Paisajes

Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica
Dos paisajes al frente, en un primer plano los árboles, allá en el fondo uno general panorámico de ciudad: quieto, brumoso, monótono, aburrido. La diferencia en el que está a primera vista es dinámico: hojas y ramas se balancean según la dirección del viento. Y según el peso y el tamaño resisten más a las corrientes de aire pero a la vez son también los más imponentes. Lo grande y pequeño componen el árbol, infinitas hojas, un brazo extenso con cantidades de esquejes o ramas caprichosas bifurcadas al azar, no puede seguirse un patrón por ejemplo de largo, ancho, alto, bajo, liviano, pesado. Sí puede decirse, cosa bien sabida, que las ramas y el conjunto del propio árbol se direccionan en busca del sol. 

Vale entonces resaltar lo diferente, lo que no es monótono en esta visual de árboles de primer plano. Movimientos agitados y mucho mejor decir danzarines se perciben con el primer y medio plano, acentuados con la fricción de las hojas y los troncos al viento. Los pájaros entran en escena con sus trinos y movimientos impredecibles, incluso entre especies diferentes se baten por un espacio, hasta que el ganador hace su canto triunfal, su ritornelo, entonces los aparejados presentan calma con su coqueteo ofreciendo ésta o aquella flor con el mejor néctar. Y con el pasar del tiempo del día a la noche, hace que todo sea un juego de luces y de sombras que entretienen, dan solaz al espíritu y a la vez estimulan la emergencia de ideas, de pensamientos quizá fugaces.


Vana puede ser esta prosa que a la gente no importa, porque otra configuración espacial domina sus gustos. Por ejemplo, esto de paisaje será risible para la gran mayoría que pasa horas y horas por no decir todo el tiempo con la mirada puesta en una pantalla en preferencia de celular o smarfhone, click tras click pasan los minutos, las horas, la mañana, la tarde, la noche, el día entero fisgoneando la mejor estupidez del momento: el influencer que degrada a su niña de cuatro años al preguntarle si quiere agua, la niña sedienta responde que sí, el destapa la botella y la bebe en su propia boca, luego se la escupe en la cara, la niña llora desconcertada… y ya está el acierto, tendencia triunfal: esto produce millones de clicks y de risas que luego son convertidas en millones de monedas pagas por empresas de internet gracias al gran tráfico, a la atracción de esos miles o millones de personitas que gozan con las idioteces.


Finalmente, es bien sabido que el hombre es la especie que más come tierra, devasta aquí y allá para levantar moles de cemento, el derecho al paisaje no se pasa por mente, todos quieren tumbar monte, tumbar árboles para abrir paso a los grandes conglomerados humanos, altas densidades de no caber en tanta estrechez que por zonas céntricas se avanza a empujones y en vilo de esquivar alguna mano extraña que quiera robar nuestra billetera. Sólo los más pudientes pueden pagarse un paisaje medio calmo lejos de la ciudad, en una parcelación de unas hectáreas para huir de lo denso, polucionados y bullicioso de la vecindad.


No somos abraza árboles y tampoco lloramos por el pasado inhóspito adverso a la vida, celebramos la civilización con sus ciudades que concentran servicios para un mejor vivir, para facilitar la vida, incluso nos inclinamos por las ciudades ideales no mayores de trescientos mil habitantes para evitar lo tumultuoso, lo denso que quita la paz. Para no caer en la lógica de lo peor o de lo bueno y lo malo, sólo decir que existen estímulos que permiten un mejor disfrute de la vida en sus cinco sentidos en un escenario no perturbador de una vida tranquila, por el momento decimos que un buen paisaje es estimulante.

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