Historiador
Colombiakrítica
Somos hijos del tiempo, somos un pliegue gramatical, el tiempo que nos vive. Poco a poco se rompe con pequeñas costumbres para luego devenir grandes cambios sociales que apenas sí se notan. Hoy todo el mundo habla del amor dando por supuesto un sentimiento por lo menos sublime, dejando por fuera el otrora amor por alianzas económicas y de poder, que en época de reyes y de coronas bien se puede apreciar; el amor romántico de Romeo y Julieta es mucho después. Aunque el amor hoy sigue siendo una transacción comercial simulada por una especie de amor romántico. Quien se casa, tiene casa y costal para la plaza, para la merca. Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana. Recordemos mínimo los tres tipos de amor: Eros, Ágape y Philia. Amor pasional, Fraternal, filial.
Igual sucede con esa transición del mundo feudal hacia el burgués, transición del campo hacia la ciudad. Tantas cosas, tantas prácticas que se fueron cambiando poco a poco sin que siquiera se notaran, todo se va dando a los propios ritmos que le imprime la cultura, sus propios individuos y por supuesto, muchos de estos cambios son motivados por transformaciones ajenas a la voluntad humana.
Por ejemplo, la ciudad concentra la producción, los recursos y la población, y para ello tiene que diseñar el espacio con un entramado, una red de vías para que todo fluya. En sí, es una configuración material y espiritual del territorio y de la sociedad. Estos cambios son perceptibles en la creación estética, por ejemplo, la serie inglesa Downton Abbey o muchos novelas literarias, reflejan esa transición del mundo feudal al mundo burgués, ese cambio notorio de la mera funcionalidad de la subsistencia por elevarse hacia los sentimientos estéticos de la vida, dejarse, entregarse a experiencias sublimes casi que místicas en el sentido de superar lo obvio más allá de lo racional, más allá del mundo como mera despensa para la depredación. Así la música, la pintura, el arte en general permiten una experiencia más allá de la mera existencia.
Estos cambios, estás transiciones no son de golpe y porrazo, son paulatinas. Sabido es que las figuras de papá y mamá son pilares fuertes de toda sociedad, y en el mundo feudal mucho más, el hijo más seducido por el mundo urbano trenza una batalla nada fácil con esos poderes edípicos que aprisionan y asfixian al hijo, uno con el látigo viril, la otra bajo su cobertura de su falda, ambos quieren una prole que reproduzcan unos valores de su mundo por desaparecer. Es un forcejeo bajo el techo familiar que puede ser un asco dependiendo los ingredientes y la capacidad de manipular. Bajo techo se vive guerra campal, sin cuartel. La mamá presiona al díscolo prefiriendo al dócil; el papá da preferencias a quien cree su doble, a cada vástago va dando su forma, cada campo de batalla tiene vencedores y vencidos, hay poder tras el trono. Toda relación es un ejercicio de poder, según su estilo es llevadera o un simple infierno, odiarse a muerte entre hermanos, por ejemplo, porque la discordia se sembró allá en el lecho familiar con el macho alfa, Caín contra Abel reeditados, odios sin fin que prometen derrame de sangre.
Los micro cambios en la sociedad se van dando poco a poco hasta que todo se vuelve normal, parte del paisaje. No hace mucho los jóvenes empezaron a ponerse uno o dos aretes muy a contracorriente de sus padres y de los machistas en general que veían en ello un signo de homosexualidad, hoy, en nuestros días, muchos hombres de edades diferentes lo llevan puesto sin ningún signo de sanción o desaprobación social, igual sucede con los colores de las prendas, incluso hombres jóvenes llevan puesto vestidos o faldas consideradas de exclusivo uso femenino. Otro tanto corre por cuenta con la estilística de la cabellera, los tatuajes, uñas pintadas, etc. Lo mismo puede decirse con los rituales religiosos, otrora misales a tope, hoy se cuentan las almas con los dedos de una mano. Las gentes tienen a sus dioses por dentro de su cuerpo, unas cuántas palabras privadas bastan para la oración; las casas ya no exhiben en la sala la virgen inmaculada o la última cena en el comedor, o el crucifijo vigilante en la alcoba nupcial.
Todo inicia con pequeños cambios disruptivos en algún lugar que luego se propagan por imitación como diría Gabriel Tarde. La percepción da vida a las cosas, hace posible la belleza a la vez que aumenta su esencia. Mejora el mundo dando orden al desorden. El que no percibe afea. Sin belleza sólo queda la muerte. Sapiens quiere decir el que tiene buen gusto. Comenta Michel Serres: "¿Qué es la percepción? Una fusión del que siente y lo que siente. Una amada, una esposa que va al encuentro de su bien amado. Preparada, encargada para fundirse por él, con él y en él." De las cuatro visiones del mundo: animismo, totemismo, analogismo, animismo, ésta última nos liga con el mundo en su belleza. Animismo es movimiento, no formatos o quietud que en fijación es ideología, sectarismo.
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