Tres ciudades, tres territorios, tres culturas que explican la civilización mundial, la humana. Atenas es el verbo, el espíritu, el mito la luz, el fuego, la geometría, es la ciudad rodeada por el mar, por el agua. Jerusalén es el código, el signo, el escrito, es el tiempo, es el contenido o continente, es la ciudad en el desierto. Atenas es mito. La otra ciudad es Roma, es la ciudad de la piedra, del objeto, es piedra, es la escultura, es el gesto que produce el cuerpo, es el rito, es el oro. Es tinieblas en sus tumbas y sus cuevas, en sus huellas están los sentidos como por ejemplo en las pisadas. Todas tres si se las sabe mezclar producen un buen entendimiento, un buen conocimiento. Es como el trabajo del panadero que con su amasar pliega aquí y allá, y así vuelve a comenzar y a repetir para sacar lo mejor. Arlequín es otro buen ejemplo para decir lo múltiple y no lo único de una razón.
Acá pongo, transcribo una página 48 del libro Roma de Michel Serres en su traducción inédita de Luis Alfonso Paláu y que describe los renglones dichos arriba:
Hoy me parece tocar, por una experiencia, lo que se puede llamar la encarnación. Roma no es del verbo como Atenas, ella no es del libro, del soplo o del escrito como Jerusalén. Inversamente, ella no es del agua como la primera, ni del desierto cómo la segunda. Roma es dura y bestia cómo la piedra, negra como las entrañas de una piedra, nunca transparente como la pirámide o el tetraedro de la epifanía griega, nunca multiplicada cómo la interpretación hebraica sobre el espacio blanco del desierto. Jerusalén es lo ligera y dútil como cien mil signos, Atenas vuela entorno al logos, Roma es pesada. Ella gaguea, balbucea, hace el gesto, nunca sabe. Ella es del rito, no del mito. El cuerpo tiene el bastón, tras el templo y los puntos, no sabe por qué. El judío sabe escribir siete veces por qué; el Griego puede decirlo once veces también. Mi cultura judeogriega es tan ligera que yo puedo llevarla más allá del mar, más allá del desierto.
Ella vuela como la lengua y cómo la escritura. Es del logicial. Roma está en su gesto y en su cuerpo, cuando el signo de detiene o se hará. Ella es lo material. Su mano es tan segura como es rápida la boca griega o como estalla en red la complejidad judía. Roma no puede estar por fuera de Roma como Atenas estuvo por fuera de sí, como Jerusalén nunca ha dejado de estarlo. Roma está en Roma entera y siempre en sus muros.
Atenas es espíritu, Jerusalén es signo y Roma es objeto. Res. Res pública, a veces B, Brutus, Bruto, lleva consigo un cornejo en cuyo interior está el oro para ofrecerlo al dios Apolo en Delfos. Es el enigma de Roma y es su solución.
Yo creo comprender, pero eso no es nada; yo creo en la actualidad tocar el objeto. Yo lo veo construido, yo veo cómo fue construido. Rudo, graneado, grosero, gestualmente rígido. Pero yoblobhe sabido siempre porque yo viví besa experiencia. Mi padre, sin cultura, como se dice, sin embargo me ha legado todo lo que en mí vive de cultura, es decir, todo lo que vive en mí y rechaza la muerte; mientras que el discurso llamado cultural nunca me ha enseñado más que algunas frivolidades.
Si tú me das un signo o una palabra, sobre todo un sentido claro o una teoría diáfana, tú me das un contenido que tiene todo en su continente, una bolita de vidrio o una bola de cristal. En un instante, yo sé, yo no he recibido más que un minuto o un destello. Ello puede ser bello y grande, ello no llena mi tiempo. Sobre todo, eso no puede producir un tiempo, eso no hace aún buena historia. He recibido de mi padre pedazos de piedra, el era picapedrero; yo recibí de él trancoso de fresa, él era labrador. Yo recibí de él arenas y casquijos, duros y negros. Del neolítico hasta mi muerte, esas cosas almacenadas permanecen por comprenderse.
Seguramente es bueno aprender lo que se puede comprender, pero de vive de lo que no se puede comprender, pero se vive de lo que no de ha comprendido aún. Es esto, en el sentido literal, llevar consigo símbolos, esos guijarros quebrados, esas teseras.
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