Por François Dagognet
Esta palabra naturaleza vendría de nascor, natus (el participio pasado del verbo latino) y orientaría hacia la idea de nacimiento, e incluso de vida, por oposición a lo que sería fabricado solamente o a lo que simplemente se puede adquirir. La desinencia –ura subraya el resultado de la operación; se le aproximará la palabra “nación” —también sacada de nascor y natus— que caracteriza a los que pueden prevalerse de un origen común. Esta palabra naturaleza reviste múltiples sentidos: indica tanto el fondo, la potencia, la esencia misma. “Se puede conocer bien la existencia de un ser —anotaba Pascal— sin conocer su naturaleza”. Personificada, la naturaleza expresa entonces la capacidad de crear o al menos de elaborar, que no se compara con las acciones humanas, limitadas, torpes, que no tocan los fundamentos de las cosas. En su Interpretación de la naturaleza, Diderot expresa su opinión: “La naturaleza es obstinada y lenta en sus operaciones. Se trata de alejar, de aproximar, de unir, de dividir, de ablandar, de condensar, de endurecer, de licuar, de disolver, de asimilar, ella avanza hacia su objetivo por los grados más insensibles. El arte, por el contrario, se apresura, se fatiga y se relaja. La naturaleza emplea siglos en preparar toscamente los metales, el arte se propone perfeccionarlos en un día. La naturaleza dedica siglos a formar las piedras preciosas, el arte pretende falsificarlas en un momento” (XXXVII).
Esta palabra polisémica se ha diferenciado sobre todo a través de las épocas; cada una de ellas ha abierto incluso controversias o discusiones interminables. Nos proponemos estudiar esta naturaleza de manera espectral, a través de su propia evolución; distinguiremos incluso cuatro períodos.
1) Los griegos fueron los primeros en valorizar esta palabra. Como conocieron divisiones, e incluso guerras incesantes, buscaron (más que otros) lo que podría asegurar su equilibrio, conferirles la serenidad. La naturaleza les pareció poder regular no solamente los problemas nacidos de las relaciones entre los hombres (lo socio-político) sino también los que provienen de su lazo con el mundo exterior (así vencer sus deseos, más bien que el orden del mundo). Demos algunas ilustraciones:
a) La medicina hipocrática lo pone claramente en evidencia: se trata aquí de luchar contra un desorden (orgánico). El médico va a ayudar precisamente a la enfermedad a manifestarse ella misma, pues lo patológico a menudo se debe a un trastorno humoral, una especie de cocción insuficiente que entraña una éstasis, con sus consecuencias inmovilizadoras; conviene apresurar la crisis liberadora. Natura sola medicatrix. O también: si el acceso purulento no puede ser evacuado, con su lanceta el médico le abre una salida. De este modo, se le adelanta o lleva a cabo lo que el cuerpo debilitado no realizaba suficientemente. Pero es la naturaleza la que le ha mostrado el camino al terapeuta. En muchas ocasiones, Platón llama la atención contra las drogas; antes de tomarlas prefiere la gimnástica tanto como la frugalidad, una dietética elaborada, que se acompañe con baños, abluciones, aguas lustrales, lo que llamamos hoy un tratamiento “naturista”. En el Gorgias, Platón censura la lisonja culinaria; el cocinero —el sofista del cuerpo— corrompe al organismo, al mismo tiempo que lo afea (con sus manjares abundantes y untuosos). Conviene que el cuerpo haga ejercicio, favorecer sus propios ritmos: “De todos los movimientos el mejor es el que un cuerpo produce por sí mismo y en sí mismo, porque éste es el más próximo pariente del movimiento de la inteligencia y del universo. El movimiento que viene de otro agente es menos bueno, pero el peor es el que al venir de una causa extraña, mueve el cuerpo parcialmente mientras está acostado y en reposo” (Timeo, 88e).
b) Aristóteles se encarga de despertar la idea de naturaleza, e incluso de ampliarla, oponiendo radicalmente la technè (la técnica, la fabricación, el afuera) a la physis (la naturaleza, lo interior). El artesano que construye una cama, inscribe la forma que conviene en un sustrato; esta disposición obedece por lo demás a una necesidad, la función; sin embargo, según Aristóteles, el carpintero se limita a colocar esta forma sobre o en la madera; el hilemorfismo (de morphé, la forma, e ylè, la materia) experimenta así un semi-fracaso, a causa de la no simbiosis entre la idea y lo que la lleva. Antifón, un discípulo, lo expresa de manera original: si se hunde ese lecho en tierra, en el límite podría brotar un árbol, no una cama, pues esta figura no ha sido realmente inscrita en el corazón de la cosa que la ha recibido en alguna suerte de afuera. Lo manufacturado sufre de insuficiencia y de una cesura ontológica. ¿Qué es lo que caracteriza la naturaleza sino la unión indisociable entre sus constituyentes (la forma y la materia), cuya mejor concreción la presenta el viviente? Aristóteles distingue entonces cuatro tipos de causa, en la base del objeto fabricado: la causa material (aquello con lo que está hecho, como la madera de la estatua), la causa formal (lo que el artista ha buscado representar con su estatua), la causa eficiente (el propio agente que talla la madera), y la causa final (¿para quién trabaja? ¿quién la ha encargado?). Ahora bien, en la naturaleza estas cuatro causas distintas son una sola. “Son cosas naturales todas las que, movidas de una cierta manera continúan por un principio interior, logran un fin” (Física, II, 8, 199b). Si lo natural sorprende por la unión, se define mucho más aún por el automovimiento que lo anima y testimonia de su potencia (el árbol se desarrolla hasta cuando alcanza su ser; por esto en él se presenta el paso de la potencialidad a la realización, del mismo modo que la fruta va hacia su madurez). ¿Qué es la naturaleza sino la unión profunda, el automovimiento, el acabamiento, mientras que nuestros objetos sólo se reconocen en su inercia, su desunión?
c) Pero, si ella nos ofrece un modelo que debemos seguir ¿cómo nos salvará de las guerras y de las rivalidades entre los hombres? Conviene que la ciudad renuncie a los arreglos artificiales, a la violencia y al deseo, que inspire una “metrética”, la ciencia de las proporciones, las igualdades, pero conformes con las desigualdades, las justas distribuciones, el orden cósmico; la ciudad debe copiarse sobre esta regularidad (cuyo ejemplo nos lo da el afuera), a tal punto la naturaleza juega un papel normalizador.
Los estoicos insistieron sobre la concordia que integra todas las partes (el mal está ausente; sólo corresponde al aislamiento de un fragmento) y nos incitarán a desprendernos de lo que depende de nosotros, para vivir conforme a esta naturaleza armoniosa. La ciudad platónica querrá también construirse sobre una jerarquía que respeta las disposiciones de cada uno, y que por ende le asegura el comando a los mejores, a los más competentes. Esta casi-religión de la naturaleza —referencia constante en los griegos— explica su rechazo de la entrada de los utensilios o de las máquinas en su economía o para sus trabajos. Heron de Alejandría fabricó claramente autómatas, y también el eolipilo (agua calentada en un recipiente metálico, de donde escapa el vapor cuya potencia se conoce). Arquímedes no solamente concibió el célebre tornillo, sino que proporcionó aplicaciones sacadas de la hidrostática, pero los griegos no le dieron continuación a esas invenciones. Si le dan ventajas a la agricultura y a la ganadería (el campesino y el pastor), sin embargo prefieren los recursos arbustivos (la recolección de frutos) más bien que los recursos cerealeros (pues sería necesario labrar, abrir el suelo con la reja del arado).
¡No favorezcamos la violencia, el desencadenamiento y una producción que, intensificada, va a corromper a la ciudad! Todo reposa sobre la temperancia y la estabilidad (el no-cambio). Este naturalismo va lejos: predica la sumisión al orden del universo; reconoce la superioridad de lo no-fabricado, de lo que nos gratifica el viviente. Recordemos el suplicio de Prometeo, que se robó el fuego del Olimpo; o la muerte de Ícaro (el hijo de Dédalo, el constructor de estatuas animadas) que buscó volarse gracias a alas que pegó con cera; pero está se fundió al sol; el desgraciado se apachurró contra el suelo. Uno no se fuga, no podríamos abandonar “la naturaleza”.
2) Va a ser volteado lo que era venerado por los antiguos: el cosmos, la belleza, su armonía, su pretendida inteligibilidad (el modelo soberano). Copérnico, Galileo, los cartesianos sustituyeron la física (de physis, la naturaleza) cualitativa por la mecánica racional. La propia palabra naturaleza tiende a eclipsarse y, cuando subsiste, significa solamente universo (Descartes enuncia bien “las leyes fundamentales de la naturaleza” pero estas son las que explican nuestro mundo). Más claro aún, Descartes escribe en el Tratado de la luz: “Por naturaleza no entiendo aquí de ninguna manera alguna diosa, o alguna otra potencia imaginaria sino… la materia y las reglas según las cuales se operan sus cambios”. Limitémonos a evocar tres pilares de esta ciencia, la antítesis de la naturaleza:
a) El movimiento local (el choque) —hasta entonces descuidado— va a ser suficiente para dar cuenta de las otras formas que se expresan en la generación, la alteración y el crecimiento. No solamente la piedra que cae obedece a la ley de “la caída de los cuerpos” sino que, si alcanza lo bajo no lo hace en razón de una atracción (regresar a su lugar natural) sino por el hecho de los inevitables torbellinos que vienen a pesar sobre ella y la obligan a ganar el centro del universo (la pesantez). Así mismo, el hipermecanicismo cartesiano defiende una concepción epigenética, en el sentido en que la formación del feto no deroga las leyes materiales, que son suficientes para explicar su nacimiento y su desarrollo.
b) La conducta animal es evidentemente considerada como “maquínica”; no existe acá ninguna necesidad de recurrir a una naturaleza ingeniosa y astuta, capaz de hazañas (a través del instinto). El animal no es mas que un conjunto de engranajes, de correas, de poleas, de depósitos y de hogares, gracias a los cuales comprendemos sus actitudes tanto como sus desplazamientos. Las golondrinas son asimiladas a relojes. En fisiología, el bastión de la vitalidad (fisiología, physis, la naturaleza), la pulsación regular del corazón se concibe con referencia al eolipilo: el vapor de una sangre que es calentada levanta sin cesar las válvulas, después de lo cual recaen o se vuelven a cerrar, y así sucesivamente. La perdiz artificial que Descartes habría construido probaría la validez de estas afirmaciones.
c) Finalmente, triunfo de la techné (la anti-physis), las máquinas comienzan a llegar y a procurarnos resultados importantes. Ya los instrumentos fisicalizados como el órgano de nuestras iglesias (que nos da una variedad de sonidos) así como el célebre reloj, muestran hasta qué punto llegan las fabricaciones (tanto los dispositivos pneumáticos como los resortes: el espiral que comanda, en el reloj, el movimiento del balancín). El reino de la naturaleza parece haber llegado a su fin; se alejan las inclinaciones secretas, las entidades (las potencias ocultas) que se le prestaban y que se juzgaban inimitables.
Pero este nuevo “imperialismo” que sustituye a la escolática será considerado como peligroso por los nuevos naturalistas; por consiguiente, estos van a descubrirnos una naturaleza dotada de propiedades hasta entonces desconocidas; ellos reinventan una idea de la naturaleza y van a servirse de ella como arma de guerra.
I) Ante todo, cuántos vivientes que se regeneran después de la decapitación, o incluso el aplastamiento, como el pólipo de Trembley que, invertido (el biólogo puso afuera el adentro, dándole vuelta como a un guante a ese ser semi-animal semi-vegetal), sigue viviendo como antes. La naturaleza se define entonces por su plasticidad y su posible desbordamiento; ella es, pero también es lo que ella no es todavía, o lo que ella nunca ha sido, puesto que tolera las peores modificaciones; creemos impedirla, pero ella se opone a nuestras intervenciones; sobre todo, ella subsiste, de ahí su fondo inagotable e incluso indesraizable; ella renace de sus casi-cenizas.
II) Lo que caracteriza aún esta nueva idea de la naturaleza —si seguimos a Charles Bonnet en su Contemplación de la naturaleza, 1764— es que ella no se presta más a nuestras divisiones, a través de las cuales nosotros la repartíamos (la gradualidad, los niveles o los escalones). Oponíamos por ejemplo, los vegetales y los animales; estos últimos a su vez había sido cuidadosa y metódicamente distribuidos. Aristóteles había echado las bases de una tal repartición (la taxonomía). Pero la naturaleza nueva ignora tales recortes: ella obedece al principio de la continuidad (la naturaleza no salta) que garantiza su densidad como su completitud espectral. También Charles Bonnet llega hasta imaginar tal o cual eslabón que falta, cuando él cree darse cuenta de una laguna a lo largo de la cadena de los seres.
III) De acá deberían derivarse decisiones o visiones sociopolíticas; la fisiocracia (el gobierno fundamentado sobre la naturaleza) debía sostener, en pleno siglo XVIII, la esterilidad de las fábricas (en la manufactura, el trabajador se limita a cambiar solamente la forma, a dividir, a cavar o a soldar, a aglomerar); la naturaleza (la tierra) es la única que produce y aumenta; el grano de trigo que germina dará una espiga que multiplicará la simiente; sembramos poco, cosechamos mucho; la tierra permite esta suerte de proliferación y de abundancia real. Por consiguiente, el político debe limitar el número como el peso de los talleres, con el fin de favorecer la cultura de los campos, en razón de esta naturaleza nutricia y generosa. Según la expresión de Turgot, es la harina <farine> la que nos salvará de la hambruna <famine>.
Si la fisiocracia condujo pronto la sociedad al fracaso económico y político, la idea de una naturaleza desbordante habría de suscitar el empuje de las disciplinas experimentales (zoología, botánica, agronomía, geología) así como la fiebre de los viajes y de las experimentaciones.
3) El tercer período nace de que el mundo industrial tentacular crea pronto un medio deletéreo e invisible (humo, ruido, hollín, amontonamiento) al mismo tiempo que vierte en él una oleada de mercancías uniformes (la baratija). Así mismo, la fábrica somete a los trabajadores a las cadencias infernales de la maquinaria y arruina su salud. Por todas partes se imponen la miseria, la fealdad, la degradación. También por todas partes se levantan los que creen poder sacar de la naturaleza un remedio a esta paleo-técnica; entramos en el tiempo de la higiene y de una naturaleza medicinal, redentora de nuestros males (gracias a ella, la salida de esta pesadilla).
a) Algunos convocan para una gimnasia, a la respiración a pleno aire, a lo que debe revigorizar la salud.
b) Se desarrolla una estética vegetalizante, cuyo turiferario será Ruskin.
c) Aparecen urbanistas que quieren devolverle a la ciudad sus playas de verdura y de aireación, al mismo tiempo que alejarían los materiales industriales, el hierro, la fundición, el vidrio (por esto el regreso a la madera, a la piedra, a la arcilla). Correlativamente los geógrafos llegan a preocuparse por los paisajes y solicitan que se los proteja (la naturaleza frágil). La naturaleza se vuelve aquí una fuente de energía (el depósito dinamológico) que aleja las líneas demasiado rígidas (la cuadrícula) y festeja la salubridad. El romanticismo ha participado en esta campaña (y muy indirectamente los físicos de la termodinámica puesto que la energía da cuenta tanto de los fenómenos mecánicos como de los fenómenos psicológicos). El darwinismo, en el mismo momento, renueva o consolida esta idea de naturaleza: los seres vivos ya no derivan de una especie de plan o de scala naturae que hubiera llenado una a una las casillas de un escaqueado (la racionalidad de la completitud y de la serie), sino de luchas entre ellos como una adaptación a las condiciones exteriores. Se impondrán aquellos cuyas ínfimas variaciones acumulativas (la naturaleza que no cesa de moverse y de diferenciarse) se pongan por delante.
4) El cuarto período que distinguimos es este en el que nos encontramos: desencalla más que nunca la idea de naturaleza. Por lo demás, este segundo soplo nos parece tanto más peligroso cuanto que corre el riesgo de degenerar en una mitología (el regreso a una edad de oro), o incluso en la obligación de reabastecerse en un fondo originario; pero, ¿pero por qué una tal resurgencia en nuestros días?
a) En la medida en que la biología molecular le ha robado al viviente los procedimientos de su auto-reconstrucción, e incluso, de su organización, se ha vuelto capaz de “desprogramarlo” o de “descarriarlo” (la transgenosis). Entonces se ha roto lo que la naturaleza concretaba desde siempre, un candado que se oponía a las tentativas más desmesuradas, lo que nos priva de la estabilidad y de la inviolabilidad (el santuario de la vida). Hemos entrado en la era de la transnaturalidad que perdió sus antiguos límites.
b) La propia generación (y no olvidemos que la propia palabra naturaleza a ella remite, puesto que viene de natus, lo que ha nacido) no escapa ya al prometeismo: la fecundación in vitro es un testigo, así como la actual clonación, que indica a su manera que renunciamos a la biodiversidad y que trabajamos en la repetición de lo mismo (la duplicación, el recopiado).
c) Por su lado, la agronomía no solamente multiplica los abonos y la quimización a ultranza sino que entraba el policultivo (la afortunada alternancia de las vegetaciones, la balanza, la no-uniformidad); en el límite, se orienta hacia el cultivo de las plantas por fuera del suelo.
d) La entrada con fuerza de la nuclear hace pesar sobre las aguas y los aires los riesgos de la radiación; las sociedad cuentan cada vez menos con los “recursos” del globo, que por lo demás han malgastado, para no decir agotado; pero al recurrir a la radioactividad, y al dotarse de “centrales” que pueden responder a sus necesidades energéticas, corren el riesgo de un no-control.
En resumen, la naturaleza significaba un amplio territorio que englobaba a los vivientes (plantas y animales), así como los primeros principios (el aire, el agua, la tierra, e incluso el soleamiento). Ahora bien, asistimos a su “corrupción” o, al menos a su acaparamiento por parte de algunos, que sacan provecho de ello. Todo ha sido de nuevo trastornado; la biurgia comanda a los vivientes; en cuanto al aire, al agua, la tierra e incluso el sol, han sido confiscados por los unos y contaminados por los otros. Hasta ayer pertenecían a todos (un bien conocido); hoy, tienen que ver con un entorno degradado, entregado a los intereses particulares. Es por esto que la palabra naturaleza ha tomado un giro nuevo y decisivo: inspira un movimiento de rebeldía, enemigo de ese falso progreso (devastador) como de la carrera a la producción, que no deja de destruir. Incluso es invocado como salvación por los que libran la guerra contra todas las técnicas y, a través de ellas, a la ciencia juzgada como responsable; éstos preconizan por ejemplo el regreso a las energías llamadas suaves, las que nuestro mundo nos ofrece: el viento, la marea, el sol.
Si no descendemos esta pendiente (regresiva), sin embargo conservamos la palabra naturaleza y le concedemos un doble papel:
a) ante todo el de baranda (la racionalidad ecológica): defiende la eco-industria, encargada de luchar contra los daños indiscutibles del sistema productivo (la inseguridad, los perjuicios, la polución); esta metatécnica se injerta en la técnica con el fin de regularla; da lugar a saberes y a medios ligados todos a la descontaminación o al reciclado (la transformación de los desechos en materiales utilizables).
b) el de indicar un territorio donde reina una racionalidad de un tipo apropiado; si no se aparta de la física, él la singulariza y la hace más compleja; en efecto, el viviente invoca principios y leyes específicas que dan cuenta de su funcionamiento; estos nos impedirán caer en el “reduccionismo”, contra el cual la palabra naturaleza debería protegernos.
Todado de:
Dominique Lecourt (ed.). Dictionnaire d’histoire et philosophie des
sciences. 4ª ed. París: P.U.F., 2006. François Dagognet. “NATURE”.
pp. 782-785.
Naturaleza (Sistema de la)
Traducido por Luis Alfonso Paláu C., Medellín, mayo 24 de 2009.
tr. Luis Alfonso Paláu C., Medellín, abril 10 de 2016. Para ser leído en la cuarta sesión del micro-seminario François Dagognet, in memoriam, mayo 24 de 2016. Medellín, Mediateca Arthur Rimbaud de la Alianza Francesa del parque san Antonio.
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