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Somos lo que hacemos, nos exteriorizamos en la obra realizada, ella nos devela más de lo que creemos. Lo subjetivo contiene al sujeto y al objeto, uno y otro son indisociables. El adentro se manifiesta en el afuera (exología). Todo el tiempo nos estamos expresando en lo que hacemos, incluso cuando callamos hablamos con la punta de los dedos. El habla, las palabras alojan el inconsciente y sirven como pantalla para ocultar lo que no se quiere develar, pero mientras más nos ocultamos, más nos develamos: “... el inconsciente se aloja en la palabra, como en nuestros gestos, lo que creíamos haber sellado o rodeado de una barricada.” Sigue Dagognet: la palabra secreto ha dado la de “secreción” y la de “secretariado”, lo que significa la cima de la “exteriorización.” "ser no es replegarse sobre sí mismo, ni retirarse, sino afirmarse y exhibirse. Por esto 'el cuerpo' reviste tanta importancia."
La subjetividad, lo subjetivo no deja de llamar la atención. Francois Dagognet dedicó un libro bajo el mismo título, traducción inédita al español por Luis Alfonso Paláu. Esta reflexión se inspira en él, en su introducción (p. 1-6). En primer lugar, lo subjetivo es bien distinto a lo que la tradición filosófica nos ha enseñado que comporta un encerramiento del yo, que comprende lo solo mental disociado o divorciado del afuera, de la materia que lo circunda, que lo expresa haciendo que prevalezca la dictadura del cogito, el culto al yo.
Nos exteriorizamos en la obra realizada: “A decir verdad, “el sujeto” se sitúa en el objeto en el sentido amplio y todo lo que lo rodea –tanto la conducta como el lenguaje, las herramientas, las instituciones– pero el filósofo cree poder entrar directamente en el universo del pensamiento (el cogito) sin enterarse de que éste sólo trabaja en construir y en irradiar.” De allí que lo oscuro y las profundidades sólo sirven para confundir: el dualismo lleva a la perdición, al desastre: “Se trata ante todo de combatir el dualismo y de acoplar lo real con lo conceptual.” “...No dejamos de estar en consonancia con la bella anotación de Régis Debray: “Alojar lo mental en la mens es un viejo defecto, mientras que él habita en nuestros usos, nuestras herramientas, nuestras prácticas” (Les Diagonales du médiologue. Transmission, influence, mobilité. Bibliothèque nationale de France, 2001, p. 68).
En consecuencia, el yo va anudado con lo que construye, el Ser y Tener son indisociables, nos expresamos en todo momento, todo el tiempo en lo que hacemos, ver una casa, una vivienda: es el propio universo de cada quién, cada objeto, él mismo como su disposición devela el espíritu de quien la habita.
Dice Dagognet sobre los que se ocupan de inventariar la cultura, los rastros existenciales: “Ya los francotiradores de la cultura –los etnólogos, los antropólogos, los sociólogos, los historiadores– no se han equivocado en esto: qué buscan reunir como testimonios de una civilización sino es las herramientas donde se inscriben la habilidad y la astucia, las obras de arte que encierran las aspiraciones, los materiales mismos que traducen las capacidades evolutivas de los que los manejan (han reconocido los metales a la vez resistentes y dúctiles, y al fuego como favoreciendo su dominio puesto que fluidifica el hierro o endurece la tierra, la arcilla).”
Las cosas, las simples cosas tan vilipendiadas, menospreciadas, resultan tan importantes al punto de expresar nuestra existencia, nuestro ser, nuestra subjetividad, nuestro yo. La materia, lo realizado, la obra nos expresa mucho mejor que lo sólo verbal que tamiza u oculta lo que no quiere mostrar: "Nosotros estamos en medio de las cosas. Y cuando esta subjetividad se pone a tomar el arriba y a hundirnos, nos deslizamos hacia la confusión y pronto hacia la demencia. Por esto el psiquiatra le aconseja al paciente frecuentar el taller (la ergoterapia), de ejercitarse en el manejo de las herramientas, de interesarse en los materiales (el hilo, la madera, el papel) que deberían satisfacer su tacto, sensible a su contextura.” “... A falta de otros medios, la psiquiatría puede impedir (farmacológicamente hablando) la auto comunicación, o el falso diálogo de sí consigo mismo; para este efecto, cierra los circuitos (intra neuronales). Extenúa el desbordamiento interior.” (Recordemos la ritalina, conocida como la droga de la obediencia).
En el kantismo se halla lo trascendente, el yo encerrado despreciativo del afuera, desvinculando el ser de las cosas: "El kantismo habría de mostrar cómo la experiencia (el afuera) venía a acomodarse en los cuadros a priori; lograba reconciliar las dos corrientes –lo dado y lo construido (por esto la síntesis a priori) aunque el uno esté enteramente sometido al otro–. La introducción a la Crítica de la razón pura reconocía esta hábil y aparente mezcladura: “Podría ocurrir que nuestro mismo conocimiento empírico fuera una composición de lo que recibimos mediante las impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer produce (simplemente motivada por las impresiones exteriores) a partir de sí misma. En tal supuesto, no distinguiríamos esta adición respecto de dicha materia fundamental hasta tanto que un prolongado ejercicio nos hubiese hecho fijar en ella."
El sujeto se exterioriza en las cosas que fabricamos y que llevan nuestra impronta, por ello Dagonet hablará de las cosas, de los bienes y de quién los arbitra y garantizará el justo reparto, esto es, el Derecho. Otro tanto sucede con la producción denominada Economía (los excedentes) y en las sensaciones concretadas en el Arte. "Por lo demás la objetología (el interés mostrado por los objetos) debe ser concebida en lo que ella es: nada menos que una máquina de guerra contra las pretensiones de un pensamiento que se denomina autónomo y soberano." Estas palabras nuestras, tan sólo pretenden motivar la lectura de nuestro maestro Dagognet.
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