Historia del Pensamiento


Por Mauricio Castaño H



Las desgracias y los sufrimientos han acompañado la historia humana, probar sus soluciones, no ha sido tarea fácil. De las más de veintiún culturas que predominaron en el mundo, siete persisten, y sólo una resalta: la conocemos con el nombre de Cultura Occidental. ¿Y esto debido a qué? A la posibilidad que aventuraron los griegos en descubrir un sistema teórico, un logos como núcleo significativo, una Razón como herramienta, que fuera capaz de ordenar todos los discursos producidos, de regular las percepciones sensoriales y empíricas, que asisten al humano vivir. Recordemos que en los Diálogos de Platón, la fuerza está en la demostración a través de los argumentos sólidos, y no a través de las simples sensaciones o de las revelaciones míticas. Ejemplo de este convencimiento argumentativo es Sócrates, quien prefirió  beber la cicuta, antes que doblegarse al poder autoritario.


En la sociedad griega los filósofos direccionaban su destino. Esta enorme responsabilidad permitió osar la construcción de una gran Razón Universal, capaz de juzgar o regular a los demás discursos y a los hombres en sus conductas, y así contar con un hombre sabio, cuyo pensar virtuoso estuviera en conexión con el diario vivir. Fue una filosofía muy ligada con la ciudad, tomando de su mundo exterior los problemas para procesarlos, esto es, una política griega ocupada de su territorio. Funcionó así, hasta la época llamada medieval, la cual rompió con ese sistema de razonamiento, y en su lugar instaló la Fe, la Revelación, convirtiendo la existencia de Dios en Centro, principio y fin del universo, una Ciudad de Dios, réplica divina, y no sociedad civil. Luz Celestial y oscuridad terrenal.


Pero en los siglos XVI y XVII, resurge ese logos, bajo la etiqueta científica y no filosófica, de ciencia, ya experimental, volviendo recobrar el protagonismo de las profundas transformaciones, y se enfocará en revelar los secretos de la naturaleza. El heliocentrismo enseñó que el sujeto es empírico y está sobre la tierra; ese pensamiento somete al mundo sensible al análisis científico. Descartes se propone hacer al hombre el dueño y poseedor de la naturaleza. Este principio sirvió de hilo conductor para la Ilustración, la ciencia y la técnica en los siglos XIX y XX. En suma, con el nacimiento de la Razón, se procede por la vía demostrativa, experimental, y no por la vía religiosa, de la Revelación.


Con los pies puestos sobre la tierra, la experiencia humana de los siglos  XVII y XVIII, no midieron las consecuencias sociopolíticas que implicó el dominar la naturaleza. Partir de allí, no resultó ser buena idea para poder fundar mejor, el poder del hombre. Esta superioridad sobre la naturaleza, va ligada a un desarrollo concomitante del dominio de ciertos hombres sobre otros. “Nosotros frente a la acumulación de excedentes, no hemos encontrado otra solución más miserable que la guerra. Los llamados Salvajes tenían sus ofrendas, no tenían la acumulación” dice Châtelet. Y en el plano de los Derechos, se ven reducidos a simples Derechos Políticos, dejando por fuera el derecho a la existencia humana y el principio de libertad aportado por los griegos, pues como es sabido, antes los hombres no se pensaban libres, fue gracias a éstos que se incorporó en la cultura humana, que luego los romanos complementaron esta filosofía de la libertad, de sociedad civil con el consabido Derecho Romano.


Todos conocemos la desviación de estos pilares democráticos griegos, con el regreso a los Estados Autoritarios. Fue Hegel quien dio sus fundamentos, instó a los filósofos renunciasen a la "especulación" y se dedicasen gobernar. Hegel creyó que el Estado es un supra árbitro de la sociedad civil, que da la solución a las violencias y convulsiones, originados por esos tales consensos griegos; sentenció que era mejor tener un prohombre que rigiera los destinos de una nación, que someterse a tales incertidumbres humanas. Sus pecados consistieron en justificar  los regímenes del terror como etapas históricas del desarrollo de la humanidad, y concebir una circularidad en el tiempo, un destino cíclico. Obsesión permanente por la finitud. En cada época surgiría un superhombre en cada determinado tiempo, que conduciría a la grandeza de una nación sobre las otras.

Comenzamos diciendo sobre las desgracias que asistieron a nuestros antepasados, pero el mundo moderno no le ha ido mejor. Nuestro siglo veintiuno tiene sobre sus hombros las monstruosidades de las dos guerras mundiales y sus consecuencias políticas, que los filósofos, más que nadie, en fin, todos, «tenemos el deber de preguntarnos por el principio que está en su raíz, y de considerar que no hay ninguna necesidad, de que siga siendo así.» Advierte Châtele. Damos mayor responsabilidad a los filósofos entrenados para cuestionar, como en los tiempos griegos, que señalen los peligros, e indiquen senderos de bienestar y no de muerte, igual que Sócrates, él, arriesgo su propia vida, antes que renunciar a su convicción democrática de la humanidad.

La Razón clásica se clausura con Hegel, y tres autores con sus limitaciones. «Con Marx se constató que las clases obreras no están satisfechas; con Freud que hay enfermos a los que se les trata como locos, que después de todo, no tienen más que otra forma de inteligencia; y con Nietzsche que es la mediocridad la que triunfa». Con ellos se aprendió a desplazar la mirada, a mirar distinto estos malestares de la sociedad, agotados en los sistemas de pensamiento.

François Châtelet, el autor que nos inspira estas líneas con su bello libro "Una Historia de la Razón," nos hace la gran pregunta del filósofo: ¿Merece esto la pena? El filósofo, metido en su época, es «quien tiene los criterios para cuestionar, de la manera más radical las instituciones para intentar Fisurar la fuerza de su inercia.» Conviene ampliar la mirada hacia esas grandes estructuras de dominación como lo son la cultura, la moral y la política. Y esta ciencia cada vez sometida a las exigencias de la técnica, ello produce un retroceso en la capacidad de invención. Para finalizar, esta frase de Nietzsche en la que se critica la idea de Progreso: «No hay ninguna ley según la cual, desarrollarse, sea forzosamente elevarse, acrecentarse, fortificarse». Cómo no recomendar la lectura de la entrevista Sociedades de Consumo del filósofo Bernard Stiegle, publicada al español por

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