El Campesino y Su Tiempo

Por Mauricio  Castaño H
Historiador
Colombiakrítica

El campesino madruga y se pone en marcha para llevar el pan a su mesa. Va al ritmo que le marcan las economías predominantes en su territorio. Desde luego que no va al paso del cultivo de productos alimenticios, apenas sí siembra lo poco para completar su plato de comida: algo de yuca, una que otra mata de plátano, unas cuantas crías de gallinas. Es una agricultura de pan coger. La verdad son pocos los que aran la tierra, ya no es rentable. La vida en el campo va en la dirección de los grandes formatos que la acorralan. La minería, el cultivo de coca y la ganadería apresan los brazos de los campesinos, no hay de otra, todos los caminos conducen allí. La vida en el campo no es la idílica que nos han querido vender, ello nos desorienta y nos distorsiona la realidad. Por el contrario, la vida en el campo es miserable, se vive en mucha pobreza.

La mejor paga campesina la obtiene el cocalero o raspachín. Después de dos meses produce pasta de coca que se vende a un precio mínimo de 7 millones de pesos, de allí deduce mínimo un 40% de gastos. Le siguen el minero que recibe un jornal de diario por 50 mil pesos libre de alimentación. Y muy pocos, contados con los dedos de una sola mano, estarán de peones en las grandes extensiones de tierra ganadera. Otros muchos campesinos, están vadeando el río en busca de algunos gramos de oro, son los mineros artesanales. Finalmente están los mal pagados campesinos que por un fatigoso día de echar machete a pleno sol reciben si mucho 30 mil pesos de los cuales deben descontarse su propia alimentación. Esto da señas de por qué la agricultura es considerada la pariente pobre del campo.

Pero no sólo son estos valores económicos y de subsistencia los que acorralan o predeterminan la vida en el campo.  El equipamiento o la configuración material del territorio también condiciona todo posible hacer. Por ejemplo, las vías sólo están para servir a esos grandes formatos económicos de maquinaria pesada, un servicio público o privado es escaso y costoso, al punto de no estimular la movilidad de productos y de personas, es un territorio dejado al olvido de dios. Allí todo es lejos, todo se hace difícil al punto de que vivir es todo un milagro. Para dar una idea de la distancia, un recorrido de 43 kilómetros en camioneta de doble tracción con conductor experimentado, puede durar tres horas, es decir, va a una velocidad promedio de 14 km/h. Las acometidas de energía si las hay, son intermitentes. En los inexistentes centros de salud, más vale no enfermarse... La señal telefónica es más bien escasa, el voz a voz es más efectivo. Y el silencio es mucho mejor si se quiere preservar la vida ante la bota paramilitar.

Las escuelas cuando las hay, su gran mayoría, amenazan ruina. Allí se cursa la primaria y en pocas se puede ofertar hasta el noveno grado. Todas las condiciones se conjugan para que se dé una imperfecta  educación, de cualquier manera no se ve venir un mejor futuro para las nuevas generaciones campesinas. Para su regocijo espiritual es posible que haya alguna caseta que hace las veces de iglesia cristiana. Para su diversión de fin de semana, una tienda o cantina muele música a la par de un trago tras otro de licor. A mi manera, veo en la mirada de los campesinos un cierto regocijo espiritual de humildad, honestidad, generosidad y tranquilidad propia de ese mundo pausado del campo. Aunque también puedo llamar a todo esto, resignación pero nunca despojado de su dignidad.

Dice también de la pobreza campesina, la precariedad de sus viviendas. Sus casas son cuatro palos verticales anclados que sirven para fijar unos plásticos en cada lateral y por encima techan con unas hojas de zinc. Allí se alojan papá, mamá e hijos. En la mesa algo básico no ha de faltar para mitigar el hambre, algunas veces por semana, no todas, se come carne, costilla o hueso de espinazo, nunca de calambombo. Arroz, yuca y plátano no han de faltar.

La sabiduría popular hace notar que los territorios mineros ricos en oro, son pueblos pobres. Al igual que la industria coquera o ganadera la riqueza no se distribuye, se concentra en pocas manos y no se irriga en la mayoría de la población. Los grandes renglones de la economía se imponen, determinan la vida y el espacio físico, toman los brazos de la población a su servicio. Es el campesino y su tiempo que le ha tocado vivir. Su inmovilidad y aislamiento, lo hunden en la miseria, al punto de herirlo de muerte.

1 comentario:

  1. Excelente columna. Esa es la fotografía perfecta que enmarca la realidad del campo.

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