Tecnopersonas

Javier Echeverría & Lola S. Almendros

Tecnopersonas

Cómo las tecnologías nos transforman

Primera edición: abril de 2020

© Ediciones Trea, S. L.
Polígono de Somonte / María González la Pondala, 98, nave D 33393 Somonte-Cenero. Gijón (Asturias)

Apéndice

Virus y tecnovirus

La distinción entre genes y tecnogenes puede ampliarse a otras entidades biológicas, incluyendo los virus, los cuales presentan peculiaridades biológicas reseñables dadas sus características reproductivas. Algunos de ellos pueden convertirse en tecnopersonas, y muy poderosas, cambiando radicalmente el mundo —en sentido ontológico y axiológico—. covid-19 aporta un buen ejemplo de estas grandes innovaciones, muy poco frecuentes, pero extremadamente disruptivas. Siendo originariamente una entidad biológica, el coronavirus covid-19, que no es uno, sino muchas variantes de sí mismo, ha sido implementado por diversos sistemas técnicos, tecnológicos y tecnocientíficos que han operado sobre él, desarrollándolo y convirtiéndolo en tecnovirus. Y es que el covid-19 pasó velozmente de ser un asunto de los chinos a uno biopolítico, y sobre todo tecnopolítico, marcado por una considerable incertidumbre técnica. Denominaremos a este fenómeno tecno-covid-19 para dejar claro su origen biológico, pero para marcar también sus implementaciones tecno-, que no son pocas.

Desde que en diciembre de 2019 el coronavirus fue noticia en los medios de comunicación, covid-19 devino rápidamente una entidad informacional, un infovirus. Su propagación fue insistente y masiva a través de los medios de comunicación tradicionales: radio, televisión, prensa, etcétera. En cuanto a las redes sociales, su difusión fue tan viral como controvertida. Produjo tantos chistes como dramas, conspiraciones incluidas. Como suele suceder en dichas redes, donde prima la exposición de expresión, independientemente de que se digan verdades o falsedades, todo fluye... y de cualquier manera. Algunas variantes de dicho virus informacional han sido mentalmente muy tóxicas, puesto que han generado creencias y comportamientos altamente irracionales en amplios sectores sociales. Por eso se habla de infodemia, es decir, de una auténtica epidemia informacional, que también habrá que contrarrestar. De hecho, es posible que el covid-19 muera dejando tras de sí un buen ejemplo sociopolítico de lo que puede ser la (tecno)política en los próximos años.

Ridiculizar las versiones oficiales es un oficio rentable, que aporta muchos seguidores y a veces, también, publicidad bien pagada. En esta ocasión, los infovirus basados en la propagación de falsas noticias y engañosos remedios fueron combatidos enérgicamente por poderosos sistemas de información científica y sanitaria que los gobiernos y la propia Organización Mundial de la Salud han puesto en marcha. El objetivo que querían lograr estas organizaciones era la obediencia social, e incluso la disciplina social, como el presidente del Gobierno dijo en España desde el primer momento. En todo lo referente al covid-19, mientras científicos, médicos y demás personal sanitario y asistencial trabajan a todo gas, se ha implementado un sometimiento social masivo, que se ha concretado en un confinamiento generalizado de la población. En situaciones de crisis grave, que la gente obedezca ciegamente es un objetivo per se, puesto que se trata de ordenar qué hacer y qué no hacer; de ser imperativos y sin necesidad de justificación.

En suma, el poder del Estado ha resurgido, y autoritario. Se adoptaron medidas jurídicas de excepción, penalizando cualquier forma de desobediencia y, sobre todo, presionando a las mentes para que aceptasen los datos y las explicaciones sobre la evolución y los peligros del covid-19, que bien pudo haber sido declarado oficialmente enemigo público número 1. Dichas informaciones, si bien llegan a cuentagotas dada la incertidumbre a la que están expuestos los expertos, bajan las defensas racionales atacando a las emocionales. Estas informaciones oficiales y aparentemente científicas no han resultado fiables al cien por cien. Se han ocultado muchos datos y se han impostado las actuaciones. Se ha usado un lenguaje militar, apelándose con insistencia (y sin demasiada fundamentación) a la unidad popular contra el enemigo común y, sobre todo, se han seguido al pie de la letra protocolos de comunicación (y retórica) previamente establecidos para la gestión de epidemias. En esta fase, covid-19, además de ser un virus biológico y un infovirus mediático-viral, empezó a convertirse en un tecnovirus, debido a que la implementación tecnológica y epidemiológica de su evolución se convirtió en una cuestión no solo principal, sino también tecnopolítica.

Una posible crisis de gestión sanitaria se convirtió de repente en una crisis de salud pública. Para afrontar el problema había que generar obediencia, pero también esperanza. Para ello, sin cuestionar el amparo solucionista tecnocientífico, se fueron señalando una serie de hitos tecnosanitarios a lograr: por ejemplo, evitar el colapso del sistema de asistencia sanitaria (en particular las unidades de atención intensiva) y luego ir llegando al punto de inflexión de las curvas de contagio y fallecimientos, las cuales pasaron a convertirse en la auténtica representación tecnocientífica del virus y su expansión. Así, en términos más populares, se puso como objetivo inicial —mantra durante semanas— de llegar al pico de la curva, identificado imaginariamente con el cénit de la infección, una vez que esta había sido reducida (o más bien traducida) a datos sanitarios oficiales. Esta nueva fase del tratamiento del fenómeno covid-19 ha sido, a nuestro entender, muy significativa. A impulsarla se han dedicado los principales poderes tecnoadministrativos de los Estados, con la inestimable colaboración de las industrias mediáticas (sobre todo comunicativas), los poderes financieros (entre las que no dejan de crecer las BigTech), las fuerzas de seguridad, los partidos políticos e incluso los movimientos sindicales, sin perjuicio de que todos ellos hayan seguido compitiendo entre sí por obtener su cuota respectiva de visibilidad tecno-política.

Tecno-covid-19 ejemplifica bien al tecnopoder sanitario- sanador en su ejercicio actual, el cual va mucho más de las cuestiones de salud ciudadana, porque implica otras tecnologías, no solo las biosanitarias. El covid-19 no es simplemente biológico, tampoco biopolítico: es un tecnovirus que invade y contagia las mentes a través de las emociones, generando un estado unitario de creencias que se sostiene en un pánico directamente proporcional a la incuestionable fe en el sistema tecnopolítico. Apelar a la unidad siempre es un buen recurso cuando el (des)equilibrio de poder está en juego: por ello muchas informaciones han estado contaminadas por otro tipo de objetivos a lograr, relativos al control y al dominio de las poblaciones.

Desde el primer momento que el covid-19 se tomó en serio —y comenzó a gestarse el tecno-covid-19— el control social fue el objetivo diana, así como impedir una ola de pánico social incontrolable (y por ello desfavorable) de la que hubo algunos pequeños síntomas; por ejemplo, el temor al desabastecimiento. Por ello, en España, nos quedamos sin mascarillas —y sin papel higiénico, que también dice bastante—. Para asumir dicho abastecimiento se asumieron enormes costes a cargo de los presupuestos públicos con el fin de lograr un objetivo estratégico: generar una alarma social controlada, a la que por nuestra parte denominamos tecno-covid-19 por ser parte de la infodemia antes mencionada. A partir de ello, la gestión de las informaciones sobre la evolución de covid-19 pasó a estar basada en estrategias de política económica y laboral, sin olvidar el papel desempeñado a fuerza de decreto por las fuerzas militares y policiales, que vinieron a añadirse a los heroicos profesionales de la Sanidad, que, a fin de cuentas, son quienes han soportado los mayores costos de dicha política de alarma sanitaria, muertos incluidos.

El estado de alarma sanitaria siempre ha mostrado en España la connotación subyacente de parecerse a un estado de guerra. El jefe del Alto Estado Mayor no se privó de decir, haciendo gala de una retórica militarista, que «todos somos soldados que luchamos contra el virus». La alarma general se convertía así en movilización general:

 #EsteVirusLoParamosUnidos (propaganda, descaradamente, incluida) en la sección de Twitter del gobierno español. Esta situación ha sido ideal para quienes entienden la política como una acción de mando, uniformización y dominación de la ciudadanía. Tendencias dictatoriales también surgen en las democracias, con el riesgo de generar epidemias políticas que parecen estar cogiéndole el gusto al autoritarismo propio del país origen de la pandemia.

Paralelamente a esas estrategias basadas en gobernanzas tecnocientíficas, las cuales han sido gestionadas por expertos en el oficio, las diversas administraciones fueron tomando medidas jurídico-políticas cada vez más radicales para confinar a los ciudadanos en sus casas, con el objetivo declarado de menguar el contagio, ya que impedirlo era imposible, pero con la finalidad última de unir y disciplinar a la ciudadanía. En conjunto, cabe decir que a covid-19 se le han aplicado protocolos de acción tecnocientífica y (tecno)politológica muy estrictos. Se ha partido de modelos epidemiológicos contrastados en pandemias anteriores, pero se ha ido mucho más allá, dada la envergadura de la epidemia vírica, así como de la infodemia comunicacional. El tecnopoder sanitario y biomédico ha mostrado toda una parafernalia de objetos presuntamente salvadores: mascarillas, guantes, normas de distanciamiento, aislamientos estrictos, cuarentenas, equipamientos de protección, paracetamoles, respiradores, ucis, hospitales improvisados financiados por grandes entidades económicas, etcétera. Todo ello sin perjuicio de que haya habido insuficiencias significativas a la hora de proporcionar esas ayudas, así como tensiones internas entre agentes claves, siempre celosos de sus respectivas autoridades, competencias y ámbitos de gobierno. En suma: la entidad biológica inicial, covid-19, se convirtió a las pocas semanas de llegar a Europa en un complejo problema tecno-social-sanitario- informacional al que conviene denominar tecno-covid-19, precisamente para dejar claro que lo que fue una mutación biológica se ha convertido en un conjunto de innovaciones tecnosociales disruptivas, cada una de ellas conflictiva por sí misma. Baste pensar en los diez mil muertos y en las más de trescientas mil personas que se han ido en España al paro durante el mes de marzo, y por un número no prefijado de semanas. Son los Estados quienes han convertido al virus en un sistema de tecnovirus sociopolíticos, más allá de la infotoxicidad de muchas informaciones falsas. Tecno-covid-19 no se reduce, por tanto, al conjunto complejísimo de informaciones y datos sanitarios que han sido masivamente difundidos en relación con el coronavirus, sino que también incluye diversos sistemas de disciplinamiento social que, siguiendo el paradigma chino, han sido puestos en funcionamiento para impedir la expansión del virus, la cual, sin embargo, se ha seguido produciendo en términos económicos, y a ritmo acelerado.

covid-19 se ha propagado masivamente por el planeta, contaminando y enfermando organismos; pero mucho más se ha expandido tecno-covid-19 a través de las mencionadas implementaciones tecnológicas y tecnocientíficas cuyos agentes han sido los gobiernos. En conjunto, hemos asistido a un retorno del poder estatal, pero de un poder tecnocientíficamente fundamentado, sin perjuicio de que las agencias policiales y militaristas se hayan mostrado una y otra vez, amenazantes.

Para terminar estas breves reflexiones sobre el coronavirus y sus tecnoderivados, diremos que, por pasos sucesivos, covid-19 se está convirtiendo en una tecnopersona, a la que se le pueden aplicar muchas de las reflexiones presentadas en este libro. Se trata de una tecnopersona que se ha instalado viral y profundamente en el imaginario social de nuestro tiempo, del cual no será desalojada, por mucho que la pandemia sea controlada e incluso desaparezca. Tecno-covid-19 conforma ya la memoria —y el ejercicio del poder— de nuestra época. Sin embargo, no es frecuente que un virus se convierta en tecnopersona. Veamos brevemente cómo ha ocurrido esta mutación bio- y tecnopolítica.

Centrándonos en la versión española de tecno-covid-19, conviene recordar que el Reino de España declaró a mediados de marzo de 2020 el estado de alarma, que va más allá del estado de excepción sin llegar a la declaración del estado de guerra. Los mercados bursátiles reaccionaron como suelen hacerlo ante cualquier crisis: en solo dos semanas se dejaron un 40 % de su presunto valor, dejando clara la ansiedad y falta de solidez de las valoraciones bursátiles. Interesante fenómeno, por cierto. Un nuevo virus ha puesto en evidencia la ficción profunda que sustenta a dichos mercados, cuyos datos y ratings suelen ser proclamados por sus voceros como la obje- tividad por antonomasia, a la que todos hemos de atenernos.

El Gobierno de la Nación asumió su rol de mandamás con pasión y declaró una especie de parón económico en el que el Reino de España ha quedado al borde de la ruina, aunque sin acabar de derrumbarse, quizá porque muchos agoreros ya lo habían hecho desaparecer maliciosamente por otras razones electoralistas, más de una vez. Por sorpresa, de repente ha emergido un Estado que ordena y manda y cuyos parlamen- tarios (tan perdidos como interesados) declararon un Estado de Alarma, medidas radicales casi por unanimidad, con pocas abstenciones. Lo que era un Estado en crisis deviene, de golpe, un Estado Unido (por el enemigo común: covid-19). Solo por eso habría que condecorar al coronavirus. Pero lo importante es que, cuando sucede algo así, es porque covid-19 se está convirtiendo en un tipo singular de tecnopersona, que no es de carne y hueso, sino pura representación tecnológica y mediática —esto es, electoralista y politizante—, la cual cumple su función unificadora disciplinar.

Mas volvamos a la economía. Los (des)equilibrios previamente existentes en los mercados se han roto, aunque el Banco Central Europeo, siempre vigilante, parece dispuesto a mirar a otro lado y otorgar una moratoria económica, durante la cual se ejecutarán protocolos de crisis que nadie cuestionará, en base a un objetivo común compartido por todos o casi todos: salir de la crisis. Ya se han producido grandes pérdidas y en breve vendrán ruinas de empresas presuntamente sólidas, cuyas actividades se han parado e incluso volatilizado. El tecnovirus, en su dimensión económica, va a convertirse en la innovación disruptiva dominante en los próximos meses.

Los portavoces gubernamentales, empresariales y sindicales no se han privado de decir que estamos en guerra contra el coronavirus. De esta manera, han dado un paso decisivo hacia la tecnopersonificación social de dicha entidad, (construida y) declarada por fin como el enemigo común y por ello máximamente existente. Rápidamente se ha diseñado una visualización para el virus, hoy en día ampliamente interiorizada por la población. Por cierto, su imagen tecnosocial es notable, bien buscada para una tecnopersona viral e (in)deseable. Está claramente inspirada en iconologías de extraterrestres, ya utilizadas desde hace tiempo en relación con bacterias y virus por la publicidad de la industria farmacológica. De esta manera, el nuevo monstruo ha pasado a formar parte de la iconografía mediática de nuestro tiempo. Así, covid-19, además de ser un tecnonombre consolidado, ha pasado a tener una tecnoimagen propia. Lo que el virus sea realmente en las pantallas de los microscopios médicos poco importa. Tecno-covid-19 ya tiene una imagen social propia, ciertamente no humana, pero no por ello menos personalizada (y politizada). Solo le falta hablar, y tarde o temprano romperá a hacerlo. Algunos humoristas españoles, siempre intuitivos, dieron de inmediato ese paso y le prestaron su imagen y su voz en televisión al tecnomonstruo, presentándolo en familia.

Obviamente, conviviremos largo tiempo con la innovación tecnocientífica tecno-covid-19 (surgirán mejores nombres). El tecnocoronavirus ha venido para quedarse y habremos de aprender a convivir con él y su compleja cohorte.

Terminaremos este breve comentario por donde empezamos, aludiendo a la condición tecnogenética de los tecnovirus, que es perfectamente compatible con su dimensión tecnopersonal. Varios laboratorios dicen haber secuenciado genéticamente por completo a covid-19. Satisfacen así otro de los imaginarios tecnocientíficos de nuestro tiempo: si conocemos el genoma, conocemos la identidad profunda. Este aserto es profundamente falso, pero su condición fake poco importa para un tecnosistema de producción tecnocientífica que busca ante todo financiación para investigar e innovar, sin medir riesgos ni costes humanos. Y es que, no olvidemos, el hermano del covid-19, el sars, lleva cobrándose vidas desde 2003 —aunque no europeas o estadounidenses—. covid-19 no es un virus, sino una compleja secuencia de mutaciones y adaptaciones al entorno, cada una de las cuales se manifiesta de una manera u otra en función de las circunstancias y del estado de los organismos a los que infecta. Parafraseando a Ortega y Gasset, el virus es el virus y sus circunstancias. Dicho de otra manera: bajo el tecnonombre covid-19 hay cientos y miles de cadenas genómicas, no una sola. Pero las creencias son las creencias, sobre todo cuando son imperativas, y para que el coronavirus se convierta en una tecnopersona investigable es preciso atribuirle una identidad única, en este caso genómica. Varios de los tecnovirus hasta ahora mencionados, aun siendo ficciones sociales y económicas, contaminan las mentes. Esa es la clave. Los tecnovirus generan diversos tipos de males, más allá de los males físicos y orgánicos que, conforme a su naturaleza plural, el propio virus genera. Por eso conviene distinguir en términos generales entre naturalezas y tecnonaturalezas, no solo entre personas y tecnopersonas, ni entre virus y tecnovirus.

Llegamos así al momento final, hoy por hoy, del proceso de construcción de la identidad tecnopersonal del tecnovirus: consistiría en inventar y patentar una vacuna que pudiera ser preventiva para el futuro, dado que el coronavirus se va a quedar previsiblemente entre nosotros, haciéndose estacionario (y posiblemente autóctono de no pocos agentes e intereses). Los principales laboratorios de investigación biofarmacológica están impulsando a marchas forzadas (y a costa de los recortes en financiación pública en ciencia base en el caso español) líneas de investigación que lleven a posibles vacunas, habiéndose desencadenado una feroz competencia entre muchas grandes empresas del sector, destacando las chinas y estadounidenses.

La historia de la tecnociencia de finales del siglo xx ya estuvo marcada por esas tremendas competiciones tecno-científicas, de las que el Proyecto Genoma fue el ejemplo canónico en los últimos años del pasado siglo. El logro de la vacuna será un gran éxito para el laboratorio o consorcio triunfador, pero siempre que sea patentable a escala global, lo cual compensaría las inversiones realizadas en I+D y, sobre todo, garantizaría pingües beneficios (económicos y políticos) a quienes hubiesen invertido fuertemente en la empresa ganadora de la competición por dominar a covid-19. Con- viene mantener la atención volcada en el papel de la Organización Mundial de la Salud al respecto. También valdría patentar algún otro remedio o paliativo farmacológico que menguase los efectos destructivos del virus en los organismos humanos, fuese vacuna o no. Cuando ese paso se dé, y pensamos que antes de fin de 2020 año estará dado, se habrá consolidado la tecnopersona vírica de la que hablamos. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que, a partir de ese mo- mento, el fragmento de coronavirus que forma parte todavía de una naturaleza indómita habrá sido domeñado y no solo tendrá propietario: también explotadores (y explotados). Las tecnociencias a las que estamos aludiendo son tecnociencias de control y dominación tecnopolítica. Su primer objetivo es impedir los efectos del virus —sobre todo por sus consecuencias socioeconómicas—, pero el segundo, y más importante, consiste en controlar y determinar los comportamientos humanos. Una vacuna patentada equivaldría al dominio de una parcela más de la naturaleza, por una parte, pero, sobre todo, acarrearía cuantiosos beneficios en los mercados mundiales de fármacos.

Una vez patentada la vacuna anti-covid-19, buena parte del virus —la principal de hecho, por su poder— pasaría a ser propiedad de la empresa patentadora, la cual sería la que más conocimiento/poder habría mostrado tener sobre el coronavirus. covid-19 llegará así a tener una cierta personalidad jurídica y mercantil, a través de los propietarios de las patentes relacionadas con él, que normalmente serán más de una. Dominar tecnocientíficamente covid-19 tiene una segunda cara, que es la clave del negocio: apropiarse y patentar el conocimiento relevante sobre el virus y sus diversas variantes. Cuando sea dado de alta en alguna Oficina de Patentes de ámbito mundial, el virus habrá pasado a ser plenamente tecnopersona vírica. ¡Ojalá esas patentes fuesen con licencias Creative Commons, o similares! Pero es poco probable que eso ocurra. El negocio futuro implica millones y, sobre todo, una gran batalla por el poder tecnopolítico a escala global.

Pues bien, precisamente por esta vía, propiamente tecnocientífica, es por la que tecno-covid-19 podrá consolidarse como auténtica tecnopersona en el tercer entorno: junto a nosotros y a las demás tecnopersonas. Para ello no es indispensable la vacuna, sino ante todo las patentes. Por el hecho de ser una tecnopersona vírica, no deja de tener validez la regla fundamental de la capitalización tecnopersonificadora de la tecnociencia. A partir de ese momento, tecno-covid-19 será otra tecnopersona más. Estará entre nosotros. ¡Ojalá que nuestro sistema inmunológico mental y emocional se haya fortalecido para esa convivencia futura con la infodemia, más allá de la pandemia!

Javier Echeverría y Lola S. Almendros

3 de abril de 2020

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