Crónica de FRANÇOIS MOREL
Comediante en el teatro y el cine, cantante. Mantiene una crónica en France Inter los viernes por la mañana de 7 a 9. Publica este mes Jamais la même chose (Denoël/France Inter)
Inmediatamente el representante del sindicato de los lobos desautorizó a Hobbes, Thomas de nombre de pila y filósofo por profesión. «Deseamos por medio de la presente protestar airadamente contra las afirmaciones que Ud. ha tenido a bien pronunciar y que hemos conocido publicadas en su obra titulada el Leviatán. [El lobo tiene muchas actividades, especialmente físicas, deportivas, cinegéticas, pero no forzosamente está muy al tanto de la actualidad filosófica más reciente]. No queremos en ningún caso ser asimilados a los hombres. Esta comparación es infamante. No estamos locos. Nunca se nos ocurriría la idea de comernos entre nosotros. Lo conminamos —prosiguió el lobo chistoso— desde Noruega a que retire inmediatamente esas palabras que enlodan penosamente nuestra reputación».
El señor Hobbes quedó aburrido. «I am sacramente annoyed», se pronunció el filósofo ligeramente bilingüe en los bordes. Trató de explicarle al lobo que aquello era una imagen, una manera de hablar, que no forzosamente había que tomar sus palabras al pie de la letra, que estaba enervado, que él había picolado, que había visto a Michel Onfray por la tele, que estaba viejo, que no había querido decir eso, que sus palabras habían sido mal interpretadas, que no tenía nada contra los lobos, que por lo demás la mayor parte de sus sobrinos eran lobatos.
El representante de la CGL (Confederación general de los lobos) en un segundo correo no se amilanó. «Señor Hobbes, si Ud. continua perjudicando el honor de los lobos, nos veremos obligados a llevar este asunto ante los tribunales».
Gruesas gotas de sudor corrieron por la frente del señor Hobbes que trató de defenderse lo mejor posible. Se alentó con las dos manos, y tomó su teléfono para llamar al lobo, secretario general de la CGO: «Ud. se equivoca al tomar mis palabras. Lo que simplemente quise decir fue que el hombre es su más peligroso enemigo. Se hace la guerra. Destruye su planeta, Es su propio depredador. ¿Comprende?».
El Secretario general no dijo ni mú. El lobo, generalmente, cuando no aulla a la muerte, es taciturno.
Colgando el teléfono, el Señor Hobbes, que no era un filósofo cualquiera, encontró que esta historia se tornaba ridícula… «Ya estoy muerto desde 1679. Los lobos pueden hacerse los malignos; no están dotados de palabra. Esta historia es “porte nawak”.»
Finalmente, el lobo se reveló poco ducho en pleitos. Dejó caer el asunto. Y se dio cuenta además que Hobbes no había sido el único en usar el adagio; Plauto, Plinio el viejo, Erasmo, Montaigne… Todos, a su manera, habían declinado la frase. «Si hay que pelearse con toda la mafia de los filósofos, pensó el lobo, no voy a terminar…».
«Además, con sus derechos de autor de grandes filósofos reconocidos, ellos van a pagarse una voz cantante de la barra de abogados… si eso ocurre, ellos tiene al famoso abogado penalista Dupond-Moretti…».
El lobo partió a distraerse yendo a comer un corderito regordete cuyas últimas palabras, bastante abscónditas, arriesgan con no pasar a la posteridad: «El lobo es un hombre para el lobo».
Tomado de:
Philosophie Magazine
nº 125 diciembre de 2018
nº 125 diciembre de 2018
Mis en ligne le 28/11/2018 | Mis à jour le 28/11/2018
Traducción de Luis Alfonso Paláu, diciembre 3 de 2018.
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