balcón para la seducción como en el cuento de Maupassant en el que la respetada señora imita a la prostituta para provocar y medir sus encantos con los transeúntes y así comprobar que no está en desventaja con aquella.

El balcón es propicio para la mirada, antaño en lo colonial y luego en lo republicano un espacio creado para el descanso del esposo y más bien retirado de la demás  área  de la casa para que no  estorbara en las rutinarias labores de la dueña de casa. Si bien es una funcionalidad que separaba un área de descanso de la demás definida como doméstica que no interfiriera a la ama de casa para sus labores propias, con el tiempo tomó fuerza tanto así para representar una conexión entre el adentro y el afuera, son pocas las viviendas que no contemplan esta interfase, y a falta de un balcón, buena es una ventana que no tanto como aquel pero en algo permite aquella conexión con el afuera. Tomemos como referencia la ciudad de Medellín, incluso los pueblos antioqueños sin distinción de sus climas, en todos estos territorios encontramos balcón  o ventana que permite la mirada hacia el afuera.

El adentro y el afuera, lo público y lo privado, la calle y la alcoba familiar, esta binariedad caracteriza la vida humana. El mirar, la mirada lo expresa bien, qué se puede mirar y qué está reservado para la intimidad. Y es allí donde rescatamos aquel espacio de la casa que es una especie de bisagra, bastan tan solo unos pasos para salir de lo privado y exponerme y proporcionar una panorámica pública, en el balcón puede mirarse el horizonte y lo más próximo: la gente que pasa por las calles o que transita por las zonas que son comunes si es un conjunto residencial. Se puede objetar que cuando se mira desde la calle hacia los conjuntos residenciales verticales, en sus repetidos balcones, ni de noche ni de día, nadie está fisgoneando, a nadie se le ve allí disfrutando de su alado espacio, pero no olvidemos que dentro de la funcionalidad del espacio está considerada la sensación del cuerpo de tener ese recodo que en algún momento puede usar, incluso basta con esa sola sensación para que su espíritu esté tranquilo y no preso de la sensación de encierro, como aquello expresada por los presos que añoran tener un orificio o una pequeña salida de sus celdas a los patios aunque sea una hora para poder ver un rayo de luz en el día o en la semana, no poder hacerlo es ponerse en el desespero de la locura.

Esta es una de las funciones más expeditas del balcón, pero también pueden pensarse esas otras intangibles o que no pasan por su ocupación física que el cuerpo hace de él, nos estamos refiriendo a esa sensación del mundo romántico que añora una naturaleza ida pero que se retiene con tan sólo una macetas puestas en este espacio, además de esa sensación del afuera que proporciona el balcón, también es la posibilidad de resistirse a un mundo ya ido, el mundo rural o campesino, no llamamos natural porque estamos convencidos que aquella naturaleza virgen, intacta como suele imaginarse es tan sólo una imaginación de añoranza de mundos ya idos, pues estrictamente la naturaleza no existe sino como cultura, ella se transforma permanentemente gracias a la acción, al laboreo que hace el hombre sobre ella, vivimos o interactuamos con el entorno, esta interrelación dice de esa bina inseparable del medio y el viviente, del hombre y su accionar sobre el mundo.

Retomemos el mirar desde el interior hacia el afuera pero no ya en los conjuntos residenciales sino en los barrios en donde aún prima la vivienda de una solo planta, los barrios de casas, no de unidades cerradas. Abrimos un paréntesis en esta diferenciación entre los barrios en donde predomina la propiedad horizontal y en los que no, ello para hacer notar sus diferencias. En los barrios las casas con balcón es la posibilidad de estar congregados con su comunidad, además de echar ojo a su prole que están esparcidos en la calle detrás del balón o cualquier juego infantil. Allí el afuera está en plena actividad con la integración social, a diferencia de las unidades o conjuntos residenciales en donde el afuera está cerrado y la socialización está determinada por los que tan solo allí viven, y los espacios son precisos como la piscina o zona húmeda y los juegos de salón. Estas breves líneas para fisgonear el balcón.

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