Historiador
Colombiakrítica
La vida y sus pliegues que nos viven. Nadie está a título personal en su propio cuerpo: la vida, la economía y el lenguaje. La vida con sus órganos y sus funciones nos impone sus reglas para habitar la salud o la enfermedad. Ganar el pan con el sudor de la frente, se requiere trabajar para satisfacer necesidades y deseos no sin sortear conflictos con los semejantes, los recursos no son suficientes para lograr un bienestar general. Se requiere trabajar para escapar a la inminencia de la muerte. Y de allí los intercambios que oxigenan la vida y la economía.
El hombre, por supuesto, es lenguaje, expresa la lengua viva, es portador de las costumbres de la cultura que le ha tocado vivir, somos hijos de nuestro propio tiempo, y más allá, como suele decirse, somos uno solo de muchos millones de años con las singularidades de la cultura local. El lenguaje nos encarna para sacar o esconder lo de adentro que nos aprisiona. El grito es ahogo de algo que nos atraganta, la literatura es la voz, las palabras que sangran en la carne que duele, Artaud, Batialle nos los enseñaron. Las palabras no son más que sedimentos de la cultura, de una época, de un tiempo vivido. Y mucho mejor, la dispersión, el caos nos define bien, la vida con su sombra detrás, la muerte que camina a la par. Estamos atados a la finitud, la muerte que roe la vida sin remedio alguno. La vida es corta y los días tan largos.
Vida, trabajo, lenguaje son pliegues de la existencia humana. Sistema, estructura, devenir, dispersión, somos el momento inédito develado con los otros y las cosas. Por lo demás, las cosas valen según las relaciones que tenemos con ellas. El hombre se revela en sus pliegues no sin los esfuerzos por ocultarse, incluso en la suerte de borrarse como la figura que desaparece en el espejo sin dejar rastro.
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