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Reedición 2013
En Bogotá, al que igual que otras ciudades de la órbita terrestre, las bandas de gamines jaquean y escapan al Orden Establecido, roban pedazos de subsistencia a los ciudadanos juiciosos, serviles del sistema productivo capitalista. Las bandas de gamines más que una expresión ingenua o espontánea, es una forma organizada que disputa un lugar existencial en la Vida Regulada. Son pequeñas sociedades que se pasean por la vida, disfrutando de un hipotético derecho de no tener un peso de gobierno sobre sus vidas más que las patadas y el bolillo del policía que los acosa para expulsarlos de donde están, de donde están afeando el lugar; o huyen, cuando su suerte los acompaña, del peso asesino de los negociantes de la guerra, que les dan muerte y luego presentan como bajas dadas al enemigo. Sucios y hediondos, los vagabundos, deambulan por las calles, por toda la ciudad cuadriculada, normalizada.
El enfoque lo compartió Gilles Deleuze en «Mil Mesetas», y precisamente cita como ejemplo, en la página 365, las bandas de Bogotá, en referencia a Jacques Meunier. Estas bandas están para impedir algún poder estable como el que define a la organización Estado: «los miembros de la banda se reúnen y realizan robos juntos, con botín colectivo, pero luego se dispersan, no permanecen unidos ni para dormir ni para comer; por otro lado y sobre todo, cada miembro de la banda está asociado a uno, dos o tres miembros de la misma banda, por eso, en caso de desacuerdo con el jefe, no se irá solo, siempre arrastrará consigo a sus aliados, cuya marcha conjugada amenaza con desarticular toda la banda; por último un límite de edad difuso que hace que, hacia los quince años, forzosamente hay que dejar la banda, separarse de ella».
Estos vivientes deambulantes, son parásitos de la producción, viven de los deshechos que el sistema arroja a la basura, o de lo que pueden quitar a los soldados del sistema productivo, los obreros y empleados. Ellos no entroncan en la cadena de consumo racional del capitalismo. Viven de aquí para allá, no tienen morada fija o permanente, van ligeros de viaje, en una bolsa o costal, llevan todo su mundo. Viven en un abismo sin fondo, en la distancia moral y material. Si alguien ha representado la negación del capitalismo, son precisamente ellos, los gamines, los vagabundos.
Su combate viene de la racionalización del Estado, todo deberá estar bajo su control, quien quiera vivir será bajo sus condiciones. La fábula lo ha ilustrado bien, el perro salvaje y el domesticado. Aquel le recrimina por el collar que lleva puesto sobre su cuello, símbolo de sometimiento, de domesticación. Pero este revira exponiendo sus ventajas: no vive en la incomodidad, incertidumbre y vagabundeo para tratar de obtener un bocado de comida. Para uno, el precio que paga por la comodidad es su propia libertad, mientras que para el otro el precio que paga por estar libre es vivir preso en la incertidumbre, en el deambular por tratar de encontrar una miga de pan, algo para saciar su estómago vacío.
No negamos estas ganancias, estas ventajas de vivir en sociedad, Las Celebramos. No hacemos loa del vagabundear, sólo queremos retrotraer otras formas de existencias, que no son mejores ni peores a los ojos de cada quién, sólo queremos notar que son diferentes, que se reclaman de la diversidad, como parte, de este vasto universo en el que todo cabe, o debería caber. Sabemos, no lo podemos callar, algunos de estos seres, en algún momento de sus vidas, compartieron y toleraron unos ritmos y convenciones de la sociedad que llamamos normal, pero que algún día, por alguna razón soberana de su fuero interno, que desconocemos y que poco nos importa averiguar, estos seres decidieron abandonar sus familias y sus encantos de su clase social, abandonar sus refinados modales y sus costumbres de mostrar. Se resistieron a la lógica industrial que quería uniformarlos, someterlos, enseñarles la paciencia del obrero o empleado. Renunciaron a las vidas formateadas del mundo de la producción, quien predetermina que deberás tener un hogar, una vivienda, una esposa, unos hijos, un lujoso carro, una pensión jugosa, y sobre todo, asepsia de pies a cabeza.
Hoy las pantallas de televisión y medios escritos, muestran escandalizados a estos habitantes que amenazan la vida. Hoy son más vistosos, lo más seguro, sirven para hacer política, para desprestigiar a un determinado partido y mandatario local. Muchos criminales organizados, que controlan la vida delincuencial de las ciudades, están dando tregua y dejan que los sucios y peligrosos vagabundos se exhiban en las calles, que incomoden a los ciudadanos normados. De seguro, será tenido en cuenta por futuros votantes en el próximo mercado electoral, que favorecerá a un partido, a un determinado candidato.
Si bien las bandas de vagabundos son una forma de inhibición de poder estable, variación de otras formas sofisticadas de organización, en contraposición de la Servidumbre Voluntaria de Estado que la mayoría de nosotros preferimos, en su imperfección cabe la posibilidad de contemplar un trato respetuoso a estos seres disidentes, al menos mientras no se les brinde otras posibilidades distintas y posibles en este vasto universo.
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