El Silencio

Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica


Un libro de la
Historia del Silencio de Alain Corbin. Su lectura motivó algunos énfasis sin más pretensión que alentar su lectura. Afirma Bossuet: es preciso empezar por el silencio, desterrar las «ansias de comunicarse». Se teme al silencio porque se nos acostumbró al ruido, somos una sociedad del barullo, de la hipermediatización, los mass media pululan y no dan lugar al descanso, alteran, perturban, formatean nuestra existencia. Existen varios silencios, uno interiorista orientado a escucharse uno mismo, el arte de callar, de autocontrol; otro exteriorista, con énfasis en el afuera y comprende a los otros seres y cosas que nos rodean con el fin de lograr una mejor interacción. 


Cualquiera que él sea, el silencio nos hace mejores aprendiendo a escucharnos a nosotros mismos y a los otros. Esto es una especie de asepsia para que luego emerja la palabra esculpida que será honrada con la atenta escucha. Viene a bien el ejemplo del silencio en la selva, allí se acentúa sus variados sonidos que orientan los caminos a seguir, alertan de los peligros a evitar, porque en la confusión, en la tormenta, en el barullo, al igual que en el tedio, se oculta lo esencial. Todo en el silencio habla. "Tras el surgimiento del alma sensible en el siglo xviii, los hombres, inspirados por el código de lo sublime, apreciaban los mil silencios del desierto y sabían escuchar los de la montaña, los del mar y los del campo."


Con el dedo vertical puesto en los labios, el sabio pide silencio, y lo rompe con palabras oportunas, su hablar es ocasional y sin excesos. El ritual del minuto de silencio honra la memoria de los muertos, de los que se han ido, de los que no están ya con nosotros, es un silencio rodeado de discreción. Cómo no recordar el símbolo universal de las flores que son las que mejor honran a los muertos, su existir discreto, hermoso y silencioso, son incapaces de  ofenderles. «Siempre las flores vigilaron la muerte, porque siempre los hombres incomprensiblemente supimos que su existir dormido y gracioso es el que mejor puede acompañar a los que murieron sin ofenderles con soberbia de vida, sin ser más vida que ellos» Borges. Mírese de dónde se mire, el silencio es la interioridad absoluta, es la superación de la palabra. O cuando más, un complemento, las palabras pueden sobrar, por sus obras los conoceréis, evidencia que el hombre se exterioriza en el hacer, en el afuera, en la obra y en la herramienta. Por eso el recogimiento interior, para gestar nuevos emprendimientos.


El escritor guarda silencio para que la escritura advenga. "Madame de Sablé escribe: «Hablar demasiado es un defecto tan grande que, en materia de negocios y de conversación, lo bueno, si breve, dos veces bueno, y se gana mediante la brevedad lo que a menudo se pierde por el exceso de palabras», «Saber descubrir el interior de los demás y esconder el propio es un gran signo de superioridad espiritual». "Es bien cierto que hay caminantes solitarios, artistas y escritores, adeptos a la meditación, mujeres y hombres recogidos en monasterios, mujeres que visitan tumbas y, sobre todo, enamorados que se miran y callan, que buscan el silencio y todavía son sensibles a sus texturas. Pero son como viajeros arrojados a una isla de costas escarpadas que está a punto de quedar desierta." Es en el silencio dónde nacen las más profundas amistades.


En estos tiempos de esquivo silencio, de abundante barullo por todo lado, surge el místico más que el anacoreta, inquilinos del silencio, hacen su retiro para escuchar sus voces interiores, antes domadas, apagadas con la lógica de la razón occidental. El no silencio, el habla es sinónimo de evasión de sí mismo. Entre los seres, es el gato quien sabe vivir con el silencio. Sabe y encarna el silencio. Y son con la habitación particular, el espacio propio, al igual que la Catedral, los lugares por excelencia, dónde se esculpe el silencio y el secreto. Los cementerios también son monumentos, depósitos de silencio, es silencio incrustado en la piedra, allí los muertos duermen su eternidad, sólo los muros, las lápidas irrumpen para develar las dos fechas del principio y del fin. Hombre viene de humus, tierra. Seremos polvo estelar. Esos muros recuerdan que alguna vez fueron, pero ya no son, ahora son nadie, un frágil recuerdo que el olvido algún día borrará. Todo tiene que ser nada.


No ignoramos los silencios cómplices de malestar que intimidan, someten y amenazan la vida, los de las dictaduras y sus déspotas. Allí el silencio no es la ausencia de ruido, es más bien un silencio sepulcral que perturba el alma.


Michel Foucault propuso en una de sus últimas entrevistas, que el silencio debería enseñarse en las escuelas, aprender a estar callado, madurando la palabra que luego será dicha, aprender a escucharse uno mismo. Es una manera de evitar la posesión de mi ser, de mi yo, que hacen los intrusos con sus algarabías mediáticas, imponen su voz a costa de la propia.

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