El neoliberalismo Descuida la Vida

Alain Supiot, entrevista realizada por Jean-Marie Durand y publicada el 31 de agosto de 2022


Tomada de: Magazine Philosophie. septiembre 2022

Traducción de Luis Alfonso Paláu C


Alain Supiot: “El neoliberalismo descuida la parte de incalculable que tiene la vida humana”

Alain Supiot, entrevista realizada por Jean-Marie Durand y publicada el 31 de agosto de 2022


Alain Supiot publicó recientemente dos libros importantes, La Justice au travail (Seuil♣♦) y Lettres à l’auteur des lettres persanes (Points♠♥), que sintetizan años de investigación sobre las derivas contemporáneas de la justicia social, encarnadas en eso que él llama la «gobernancia por los números».  Saludando la parte que de incalculable tiene la vida humana y los saberes de la experiencia, que los gobiernos contemporáneos han abandonado en provecho de la fe en el orden espontáneo del mercado y de la competencia, Supiot invita a releer a Montesquieu y a otros pensadores para reactivar la idea de una justicia mundial que repose en la cooperación entre pueblos e individuos ricos de sus diferencias, interdependientes... frente al aumento de los riesgos ecológicos, tecnológicos, sociales y sanitarios.

Sus investigaciones♦♠ han puesto de presente hasta qué punto el Estado social, invención de los países democráticos en el siglo XX, ha sido atacado desde hace cuarenta años por “la gobernancia por los números”, es decir por la fe en el orden espontáneo del mercado♥♣.  ¿Podría recordarnos los principios directores de dicha gobernancia?

Alain Supiot: Ella es el último avatar de la fe cientificista que –en sus dos variantes capitalista y comunista– ha dominado el mundo en los últimos dos siglos.  Al identificar razón y cálculo, esta fe embarcó a los hombres y a la naturaleza simplemente como objetos, vueltos administrables y manipulables a partir del descubrimiento de las leyes inmanentes que dicen regirlos.  El conocimiento de tales leyes haría progresivamente superfluo el debate político, puesto que a término habría que confiar por entero el poder a los técnicos, que intervienen «a la manera de un relojero que aceita los rodamientos de un reloj».  Esta metáfora es empleada por Friedrich Hayek, el más brillante teórico del neoliberalismo, para describir la misión de los dirigentes al servicio del «orden espontáneo del mercado».  Pero ella también hubiera podido ser utilizada por Lénin, dado que el reino del socialismo científico debía conducir a reemplazar a los hombres políticos por ingenieros.  La diferencia radica en que la planificación soviética contaba con cálculos de utilidad colectiva efectuados por una instancia «científica» centralizada (el Gosplan), mientras que el neoliberalismo cuenta con el ajuste mutuo de partículas contractuales animadas por el cálculo de su interés privado.  Diferencia cualitativa desde el punto de vista normativo, pues se pasa así del gobierno a la gobernancia, es decir a un orden espontáneo, cuyo buen funcionamiento es los «dueños de los relojes».

Antes que referirla a los números ¿qué palabra preferiría utilizar Ud. para referirse a una gobernancia justa y razonable, respetuosa de nuestros derechos?

¡Yo abandonaría completamente la «gobernancia»!  Usaría más bien gobierno, un gobierno que reanude con el sentido político de la parte incalculable de la vida humana y con los saberes de la experiencia, y que sólo un régimen realmente democrático permite tener en cuenta en su infinita diversidad.

Ud. recuerda que en Francia la justicia social se edificó sobre tres pilares que hoy son atacados: los servicios públicos, la Seguridad social y el derecho del trabajo.  Pero después de cuarenta años ¿no será que el giro neoliberal llegará al final de su ciclo?

Quien no es capaz de ponerse límites a sí mismo está condenado a encontrar por fuera de sí su límite catastrófico.  Y esto vale para los Estados o para los imperios como para los individuos.  Evidentemente que es con este límite con el que se topa el neoliberalismo, cuya característica es la de tomar por realidades las tres ficciones fundadoras del capitalistmo, las que señaló Karl Polanyi (1886-1964) en La Grande transformation (1944) <Polanyi.  La gran transformación.  Buenos Aires: Quipu editorial, 2007.  https://resistir.info/livros/la_gran_transformacion.pdf >.  Ellas consisten en tratar la tierra, el trabajo y la moneda como si fueran mercancías.  Ahora bien, estas ficciones sólo se sostienen si están respaldadas por dispositivos jurídicos (derecho del medioambiente, derecho social y derecho monetario respectivamente) que son los que protegen el tiempo largo de la vida humana de los embates del tiempo corto de los mercados.  Pero vistos a escala nacional, estos puntales jurídicos del capitalismo han sido metódicamente socavados por la globalización desde hace cuarenta años; a esto se debe la repetición y el aumento en poderío de las crisis ecológicas, sociales y financieras que sacuden periódicamente el mundo desde fines del siglo XX.

Cuando era ministro de economía, Emmanuel Macron invitó a la juventud a que se volviera multimillonaria ….  ¿Es este un signo de cinismo?  ¿O ve Ud. aquí una profunda convicción alejada del “bien-estar común”, motivo que atraviesa todo su trabajo <el de Supiot>?

Ah, no me parece que exista aquí ningún cinismo sino más bien la expresión casi ingenua de la fe de Macron en el dogma primero del catecismo económico profesado desde hace dos siglos: la conversión providencial de la codicia privada en virtud pública.  Un tal credo desacredita de entrada la «renuncia a sí-mismo, que siempre es algo que requiere esfuerzo» y la «preferencia continua del interés público al suyo propio» en el que Montesquieu veía las condiciones primarias de un régimen republicano.  Proponer el enriquecimiento como ideal a la juventud hubiera parecido repugnante a los inventores griegos de la democracia, y por entero contrario a su concepción de la paideia (παιδεία), de la educación entendida –y cito al historiador Moses Finley– especialmente como «el desarrollo de las virtudes morales, del sentido de la responsabilidad cívica, de la identificación consciente con la comunidad, sus tradiciones y sus valores».  Ahora bien, en la actualidad no es a un desarrollo de este tipo al que aspiran numerosos jóvenes, más sensibles al porvenir del planeta que al de su cuenta bancaria.  Conscientes de la sinsalida en la que nos ha metido la sobreexplotación de los hombres y de la naturaleza, ellos reanudan con los ideales de una vida frugal.  El remake presidencial de la consigna luis-filipense «¡Enriqueceos!» debe parecerles cursi, cuando no ¡irresponsable!

Ud. está invitando en su ensayo a “volver a encender las Luces”.  ¿Cuál fue la gran promesa de esa Ilustración que se trataría de reactivar hoy?

El común denominador de todas las diferentes filosofías que se encuentran en las Luces se encarna sin duda en la invitación lanzada por Kant a atreverse a pensar por uno mismo (¡Sapere aude!)  y a pasar así por la criba de la razón a todos los dogmas recibidos por una sociedad dada en un momento dado. Como lo notaron Tocqueville o Comte, esto no quiere decir que una sociedad pueda prescindir de fundamentos dogmáticos, sino que es posible siempre cuestionarlos y llegar hasta adoptar nuevos.  «Todas las veces que se ha necesitado verdaderamente actuar, así sólo fuera para destruir», escribe Auguste Comte, los pueblos «han sido llevados inevitablemente a dar una forma dogmática a ideas puramente críticas en su esencia».  Tal fue la obra de las revoluciones norteamericana o francesa, que han proclamado algunas de las «verdades evidentes por sí mismas» que continúan imponiéndosenos; por ejemplo que «los hombres nacen y no dejan de ser libres e iguales en derecho» o que «las distinciones sociales sólo pueden estar fundamentadas en la utilidad común».  Pero esta fe en la razón humana explica también por qué hubo tantas Ilustraciones con puntos de vista divergentes.  Dany-Robert Dufour ha podido establecer así la oposición entre por una parte las Luces alemanas, fundadas sobre el imperativo categórico kantiano de nunca tratar al hombre como un medio sino siempre como un fin, y por otra parte las Luces escocesas, según las cuales la búsqueda por parte de cada uno de su vicio privado era la vía para asegurar la prosperidad pública.  Heredera de la Fábula de las abejas de Mandeville, esta fe en las virtudes providenciales del egoísmo había sido criticada desde 1721 por Montesquieu que, en sus Cartas persas, le replicó con su Historia de los Trogloditas, ese pueblo imaginario, que muestra que la adopción del «cada uno para sí» conduce a la ruina.  , Podría también señalar como ejemplo el origen contractual de la sociedad, postulado por todos los otros autores de la Ilustración, pero de lo que se burla Montesquieu o Giambattista Vico, para quienes el primer lazo social es evidentemente la filiación.  O también las fuertes críticas hechas por Condorcet al establecimiento que hizo el El espíritu de las leyes de la diversidad y de la relatividad de las leyes humanas. Según Condorcet, si la razón es una, las leyes deben ser las mismas por todas partes …  En todos estos puntos, han sido las tesis de los adversarios de Montesquieu las que se han impuesto con la globalización: primacía de la competencia sobre la cooperación; contractualización de todo lazo social; uniformización del mundo.  Pero es Montesquieu quien tenía razón, y es por esto que incito a que se lo relea, para poder cuestionar la dogmática neoliberal.  Un primer paso en este sentido sería reanudar el arte de la controversia, el que –según expresión de Montesquieu– no consiste en «tirar al suelo», sino en «pensar diferentemente para llegar a pensar lo mismo».

Sus investigaciones convocan las obras de muchos filósofos clásicos (Rousseau, Montesquieu, Bergson, Weil…) pero también de autores más contemporáneos.  Según Ud. ¿qué es lo que reúne a todos esos pensadores, y cómo es que sus ideas <de ellos> en el mundo contemporáneo?

Alain Supiot: También puede mencionar a Vico, a Valéry o a Pierre Legendre, que como Montesquieu fueron primero juristas.  Pensé en volver a publicar en la edición del tricentenario de las Cartas persas el prefacio que Paul Valéry redactó en 1925.  Un texto de asombrosa inteligencia, cuya lectura debería ser aconsejada a todo espíritu deseoso de ¡comprender el fenómeno institucional!  Todos los autores que ha citado han explorado, cada uno a su manera, la naturaleza bidimensional del ser humano.  Este «animal simbólico», como lo califica Ernst Cassirer, debe poner de acuerdo las dos dimensiones en las que se despliega toda vida humana: por un lado la finitud de su vida biológica y social; y por el otro la infinitud de su universo mental.  Y esto no es asunto fácil puesto que «el mundo mental miente monumentalmente» como lo anotó un día Pierre Dac (¡un filósofo desconocido!).  Por esto ¡el pie fue el primer órgano filosófico!♦♠  Pues para sobrevivir con la cabeza en el cielo de las ideas, nuestra especie bípeda no debe dejar de tener los pies en lo real.  Excepto que vayamos a delirar, riesgo propio de los animales desnaturalizados que somos ¡y al que están expuestos particularmente los intelectuales!  El punto en común de todos los autores que hemos citado está en que cada uno a su manera, ha aclarado el asunto de la institución de la razón, algo que no es un hecho de naturaleza sino una conquista siempre frágil.  Este era el sentido profundo de la misión del institutor, que sólo es tutor el tiempo que se necesite para enseñar a sus alumnos a liberarse de toda tutela y a vivir libres y responsables.  La supresión de este título profesional es un síntoma, entre muchos otros, de la pérdida de comprensión de lo que quiere decir instituir la vida humana.  A grandes rasgos, están por un lado lo que sólo ven en el hombre un animal como cualquier otro, poseídos como están por lo que mi colega biólogo Alain Prochiantz llamó «el extraño furor de ser mono».  Y por el otro lado los que, a nombre de la arbitrariedad del signo, creen posible despedirse de lo real y escapar de toda determinación biológica…  Son posibles síntesis entre estas dos tendencias delirantes, como la que llevó a congelar el cadáver del gran Lenin a la espera del día en que los progresos de la ciencia permitieran volverlo a la vida.

Ud. dice que la justicia social sólo podrá desarrollarse por la vía de la “mundialización”, es decir por medio de solidaridades nuevas tejidas entre las naciones.  ¿Le parece que vamos por buen camino?

Las fuerzas entrópicas de la globalización continúan prevaleciendo, con su cortejo de crisis que se repiten y con furores identitarios, cuya última manifestación es el regreso de la guerra a Europa.  La globalización mercantil es el vientre fecundo de las obsesiones identitarias – no hay pues nada que escoger entre las dos.  Para escaper de esta falso dilema entre uniformización y tribalización de la humanidad, habría que tomar en efecto la vía de una verdadera mundialización que, conforme a su sentido etimológico primario, reposaría en la cooperación, y no en la competencia entre pueblos e individuos ricos de sus diferencias, pero más que nunca interdependientes ante el aumento de los riesgos ecológicos, tecnológicos, sociales y sanitarios.  Es verdad, como lo anotaba Stefan Zweig, que «cuando las banderas se despliegan, la inteligencia está en la trompeta».  Esta lúcida constatación da buena cuenta del estado actual del debate público y mediático.  Pero también puede entenderse como una invitación a no ceder ante las trompetas y a pensar el mundo tal cual es y tal cómo él podría y debería ser.  ¿No es acaso esta la primera tarea de la filosofía?

Traducido por Luis-Alfonso Paláu C., Envigado, co, septiembre 2 de 2022.

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