Las Heterotópias

Por  Daniel Defert
<Fragmento del librito de Daniel Defert (presentador), Foucault: el cuerpo utópico, las heterotopías.  París: Lignes, 2009.  pp. 21-36>


Hay pues países sin lugar alguno e historias sin cronología.  Ciudades, planetas, continentes, universos cuya traza es imposible de ubicar en un mapa o de identificar en cielo alguno, simplemente porque no pertenecen a ningún espacio.  No cabe duda de que esas ciudades, esos continentes, esos planetas fueron concebidos en la cabeza de los hombres, o a decir verdad en el intersticio de sus palabras, en la espesura de sus relatos, o bien en el lugar sin lugar de sus sueños, en el vacío de su corazón; me refiero, en suma, a la dulzura de las utopías.  No obstante, creo que hay —y esto vale para toda sociedad— utopías que tienen un lugar preciso y real, un lugar que podemos situar en un mapa, utopías que tienen un lugar determinado, un tiempo que podemos fijar y medir de acuerdo al calendario de todos los días.  Es muy probable que todo grupo humano, cualquiera que éste sea, delimite en el espacio que ocupa, en el que vive realmente, en el que trabaja, lugares utópicos, y en el tiempo en el que se afana, momentos ucrónicos.

He aquí lo que quiero decir: no vivimos en un espacio neutro y blanco; no vivimos, no morimos, no amamos dentro del rectángulo de una hoja de papel.  Vivimos, morimos, amamos en un espacio cuadriculado, recortado, abigarrado, con zonas claras y zonas de sombra, diferencias de nivel, escalones, huecos, relieves, regiones duras y otras desmenuzables, penetrables, porosas; están las regiones de paso: las calles, los trenes, el metro; están las regiones abiertas de la parada provisoria: los cafés, los cines, las playas, los hoteles; y además están las regiones cerradas del reposo y del recogimiento.  Ahora bien, entre todos esos lugares que se distinguen los unos de los otros, los hay que son absolutamente diferentes; lugares que se oponen a todos los demás y que de alguna manera están destinados a borrarlos, neutralizarlos o purificarlos.  Son, en cierto modo, contra-espacios.  Los niños conocen perfectamente dichos contra-espacios, esas utopías localizadas: por supuesto, una de ellas es el fondo del jardín; por supuesto, otra de ellas es el granero o, mejor aun, la tienda de indio levantada en medio de él; o bien, un jueves por la tarde*, la cama de los padres.  Pues bien, es sobre esa gran cama que uno descubre el océano, puesto que allí uno nada entre las cobijas; y además, esa gran cama es también el cielo, dado que es posible saltar sobre sus resortes; es el bosque, pues allí uno se esconde; es la noche, dado que uno se convierte en fantasma entre las sábanas; es, en fin, el placer, puesto que cuando nuestros padres regresen seremos castigados.

A decir verdad, esos contra-espacios no sólo son una invención de los niños; y esto es porque, a mi juicio, los niños nunca inventan nada: son los hombres, por el contrario, quienes susurran a aquéllos sus secretos maravillosos, y enseguida esos mismos hombres, esos adultos se sorprenden cuando los niños se los gritan al oído.  La sociedad adulta organizó ella misma, y mucho antes que los niños, sus propios contra-espacios, sus utopías situadas, sus lugares reales fuera de todo lugar.  Por ejemplo, están los jardines, los cementerios; están los asilos, los burdeles; están las prisiones, los pueblos del Club Mediterranée y muchos otros.

Pues bien, yo sueño con una ciencia —y sí, digo una ciencia— cuyo objeto serían esos espacios diferentes, esos otros lugares, esas impugnaciones míticas y reales del espacio en el que vivimos.  Esa ciencia no estudiaría las utopías —puesto que hay que reservar ese nombre a aquello que verdaderamente carece de todo lugar— sino las hetero-topías, los espacios absolutamente otros.  Y, necesariamente, la ciencia en cuestión se llamaría, se llamará, ya se llama, la “heterotopología.”

Pues bien, hay que dar los primeros rudimentos de esta ciencia cuyo alumbramiento está aconteciendo.  Primer principio: probablemente no haya una sola sociedad que no se constituya su o sus heterotopías.  Ésta es una constante en todo grupo humano.  Pero, a decir verdad, esas heterotopías pueden adquirir, y de hecho siempre adquieren formas extraordinariamente variadas.  Y tal vez no haya una sola heterotopía en toda la superficie del globo o en toda la historia del mundo, una sola forma de heterotopía que haya permanecido constante.  Quizás podríamos clasificar las sociedades según las heterotopías que prefieren, según las heterotopías que constituyen.  Por ejemplo: las sociedades llamadas primitivas tienen lugares privilegiados o sagrados, o prohibidos —al igual que nosotros, de hecho—; pero esos lugares privilegiados o sagrados por lo general están reservados a individuos, si ustedes quieren, en “crisis biológica”.  Hay recintos especiales para los adolescentes en el momento de la pubertad; los hay reservados a las mujeres en su periodo menstrual; hay otros para las mujeres que están en parto.  

En nuestra sociedad las heterotopías para los individuos en crisis biológica han prácticamente desaparecido.  Noten que todavía en el siglo diecinueve había colegios para los muchachos, los cuales, al igual que el servicio militar, sin duda cumplían el mismo papel, pues era menester que las primeras manifestaciones de la virilidad se produjeran en otra parte.  Y después de todo, en lo que concierne a las jóvenes, yo me pregunto si el viaje nupcial no era al mismo tiempo una suerte de heterotopía y de heterocronía, ya que no era posible que la desfloración de la joven se produjera en la misma casa en la que nació; dicha desfloración había de realizarse, de alguna manera, en ninguna parte.

Pero esas heterotopías biológicas, esas heterotopías si ustedes quieren de crisis, desaparecen paulatinamente para ser remplazadas por las heterotopías de desviación.  Es decir que los lugares que la sociedad acondiciona en sus márgenes, en las áreas vacías que la rodean, esos lugares están más bien reservados a los individuos cuyo comportamiento representa una desviación en relación a la media o a la norma exigida.  De ahí la existencia de las clínicas psiquiátricas; de ahí también, claro está, la existencia de las cárceles; a lo cual habría que añadir sin duda los asilos para ancianos, puesto que, después de todo, en una sociedad tan afanada como la nuestra, la ociosidad se asemeja a una desviación que, en este caso, resulta por lo demás una desviación biológica por estar asociada a la vejez la cual es, por cierto, una desviación constante, al menos para todos aquellos que no tienen la discreción de morir de un infarto tres semanas después de su jubilación.

Segundo principio de la ciencia heterotopológica: pues bien, durante el curso de su historia, toda sociedad puede reabsorber y hacer desaparecer una heterotopía que había constituido anteriormente, o bien organizar alguna otra que aún no existía.  Por ejemplo: desde hace unos veinte años la mayoría de los países de Europa han intentado hacer que desaparezcan las casas de citas; con un éxito mitigado pues, como sabemos, el teléfono ha remplazado la vieja casa a la que iban nuestros ancestros por una red arácnida y mucho más sutil.  Por lo contrario, el cementerio, que en nuestra experiencia actual corresponde al ejemplo más evidente de una heterotopía, es absolutamente el otro lugar.  Pues bien, el cementerio no ha tenido siempre ese papel en la civilización occidental.  Hasta el siglo XVIII, el cementerio estaba en el corazón de los poblados, dispuesto allí, en el centro de la ciudad, justo a un lado de la iglesia, y a decir verdad no se le atribuía ningún valor realmente solemne.  Salvo en el caso de algunos individuos, el destino común de los cadáveres era simplemente ser arrojados a la fosa sin ningún respeto por los restos individuales.  Ahora bien, de una manera muy curiosa, en el momento mismo en el que nuestra civilización se volvió atea, o al menos más atea, es decir a finales del siglo XVIII, nos pusimos a individualizar los esqueletos: desde entonces cada quien tuvo derecho a su cajita y a su pequeña descomposición personal.  Y por otro lado, pusimos todos esos esqueletos, todas esas cajitas, todos esos féretros, todas esas tumbas y esas piedras fuera de la ciudad, en el límite de las urbes, como si se tratara al mismo tiempo de un centro y un lugar de infección y, de alguna manera, de contagio de la muerte.  Pero no hay que olvidar que todo esto no sucedió sino en el siglo XIX, e incluso durante el curso del Segundo Imperio (es bajo Napoleón III, en efecto, que los grandes cementerios parisinos fueron organizados en los límites de las ciudades).  También habría que citar —y aquí observaríamos en cierto modo una sobredeterminación de la heterotopía— los cementerios para tuberculosos: pienso en ese maravilloso cementerio de Menton en el que fueron inhumados los grandes tuberculosos que vinieron, a finales del siglo XIX, para descansar y morir en la Costa Azul.  

Otra heterotopía.

Por lo general, la heterotopía tiene como regla yuxtaponer en un lugar real varios espacios que normalmente serían, o deberían ser incompatibles.  El teatro, que es una heterotopía, hace que se sucedan sobre el rectángulo del escenario toda una serie de lugares incompatibles.  El cine es una gran sala rectangular al fondo de la cual se proyecta sobre una pantalla, que es un espacio bidimensional, un espacio que nuevamente es un espacio de tres dimensiones.  Vean ustedes aquí la imbricación de espacios que se realiza y se teje en un lugar como una sala de cine.  Pero quizás el más antiguo ejemplo de heterotopía sea el jardín: el jardín, creación milenaria que ciertamente tenía una significación mágica en Oriente.  El tradicional jardín persa es un rectángulo dividido en cuatro partes, las cuales representan las regiones del mundo, los cuatro elementos de los cuales éste se compone; y en el centro, en el punto en el que se unen esos cuatro rectángulos, había un espacio sagrado, una fuente, un templo; y alrededor de ese centro, toda la vegetación ejemplar y perfecta del mundo debía hallarse reunida.  Ahora bien, si pensamos que los tapetes orientales están en el origen de las reproducciones de jardines (en sentido estricto, de los jardines de invierno), comprendemos el valor legendario de los tapetes voladores, de esos tapetes que recorrían el mundo.  El jardín es un tapete en el que el mundo entero es convocado para cumplir su perfección simbólica, y el tapete es un jardín que se mueve a través del espacio.  De hecho, ¿era un parque, o más bien un tapete, el jardín que describe el narrador de Las mil y una noches?  Vemos que todas las bellezas del mundo se conjuntan en ese espejo.  El jardín, desde la más remota Antigüedad es un lugar de utopía.  Quizás tenemos la impresión de que las novelas se sitúan fácilmente en jardines; y es que, de hecho, las novelas nacieron sin duda de la institución misma de los jardines: la actividad novelesca es una actividad de jardinería.

Resulta que las heterotopías con frecuencia están ligadas a cortes singulares del tiempo.  Se emparientan, si ustedes quieren, con las heterocronías.  Por supuesto, el cementerio es el lugar de un tiempo que ya no corre más.  De manera general, en una sociedad como la nuestra se puede decir que hay heterotopías que son las heterotopías del tiempo que se acumula al infinito.  Los museos y las bibliotecas, por ejemplo: en los siglos XVII y XVIII, los museos y las bibliotecas eran instituciones singulares dado que eran las expresión del gusto de cada quién; por el contrario, la idea de acumularlo todo, la idea de detener el tiempo de alguna manera, o más bien de dejarlo depositar al infinito en un espacio privilegiado, de constituir el archivo general de una cultura, la voluntad de encerrar en un lugar todos los tiempos, todas las épocas, todas las formas y todos los gustos, la idea de constituir un espacio de todos los tiempos, como si ese espacio pudiera estar él mismo definitivamente fuera de todo tiempo, es una idea del todo moderna.  Los museos y las bibliotecas son heterotopías propias de nuestra cultura.

Hay, sin embargo, heterotopías que están ligadas al tiempo, no  según la modalidad de la eternidad, sino según el modo de la fiesta; heterotopías no eternizadoras, sino crónicas.  El teatro, por supuesto, y luego las ferias, esos maravillosos emplazamientos vacíos en los bordes de las ciudades que se pueblan una o dos veces al año con casuchas, puestos de objetos heteróclitos, luchadores, mujeres-serpiente y echadoras de buenaventura.  La aparición de los campamentos de vacaciones es aun más reciente en la historia de nuestra civilización: pienso sobre todo en esos maravillosos pueblos polinesios que ofrecen, en la costa mediterránea, tres pequeñas semanas de desnudez primitiva a los habitantes de nuestras ciudades.  Las palapas de Jerba se emparientan en cierto sentido con las bibliotecas y los museos, puesto que son heterotopías de eternidad: y es que allí se invita a los hombres a reanudar lazos con la más vieja tradición de la humanidad; y al mismo tiempo esas palapas son la negación de toda biblioteca y de todo museo, puesto que en vez de servir para acumular el tiempo, sirven al contrario para borrarlo y volver a la desnudez, a la inocencia del primer pecado.  También, entre esas heterotopías de la fiesta, esas heterotopías crónicas, existe, o más bien existía, la fiesta que ocurría todas las noches en la casa de citas de otrora, esa fiesta que empezaba a las seis de la tarde como en La fille Élisa.
Y finalmente, hay otras heterotopías que están ligadas no a la fiesta sino al pasaje, a la transformación, a las labores de la regeneración.  Eran, durante el siglo XIX, los colegios y los cuarteles los que debían hacer de los niños adultos, de los pueblerinos ciudadanos, lo mismo que despabilar a los ingenuos.  Hoy en día tenemos sobre todo las prisiones.

Por último, quisiera establecer el siguiente hecho en tanto quinto principio de la heterotopología: las heterotopías tienen siempre un sistema de apertura y cierre que las aísla del espacio que las rodea.  En general, uno no entra en una heterotopía como Pedro por su casa: o bien uno entra allí porque se ve obligado a hacerlo (las prisiones, evidentemente), o bien uno lo hace cuando se ve sometido a ritos, a una purificación.  Hay incluso heterotopías dedicadas exclusivamente a dicha purificación: purificación mitad religiosa, mitad higiénica, como en el caso de los Hammams de los musulmanes; y también hay purificaciones que parecen exclusivamente higiénicas, como los saunas de los escandinavos, pero que conllevan una serie de valores religiosos o naturalistas.

Hay otras heterotopías, por el contrario, que no están cerradas en relación al mundo exterior, pero que son pura y simple apertura; todo el mundo puede entrar en ellas, pero, a decir verdad, una vez que se está adentro, uno se da cuenta de que es una ilusión y de que se entró a ninguna parte: la heterotopía es un lugar abierto, pero con la propiedad de mantenerlo a uno afuera.  Por ejemplo, en Suramérica, en las casas del siglo XVIII, se disponía siempre al lado de la puerta de entrada, pero antes de la misma, una pequeña habitación <zaguán> que daba directamente al mundo exterior y que estaba destinada a los visitantes de paso.  Es decir que cualquiera podía entrar en esa habitación a cualquier hora del día y de la noche, descansar en ella, hacer allí lo que le pareciera; podía partir al día siguiente sin ser visto ni reconocido por nadie; pero, en la medida en la que esa habitación no daba de ninguna manera a la casa misma, el individuo que en ella se hospedaba no podía penetrar jamás en el interior del aposento familiar; esa habitación era una especie de heterotopía completamente exterior.  Podríamos comparar con esa habitación a los moteles estadounidenses, a los que uno entra con su auto y su amante, y en los que la sexualidad ilegal se encuentra al mismo tiempo albergada y oculta, mantenida aparte, sin que por lo tanto se la deje al aire libre.

Finalmente, existen las heterotopías que parecen abiertas, pero en las que sólo entran verdaderamente los que ya han sido iniciados.  Uno cree acceder a lo más simple, a lo que está más fácilmente a disposición, siendo que en realidad se está en el corazón del misterio.  Es al menos de ese modo que Aragon entraba en las casas de citas: “Todavía el día de hoy, no traspongo esos umbrales de excitabilidad particular sin una cierta emoción de colegial; allí persigo el gran deseo abstracto que a veces se desprende de algunas figuras que nunca amé.  Un fervor se despliega.  Ni por un instante pienso en el aspecto social de esos lugares; la expresión casa de tolerancia no puede ser pronunciada con seriedad.”

Es en este punto en donde indudablemente nos acercamos a lo más esencial de las heterotopías.  Éstas son una impugnación de todos los demás espacios, que pueden ejercer de dos maneras: ya sea como esas casas de citas de las que hablaba Aragon, creando una ilusión que denuncia al resto de la realidad como si fuera ilusión, o bien, por el contrario, creando realmente otro espacio real tan perfecto, meticuloso y arreglado cuanto el nuestro está desordenado, mal dispuesto y confuso.  De este modo funcionaron durante algún tiempo, en el siglo XVIII sobre todo —al menos según lo proyectaban los hombres—, las colonias.  Por supuesto, como sabemos, las colonias tenían una gran utilidad económica; pero había valores simbólicos que les estaban asociados y que, sin duda esos valores, se debían al prestigio propio de las heterotopías.  Así es como en los siglos XVII y XVIII las sociedades puritanas inglesas intentaron construir en América sociedades absolutamente perfectas.  Así es como, a finales del siglo XIX y aún a principios del XX, Lyautey y sus sucesores en las colonias militares francesas soñaron con sociedades jerarquizadas y militares.  Indudablemente la más extraordinaria de esas tentativas fue la de los jesuitas en el Paraguay.  En efecto, en Paraguay los jesuitas habían fundado una colonia maravillosa en la que toda la vida estaba reglamentada, en la que imperaba el régimen del comunismo más perfecto, dado que las tierras pertenecían a todo el mundo, los rebaños pertenecían a todo el mundo, y a cada familia sólo se le atribuía un pequeño jardín.  Las casas estaban organizadas en filas regulares a lo largo de dos calles que hacían ángulo recto; en la plaza central del pueblo estaban la iglesia al fondo, y de un lado el colegio y del otro la prisión.  Los jesuitas reglamentaban meticulosamente de la noche a la mañana y desde la mañana hasta la noche la vida entera de los colonos.  El Ángelus sonaba a las cinco de la mañana para el despertar, después marcaba el inicio del trabajo, luego la campana llamaba al mediodía a la gente, hombres y mujeres que habían trabajado en el campo, a las seis de la tarde se reunían para cenar, y a la medianoche la campana sonaba nuevamente para aquello que llamaban el despertar conyugal, puesto que a los jesuitas les importaba mucho que los colonos se reprodujeran, debido a lo cual todas las noches tocaban alegremente la campana para que la población pudiera proliferar.  Y lo hizo, por lo demás, porque de ciento treinta mil que había al principio de la colonización jesuita, los indios pasaron a ser cuatrocientos mil a mediados del siglo XVIII.  Éste era un ejemplo de una sociedad completamente cerrada sobre sí misma, y que no estaba ligada al resto del mundo más que por el comercio y las ganancias considerables que obtenía la Compañía de Jesús.

Con la colonia, tenemos una heterotopía que tiene la suficiente ingenuidad como para querer realizar una ilusión.  Con la casa de citas, por el contrario, tenemos una heterotopía lo bastante sutil o hábil como para querer disipar la realidad con la pura fuerza de las ilusiones.  Y si pensamos que el barco, el gran barco del siglo XIX es un pedazo de espacio flotante, un lugar sin lugar, que vive por sí mismo, cerrado sobre sí, libre en cierto sentido, pero abandonado fatalmente al infinito del mar, y que de puerto en puerto, de barrio de chicas en barrio de chicas, de navegación en navegación va hasta las colonias buscando lo más precioso que éstas resguardan de esos jardines orientales de los que hablábamos hace un rato, comprendemos por qué el barco ha sido para nuestra civilización, al menos desde el siglo XVI, al mismo tiempo el más grande instrumento económico y nuestra más grande reserva de imaginación.  El navío es la heterotopía por excelencia.  Las civilizaciones sin barcos son como los niños cuyos padres no tienen una gran cama sobre la cual jugar; sus sueños se agotan, el espionaje reemplaza a la aventura, y la fealdad de la policía reemplaza a la belleza llena de sol de los corsarios.

Traducción de Rodrigo García
<hasta acá tomado de la Internet, Paláu>

Read more...

Cataluña el Falso Relato Independentista

“Cataluña fue construyendo un relato independentista basado en datos falsos”

SEMANA habló con la filósofa y académica española Adela Cortina sobre la crisis que se ha desatado en su país luego de que el parlamento de Cataluña declarara la independencia de esa comunidad autonómica. Sus reflexiones se ubican en la otra cara de la moneda.
Entrevista a Adela Cortina sobre la independencia de Cataluña
“Cataluña fue construyendo un relato independentista basado en datos falsos”


Adela Cortina (Valencia, 1947) ha dedicado la mayor parte de su vida académica a investigar y a reflexionar sobre la ética, un tema que no resulta menor en tiempos que han sido reseñados como los de la posverdad. Pero la posverdad, dice, es tan vieja como la humanidad misma.

Para esta profesora de la Universidad de Valencia, los independentistas en Cataluña son una minoría que han construido un relato victimista que no se compadece con la historia de España ni con la realidad actual. Pero, ¿cuáles son sus argumentos? La tesis de Cortina –esa que tiene sus contradictores- se centra en la idea de que Cataluña nunca fue más oprimida que otras regiones, ni en la época del reino de Aragón ni en la dictadura de Franco.   

Cortina estuvo en Colombia gracias a la Corporación Excelencia en la Justicia y por invitación del proyecto La paz se toma la palabra, del Banco de la República. SEMANA aprovechó su visita para hablar con ella de uno de los momentos más complejos de la vida política española, desde que se instauró la democracia en 1978. Esto fue lo que dijo.

SEMANA: Usted decía, en una reciente columna en El País, que España carece de un relato nacional propio, distinto a lo que sucede con el independentismo catalán. ¿A qué se refiere?

Adela Cortina: A mí me parece lamentable que en tiempos de globalización en vez de buscar unirnos y reforzar nuestros lazos para combatir la pobreza, el cambio climático, el hambre, estemos pensando en disgregarnos. Estamos hablando de un país, una patria que ha conseguido que distintas regiones durante algún tiempo se hayan ido uniendo. Desde 1978 se consiguió el estado de las autonomías (como la de Cataluña) en el que hay un respeto a la diversidad y a la vez una unidad.

Yo creo que las autonomías fue una buena articulación y quienes pasábamos del franquismo al mundo democrático pensamos que ya estaba el tema resuelto, pese a que aun había temas por resolver. Y ahí comenzó un poco el error. Como estos cuarenta años han sido los mejores de toda la historia de España, pues no se nos ocurrió que teníamos que hacer un relato sobre España, porque no sabíamos que iba a aparecer el relato independentista. Creíamos que con haber conseguido un país democrático, con un progreso económico, integrado a la Unión Europea, teníamos el problema solucionado.

SEMANA: ¿Cuál es entonces el relato independentista?

A.C.: Los independentistas sí que hicieron su relato, uno que decía que eran una nación víctima, reprimida, lo cual sencillamente es falso. Cualquier tipo de constatación histórica demuestra que no es así. Pero cuando ese relato se cuenta desde la escuela, desde la familia, se va metiendo en el cerebro y los niños ya van generando la idea de que hay una nación catalana sometida por una corona española que la roba. Y todo eso es falso.

SEMANA: Pero sí que se podría hablar de una opresión a Cataluña al menos en la época del franquismo…

A.C.: Vamos a ver. El franquismo era una sociedad autoritaria en la que toda España –todas las regiones- estaban sometidas a un régimen. Cataluña lo que pasa es que tenía una lengua propia, pero en Valencia también hay una lengua, y en el país Vasco. Y el franquismo sí que intentaba eliminar las diferencias lingüísticas y culturales. Pero dicho eso, hay que decir que cuando se celebró el referéndum de la Constitución de 1978 los catalanes votaron mayoritariamente –mas del 90%- a favor de la Constitución democrática.

Lo digo porque este dato es muy importante. Ellos estaban en el mismo juego de toda España. Lo que te quiero decir es que Cataluña no estaba mas oprimido que el resto de España, sino todo lo contrario. En el franquismo hubo una cantidad de industrias que fueron a Cataluña, y de verdad que los catalanes han trabajado muy bien. Pero así fue creciendo Cataluña, además con la llegada de migrantes desde Andalucía, Extremadura, entre otros. Estamos hablando de una región privilegiada desde ese punto de vista. No desde la lengua y la cultura, pero sí desde la industria que fue allá.

SEMANA: Pero en Cataluña hubo un movimiento importante en contra del franquismo…

A.C.: Jamás Cataluña ha estado contra el franquismo. Jamás. En Cataluña había gente que era franquista y gente que era anti franquista, como en toda España.

SEMANA: Pero la lengua –el catalán- estuvo prohibida durante el franquismo...

A.C.: Prohibida no, pero se usaba en la familia. En la escuela a los niños se les enseñaba el español; el catalán era una lengua relegada, pero eso es lo único. En el estado de las autonomías se han potenciado las lenguas propias totalmente. En la época franquista, represión, nada.

SEMANA: ¿Cómo se construye un relato entonces? ¿Es a través de la literatura, o a través de todas las artes, de la educación?


A.C.: Creo que muchas gentes lo hemos olvidado. Nuestro cerebro no es un procesador lógico sino un procesador de historias, y por eso todos los países y todas las religiones educan a los niños con relatos y con cuentos, todos los mitos del origen del mundo son relatos, y el relato te van formando la mente de manera que tú interpretas los hechos a través de relatos.

Claro, los independentistas, que son un grupo muy pequeño en Cataluña, se dieron cuenta de que el relato es fundamental, y el relato en su caso es un relato victimista. El victimismo es sumamente efectivo. Y es un relato que dice que somos una nación –y hay que saber lo que es una nación- que siempre ha sido oprimida, desde la época de Carlos II y Felipe V. Pues no. No fue una guerra de secesión lo que hubo sino de sucesión.

SEMANA: ¿Qué no es cierto de ese relato inpendentista?

A.C.: Van contando un relato que aparece desde la noche de los tiempos, en el que parece que los catalanes desde el principio fueron una nación, una especie de reino. Y no es verdad, sencillamente fueron un condado dentro de la corona de Aragón. Van contando la historia como que efectivamente hubo una confederación catalana aragonesa. ¡Pero eso no ha existido jamás! Y la corona de Aragón estaba compuesta por el reino de Aragón, el reino de Valencia, el reino de Mallorca y el condado de Cataluña…

SEMANA: ¿Usted dice que Cataluña no estaba dominada por el reino de Aragón?

A.C.: En absoluto. Todas las comunidades tiene un relato: cuando uno va a una etnia, a un país, encuentras un relato, todas las patrias tienen una historia y en el himno se refuerza esa historia. Cataluña fue construyendo un relato independentista basado en datos falsos. Y esto es importante ahora que hablan de una época de posverdad y la posverdad es sencillamente mentiras.

SEMANA: En ese sentido la posverdad es viejísima…


A.C.: La mentira es vieja como la humanidad. Porque mentir es lo contrario de lo que se piensa con el objetivo de engañar. Así de sencillo. Se va contando ese relato y el niño lo oye en la casa, lo oye en la escuela y lo va incorporando. Y se va sembrando la idea de que los españoles son algo contrario, distinto que siempre ha estado en contra. Y se va generando un ánimo antiespañol.

SEMANA: Pero la intención de independizarse no es nueva. La primera vez que se intentó declarar a Cataluña como república fue en el año 1923


A.C.: Ha habido intentos parciales, pero las ha habido en toda España, como en toda Francia. En Francia ha habido cantidad de intentos, pero es que en Francia lo tienen clarísimo. Y en Italia, en Alemania. En todos los países hay regiones mejor situadas, económicamente más fuertes, que en algún momento intentan separarse; Cataluña ha intentado separarse en un par de ocasiones pero sin ningún éxito. Es importante situarse en el tiempo de la república española, la república era absolutamente a favor de España. Justamente la independencia fue impedida en el tiempo de la república porque había una idea de que España era un país. Que es lo que es.

SEMANA: ¿Qué es lo que quiere la mayoría de catalanes según su lectura?

A.C.: Hay un grupito pequeño de gente que es independentista, porque la mayoría de los catalanes no quiere la independencia como se ha demostrado. Y además una muy buena parte de los catalanes se sienten a la vez españoles y catalanes, con lo cual el problema es cómo vas a generar un estado distinto desde un grupo social en el que hay un 50% que quiere una cosa y el 50% otra. Y la independencia casi nadie.

SEMANA: Usted también decía que apostar por la independencia de Cataluña no es decir necesariamente no a Rajoy y a un Madrid inventado…


A.C.: A mí me parece que el matiz mas importante es que el relato de España no es el relato franquista. Me parece muy útil tomar un poema precioso de Miguel Hernández, que era un republicano que murió en la cárcel franquista.  Y su relato es el de todos los pueblos de España que formaban el conjunto de esa nación. A mí me parece que esa es la realidad de España. Y lo que ocurre entonces es que los independentistas y en Madrid han caído en la trampa de pensar que la batalla está solo entre dos entidades o dos seres que en realidad no existen. Por una parte Cataluña. Allá la inmensa mayoría de la población no quiere la independencia. Gran parte de la población se siente tan catalana como española.

No se puede decir que Cataluña quiere la independencia, eso es un error admitirlo si quiera. Pero por otra parte está Madrid. ¿Qué es Madrid? ¿Madrid es el estado? ¿Madrid es el Partido Popular?  ¿Madrid es Rajoy? Y al final es Rajoy contra Puigdemont y Junqueras. Dos entidades que no existen porque la realidad es la de los distintos pueblos de España que están unidos con un vínculo común, y muy vinculados con Iberoamérica. Y en el contexto de la Unión Europea. Ese problema hay que enfocarlo desde esa particularidad y no caer en la trampa de que oponerse a Rajoy es ser independentista.  No, en absoluto. Ser independentistas es algo completamente distinto.

SEMANA: ¿Qué tiene que hacer España en este momento?


A.C.: En este momento se esta haciendo lo único que se puede hacer que es constituir la legalidad, todas las actuaciones de Puigdemont, de Junqueras y el Parlamento catalán en los últimos tiempos son ilegales: la ley del referéndum, todo esto es absolutamente ilegal. Había que reconstruir la ley y eso es lo que ha tenido que hacer el gobierno.

SEMANA: Pero, ¿qué hacer con las personas que consideran que Cataluña debe ser independiente? Habría que escucharlas, ¿no?

A.C.: Vamos a ver, en Cataluña ha aparecido un grupito de un valle catalán –el valle de Arán- que han dicho que ellos tienen derecho a decidir. Y que han pedido que quieren ser independientes de Cataluña. En Cartagena (Murcia) también se organizaron intentando crear un cantón aparte. Hay muchos grupos que pueden querer la independencia, y otros que tienen otros deseos. Pero este es un estado de derecho. Uno donde se intenta articular lo mejor posible los intereses de todos. Y en el que no se satisface plenamente a ninguno, todos se tienen que conformar con un poco menos, pero esa es la única manera de organizar la convivencia. Hay cantidad de gente que no quiere pagar la declaración de la renta, por ejemplo. ¿Hay que satisfacer ese deseo también? Justamente un estado nacional es lo mejor que se ha inventado hasta ahora. 


Tomado de la Revista Semana Colombia, 02/11/2017

Read more...

El problema de la Democracia



 Por: Modeerf Rekam

De los efectos de la “democracia”

Es evidente que tenemos un problema con la democracia, en su operatividad y en sus efectos.
El problema es sus efectos es que se presentan frecuentemente decisiones democráticas que van en contra de los propios votantes. La democracia tiene sentido porque se supone que las mayorías votan por sus propios intereses, pero esto no necesariamente ocurre.
En Inglaterra, la búsqueda más popular en Google® un día después del Brexit fue: “Qué es la Unión Europea?”. Muchos analistas han identificado noticias y promesas falsas sobre el Brexit que fueron determinantes para consolidar el resultado mayoritario. Todos los días se conocen más datos sobre mentiras esparcidas en redes sociales a lo largo de las elecciones de EEUU que dieron como ganador a Trump. El mismo gobierno de EEUU hoy basa en mentiras su relación con los electores: el New York Times ha reportado, por ejemplo, que el presidente Trump dice en promedio una mentira pública diaria a sus votantes. En mi país, Colombia, la mayoría eligió no aprobar el acuerdo de paz entre el Gobierno y la Guerrilla de las FARC. El mismo coordinador de la estrategia del “No” admitió públicamente una campaña basada en mentiras con el objetivo de que: “la gente saliera a votar berraca (con rabia)”.
Estos son sólo ejemplos recientes de una verdad histórica: los medios de comunicación tienen la capacidad de manipular la opinión y las decisiones de la mayoría a través de informaciones falsas o parcializadas. Lo nuevo es que hoy parecen tener más poder redes sociales como Facebook®, Twitter®, y Google® que las grandes multinacionales de medios tradicionales.
Pero esta práctica es más vieja que América: Beckert (2014) en su libro “Imperio del Algodón” describe como el imperio inglés fue capaz de establecer una narrativa diferencial entre su país y sus colonias para establecer control político, extracción y explotación a su favor en vastos territorios de América y África, aniquilando sin consecuencias millones de personas en esos territorios. Chomsky (2002) en “Manufacturando el consentimiento” detalla como EEUU ha mantenido un doble racero en las comunicaciones coordinadas a través de los medios masivos de comunicación para establecer y mantener su preponderancia política y económica en el mundo, facilitando impunemente acciones armadas como genocidios, invasiones y masacres en otros países. En mi país existe también evidencia empírica y judicial de cómo los medios masivos manipularon la opinión pública para que despreciaran a las guerrillas mientras apoyaban e impulsaban el establecimiento y expansión de grupos narco-paramilitares con el objetivo de que controlaran territorios, recursos, e instituciones locales, regionales, y nacionales en Colombia, muy comúnmente a costa de desplazamientos forzados, masacres, y asesinatos en contra de campesinos.
La raíz de este problema es la captura del Estado que los medios masivos han simplificado bajo el sofisma de “corrupción” o de “debilidad institucional”. Se trata realmente de como un pequeño grupo de personas con alto poder económico es capaz de reorientar los recursos y decisiones del Estado para que beneficien a sus familias y empresas. Los electores son engañados sistemáticamente por los políticos con promesas electorales que pocas veces se cumplen, entretanto sus decisiones presupuestales benefician efectivamente a quienes financiaron sus campañas y enlistaron estrategias de manipulación mediática a su favor. De esta manera la mayoría siempre elije lo que conviene a unos pocos. En la práctica tenemos como resultado una suerte de plutocracia avalada popularmente.

De la operatividad de la “democracia”

En la operatividad los problemas no son tan evidentes. El primero tiene que ver con la preponderancia del ejecutivo. En teoría la democracia representativa tiene tres poderes públicos: legislativo, ejecutivo, y judicial. Se supone que cada uno de ellos es independiente, de tal manera que existe un sistema de “pesos y contrapesos” donde si uno abusa de su poder los otros deben controlarlo.
En la práctica el ejecutivo tiene más control presupuestal y burocrático. Es decir, la posibilidad de hacer más contratos y dar más puestos. Los representantes del poder legislativo dependen entonces del ejecutivo para cumplirle a sus votantes y financiadores con puestos y contratos. Es así como los legisladores no tienen en la práctica ninguna manera de hacer control político. Los representantes del poder judicial, por su parte, son elegidos por el poder legislativo de ternas presentadas por el ejecutivo. Es decir, dada la dependencia que los legisladores tienen con el ejecutivo, el poder judicial también es nombrado en últimas por el ejecutivo.
De esta manera, gobernantes y legisladores dependen de empresarios (legales e ilegales) para ser elegidos, y luego legislan y gobiernan para estos empresarios y a su vez eligen a los organismos de control y cortes que se supone deben investigarlos y juzgarlos. Es así como en la práctica los tres poderes públicos no son mucho más que la estructura organizacional que usa la plutocracia avalada popularmente para administrar los recursos de todos.
El sistema de incentivos para la toma de decisiones dentro de esta estructura organizacional también hace parte del problema operativo: la necesidad de repagar apoyos electorales con puestos hace que la idoneidad de los servidores públicos no sea una prioridad. De esta manera, las decisiones tomadas en la democracia no son siempre las mejores en ninguno de los niveles: la mayoría puede votar y elegir sobre cosas que no conoce y los gobernantes elegidos escogen un equipo de trabajo más basado en el repago de favores políticos que en la idoneidad. Como lo resumiría un actual concejal: “si se escogen todos los cargos basados en el conocimiento, ¿quién nos hace política?”.
En teoría la democracia es un sistema donde se elige lo que conviene a la mayoría, los gobernantes son los más idóneos, los recursos públicos se reparten de la manera justa y equitativa, y quiénes abusan de su poder son castigados a nivel público y privado.
En la práctica nuestro sistema es una plutocracia violenta avalada popularmente: la mayoría elige lo que conviene a una minoría, no existen mecanismos efectivos de control por parte de la ciudadanía ni del Estado, y el conocimiento no es relevante ni para quienes gobiernan ni para quienes eligen.

El futuro imposible y el posible en Colombia

¿Cuál es la solución? Lo mejor es poco probable, más bien imposible; y lo peor resulta posible y conveniente.
Lo mejor tiene que ver con la democracia económica. Aristóteles reconoció en los albores de la democracia que la única manera de mantener el statu quo de una forma pacífica era redistribuyendo el ingreso y las oportunidades. Así, la alta sociedad podría seguir disfrutando de su opulencia tranquilamente, siempre y cuando una buena parte del ingreso fuera repartido en toda la sociedad de una manera progresiva. Los países avanzados han entendido que este modelo es exitoso si el Estado no regala bienestar sino oportunidades, es decir que personas muy pobres puedan salir de la pobreza si se esfuerzan para ello, al igual que personas muy ricas puedan mantener su riqueza si siguen esforzándose para mantenerla.
La democracia económica incluye un estado que financie total y oportunamente las campañas políticas evitando la captura por parte el sector privado, una financiación eficaz de la educación con altísima calidad para todos evitando al máximo la manipulación mediática, y por supuesto amplias políticas sociales y de redistribución del ingreso que incluyan en un sistema de toma de decisiones empresariales a trabajadores y proveedores para evitar que los derechos vitales de grandes cantidades de personas dependan de puestos y presupuestos específicos controlados por políticos.
Estas reformas sin embargo son poco probables, casi imposibles en Colombia: “es mejor malo conocido que bueno por conocer”. Todavía el miedo a perder beneficios y privilegios ha mantenido a nuestras élites económicas y políticas en un congelamiento que les impide moverse hacia un futuro más justo para todos. Es preferible por el momento que prevalezca la violencia y la inequidad.
En el actual contexto colombiano de profunda crisis institucional y desconfianza ante la política, lo posible y más conveniente es un presidente que sea capaz de vender la percepción de transformación, que devuelva la esperanza, que levante los ánimos de las personas para que parezca que todo cambia cuando en realidad nada esté cambiando. Una persona capaz de hacerse el de la vista gorda si grupos delincuenciales controlan los territorios locales, que reparta el presupuesto a las mismas empresas, y que le quite participación sobre ese presupuesto a la clase política bajo banderas de “transparencia” y “lucha contra la corrupción”. Alguien que sea capaz de institucionalizar el despojo, le devuelva a la población la confianza en la política y la democracia, y se pueda rodear de personas que pueda tildar de “los mejores”, los más conocedores… siempre y cuando todo siga igual.

Read more...

La fragilidad de Medellín

Por: Jorge Giraldo Ramírez
Investigador Social.

Medellín construyó un modelo de ciudad durante las primeras cuatro décadas del siglo XX al que nos referimos como “la tacita de plata”. Ese modelo se agotó en la década de 1960 pero nadie se dio cuenta.



Hace casi diez años advertimos, desde el Centro de Análisis Político de la Universidad Eafit, que los buenos resultados generales del desempeño de Medellín durante la primera parte de este siglo eran frágiles. Una de las razones que planteamos consistía en estimar que esos logros significaban un desatraso de la ciudad y de ninguna manera podían asumirse como si hubiéramos llegado a una situación ideal. Cuando se habla del modelo Medellín o del milagro Medellín debe entenderse de esta manera: una ciudad que salió en un tiempo relativamente breve de una situación dramática y pasó a una de relativa normalidad. También hemos estado señalando que la normalidad a la que Medellín llegó desde 2004 es una normalidad mediocre, acorde con los estándares de la mayoría de las grandes ciudades latinoamericanas pero distante, todavía, de aquellas que muestran los mejores indicadores.

A riesgo de simplificar puede decirse que los pilares sobre los que descansó este cambio de situación fueron: transporte masivo y multimodal, gestión fiscal y presupuestal responsables, inclusión social, urbanismo, política local de seguridad y fuertes lazos público-privados. Mi idea es que esos pilares se están agotando: el metro entró hace seis años en una fase de sobrecarga inocultable que amenaza con destruir la cultura y desestimular su uso; hay pereza fiscal y estamos viviendo del predial (ya Barranquilla nos superó en presupuesto desde 2015); los grandes avances en inclusión (Ayala y Meisel, 2016) están frenados por la desigualdad en ingresos y la tasa desempleo; el urbanismo no ha podido resolver el tema del centro –el más inhóspito del país– y se ha vuelto su nudo gordiano; la tasa de homicidios llegó a un piso de cristal porque ya no funciona la cirugía, se necesita acupuntura, y porque la corrupción y la informalidad le dan oxígeno al crimen; el poder de la Alcaldía ha estado silenciando a las organizaciones sociales, a los empresarios y a la academia.

Estas seis líneas estratégicas fueron el resultado de un proceso de diálogo social y de institucionalización que nos trajeron al punto en el que estamos. Durante ese periodo, que puede remontarse a 1991, la ciudad mantuvo rezagos en otras áreas sobre la que se llamó la atención pero en las cuales los avances han sido más modestos y puntuales sin haber logrado éxitos significativos. Entre estos quiero indicar cuatro:

El primero es que el Estado local no ha logrado afianzarse en todo el territorio y eso se expresa de modo nítido en la baja probabilidad de cumplimiento de la ley. Una evidencia anecdótica: el uso del casco entre motociclistas puede ser del 99% en El Poblado y, si acaso, del 50% en Moravia.La calidad de la educación es una preocupación eventual y no hemos podido establecer una política pública que saque a la ciudad de la mitad de la tabla nacional.Nos hemos olvidado de los jóvenes como el segmento poblacional más vulnerable en aspectos socioeconómicos y en el cual se reproducen los aprendizajes criminales.¿Qué es eso de cultura ciudadana? En este aspecto se muestran los peores efectos del utilitarismo y la rusticidad de la mentalidad de las élites de la ciudad. No es arte, no son museos ni conciertos, es la encarnación cotidiana y masiva de los valores públicos. Tenemos ocho informes magníficos de Corpovisionarios guardados en unas oficinas.

Por demás, algunos eventos recientes insinúan los nuevos desafíos de la ciudad. Desafíos de hoy, no de mañana. Algunos de ellos son: El problema ambiental representado por la pésima calidad del aire que nos convirtió en una urbe mórbida; menos medible, la contaminación por ruido ha llegado a niveles insoportables; mis amigos geólogos lanzan alarmas sobre el futuro del agua por la depredación de la ceja oriental del valle de Aburrá y el crecimiento desordenado en el oriente cercano. La descoordinación regional que exige más instituciones y políticas, a pesar del loable esfuerzo del actual director del Área Metropolitana. La saturación vehicular en una ciudad donde nadie se quiere bajar del carro y las motos carecen de todo control, aumentando la morbilidad y la cultura de la ilegalidad. La casi total ausencia de polos alternativos en el departamento a más de 100 kilómetros de Medellín que le quiten presión a ciudad.

En resumen, son seis políticas exitosas que se están agotando, cuatro temas pendientes en los que no hemos dado el salto, seis demandas relativamente nuevas de tipo ambiental e institucional.

Una de las cosas que me quedó clara del reciente informe de memoria histórica sobre la ciudad fue que Medellín construyó un modelo de ciudad durante las primeras cuatro décadas del siglo XX al que nos referimos como “la tacita de plata”. Ese modelo se agotó en la década de 1960 pero nadie se dio cuenta. Ni la dirigencia política ni la económica; la iglesia católica y la precaria intelectualidad regional estaban pensando en los reinos de otro mundo. Después pasó lo que todos sabemos y muchos no quieren recordar.

Todavía no hemos acabado de construir un modelo de ciudad. No creo que pueda decirse –hablando en el lenguaje de la teoría de los puntos de inflexión– que hayamos logrado estabilizar los logros obtenidos y que esos logros estén generando una endogeneidad virtuosa. La complacencia, la distracción, el silencio de las dirigencias pública y privada de la ciudad debe acabar.

Tomado de: La Silla Vacía

Read more...

Los Cinco Sentidos: Visita

Michel Serres.

Los Cinco Sentidos.  cap. IV: “Visita”, tr. María Cecilia Goméz B., México: Taurus,
2002.
PAISAJE (LOCAL)
¿Y si el paganismo, si el politeísmo construyeran de la misma manera un mundo en harapos por medio de piezas parecidas a las que componen el edificio del cuerpo?  Como si el mundo no difiriera, en su superficie aparente, de la piel: paisaje-guiñapo que se viste por pedazos.  Aquí vulgar, allí soberbio.  El pagus, cantón, departamento, partición de suelo o de espacio, constituye el elemento de la región, el elemento del paisaje: cuadrado de lucerna, viñedo, pedazo, pequeña pradera, un jardín bastante limpio y el cercado adyacente, la plaza de la aldehuela, el paseo público.  En el pagus, feudo del campesino, cuarta de su antigua nobleza, se fijan rústicas divinidades.  Allí reposan los dioses: en la hondonada del seto, bajo la sombra del olmo.
El campesino cohabita con su dios pagano en el elemento de paisaje.
Paisaje pagano, la antigua lengua ha guardado su recuerdo: recordad los restanques antes del monte en Córcega, los campos cerrados delante de los trabajos conexos, el tablero de damas que no se podía denominar panorama: topología de un mapa ensamblado por placas dispares, diversamente coloreadas, encajadas singularmente, peregrina desarrapada de vides, pradales, labrados, bosquecillos, lugares nombrados, ruinas del politeísmo aniquilado desde el nacimiento del verbo.  Si habéis visto el vestido de Arlequín de mi madre la Tierra, conocéis la antigüedad.  Ella desaparece poco a poco, manto blanco convertido de nuevo en virginal, campos abiertos donde el maíz, monótono y consternante, ocupa el espacio hasta el horizonte, feo, verdusco.  El lenguaje y el monoteísmo vuelven homogéneo el andrajo pagano, la técnica pasa sobre los altares: destrucción de los viejos dioses vecinales, abolición del feudo y de los límites.  El empirismo respeta y hace vivir cien divinidades locales, adorará incluso la del verbo.  El monoteísmo vuelve posible la intervención técnica global: para formar un espacio isótropo fue necesario primero matar a los ídolos.  Nada nuevo bajo el sol, a través del Middle West.  Campesinos expulsados, paisaje destruido.
El cuerpo se ensambla por miembros esparcidos, un vestido se monta por piezas y costuras, ¿es necesario creer que el paisaje viste el cuerpo de mi madre la Tierra, los semidioses del panteón pagano que ostentan joyas por doquier para su adorno?  ¿El campesino vela o viola ese cuerpo?  No preguntéis más cómo se ve un paisaje, pregunta de niño consentido que nunca ha trabajado, buscad cómo el jardinero lo ha dibujado; cómo el agricultor, desde hace millares de años, lo ha compuesto lentamente para el pintor que lo muestra al filósofo en los museos o en los libros.
Lo ha compuesto pagus por pagus.  Así pues esta misma palabra latina, de vieja lengua agraria, así como el verbo pango nos dictan o dan la página, la que esta mañana yo laboro en surcos regulares, con la mancera del estilógrafo, pequeño recorte donde se fija, donde se planta, donde se establece la existencia de quien escribe, donde él la canta.  Prado, aldehuela, alfalfa, jardín o caserío, lugar llamado de sus trabajos, dichas y habitat, donde nunca ha podido vivir sin la compañía de un dios. Al menos es necesario un dios por página para que ella exista, para que ayude a existir a quien, lentamente, la hace: él no deja nunca una página sin haber instalado allí el santuario secreto donde suplica humildemente, a quien lee o pasa, que lo salude deteniéndose un momento.  Un dios reposa aquí, oculto, invisible.  La página en donde tanto tiempo se concentra no contiene tanta escritura densa más que para que él advenga, que establezca allí su morada y su hogar.  Si buscáis un poco, lo encontraréis.  Imploradle un instante, por vosotros mismos y por el campesino del lugar nombrado.
Como el campesino, el escritor compone.  Habita durante largo tiempo página o pedazo, allí honra el altar, trabaja en los límites, en el muro del campo cercado que lo separa del santuario vecino y, a veces, medita sobre el paisaje, visto a medio vallejo: habrá que plantar, el año próximo, un chopo, un cedro, un tejo, en los altos del vallejo, entre el cementerio y el estanque, para que en treinta años un suplemento de perfección encante al paseante, aturdido o meditante sobre la percepción y la naturaleza.  Un dios oblicuamente colocado concede en ocasiones veinte lugares llamados locales y cerrados según una armonía modesta: el manto circunstanciado se levanta.
No existe paisaje, obra ni historia sin accidentes o acontecimientos singulares que difunden alrededor de ellos cualquier dominio comarcal, inesperado para quien viene del vecindario.  La singularidad que los toca se remite allí difícilmente.  Es necesario trabajo y tiempo para trazar los caminos vecinales que separan o encadenan, cosen o mezclan esas circunstancias vecinas.  El tiempo transcurre sobre esas rutas.  Llamamos circunstancia a un estado o, mejor, a un equilibrio local rodeado de una zona irregular o caprichosa de influencia, estrella con festones o desviaciones asimétricas, bola espinosa por ningún motivo necesaria.  Sobre el contorno de la bola circunstancial, otras se aprietan, tangentes, exactamente contingentes: esta última palabra significa que ellas se tocan entre sí y conjuntamente sin ley apremiante.  El paisaje, la obra, la historia integran parcialmente esas circunstancias contingentes y hacen entonces cuadro, parque o jardín, pedazo escogido, período o intervalo.  La integración global, camino recto que horada la selva, invoca el método o la ciencia.
Aldeorrio, casas apretadas alrededor del campanario, con el cementerio; vallecito en línea larga inclinada, acentuado por setos que descienden por el vallejo; lago coronado de calderones concéntricos; planicie ventilada que corre no se sabe hacia dónde... cuadro.  El viajero relata y cuenta al detalle, sus agobios y descubrimientos, la caminata a lo largo del camino vecinal, cita las contingencias y percola como el tiempo.  El marino se pierde en la bahía de Kekova con golfos múltiples, calas, islotes, gargantas, playas estrechas y conchas, bifurcaciones extrañas, dársenas y muros, sólo ve sus escenas, sólo comprende el plano sobre la mesa del cuarto y sueña con una obra donde cada libro pone en páginas o en cuadros una perspectiva de bahía, total, bella, suficiente, abriendo u ocultando el acontecimiento de su vecindad, mostrando y cubriendo lo geometral global, esperado como una divina sorpresa o rechazado como una tarea demasiado grande.  Pero el nivel constante de las aguas condena al marino a la abstracción o a los astros que hay que ver.  El camina a ras.  El tiempo de la obra, inesperado y esperado, percola a todo lo largo de la ruta de circunnavegación o mejor de incursión, alta y baja, aventurera y anudada en el volumen del espacio, en reanudaciones, nuevos hallazgos y novedades, con visiones grandiosas repentinas.
¿Qué mundo forma el harapo pacientemente cosido de los millares de páginas laboradas, detrás, y millares que se espera, delante, a qué regiones embellecen ellas, de qué tierra levantan un mapa, de qué cuerpo componen el vestido?  Piel atigrada, acebrada, estriada de quien escribe, rayada de líneas y de letras, pedazos de cuerpo, placas de dermis, campos de paisajes, páginas de otra tierra deseada, paraíso.
¿Cómo adherir este mapa sobre el paisaje o sobre el terreno de la carne movediza, sobre las piezas que brotan en la primavera, eréctiles, para festejar lo sensible, pues cada página se erige así?  Obra muerta sin esta unión, estéril sin este abrazo.  Las páginas no duermen en el lenguaje, ellas extraen su vida de las pagi: del paisaje, de la carne y del mundo.  Cuando reencontréis el vestido de Arlequín de mi madre la Obra, conoceréis la Antigüedad: ese regreso empecinado del paganismo, del trabajo campesino [paysan] solitario, constreñido por sus propias contingencias, del paisaje local pacientemente modelado, esta atención a las vecindades sin leyes, realidad que brilla y nos desborda en cada momento de su germinación, gritos de vida.
La obra data del paisaje, de la Antigüedad perdida, de los sentidos.  Rescatada de golpe, integrada por el verbo.
No busquéis cómo se ve un paisaje, componed el jardín.  Conoced el error estético de someterse todo a una ley: pulid el acontecimiento local enojoso y afeado, mundo sin paisajes, libros sin páginas, desiertos.  Despojad todas las cosas, ya no veréis en ellas nada.  Ver el espacio exige tiempo, no matéis el tiempo.  Evitad el error simétrico de complaceros en el fragmento.  La ausencia de relato molesta, de la misma forma como la ley une, y afea aún todavía.  Componer exige una tensión entre local y global, vecino y lejano, relato y regla, la unicidad del verbo y el pluralismo inanalizable de los sentidos, monoteísmo y paganismo, la autopista internacional y los pueblos retirados, la ciencia y las literaturas.  Sostened bien la brida del caballo galopante, apretad de cerca sus reparadas, preved el camino alto y largo.  Vigilad justamente, anticipaos.  La filosofía, a veces, demanda síntesis.  Visitad.
De repente, veréis a la vez la miniatura y el panorama.
¿Se puede fijar las páginas-unidades?
Tomemos la fotografía de la amada, se decía antaño su retrato, hace poco su representación: en pie, desnuda, resaltada, en tal escala de tamaño.  Agrandada hasta el detalle, grano de la piel, molécula del grano, átomo de la molécula, la amada entra en abstracción.  Así Gulliver, entre todos sus viajes en la llamada representación, sorprendió el seno de la nodriza gigante.  Para llevar la amada de viaje fácilmente, podéis hacer miniaturizar su retrato, inversamente, descender de reducción en reducción, hasta poder alojar millares de amadas en una semilla de cereza.  De esta manera Gulliver vió pulular alrededor de su vientre-montaña a Liliputienses en racimos de ángeles o de lilas, así el pintor hace pasar multitudes sobre un puente detrás de dos rostros-acantilados suplicantes.  Así sabemos fabricar pulgas.  La amada en miniatura abunda.
Sobreponed las representaciones unas sobre otras, agrandamientos sobre miniaturas, hacia arriba y hacia abajo del primer retrato en tal escala de tamaño medio.  La acumulación puede ir a la luna o incluso al infinito puesto que nadie ha visto límites, excepto prácticos, en el tamaño alto o bajo.  La escena muestra una especie de prisma o cilindro astronómicamente alargado, o bien de cono o pirámide inmensamente dilatado.  El mapa o foto del bello medio muestra el retrato de pie de la señorita, la zona por encima de las localidades de ella cada vez más refinadas, la zona por debajo de las vistas cada vez más caballerescas, lejanas, dando lugar a una multitud creciente de amadas.
Imaginad caminos que corren de un retrato a otro en el volumen de la pila, un conjunto de vías transversales en el cono o prisma, religando entre ellas las diversas dimensiones de un mismo lugar.  Cada conjunto de caminos, el volumen que define y se destaca en ese prisma o cono infinito, entra en dimensiones diferentes a las del espacio ordinario.  Debe comprenderse dimensión inicialmente en el sentido de la magnitud, y luego en el sentido del invariante topológico que define un espacio con dos o tres dimensiones, o con dimensión fraccionaria.  De repente, nuestra visión se transforma, trastornada.  La amada entera yace al lado de sus piezas, tejidos, células, grandes moléculas, o en medio de sus pequeñas hermanas gemelas o clonadas.  Entre su composición elemental y sus reproducciones posibles.
Así la montaña reposa entre sus rocas, estas en sus guijarros, los guijarros en medio de moléculas o cascajos, el todo haciendo una gran mezcla; el océano se ríe en y fuera de sus mares, fuera y en sus estrechos y sus rachas de viento; la selva duerme entre sus bosques, la llanura avecina la claridad; el pagus con dimensión variable se compone de otros en espacios con dimensiones diversas. Tenemos aquí el paisaje, suma móvil de sus fragmentos reales, adoquín de páginas mezcladas, dibujad pues, para ver, una vía o numerosas a través de sus representaciones posibles.
Una obra como un parque se compone a golpes de átomos y de océanos, de gotas de agua y de montañas.  El marino observa las estrellas y sueña con la ribera pero negocia la ola que golpea la muralla ante el buque y lo hace desaparecer bajo la pluma.
Páginas extensas y diferenciales sostenidas.
Aquí.  El paisaje reúne lugares.  Una localidad se dibuja como un punto singular rodeado de una vecindad: fuente, pozo, diente de cabo que se lanza fuera de la ribera, isla, pequeño lago, largo cordoncillo de riachuelo, estrangulamiento en la cima de la encañada, postigo obligado por la orilla del río lamiendo el pie de la colina, claro, vado, puerto, acontecimiento topográfico, obstáculo, límite o catástrofe; alguien escoge vivir al lado de la singularidad que ya existe y la carga con la suya propia.  ¿Quién no ha soñado con detenerse aquí, en medio del circo de montañas secas, bajo el sol, con levantar allí su carpa y con esperar allí su muerte?  Habitat o nicho, lugar del lecho y de la mesa, alrededor del cual las huellas de pasos hacen mil festones y enramadas, guirnaldas locales de la vida corriente.  Aquí alguien vive, come, duerme, está de vacaciones a su disfrute, ama, trabaja, sufre y muere.  Quien pasa sabe pronto que transita por un lugar, se detiene en el sitio o delante de la piedra que lo marca: aquí yace el desconocido que hizo manchas sobre el paisaje y cuya losa sepulcral perpetúa la ocupación.  Ha cargado el punto singular de su olor, de sus desechos, de su propiedad estercórea, trabajos, gustos y colores, maíz y vid, construcciones, linajes infantiles, después de su última basura, las cenizas de su cadáver, mármol grabado de la tumba.  El paseante se inclina, visita el dios del lugar.  ¿A dónde vas?  A ese lugar.  ¿De dónde vienes?  De mi sitio.  ¿Por dónde pasas?  Por aquí mismo.  A cada pregunta se necesitaría un relato infinito detallado para servir de respuesta, que no colmaría el lugar, ocupado por el genio de aquí, sus tonos y bálsamos, su tacto y su silencio, sus despojos o restos que no tiene nombre en ninguna lengua.
El trazo de un jardín miniaturiza el paisaje, ensambla lugares, sitios, cámaras o plazas, compone aquíes.  Una marca facilita la mancha de reconocimiento: la estatuaria indica la singularidad del sitio.  Modelad éste como isla o cabo, garganta o lago, cordoncillo de río a lo largo de una colina, la escultura toma el relevo, colocadla como diosa del lugar, en lugar de la losa funeraria bajo la cual yace el fundador, mítico o no, del llamado nicho, de la página de paisaje.
Quien sabe escribir un poco puede dibujar un jardín.
El camino cruza el paisaje, salta los obstáculos, catástrofes o límites.  Empuja a los dioses de los lugares, va derecho.  Resiste a las obstrucciones.
¿Hacia dónde corres?  Hacia allá, donde manan, se dice, la miel y la leche.  ¿De dónde vienes?  He perdido el paraíso de partida, donde el padre yace bajo tierra, ya el camino cruza allí y venía de más lejos.  ¿Por dónde pasas tú, dónde no te detienes?  ¿Cómo el saber sin la referencia y cómo el camino va derecho, sin su medida?  Este es el hermes plantado, el término, el mojón miliar, o kilométrico.  Los senderos de cabras o de caminata, en la montaña, se ritman por túmulos celtas, montículos, pirámides, túmulos...  ¿Qué vestal u otra víctima yace bajo esta lapidación?
Estos son los lugares del paisaje, piedras sepulcrales los marcan.
Estos son los sitios del jardín, estatuas los dibujan.
Aquí están, sobre el camino sinuoso, los túmulos celtas o tumuli.
Vemos aquí, sobre el recto camino, términos o linderos, hermes.
Puntos de acumulación provistos de vecindades o marcas de métrica, en todo caso piedras de reconocimiento para un aquí bien fundamentado.
Aquí: singularidad del mundo donde un individuo persiste en su tumba.  Recordad, aquí, que el primer teorema de medida aparece a la sombra de la tumba piramidal egipcia, en la época de Tales.  No se sabe si éste comparó la sombra de la tumba con la suya propia: era necesario para esto que permaneciera inmóvil como estatua, al sol del mediodía.
¿Podemos ver una página-suma?
Antiguo, pagano, el paisaje precede el verbo arquitecto, nuevo.  El paisajista acoda, enlaza, ensambla, ensaya.  El arquitecto concibe la síntesis unitaria: la pieza resulta de la obra mientras que el parque se infiere de la página.  Un muro adiciona piedras y el edificio suma las cámaras en el euclides del albañil, las tres dimensiones, mientras que el árbol pasa del tronco a los ramajes o raicillas, se bifurca de lo enorme a lo menudo y se vuelve rizoma, fractal: ¿y si cada especie de flora brotara en una dimensión que le es propia?  Así resiste a los ensamblajes simples.  Un paisajista cuenta con individuos y el tiempo, rara vez el arquitecto pone cuidado a las vecindades, desconociendo el pagus variable, guijarro, polvo o colina, su espacio global se desliza en la misma dimensión que las piezas localizadas.  Le Nôtre y Mansart no habitan el mismo espacio y no piensan la misma suma.  Y el tiempo de la conservación o del desgaste no edifica como el de la vida.
Aunque pertenezca al verbo, el escritor no se deshace fácilmente del paganismo, sometido a la página local como a la infinitamente pequeña miniatura de la intuición frágil llevada por una muda sonoridad, cualquiera sea el inmenso hálito que lo habite.  El jardinero, como él, planta dioses y estatuas, altares, en cada ocelo del parque, allí erige pavos reales y naranjos, joyas del manto, luces pupilares.  Dos variedades de campesinos paganos.  Ahora bien, nunca, el Dios único fue invocado bajo la denominación de paisajista, pero se lo evoca a menudo como arquitecto del universo.  El ordenador crea una suma como un maestro albañil.  Toma para él solo la mira global y la previsión, planifica y divide.
El jardinero deja el mundo a los ojos multiplicados del paisaje.  Lo visto, múltiple, tiene miradas.
Estimad el trabajo inmenso de los profetas escritores de Israel para construir una Biblia, libro único, encuadernando sus páginas en el monoteísmo, luchando contra un pueblo idólatra que las hace volar por el espacio, que las esparce para hacer de ellas un paisaje, jardín perdido o paraíso, región donde manan miel y leche, tierra prometida, que se abandona al mundo por angustia del desierto.  El profeta con la voz que clama como el pueblo elegido transitan por el llano vacío y blanco durante toda la historia entre dos paisajes, el parque inmemorial y el de la esperanza, vida del verbo austero que añora o que promete.
Estimad el trabajo infinito de la ciencia para fundar un sistema unitario a través del caos de sus páginas, numerosas como la arena.  El conocimiento late, sístole, diástole, titubea, en equilibrio en el tiempo, pasando de una fase a la otra, entre la esperanza de un universo y el pluralismo irreductible de un mundo, entre una suma sistemática y el crecimiento irrepresible de la diferencia.  Como si él no pudiera abandonar la tierra o el jardín a las mil especies por la esperanza de un desierto.
Estimad el trabajo imposible del filósofo, capturado en los sistemas arquitectos, lógicos, desérticos, para resucitar el cuerpo del paisaje y el paisaje de los cuerpos bajo la vitrificación del verbo, para suscitar un mundo bajo el estallido de los fragmentos.  La felicidad quiere que resista el paisaje bajo el ocre pálido del desierto como el cuerpo a la máquina o la joven al viejo verde, la hierba empecinada crece bajo las grietas de la autopista, los ángeles en miríadas tropiezan a veces bajo el reino del Dios arquitecto del universo y lo sumergen bajo el jardín de sus alas oceladas, resiste el placer del banquete multicolor al camafeo de gris impuesto por el verbo abstracto.  El empirismo lleva el recuerdo inolvidable de los jardines.  Donde Dios mismo entra libremente entre las especies.
El arquitecto habita la síntesis; el filósofo la busca incluso si la difiere durante mucho tiempo y pasa durante mucho tiempo por el empirismo y por la ciencia para retardarla aún más, y se mantiene más cerca del paisajista para aprender de él, para inventar, practicar, proyectar con él un concepto más ligero que la suma, menos completo que la síntesis, más fluido que la adición, más laxo que la integral, más viviente que el sistema, más cambiante que el concepto mismo... el edificio produce totalidad, como el concepto, el verbo, la ley de ciencia, el paisaje ensamblado: esbozo, patrón, pues los dioses locales resisten mucho al esfuerzo federativo, conjunto, agrupación, colección, reagrupamiento, paquete, reconstitución que sigue siendo la operación más exacta en recuerdo del cuerpo de Eurídice y del tiempo interminable necesario para salir de la sombra infernal.  Los campos dibujan los miembros que se cosen o se anudan, confluentes, que se arrojan el uno en el otro como lo hacen los tributarios.  Nudos fluidos, que corren como los de una bufanda vaga adaptada al movimiento y que da una gracia sutil, aérea, esa unidad movediza e instantánea que se llama elegancia.
Cuando las ciencias de la vida usan términos de sistema, ellas los toman prestados de otros saberes, música, mecánica o astronomía, quienes no han comprendido nunca el tiempo, mientras que tienen bajo los ojos un paisaje para reconstituir, piezas pegadas con esparadrapos cruzados, nudos de bufanda.  Deberían buscar, como aquí, subtotales, confluencias móviles.  Ellas piensan duramente un objeto blando.  El arquitecto concibe la dureza, el paisajista reconstituye la blandura del viviente.
El paisaje expresa exactamente la página de las páginas, por redoblamiento o exponenciación de los pagi.  Un libro puede cerrarse, acabarse, laberinto, pozo o prisión; la página de las páginas paisajista, siempre abierta, exhibida, libre, legible, extendida, desplegada, descubierta, manifiesta y patente, no oculta nunca una página por otra, éste es el libro para seguir, frágil.  El ornamento de la tierra no miente.
Pango, yo escribo sobre la página, pango, yo canto, el himno comienza por una confesión pagana, pange, lingua, gloriosi corporis mysterium, canta, ¡oh lengua!, el misterio del cuerpo glorioso, sanguinisque preciosi, y de la sangre preciosa, cuerpo muerto y sangre vertida por la redención del mundo, in mundi pretium.  El himno medieval exhibe pange en la parte superior de la página, fija el paganismo antes de la lengua, antes del verbo, su rey.  El verbo da su cuerpo y su sangre por el precio del mundo; el lenguaje redime al mundo al precio del cuerpo y de la sangre.
Nobis datus, nobis natus: el mundo no nos da más lo dado, recibimos el verbo como dado, el lenguaje nos lo da, sparso verbi semine, él siembra el mundo.  La carne se hace verbo, el verbo se hace carne.
El ha redimido, de un sólo golpe, todo el desmembramiento lamentable del suelo, del mundo y del cuerpo, oferta pública de compra en todas las páginas.  No encontraréis ya más un sólo rinconcito, un matorral abandonado, una piedra sobre el camino o en medio del campo, un insecto, un marjal que no se recubra con sus categorías.  El verbo ha hecho el recubrimiento universal de las páginas, de cualquier tamaño, suma o átomo, integral o desvaneciente.  El paisaje retrocede al sitio anterior a la lengua y su gloria: pange, lingua, gloriosi...
El paganismo se reduce a un viejo mapa, antiquum documentum, antiguo documento; galimatías ilegible no escrito; arcaica lección, ejemplo, instrucción, educación en ruina; no transmitida o mal transmitida puesto que no tiene lengua, ni escrita ni hablada: documento exactamente prehistórico que deja lugar al rito nuevo.  El lenguaje innova, esta instrucción data de la Antigüedad.
Este libro, página por página descubre exactamente el antiguo documento, investiga su antigua lección bajo todos los archivos llamados noticias del verbo.
Los sentidos, tomados en defecto, faltan, sensuum defectui.  La lengua canta los sentidos para enunciar sus faltas.  Se equivocan no solamente delante del verbo, sino sobre todo delante del cuerpo del verbo, su carne y su sangre.  La lengua toma los sentidos en defecto en el cuerpo mismo.  El antiguo documento cae desharrapado.  Y la filosofía, cuando enseñe o eduque comenzará su primera lección cogiendo los sentidos mismos en flagrante delito de error en los mismos lugares.
La fe en el verbo paga esas faltas, suple esos defectos.  El los reconstituye, puesto que es cuerpo y sangre.
La victoria del lenguaje sobre un empirismo siempre destruido refiere ritos nuevos, pero un poco más antiguos...
Felices tiempos cuando la oreja escuchaba que el adorador en su templo, el labrador en su parcela de tierra de arcilla arenosa, el escritor en su página, trabajaban en los mismos lugares, y cuando el ojo lo veía.
Ese lugar data de un tiempo tan alejado que se le decía antiguo desde la Antigüedad.
No anunciamos nunca novedad que no sea la del verbo: adviento, advenimiento, bautizo, Epifanía, parábolas, Pasión y Resurrección.  Hemos modelado nuestra cultura para que celebre el nacimiento del lenguaje o sus renacimientos, en cualquier lengua en que se anuncien: en griego, hebreo, latín, hablas románicas, luego anglosajonas.  Cada una toma el relevo y celebra de nuevo, persuadida de levantarse en la aurora.  Cada lengua cree tomar el lugar del lenguaje como toda etnia en algún momento de la historia se asegura en tener la dimensión de la humanidad.
Cada lengua celebra el nacimiento del lenguaje en el tono de su transmundo.  Anuncia el logos como matemático o metafísico, según la voz, la ley y la relación en un espacio dibujado, regulado, calculado, medido, conocido, embellecido por él...  Dice la ruagh, espíritu, viento, soplo, voz que pasa sobre las aguas el día cero del Génesis, preliminar creador.  Afirma que en el comienzo era el verbo...  Describe el lenguaje positiva o lógica o empírica o científicamente por algoritmos, ecuaciones, códigos, fórmulas, en todo caso excluye de la filosofía lo que no se relaciona con él...  La misma buena nueva vibra siempre, el logos ordena y comprende, el soplo planea sobre las aguas primordiales, viene el verbo para la redención y el rescate, el lenguaje suple lo dado, los llamados presocráticos, profetas, sacerdotes, sabios, filósofos recientes, se alinean estrictamente en la variación de modo casi religioso, metafísico, ontológico, positivo (histórico, lógico, formal, mecánico incluso), nadie se cansa de anunciar que escribe o habla, que adviene finalmente entre nosotros el reino del lenguaje.  Nuestra cultura occidental no dice que él, modelada por él, entra en resonancia o armónicos con él solamente, habita en él.  Tomamos una visión viva de esta ley constante hoy porque hoy comenzamos a perderla.  Percibimos el último estremecimiento del choque multimilenario que nos hizo nacer al mismo tiempo que el lenguaje, en el momento en el que conoce su agonía.  Nuestra cultura, nacida de él, modelada por él, vibrante en él y con él, no supo más que regocijarse con esta trastornadora emergencia y grita todavía la buena nueva en todas las lenguas: míticas o piadosas, abstractas, científicas.  No volvíamos a él, salimos de él esta mañana.
Bajo esta novedad, estable, que recapitula y que celebra nuestra cultura, se descubre la Antigüedad.  No ciertamente la que relatan los libros de historia, sumergidos en la novedad del verbo, cualquier época o intervalo que ellos relatan, sino la del cuerpo y del paisaje, páginas compuestas de ocelos muertos y vistos por ojos enceguecidos.  La antigüedad yace bajo el recubrimiento transparente del verbo, engullido en su diluvio claro.  ¿Podemos descubrir algún lugar bajo este investimiento, alguna carne desocupada?  Antes del rito circular de la novedad, antes del gran año litúrgico de la filosofía, rondas que vuelven a pasar sin dejar nada diferente a advientos, ¿existía un paisaje?
Una región cultivada muestra lugares, altos o secretos, inmediatamente visibles como estaciones.  Un equilibrio reina aquí.  Detengámonos, enarbolemos la tienda, cimentemos muros, esperemos pasiblemente la hora mortal, evidentemente más dulce en este asiento.  Aquí se planta la tesis, nombre griego de la estatua latina.  En ese lugar, una ventana parece abrirse, de donde cae una luz, donde la quietud se difunde.  El paisaje anuda travesías con tales detenciones, sembrado de cunas, altos, pausas largas, tumbas o puertos, granitado de altares.  Alrededor de estos ombligos o gérmenes, pliegues o singularidades, la vecindad habitable lanza brazos, radios o caminos para la irrigación del lugar, así festoneado de senderos vecinales, direcciones provenientes de aquí que regresan a aquí, constelación de sentidos, pequeño intercambiador.  La definición del lugar exigiría fronteras, así pues se organiza como un nudo, abierto y cerrado, como una estrella, o un cuerpo viviente.  Animales que habitamos casas, no las establecemos, ni las fundamos en cualquier lugar, sino solamente aquí, en este entorno donde duermen los dioses y desde donde brillan, hospitalarios, de lugar en lugar severos e incomparables aunque próximos.  Nuestro cuerpo singular provisto de una vecindad caprichosa que nos defiende y alimenta, como una coraza porosa, que puede ahogarnos también, se adapta gustoso o dichosamente a un aquí local similar.  El lugar, la casa y el cuerpo dibujan núcleos y seudópodos análogos.  Existencia y dominio de la divinidad vecinal, lares semejantes al nicho animal.  Y el paisaje reconstituye los sitios provistos de su entorno, que la voz defiende o anuncia la noche como el canto del ruiseñor.  La lengua asciende del paisaje jaspeado como conjunto de gritos que delimitan vagamente esos lugares guarnecidos de vecindades irregulares, tanto más amplios a veces cuanto que el órgano expresa.  Desde puntos singulares una brillantez emana o una nube de olores o un rumor o una corona de espinas.  Los cinco sentidos concurren a los contornos: del habitat, de la localidad, como del cuerpo mismo.  Este hiede, grita, araña, brilla para definirse también, o acaricia, perfuma, encanta, alumbra para acoger.  Asimismo el cuerpo de mi madre la tierra, reconstituido en paisaje, gérmenes, ombligos, sitios y vecindades, compuesto suavemente al salir de los Infiernos subterráneos, desde las eras geológicas donde la pangea no tenía ningún ojo para verla, emergido de las aguas, plegado, trastornado, quebrado, levantado, recubierto, corroído, entregado a las heladas y transgresiones marinas, conquistado por una flora cambiante y adaptable, irreconocible bajo sus vestidos nuevos, pisoteado pronto por vivientes clarividentes, seducido, espejeado, reventado, alucinado.  La alta antigüedad del paisaje, cien veces modelado por fuerzas inertes, cultivado milenariamente por sus campesinos, pagana, nos ve verla en un formidable silencio.
El paisaje concluye las variaciones sobre la noción de variedad: tenue o frondoso, ligero o pesado, inerte, viviente, sensible, social, que toca los bordes comunes o separados del aire y del subsuelo, en las vecindades lejanas o conectadas del colectivo y del gozo individual, variedad múltiplemente contingente en ese sentido, el paisaje equilibra, originalmente para cada subtotal, innumerables limitaciones astronómicas, físicas, de historia natural y humana, en un cuadro maravillosamente singular radiante a su vez de vías vecinales.  Habitamos un lugar interesante de esta variedad, capa izquierda larga de formar, rápidamente desgarrada, casi siempre en harapos: paisaje tan raro como un cuerpo totalmente construido.  Dormimos a menudo en sus carencias o lagunas.
El paisaje comienza cuando cada ciencia exacta o humana se calla.
Frágil se revela la faz fractal de la tierra, tan a menudo asolada.  La tierra levanta hacia el cielo el rostro de sus devastaciones, todo tipo de poblaciones la han convertido en valle de lágrimas, ejércitos, industria, turismo, invasiones.  Saqueada por los que transitan sin permanecer, sólo vemos sus ruinas.  No hemos tenido nunca bajo los ojos más que los restos de una tierra devastada, vivimos entre recuerdos.
Como el cuerpo, la piel, lo sensible o el empirismo, el paisaje se viste con harapos remendados.  Debilitado, perdido tan a menudo y desde hace tanto tiempo como el paraíso mismo, él se reencuentra o se descubre por jirones.  Pedazos de aquí, escombros de lugares.  El paraíso reverdece como un jardín paisajista.
En cierta lengua muerta tan próxima que vive todavía en la nuestra, la devastación o el exterminio se nombran con la palabra población.  ¿Qué tierra iremos pronto a ver bajo el crecimiento inmenso de las poblaciones?  Empresa delicada como el de poblar un paisaje.  ¿Qué nuevos saqueos nos preparan los métodos que corren derecho hacia delante sin ver lugares, ni vecindades, ni caminos elegantemente anudados, en lo sucesivo rectificados?
Piedad para la tierra débil desgarrada o recubierta de restos violentos y de basuras inmundas.
Se llama descubrimiento, para la mina y la minería, el polvo, luego la extracción del humus vegetal o arable, arenillas y toba, capa más o menos espesa que yace por encima de la arena, de la piedra, del metal explotable, diamante, mineral.
Nada parece más humilde que la tierra; cuando el verbo ha querido nombrar la humildad, ha escogido el humus, el mantillo, ese rostro del paisaje que nunca vemos cuando pasamos o nos quedamos, ocupados en pasiones y en negocios.  La hierba, los setos, la selva, las flores lo ocultan al más clarividente, y aquél que pone atención a las cosas profundas lo arranca para conseguir el cobre o el oro.  El se entierra bajo el fenómeno floral, se fundamenta en el verbo, lo real subyacente lo elimina.  Nuestras más grandes filosofías desconocen la humildad.
Reencuentran la atención y también la nostalgia que inspiran vidas, ciegas, que pasan al lado del mundo, nuestro único bien: así el sobrevuelo de Siberia, de noche, en tiempo claro, no deja percibir ninguna luz.  La lucidez viene no obstante, como si de repente se abriera una puerta, como si un nacimiento pasara por el tragaluz de humildad.
... En el Brasil, sobre las alturas de Congonhas; en Turquía, en las ruinas de Pinara; y en medio del entre dos mares...
El viñedo bañaba las primeras luces de septiembre, la gloria de agosto terminaba.  Entramos en las colinas suaves como en otro mundo; reina un intenso silencio; el aire, inmóvil, lleva los tonos y la claridad.  Nubes duras se nos caen de los ojos: el espesor ordinario de la tierra se eleva, todo asciende hacia el sol, él inunda todo de quietud.  Nunca hemos visto azul y verde, nunca hemos visto vid, lo visible se mantiene allí, tranquilo y sereno, tangible y tácito, espiritual o perfumado.  Los caminos que corren a lo largo de las hileras no van a ninguna parte, participan del jardín como de las guirnaldas.  La tierra, café, las cepas, calientes, los racimos negros y olorosos, los tenderetes, bajos, las piedras del lugar, los árboles escasos, todos los pequeños detalles singulares, familiares o difíciles de conocer ascienden, juntos, sin sombra, con nosotros, suavemente, hacia el cielo, como un día antes de nuestro bautizo.
El paisaje levitando, nuestros cuerpos naciendo, se descubren en el lugar: obra común del vidente y del viñero que, desde hace mil años, aquí, prepara lo visto, paraíso entre dos ríos.
El sol estalla en cien estrellas titilantes a través del ramaje movedizo del manzano en el viento delante de la ventana, constelaciones rubias, aleonadas, cobre, doradas, amarillo paja, naranjadas, ocre, arena o isabelina pálido, multiplicando los rayos rectos, centrados, cortos, agudos y vivos como un trino; el verano de los indios ha borrado la paleta de los verdes: olvidados el tilo, el almendro, la esmeralda, celadón, manzana, botella, oliva, matices que reposan en la postración de agosto, el follaje de los arces se siembra de granza, carmín, de cinabrio, coral, escarlata y camelia, ladrillo y amapola, tango, burdeos, carmesí, sanguina y rubí, los colores transparentes, ricos en rojos, granates, púrpuras o bermejos dan al mundo una carne encarnada bajo un cielo con azul sobrenatural donde el viento arroja su transparencia laminaria y seca de tal manera que se tuercen los ramajes delante de la luz solar y la difunden en fragmentos temblorosos, baño, embriaguez, furia; ¿existe una idea o palabras que equivalgan a este minuto de deslumbramiento?
Reducido brutalmente a los colores elementales, enana amarilla del sol, árboles llameantes, perfecto azul cielo, el espacio cae en una belleza fundamental que aplasta, como en Grecia o en Provenza.  Expulsado de sus finuras, el cuerpo, enceguecido, huye hacia lo abstracto, pintura o geometría.  Inventará el grafismo blanco y negro, el concepto sin color ni forma, la consciencia o la demostración, se arrojará a los transmundos.
Hijo del Mediodía, en la vieja juventud abstracta, he aprendido a preferir a Flandes o al norte de Francia, los misterios de los mares ensombrecidos, lugares donde la luz se pierde en vapores bajos y astros ausentes, llanura gris y difuminada, textura negra de los troncos raros, pero donde el fulgor de repente satura trampas discretas, encanta lo concreto local, claro o confuso, no por definición seca, sino suspendiendo los objetos en un baño de brillantez ligera: perla gris-rosa desvanecida o esmeralda casta sobre cojín de terciopelo, cerezas y melones engastados como berilos o jade sobre charoles de plata suave, largas estofas de vestido con los coloridos fundidos en el espesor, naturalezas llamadas muertas pero en estado naciente, retratos donde la mirada se vuelve, el espectador sometiéndose a la lucidez de un ojo gema, tonos dilacerados en ocelos menudos, azul de cobalto, lavanda, índigo, pastel, turquesa, hierba doncella, miosota, marino, ultramar.  Pocas lenguas conocen la palabra vergüenza, son necesarios matices púdicos para llevar graciosamente las cosas a la existencia, ternuras aquitanas.
Hace veinte años, los pescadores de altura debían presentar a revisión un lote completo de mapas marinos y sus instrumentos de navegación en buen estado.  Cuestión de aseguramiento, de seguridad, ¿esta obligación se mantiene todavía?  ¿O se ajusta en lo sucesivo a las molestias múltiples, al haber crecido el parasitismo administrativo como peste al sol?
En aquellos tiempos, esas herramientas le parecieron al inspector que estaban en muy buen estado.  Los mapas vírgenes, blancos, nuevos se organizaban soberbiamente, sin ningún pliegue, en un gran armario con cajones pintado, y su llave, que fue difícil de encontrar al principio, se atascaba un poco por demasiada herrumbre.  Toda la técnica obligada desaparecía bajo la pintura.  Esta hacía que todo fuera un poco presentable.  El borde entero había bruñido, mantenido, los caprichos de la ley, un poco como se pega el estandarte para hacerlo ver: pabellón alto.  La bandera no sirve más que para eso.
¡Vosotros no utilizáis nunca esas cosas! exclamó, de forma áspera, el funcionario del control.  El hombre de mar perdió su falsa serenidad, comenzó a mover una pierna sobre la otra, titubeante.  El primero prefirió sonreír, tenía ganas de saber y prometió no castigar.  ¡Vamos!, ¿cómo hacéis para encontrar Mourmansk o Tierra Nueva, en las dos estaciones del bacalao?  La respuesta tomó tiempo; fue necesario sentarse, descorchar alguna vieja botella, organizar los vasos, conversar primero durante largo tiempo de los niños, los buques de alto bordo no se rinden inmediatamente.  Es preciso siempre parlamentar antes de ponerse a hablar.  Veamos, ¿cómo llegáis allá?
Es preciso imaginar una campiña sin mojones indicadores.  ¿Qué campesino se equivocaría para ir a visitar la finca de al lado?  Voltea a la izquierda al final del zarzal siempre verde, va derecho hasta el nogal, desciende a lo largo del muro de piedra y, allá, ve, en el fondo del vallejo, que el techo rojo del vecino desaparece un poco bajo los cedros.  Estas preguntas no se plantean.  Se aprenden las respuestas al mismo tiempo que se aprende a caminar, hablar o ver.
Así se iba a San Pedro: ve hacia el sol poniente hasta que alguna pequeña alga flote, colócate sobre la izquierda, un poco, cuando todo se vuelva muy azul, no podéis equivocaros, existen los parajes preferidos de las marsoplas, aquellos donde una fuerte corriente constante lleva hacia al norte, aquellos donde el viento dominante sopla bajo, en pequeñas ráfagas, donde el oleaje pasa, siempre corto, luego el inmenso cuadrado gris, enseguida el lugar donde se corta la ruta de los grandes baúles, cuando se los ha visto, el primer banco se encuentra allí, bajo el viento.  Surcado, a veces, por los blancores del río.
El capitán se volvía inagotable, todo lo contó, hasta entrada la noche.  Y lo que describía allí, que veía desde su adolescencia, que observaba transformarse a medida que pasaba por allí, que no había aprendido verdaderamente de la boca de nadie, puesto que sus dos patrones sucesivos no mascullaban ni una sola palabra en todo el santo día, pero mostraban con la mano, a veces, en el momento de virar o de cambiar de marcha, todo lo que exhibía de repente, ante la mesa y sobre el mantel de encaje manchado de ron, esa superficie del mar muaré, esa superficie compuesta tan diferenciada como nuestros viejos campos por cuadrados de lucerna, pequeños bosques, marjales, hileras de vid bajo perales, todo lo que él describía con detalles decisivos, colores, peces, viento, cielo, golpe de oleaje, sí, todo esto reconstituía exactamente el antiguo documento, una enciclopedia engullida, como la gran catedral.  En ese día, moría un saber, el empirismo entregaba el alma.  Escuchemos ahora su rumor ascender de las aguas.
Allí donde el antiguo sabio no percibía más que lo monótono, el patrón veía evidentemente un cuerpo estriado, matizado, atigrado, salpicado, acebrado, exactamente diferenciado, una superficie donde señalaría las regiones locales, donde el punto, en cada instante y bajo la neblina misma, se encontraba ya hecho; allí donde el antiguo sabio no veía más que lo inestable, el patrón percibía un espacio que apenas cambiaba.
¿Pero por qué ese día un saber inspeccionaba al otro, lo controlaba, tenía poder de sancionarlo, de hacerlo obedecer?  En el más viejo diálogo de la filosofía moderna, el de la razón y de los sentidos, cualquiera sea el nombre que se le dé, la razón visita en un navío al más viejo saber del mundo y le pasa por debajo.  El día de estas últimas confesiones sonaba el tiempo de la etnología de los vencidos.  De ello no se hará más que una novela a la moda, o una ciencia humana exitosa en las ciudades universitarias, donde se va a buscar la lengua del pueblo en los salvajes.
Se aprende desde la primera infancia que la ciencia puede volver lo invisible visible.  Y, de hecho, el mapa marino hace resurgir las profundidades, indica desde lejos el peñasco oculto bajo la niebla.  Los instrumentos visitados por el controlador lo hacen mucho mejor, anuncian la costa, dibujan el fondo del mar, en rigor calculan un punto automáticamente.  Nos inclinamos todos ante tales realizaciones, pero hay que inclinarse, además, frente al inspector.  ¿Por qué la sola razón no es suficiente, por qué escoge la fuerza para imponer la razón?  ¿Cómo, sobre todo, vuelve ella, de rebote, lo visible invisible?  Ese cuerpo muaré, estable y cambiante como una pradera de pastos en la primavera, ese espacio reconocible y mezclado desaparecen.  Sí, la superficie de los océanos, su paisaje, se borran y se engullen.
Se aprende desde la primera infancia que los sentidos engañan.  No se dice los sentidos de quién.  El inspector no ve nada sobre las altas praderas por donde pasan las fragatas, la razón sobre la superficie del mar no percibe más que lo monótono; el patrón, él, ve claro, preciso y detallado.  Los sentidos engañan rara vez cuando se los ejerce, la razón se equivoca a menudo cuando no ha tenido entrenamiento.  Esos principios, iguales de una y otra parte, deben juzgar igualmente en todas partes.
Los sentidos no engañan.  El paladar de un fino degustador juzga más precisamente que mil máquinas, la máquina más fina se hace de la carne de un viviente, la inteligencia artificial sólo flaquea por falta de cuerpo, tal órgano de tal insecto o serpiente percibe mezclas a escala molecular.  No se juzga nunca, más que científicamente, al empirismo, ¿y si se sometiera a juicio empíricamente al racionalismo?  La dubitación que mantuvo Descartes no se reduce a un ejercicio de escolar ni a una ascesis solitaria.  A este inmenso movimiento de historia, también se mezcló la fuerza.  Lo visible se fue, se desvaneció en lo invisible.  Se despreció las cualidades.  Un otro invisible vino hacia nuestros ojos.  Nadie vio más el muaré del mar, todo el mundo buscó lo lejano, lo profundo y los volvió sensibles.  Se puede decir que se borró lo inmediato, lo próximo.  Y el patrón del bacalao no tuvo nada para decir.  La mar se vuelve virgen.
De esta manera los fabricantes de mapas pudieron decir que habían descubierto América, hacerlo creer y obtener de ello la gloria, mientras que cien pescadores, siguiendo los caminos trazados del muaré, la habían tocado sin proclamarlo en voz alta en la historia.  El triunfo del verbo escrito produce una catástrofe perceptiva.  La edad de la ciencia rehizo iconoclastas al nivel de los sentidos y destruyó por completo un saber prodigioso en la proximidad de lo percibido.  No conservamos de ello más que ruinas, vestigios, fósiles.
Hemos refinado bastante hoy la parte de las razones y de las ciencias para comprender finalmente hasta qué punto de finura científica pueden alcanzar los sentidos.  Después de siglos de mapas simples, los del inspector, o de mapas violentos que borran la percepción diferencial del patrón, para sustituirlo por un papel blanco sembrado de cifras esporádicas, levantemos el mapa inmediato de aquellos que han sido llamados los prácticos de los lugares, levantemos la escenografía superficial de los mares: matizada, atigrada, chiné, acebrada, adamascada.
Nunca había visto el mar antes de la noche de La Rochelle, donde después de las horas pasadas escuchando al viejo bacaladero, dejamos el cuadrado ahumado, en desorden, y el mantel de encajes todo constelado de cenizas, de manchas, de salpicaduras.
Mi región permaneció hasta hace poco plantada de vides en hileras bastante espaciadas, aunque próximas, para recibir entre ellas, según los años, el maíz o el trigo.  A lo largo de la viña, un ciruelo, lo más a menudo, duraznos, amarillos o blancos, un cerezo, alternados, ritmaban la sucesión de cepas.  El vino retenía a veces lo gustoso del melocotonero de dos carnes o el olor de las cerezas, el ganado encontraba la sombra donde guardarse del trabajo y de las moscas, su arriero ya dormía allí con el rostro metido bajo el sombrero y las rodillas cruzadas.  Desde hace treinta o cuarenta años, yo no sé que mano llamada invisible arrancó el inmenso jardín, los niños ya no saben cómo se cuadriculaba desde hace mucho tiempo el llano del Garona.  Dibujaba un tapiz compuesto y salpicado de diversos colores; el maíz, por centenas de hectáreas regadas por chorros giratorios de agua, le ofrece ahora para que imite el Middle West americano.  Cien campesinos vivían allí por donde ya sólo pasa escasamente un tractorista, sentado sobre cien caballos, convertido en productor, como se dice en los periódicos, de materia prima, de una sola preferentemente y bruta además.  El monocultivo y la economía han concurrido en las dos últimas guerras para eliminar el campesinado y borrar el paisaje.
Ellos han recibido los mismos golpes y agresiones que la ciudad y la lengua.  Los urbanistas como Haussman han hecho pasar un bulevar recto que destruyen, no lejos del Sena, veinte capillas góticas y diez mansiones estilo Renacimiento: la tropa carga y el cañón dispara mejor.  Linneo dice con una palabra latina o griega trescientas denominaciones vernáculas para una planta o un animal.  Vernáculo: adjetivo científico que designa lo popular, declarado también no instruido; se enfatiza aquí la palabra verna, esclavo nacido en la casa, ignorante, vulgar, que habla mal el dialecto provincial local de la granja.  Cuando aparece un término científico en la moda o el uso, ¿quién cuenta el número de las palabras, obras largas del pueblo y de los tiempos, que él destruye, reemplazándolas en la página?  Avenida rectilínea de sentido que recubre el paisaje.  Nunca se habla de una región que se encuentre a sí misma desterrada: se podría decirlo casi de la tierra entera.  ¿Cómo calificar, asimismo, nuestras lenguas y nuestras ciudades?
Redecilla compleja de callejuelas sombrías y torcidas; verbos o nombres variables desde aldehuelas a pueblos, propios para colorear un atlas; vides en líneas que llevan notas cambiantes de árboles frutales, formando espectro o partitura: obstrucciones antiguas del empirismo, opuestas sabiamente al pasaje de lo global abstracto, posadas sobre las circunstancias locales.
A través del desierto verde, el tractorista no tiene más que un trabajo y una idea, solo en el monocultivo.
Habían comenzado por lo más difícil, fino, frágil: por los problemas con mil limitaciones y con cien desconocidos, evidentemente no lineales.  Diez variedades de frutos, de legumbres y de animales, la vid para vino y la parra con uvas blancas, las ocas y su hígado, las gallinas pintadas vocingleras acostándose en las ramas, las técnicas demandadas por lo inerte: suelo y meteoros, lo viviente: flora y fauna, lo social: trabajos, familias, fiestas y ritos, más la caza, el amor y los champiñones, cien ocupaciones, mil ideas, veinte dioses, más ignorancias aún no siempre domesticadas, los dolores y las tonterías: mundo mixto, abigarrado, atiborrado, en la cabeza como sobre la tierra, cultura-cultivo parecida hasta el punto de confundirse con los Ensayos: campos yuxtapuestos, breves o largos, a la fortuna de la suerte, como los capítulos, que citan a Hesíodo o a los membrilleros, a Virgilio o a los avellanos, vecindades raras, artistas, que introducen una vista amarga, seca o astringente en demasiada monotonía suave.  La inteligencia goza discerniendo la variedad, cultivemos lo variado para que la inteligencia viva activa.  Todo destella y cambia bajo el sol nublado en el cielo voluble de abril; Dios desaparece un poco detrás de los santos y los ángeles.  Policultivo, policultura, politeísmo.
Monocultivo.  Nada nuevo bajo el solo sol.  Las hileras interminables, homogéneas, repelen o borran lo muaré; el isótropo excluye lo inesperado; el agrónomo expulsa al agrícola; pocas leyes subsisten en esas permutaciones puntillistas por pequeños toques.  En el lugar de la cultura reinan la química y la administración, el provecho y las escrituras.  Un panorama racional o abstracto expulsa mil paisajes, en espectros combinatorios.
Bajo nuestros ojos, dos visiones expuestas de la razón o de la inteligencia presentan su espectáculo.
Las dificultades no lineales con mil limitaciones se desfondan pronto ante las largas cadenas de trigo, de maíz, todas ellas simples y fáciles.  Lo único toma el lugar de lo múltiple.  Y el desorden puro, frente al orden homogéneo, expulsa las mezclas refinadas.  Entended por ese caos la solución industrial, por la agitación o el calor.  El motor demanda al desorden molecular la ordenación única del mundo visto desde el avión.  Tenemos aquí dos veces la facilidad: el encaje frágil mantenido a alto precio de discernimiento y a gran número de hombres pasa, a la izquierda, de lo variado a lo unitario y, adelante, de lo variable a lo desordenado.  Ella va dos veces a los límites simétricos.  El paisaje difícil, mezclado, yace entre esos hitos.
¿Llegamos nosotros, ese día, a una tercera era, donde comeremos en las nupcias de lo global con lo local, sin expulsar del festín nupcial los que fueron despreciados hace poco, según las normas, bajo los nombres de empíricos o de abstractos?  Nosotros consideramos claramente el segmento que va del caos al orden unitario o monocromo atravesando una infinidad de multiplicidades intermediarias.  ¿Por qué oponer los lindes a lo que encierran?  Hemos forjado los medios, intelectuales y prácticos, para escoger cómodamente la solución oportuna, lugar, en el segmento, adaptado a las obligaciones y necesidades.  Utilizamos en ocasiones un espectro combinatorio y algunas veces lo universal, preferimos pasar por la autopista abstracta, el bulevar global y el concepto formal, a lo largo de las hileras homogéneas de maíz desfilando rápido, pero nos gusta también deambular por caminos vecinales torcidos, perdernos en el paisaje, para comprender y saber.  ¿Por qué no devenir al mismo tiempo racionales e inteligentes, sabios y cultivados, variables y sensatos?  En casos numerosos la paz no tiene lugar más que por el Dios único, en casos también numerosos más valen los ángeles.  Guardemos la razón monodroma en la tolerancia del paisaje, el pensamiento no lineal tolera al pensamiento lineal, en el colmo de la ironía, como… un caso particular.




Read more...

Formemos Red

Preferencias de los Lectores

Todos los Escritos

Rincón Poético

Seguidores