Escuela Incluyente

Por Mauricio Castaño H
Historiador
colombiakritica.blogspot.com


La Escuela reproduce bien la desintegración social. El mundo moderno estimula y premia a quienes son altamente competentes, a quienes logran recibir una educación acorde  a las exigencias del mercado. Unos poquitos salen adelante, son la gente de éxito. Y unos muchos, la gran mayoría, son los marginados del mundo. Son clasificados como incompetentes, los que No entran en la carrera loca del mercado abriéndose paso a codazos,  los fracasados. Es el mundo de la Desigualdad social.

El sistema tiene bien distribuida la escala del progreso. Si eres de entendimiento ligero, irás a la universidad por una profesión. Si no eres de aquellos, y te clasificas por la habilidad en hacer con las manos, te mandan a un instituto técnico. Si no perteneces a ninguno de los dos, irás a parar al mercado laboral de tareas más bien poco valoradas y mal pagas. Pero la gran mayoría que aborta la escuela, van de nómadas por las ciudades, incrustándose en las bandas de pillos o del mundo delincuencial y de destrucción. Van a empeorar el desorden en la ciudad. ¡Expresan su inconformidad! Es quizás el mundo de los vagabundos.

Y el maestro ayuda en esa tarea discriminatoria. De la familia a la escuela pasa el niño. De la vida afectiva a la relación socio-espiritual. Pasa de un aprisionamiento de los brazos de los padres a una relación de pares que encuentra en la institución que lo recibe para impartirle educación. Es en esta función, en esencia, socializadora, en la que la escuela falla. En primer lugar el maestro envenena esta misión con su papel autoritario, proclamándose como jefe de clan, somete a sus iniciados, tanto en sus imposiciones de comportamiento que él estima convenientes como en la elección de temas y de ritmos para la enseñanza. Estimula a unos cuantos que entienden más rápido, y a una mayoría lenta para comprender, los desatiende. Los desanima.

Esta elección pedagógica de autoritarismo y de no privilegiar la sociabilidad, arrastra más al fracaso a quienes no tienen un ritmo veloz de aprendizaje que exige el mercado, dejando atrás a quienes aprenden diferente. Es normal que la escuela no sea un universo tranquilo y armonioso, pero avisamos que esta discriminación acumula odio y resentimiento, que sirve de combustible que agrava la convivencia y perturba el acto pedagógico. Desde luego que esta referencia se acentúa más a las instituciones públicas que atienden a la población más pobre y no de élite.

A ello se suma, la pesadez escolar, que se nota en dos hechos: la pesadez del morral que apenas si pueden elevar el estudiante para llevar acuestas, y la pesadez de un horario rígido. Así las cosas, no puede más que producir repugnancia. Luego la deserción, Finalmente el rechazo hecho resentimiento.

Un método de cooperación, lo vemos bien. A la vez que no se propaga la segregación, se protege el espíritu de comunidad, los niños que entienden pronto, serán encargados de explicarle a su compañeritos pares los avances de clase. Es una vía contraria a los que abrazan la teoría llamada Coeficiente Intelectual. Es una tarea, como dice Dagognet, al que seguimos en estas reflexiones, que pretende anular las disparidades, impide que en la escuela sólo emerja la élite, impide la creación de los excluidos, una especie de semi parias. Evitemos la fractura, la fisura de la comunidad escolar que compromete la función del saber.

En esa vía de cooperación, de dar un papel más protagónico a la comunidad, veo los esfuerzos de la autonomía en la evaluación que proponen los gobiernos. No es caos entregar poder a estamentos representativos que hacen parte del gobierno escolar. Es reconocer el papel de la fuerza juvenil que tiene para autoformarse entre pares. El ambiente juvenil es más formativo, entre camaradas, que los «conocimientos efímeros y desordenados que imparten los maestros». Así estimamos posible y conveniente pensar en retenerlos más tiempo en la vida escolar.

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