Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/


La violencia ha sido condición humana. Las batallas y las guerras definen quien se instaura en el Poder, quien se impone sobre otro que igualmente se disputa dirigir los designios de un pueblo. Es propio de la especie humana pensar distinto a los demás, divergir, tener puntos de vistas diferentes. Nuestro cerebro es un aparato de contradicciones, una verdadera máquina de confrontaciones a diferencia de los cerebros automizados de las abejas que nacen con un programa determinado hasta que mueren,  no tienen lugar a los reparos, todo está dado de golpe y porrazo. La disputa nos define, detrás de cualquier poblado fundado se encuentra un crimen, un asesinato que lo inaugura. Pocas son las culturas que insinúan costumbres amables que no provocan adversidades, piénsese en los esquimales conocidos como seres de paz por sus espíritus tranquilos o los chinos de siempre sonreír incluso en situaciones adversas, pero pese a ello no son ajenos a la violencia que bordea al género humano.


Se afirma que la Justicia es una forma sofisticada, otros dirán civilizada, de aplicar la violencia. Detener la sed de venganza, aplicar castigo es la forma de detener mayores derrames de sangre, es un mecanismo natural de conservación de la misma especie humana, so pena de su propia extinción, su propia destrucción. En la historia se conoce la figura del chivo expiatorio, quien paga las culpas cometidas por otro, siempre se debe tener quien pague por las faltas para saciar, para detener la sed, el caudal de violencia que recorre el instinto humano. Conjurar el daño es suficiente y suple inoficiosos castigos como los encarcelamientos, se trata es de puntos finales al sufrimiento humano más que ensañarse con formas vengativas.


La historia reciente de Colombia lleva más de medio siglo chorreando sangre, un conflicto degradado como lo son todos de esta especie humana en el planeta tierra. De un bando y de otro se tiene la interminable infamia humana perfeccionada. Recordemos los asquerosos métodos de matar para producir el mayor miedo: cortes de franela o cortar las manos y meterlas en un orificio en sus propio cuerpo, mochar cabezas para exhibirlas en estacas o destinarlas como balones de fútbol; el puñal asesino que atraviesa el vientre embarazado; el ministro o presidente del país que posan en el mejor lugar con el cadáver del adversario destrozado para alimentar los diarios noticiosos.


Los botines, el poder, quien se queda con la mejor disputa es norma de esta condición humana, los grupos de poder son insaciables, aún no ha habido forma de frenar los deseos ilimitados de los hombres, entre más se tiene, más se quiere tener, tan sólo ver los dandis adinerados, siempre aparecen con sus bolsillos de nunca llenar. Y más aún con quienes viven de la industria militar, de la guerra, por eso hacen pataletas, berrinches. Son miserables esos hombres que quieren vivir de la desgracia, del dolor humano.


La vida se define por las fuerzas que contrarrestan a la muerte, por la lucha, por el combate de mantenerse siempre de pié, la ausencia de esta chispa, de este gusto por vivir equivale a la muerte (tanto la inmovilidad como el aislamiento matan). Ello también equivale a decir que El peor de los hombres es bueno, tan sólo hay que extraerle la espina clavada que lo mantiene en sufrimiento. Todo aquello que busque salidas a la desgracia humana siempre será mejor. Nadie quiere vivir en el dolor. El bienestar, el vivir en un estado de paz es preferible a vivir bajo la amenaza de muerte en la que nos somete la violencia, la guerra. La esperanza da sentido a nuestras vidas, la esperanza de tener un mundo mejor al que nos ha tocado vivir.
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