“Chalecos amarillos”, ¿y ahora qué?


  nº 126.  Febrero de 2019
“Chalecos amarillos”, ¿y ahora qué?
Mis en ligne le 12/12/2018 | Mis à jour le 14/12/2018
Le hemos solicitado a diez filósofos que se presten, en caliente, a un ejercicio de anticipación.  Según ellos ¿cuál sería la salida más probable, o la más deseable, para el movimiento de los “chalecos amarillos” ?  No faltan pistas para el porvenir.
Février 2019

Pierre Zaoui: “El pueblo ha regresado, lo que puede conducir a lo peor... como a lo mejor”
Mis en ligne le 12/12/2018 | Mis à jour le 12/12/2018 
Pierre Zaoui © Witi De Tera/Opale/Leemage

Si el filósofo especialista en Spinoza se regocija con este movimiento social espontáneo, inventor de formas inéditas de dignidad y de solidaridad, al mismo tiempo se inquieta por su potencial fascista que podría llevar a un partido populista y nacionalista al poder…  A menos que los “chalecos amarillos” lleguen a trastrocar completamente la mesa para crear, finalmente, algo nuevo en política.
n°126
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Sin duda que se precisa estar ciego y sordo desde hace años, si no se ha visto la degradación continua de las condiciones de vida de las pequeñas clases medias, no haber ni siquiera imaginado por un instante lo que puede ser la suerte actual de una mujer o de un hombre que gana razonablemente su vida, es divorciado(a), con hijos, que fuma y utiliza el diesel… para encontrarse sorprendido por este movimiento de los «chalecos amarillos», como por su amplitud no tanto en el número exacto de manifestantes y de «bloqueadores» como en la simpatía popular que suscita el movimeinto, a pesar –pero quizás también en razón– de las violencias que lo acompañan.  No hay ninguna necesidad de haber leído a Maquiavelo para comprender que un Príncipe que se apoya exclusivamente sobre los grandes y nunca sobre el pueblo corre los más grandes peligros. Tampoco se necesita haber leído a Jacques Rancière para medir hasta qué punto el pretendidos «realismo» de nuestros dirigentes no es sino una utopía que ignora casi todo de la dura realidad, y hasta qué punto su pretendido «pragmatismo» no es frecuentemente sino el velo de un dogmatismo puramente ideológico. Ni siquiera se tiene necesidad de haber leído a Marx para saber que la lucha de clases ni se decreta, ni se suprime, y que puede tomar las formas más sorprendentes como las más inventivas; y este movimiento de los «chalecos amarillos» es particularmente inventivo, por su deseo de darle vuelta a las formas actuales de invisibilización y de aflicción de las gentes ordinarias en potencia de afirmación (una toma de los colores más bien que una toma de la palabra, como se lo decía en mayo de 1968), por su horizontalidad, su transversalidad y su no afiliación, radicales, por su capacidad para investir nuevos lugares de lucha (los barrios chics del oeste parisino, los ronds-points peri-urbanos, las redes informales…), por su espontaneismo que dura.

¿Un gesto desesperado?
Es por esto que toda filosofía progresista, o incluso simplemente humanista, no puede dejar de aplaudir primero a un tal movimiento, y admirar todas esas personas que se presume ordinarias que se inventan nuevas formas de dignidad y de solidaridad.  Sin embargo este es solamente (para retomar una distinción bien querida en la tradición aristotélica) el discurso exotérico de tales filosofías, es decir público y que se dirige a todos.  El discurso esoterico, reservado a los pares o a los miembros de la escuela, tiene otro tenor, menos entusiasta, mucho más desesperado.  Pues cuando se ha leído un poco Maquiavelo y Spinoza, se sabe bien que la mayor parte del tiempo el pueblo no echa por tierra un régimen político sino para instaurar en su lugar uno nuevo aún peor, pues aparece sin pátina del tiempo ni las moderaciones de la tradición.  Cuando uno ha leído un poco Rancière, se sabe claramente que las políticas emancipatorias de reconfiguración de lo sensible, las capaces de volver a darle un poco de luz y de belleza a las vidas invisibles, a la manera de Flaubert o de Conrad (y segura que hay de Flaubert y de Conrad entre esos «chalecos amarillos»: mil Emma Bovary y mil Félicité, mil Kurtz et mil Nostromo surgen hoy ante nuestros ojos admirativos), son perfectamente compatibles con las posiciones mas reaccionarias.  Cuando se ha leído un poco a Marx, se sabe más aún que la lucha de clases puede conducir a las sociedades tanto seguramente a su transformación revolucionaria como a su ruina, y que las formas más apolíticas de la lucha de clases son las más favorables al advenimiento de nuevas tiranías. <¿qué tal Venezuela? Paláu>
Ahora bien, de todos estos puntos de vista, y habida cuenta de las relaciones de fuerzas actuales, es decir la casi-desaparición factual y teórica de la izquierda; de la megalomanía exhibida («mi persona es sagrada, soy la República»), como en espejo del presidente, de Jean-Luc Mélenchon, el único que en el campo progresista podría legítimamente reivindicarse de este movimiento; y del viento de extrema derecha que asola todos los países desarrollados o en vías de desarrollo (de los Estados Unidos a Brasil, de la Gran Bretaña a Hungría, de Turquía a Italia), es muy probable (nada seguro, pues nunca hay nada cierto en política) que el movimiento de los «chalecos amarillos» sólo pueda conducir al advenimiento al poder en 2022 del siniestro Frente nacional de Marine Le Pen, y esto si el poder no lograr podrir el movimiento y dejar que los rencores fermenten aún algunos años, o más pronto aún, si el poder no termina finalmente por ser desbordado y llevado a las cuerdas de las elecciones anticipadas.  Por esto el vals esquizofrénico de la mayor parte de los filósofos humanistas de hoy: se aplaude en público, se alienta incluso a todos aquellos y aquellas que se unen al movimiento de los «chalecos amarillos» para tratar de ahogar sus potencialidades fascistoides bajo nuevas formas de solidaridad democrática… pero en el fondo de su corazón lloran y no se cree en nada, pues desde Voltaire & Schopenhauer la lucidez ha estado del lado del pesimismo.
Lo que pasa es que una tal esquizofrenia no es para nada satisfactoria a términos para el espíritu; muy pronto no es sino una postura o una cobardía o una sombra gozona.  El historiador y poeta palestinao Elias Sanbar subraya en algún lugar que el pesimismo quizás está del lado de la inteligencia, pero que también es perezosísimo; siempre es más fácil constatar lo peor que tratar, valga lo que valga, imaginar vías de salida.  Entonces, ¿qué otra vía de salida le queda a la Francia del mañana?
Nos podríamos imaginar esto: que el movimiento de los «chalecos amarillos», yendo hasta el fondo de su constatación radical –«ya nadie nos representa», «no tenemos más líderes»–, conduzca no a una crisis del régimen recuperable por el partido del peor y el terrible nacionalismo, sino a su echada a perder general.  Así este movimiento se mantendrían bien, durante meses, pasaría Navidad, se reforzaría en pleno invierno, y terminaría por parir una Asamblea constituyente que recusaría a todos los partidos existentes, e instituiría una VIª República.  No más del PS y del LR, ciertamente, incluso si esto de hecho ya está actuado, sino sobre todo nada de LREM –puesto que es uno de los objetivos confesados sel movimiento–, y más aún: no más RN ni FI, no más Le Pen o Mélenchon, nada más de lo de antes, todo nuevo.  Sinceramente, ¡qué alegría más grande sí así fuera!
Ciertamente, en una tal asamblea constituyente nueva, se reencontrarían las fuerzas y las divisiones del antiguo mundo; seguro que sí, no se habría terminado así ni con el capitalismo, ni con los efectos deletéreos para toda democracia de la limitante externa y de la ley de los mercados, ni con los envites de los flujos migratorios y del calentamiento global, ni con la cuestión de Europa y del reparto deseable o no de las soberanías; ciertamente los chalecos amarillos no nos habrían hecho mejores como por arte de magia.  Pero las cartas al menos se habrían vuelto a repartir en torno al eje mayor del movimiento: lograr rearticular la cuestión de las desigualdades o de la justicia social, y la de la lucha contra el calentamiento climático. Pues este es claramente un signo indudable; que el movimiento se haya disparado a partir del impuesto al diesel es claramente el signo que la cuestión climática no es para nada ajena al «pueblo» sino solamente insoportable en tanto que ella se desarticula de la cuestión social (recordemos que la huella de carbono de un rico que tiene un vehículo eléctrico o hébrido, pero que monta en avión regularmente, es 150 veces superior a la de un «pobre» que rueda con un diesel que poluciona).

¿Mal viento o República más justa?
Evidentemente que una tal imaginería para mañana tiene poca oportunidad de que ocurra.  Es más probable que Francia conozca el mal viento que conoce la mayor parte de los países capitalistas: las atroces bodas del capital y del odio, en provecho una vez más del solo capital y de sus sirvientes.  Pero uno no gana nunca nada apostándole a su propia muerte, incluso si ella es probable. Por el contrario, como todo profetismo, ese proyecto de una VIª República no tiene sentido sino a partir del presente.  Hay que confiar en los «chalecos amarillos», ir con ellos, implicarse en su movimiento, seguir el movimiento real que ellos dibujan.  Los filósofos de fines del siglo XX, a la manera de Deleuze, soñaban un poco complacientemente con un pueblo que falta. Hoy, el pueblo ha regresado y aquí está; es política, metafísica, estéticamente contradictorio, sueña con tiranos y los vilipendia, quiere poder de compra y se burla de él, bello y feo a la vez.  En suma, es exactamente como la filosofía; comprometido con todos los poderes y sus caudillos, imperfecto, veraz y mentiroso, colabo y resistente, abigarrado, múltiple, incierto en sus deseos tanto como en sus odios. Desde Sócrates, entre pueblo y filosofía ninguna tiene lecciones que darle al otro. Pero siempre se ha ganado con unirlos más que en oponerlos, pues pueblo y filosofía han compartido siempre el mismo sueño: la llegada de una República más justa.
Tr. Paláu, Envigado, co; enero 9 de 2019
ARTICULO
Bernard Stiegler: “Repensar una política industrial en la era del Anthropoceno y de la automatización”
Mis en ligne le 17/12/2018 | Mis à jour le 17/12/2018 
Para este pensador de la técnica, el movimiento “chalecos amarillos” saca a luz la urgente necesidad de una nueva política que valorice el trabajo más bien que el empleo.  Entre estas proposiciones está la de generalizar al conjunto de los asalariados el régimen intermitente de los trabajadores del espectáculo.

Filósofo, dirige el Institut de recherche et d’innovation (IRI) del Centro Georges-Pompidou y preside la asociación Ars industrialis.  Las ediciones Fayard acaban de reeditar el conjunto de su reflexión sobre la técnica, en un volumen de cerca de mil páginas.  La Técnica y el Tiempo, que retoma a la vez su tesis La Falta de Epimetheo <Bilbao: Hiru, 2003>, y se abre a lo contemporáneo con Le Nouveau Conflit des facultés et des fonctions dans l’Anthropocène.  Por otra parte, un nuevo ensayo apareció recientemente en la ed. Les Liens qui Libèrent, en torno a los conceptos de entropía y de neguentropía: Qu’appelle-t-on panser? 1. L’immense régression.


n°126
Febrero de 2019
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« Me sorprendió la rápida evolución del movimiento de los “chalecos amarillos”, por la manera cómo se presentaba y como fue percibido.  Al comienzo, las ocupaciones de ronds-points permitían pensar en el fenómeno de los Tea Partys de los EE. UU., que preparó la elección de Donald Trump, y en aquella asombrosa declaración de Sarah Palin: ‘‘Me encanta respirar ¡el olor de los gases de escape!’’  Sin embargo, y a pesar de la presencia de la “ultra-derecha” que es por supuesto muy peligrosa, el empuje de ese movimiento evolucionó positivamente, y de manera muy inesperada.  Comparados con la escena “de las protestas” bien conocida en Francia desde hace decenios, los “chalecos amarillos” son evidentemente un acontecimiento completamente singular y muy interesante, más allá de sus extremas ambigüedades.  Entre las reivindicaciones enunciadas por esos manifestantes sin líder, la proposición de crear una asamblea deliberativa para la transición ecológica es particularmente ilustrativa de lo que ese movimiento tiene de fundamentalmente nuevo.  Y esto quedó confirmado por un signo alentador –que ciertamente hay que interpretar sin hacerse muchas ilusiones–: el 8 de diciembre en Burdeos, su manifestación se hizo en asocio con la Marcha por el clima.
Cuando uno escucha a los “chalecos amarillos”, se oyen voces de gente un poco perdida que vive a menudo en condiciones insoportables y que tienen el mérito de expresar y concientizar los límites y las inmensas contradicciones de la sociedad contemporánea.  Frente a lo cual el gobierno de Emmanuel Macron parece ser incapaz de considerar la envergadura de los problemas planteados. Mucho me temo que las medidas anunciados por el presidente el 11 de diciembre no resuelvan nada e instalen el movimiento en la larga duración, precisamente en tanto que expresa –al menos simbólicamente– la toma de consciencia colectiva de la crisis contemporánea.  El horizonte político en toda Europa no es para nada regocijante: las extremas derechas van probablemente a sacar beneficio electoral de estas cóleras, dado que no se va a responder a las cuestiones que legítimamente plantea el movimiento de los “chalecos amarillos”, que pone en evidencia la falta de sentido histórico del presidente Macron y de sus ministros, y que subraya además la vanidad de los que pretenden encarnar la izquierda, todos ellos incapaces de proponer el menor enunciado a la altura de lo que se juega como una primera gran crisis social característica del Anthropoceno. 
Para mí que soy un “hombre de izquierda”, la cuestión importante es saber lo que sería una gran política industrial de izquierda que recoja los desafíos del Antropoceno y de la automatización, es decir: también de cara a la “Inteligencia artificial”.  Afrontar esta cuestión supone sobreponerse al impensado de la crítica marxiana, a saber, a la entropía.  Todos los sistemas complejos, tanto a nivel biológico como a nivel social, están destinados a una périda de diferencial –de energía, de biodiversidad, de interpretación de la información– que conduce al caos entrópico.  El concepto de neguentropiía, que fue propuesto a partir de los trabajos de Erwin Schrödinger, designa la capacidad del viviente para diferir la pérdida de energía, diferenciándose para ello orgánicamente, creando islotes y nichos que instalan localmente “diferance” (como decía Derrida), por medio de la que se inscribe el porvenir como bifurcación en el devenir entrópico donde todo indifiere.
El punto fundamental es aquí que, mientras que la entropía se observa a nivel macroscópico, la neguentropía sólo se instaura localmente por conversiones de energía bajo todas sus formas, incluída la energía libidinal; y Freud es con Bergson el primero en comprender el cambio radical de punto de vista requerido por la entropía.  El “repliegue nacionalista” es una expresión sintomática de la explosión entrópica provocada por la mundialización como Antropoceno. A lo que hay que responder con una nueva política económica e industrial que valorice sistemáticamente la neguentropía.
Es en este sentido que con Patrick Braouezec –presidente del Establecimiento público territorial Plaine Commune–, el Institut de recherche et d’innovation & Ars Industrialis llevan a cabo un experimento en Seine-Saint-Denis, un territorio de 430.000 habitantes, donde experimentamos la puesta en funcionamiento de una economía contributiva territorial fundada en una nueva macroeconomía a escala nacional.  Se trata ante todo de valorizar el trabajo antes que el empleo, y de generalizar el sistema de los intermitentes del espectáculo: la idea es poder garantizarle a la gente el 70% de su último salario en los períodos en que no trabajen, con la condición de que reencuentren al final de diez meses un empleo intermitente –en el caso de los intermitentes del espectáculo, por 507 horas, luego de las cuales han “recargado su derecho” al ingreso contributivo.  Creamos en este momento talleres en los dominios del cuidado de la infancia, de una alimentación urbana de calidad, de la construcción y de los oficios urbanos, de la mecánica de recalificación de los vehículos términos en vehículos limpios, etc.  Este experimento los sostienen la Fundación de Francia, Orange, Dassault Systèmes, la Caisse des dépôts et consignations, la Société générale, la fondation Afnic et Emmanuel Faber, director general de Danone, todos ellos actores a la búsqueda de una nueva concepción de la economía industrial enteramente movilizada en la lucha con el Antropoceno y por la restauración de una solvencia económica de largo aliento, fundamentada en la inversión y no en la especulación.  Es emprendiendo iniciativas audaces de este género como se podrá responder verdaderamente a los “chalecos amarillos”. »
Declaraciones recogidas por ALEXANDRE LACROIX
Director de redacción
Tr. Paláu, Envigado, co; enero 10 de 2019
ARTÍCULO
Frédéric Gros: “Una violencia que beneficia a todos, excepto a las víctimas”
Mis en ligne le 20/12/2018 | Mis à jour le 20/12/2018 
Denunciada por todos, la violence que ha acompañado las manifestaciones de «chalecos amarillos» sin embargo ha tenido una función estratégica y política de la que ha sacado partido el movimiento, tanto como el gobierno y los media… ¿Irresponsable?


n°126
Febrero de 2019
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Se han planteado muchos interrogantes –con razón pues había por qué perder sus categorías mejor implantadas– sobre la naturaleza política, el origen social, las modalidades estratégicas de los «chalecos amarillos».  A mi me gustaría desplazar el ángulo crítico aquí e interrogarme sobre el estatus de la violencia en lo que les ha parecido a todos como un movimiento inédito.  Que las manifestaciones de cólera social se acompañen de violencias no es una novedad histórica. Los sábados de cólera han estado marcados por violencias urbanas intensas, que se debieron a grupúsculos extremistas que vinieron a medis de la colère ont été marqués par des violences urbaines intenses, qui furent le fait de groupuscules extrémistes venus «para romperlo», de infiltrados oportunistas, de «chalecos amarillos» arrastrados miméticamente por la atmósfera de guerrilla; y finalmente los policias también, buscando presentar esta última violencia como forzosamente defensiva y protectora.
Esta violencia ha tenido el principal carácter de no ser asumida por nadie y denunciada por todos; con la única diferencia que del lado de los «chalecos amarillos», lo más frecuentemente se la denunciaba pero sin condenarla.  Esta violencia, sobre la que los observadores una vez más se ponían de acuerdo para decir que ella fue ampliamente una intervención de elementos exógenos al movimiento, se debe constatar que al mismo tiempo ella le beneficiaba a todos… exceptuando por supuesto a sus pobres víctimas directas.  Al gobierno por una parte, puesto que ella le permite presentar todo nuevo anuncio de manifestación como irresponsable puesto que, de derecho democrático fundamental, se ha vuelto una amenaza objetiva de guerra, a pesar incluso de las intenciones pacíficas de los organizadores. A los propios «chalecos amarillos», puesto que esta violencia subrogada a los extremistas y encapuchados declaraba inocentes a los manifestantes, al mismo tiempo que les permitía beneficiarse de sus efectos políticos –¿quién puede seriamente creer que una serie de manifestaciones pacíficas habrían provocado la anulación de los impuestos incriminados, y los anuncios sucesivos del presidente?  A las fuerzas policiales pues les ofrecían una palanca para una represión por fuera de norma. Y finalmente a las cadenas de TV de información en vivo y en directo, que organizaron cada sábado «ediciones especiales» adictivas, para espiar el desastre y la catástrofe. Esta violencia que nadie asume pero de la que todos buscan los beneficios, define un paisaje político que arriesga con acompañarnos muchos tiempo
Filósofo, ha tenido un gran éxito público y crítico con su libro Marcher. Une philosophie (Carnets Nord, 2009).  Especialista en Michel Foucault, ha estudiado la demanda de seguridad en las democracias contemporáneas en Le Principe Sécurité (Gallimard, 2012), así como los movimientos de resistencia en Desobedecer (Albin Michel, 2017; tr. Paláu en proceso, para el mes de agosto 2019).  Su seminario anual en Sciences-Po Paris está consagrado al tema «Violence et responsabilité», que encuentra un eco en la actualidad.
Tr. Paláu, Envigado, co; enero 10 de 2019
ARTÍCULO
Francis Wolff: “¿Un movimiento antipolítico o la reinvención de un ‘nosotros’?”
Mis en ligne le 17/12/2018 | Mis à jour le 19/12/2018 
¿Los chalecos amarillos?  Un movimiento «anti», para Francis Wolff, sin consciencia de clase ni voluntad de estructuración, y que arriesga con un hundirnos en un clima de «guerra civil fría», a merced de la menor pasión digital.  A menos que los lazos que se han tejido en los ronds-points den a luz una redefinición de la palabra «collectivo».


n°126
Febrero 2019
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La Francia peri-urbana, la de las pequeñas y medianas ciudades, cliente de los centros comerciales, la que trabaja duro y gana poco, la que no es suficientemente pobre como para estar en el Sisben y que no es suficientemente rica como para salir con dignidad, la que nunca ha desfilado con los funcionario pero que tampoco ha ideo a la Manif para todos <la del 1º de mayo>, decidió un día expresar su cólera contra el impuesto al diesel bloqueando para ello las encrucijadas y ocupando los ronds-points.  La derecha aplaude; revuelta fiscal, dice ella.  La izquierda añadió: justicia social, afirmó ella.  La extrema derecha vio acá el despertar de las «gentes de bien» que han sido abandonadas por la mundialización.  La extrema izquierda diagnosticó que ya viene la insurrección. Y todos se mezclaron al movimiento soplando sobre sus brasas.  Todos tenían para ello buenas razones puesto que las «reivindicaciones» eran móviles y contradictorias: más Estado, menos Estado; más diálogo, nada de diálogo, etc.  Todos se engañaban sin embargo, porque la naturaleza profunda de ese «movimiento», conectada con la época, se les escapaba. Es antipolítico; está animado por el imperio de los «derechos subjetivos» sin límite ni medida.  Est anticolectivista; es una revuelta clasista sin conciencia de clase y por fuera del marco de la producción. Es antijerárquico; depende de las redes sociales y de su falsa horizontalidad «igualitarista» (discurso de odio, teorías complotistas, infox, etc.)
¿Qué hay que temer?  ¿Qué se estructure? Dada su naturaleza antipolítica, sólo lo podría hacer en torno a una figura televisiva carismática, como en Italia; pero habría que haber sido Cyril Hanouna al comienzo del movimiento.  La idea de un movimiento «Cinco Estrellas» a la françesa se desmoronó. ¿Qué va a terminar por agotarse? Bien podría ser entonces la primera de una serie de revueltas individualistas, por fuera de todo marco institucional, social o político, fomentadas por la sola potencia de las redes sociales.  Estaríamos entonces entrando en un período de guerra civil fría, caracterizada por una exacerbación de las pasiones antidemocráticas a nombre de una exigencia de «siempre más democracia» (en el entendido “que es a mí ¡al que hay que escuchar!”), un «sálvese quien pueda y cada uno por sí mismo inmediatamente», un trumpisma «a la françesa» alimentado por la tiesura de las clases dominantes, la ineluctable desaparición de los servicios públicos (puesto que la social democracia está fumigada), la aceleración del desmantelamiento de la Unión europea, una agravación de las crisis ecológicas, en suma el acabamiento del movimiento anti-Ilustración: el sueño de Steve Bannon♠♠ o de Éric Zemmour.
¿Qué podremos esperar de todo esto?  Una verdadera salida por lo alto supondría una salida del marco nacional para reclamar una justicia fiscal y una lucha contra las políticas neoliberales a escala europea.  Pero su naturaleza franco-francesa se lo impide.
Entonces, la única esperanza es que su forma termine por contradecir su naturaleza.  En efecto, habría que tomarles las palabras a los que, en cada etapa, cuales quiera sean las «victorias» obtenudas, repiten: «Iremos hasta el final».  ¿Cuál objetivo? Ellos no están buscando ninguna nueva concesión del «poder»… uno siente claramente que no se satisfarán nunca. La meta que se han propuesto, ¿no será precisamente no tener ninguna?  No será poder continuar viviendo lo que están viviendo juntos, en cada encrucijada, en cada rond-point, por primera vez y para su gran sorpresa?  Lo que descubren en el fondo, lo que están reinventando, son esos sentimientos que les ha preservado su modo de vida: la solidaridad, la fraternidad, la calidez del colectivo.  Vayamos más lejos. ¿No podríamos esperar que hicieran de esta reinvención de un «nosotros» inesperado la fuente de una «auto-institución de la société», en contra incluso de la naturaleza de su lucha?  Descubrirían por ejemplo que podrían compartir el carro (con ¡doble ganancia!), hacer sus compras colectivamente para obtener descuentos, ayudarse entre vecinos, defender aquí un dispensario amenazado, hacer que se abra una escuela primaria gracias a una institutriz jubilada que bien podría ser voluntaria, etc.  El imaginario no tiene límites desde que uno acepta ser colectivo. Y la democracia comienza por la base, y no en las ilusiones de referendos de repetición.


Profesor emérito de la Escuela normal superior de Paris, este especialista en filosofía antigua defiende un carácter propio del hombre, en tanto que ser de lenguaje capaz de «decirle el mundo» al otro de manera objetiva.  Autor de Nuestra humanidad.  De Aristóteles a las neurociencias (Fayard, 2010; tr. castellana de L. A. Paláu, Medellín, enero – noviembre de 2016 / enero de 2017), es también un apasionado de la música y buscó descubrir la esencia de ese arte en ¿Por qué la música? (Fayard, 2015; tr. castellana de L. A. Paláu, Medellín, junio – diciembre de 2015 y octubre 31 de 2017).  En su último ensayo, Trois Utopies contemporaines (Fayard, 2017), propone volver a lanzar la perspectiva utópica en torno a la redefinición de un «nosotros», a la vez humanista y cosmopolita.
Tr. Paláu, Envigado, co; enero 10 de 2019


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Las razones de la cólera

Mis en ligne le 07/12/2018 | Mis à jour le 07/12/2018
Peter Sloterdijk en 2016 (cc) Wikimedia Commons / Fronteiras do Pensamento

¿Cómo explicar los accesos de violencia que atraviesa Francia?  La cólera ya no se contiene en un mundo de ganadores y de perdedores, como lo explica Alexandre Lacroix en el estudio del “Soir 3”, citando para ello a Peter Sloterdijk.

«Que el perdedor que pierde demasiado a menudo, cuestione el juego de manera violenta, es una opción que el caso crítico de la política hace que aparezca luego del fin de la Historia», anota Peter Sloterdijk en 2007.  En el ensayo Cólera & Tiempo, el filósofo alemán se inclina sobre el estado de Occidente.  Muestra cómo la promesa de la democracia parlamentaria ha sido contener las pasiones –la cólera, el odio, el resentimiento...–, por medio de la deliberación racional dándole a cada quien la posibilidad de expresar su voz.
Según Alexandre Lacroix, director de redacción de Philosophie magazine invitado del Soir 3 de France 3 el jueves 6 de diciembre, Peter Sloterdijk muestra también cómo ese «gran cuadro de una pacificación de las pasiones políticas por la deliberación racional está camino de fisurarse».
Como lo testimonian hoy los «chalecos amarillos», la cólera ya no se contiene.  ¿Por qué? Fue luego de 1989, después del fin de la historia y la caída del muro de Berlín, que el espíritu liberal se propagó por todas partes en el mundo, y el juego económico se volvió una vasta competencia donde ya sólo se trata de perdedores y de ganadores.  Ahora bien ¿cuál es la reacción espontánea de los perdedores frente a esta humillación? Es la cólera que se expresa por el terrorismo y la violencia. De ahora en adelante esta ya no se dirige contra las solas élites sino también contra las propias reglas del “juego”.
Como escribe Peter Sloterdijk, «el Viejo Mundo conocía los esclavos y los siervos, que fueron los vectores de la consciencia desdichada de su tiempo.  Los tiempos modernos inventaron al perdedor. Ese personaje, que se encuentra a mitad de camino entre los explotados de ayer y los superfluos de hoy y de mañana, es la figura incomprendida en los juegos de poder de las democracias.  No todos los perdedores se dejan tranquilizar por la indicación de que su estatus corresponde a su colocación en una competencia. Muchos replicarán que ellos nunca han tenido la más mínima ocasión de participar en el juego y de posicionarse luego.  Su rencor no se dirige solo contra los vencedores sino también… contra las reglas del juego».



Revue de presse
Los filósofos tras los chalecos amarillos
Mis en ligne le 07/12/2018 | Mis à jour le 07/12/2018
A favor de la movilización de los “chalecos amarillos”, filósofos de todas las corrientes toman la pluma para la defensa de la “decencia ordinaria”.  Repaso de sus argumentos.


Decencia ordinaria

En la calle como en el campo intelectual, el movimiento de los «chalecos amarillos» reúne individuos de todas las orillas, tanto de derecha como de izquierda, en torno a una defensa de la «Francia de abajo».  Filósofos como Michel Onfray & Jean-Claude Michéa se encuentran en la defensa de este movimiento de protesta a nombre de la «decencia ordinaria»♣♣, aquella noción debida a George Orwell.  Para el ensayista anarquista, son precisamente estos valores «populares», esta moral común atenta a las injusticias, los que son humillados por «las formas tiránicas del poder moderno».
Elogiando la «izquierda libertaria» contra la «izquierda liberal», Michel Onfray evoca el modelo «de las sublevaciones campesinas a través de los siglos» y «del socialismo libertario del siglo XIX»; se coloca al lado del «pueblo invisible».  «Esta sublevación, como la de los gorros rojos, me gusta, escribe él en una carta abierta publicada en su sitio web.  Pues ella muestra que existen en Francia, lejos de la clase política que sólo se representa a sí misma, gentes que comprendieron que había una alternativa a esta democracia representativa que parte el mundo en dos, no tanto la derecha y la izquierda, los soberanistas y los progresistas, los liberales y los antiliberales, no, sino entre los que, de derecha o de izquierda, ejercen el poder, y aquellos sobre los cuales él se ejerce, poco importa que sean de derecha o de izquierda».
Para Jean-Claude Michéa, también él lector de George Orwell y defensor de la decencia común, «el movimiento de los “chalecos amarillos” (buen ejemplo de paso, de esa inventividad popular que yo anunciaba en Les Mystères de la gauche) es, de cierta manera, el exacto contrario de “Noche De Pie”».  Según él, el movimiento de ocupación de las plazas fue una revuelta «de urbanitas hipermóviles y sobrediplomados», como lo escribe en su carta abierta aparecida en el sitio Les Amis de Bartleby.  «Aquí por el contrario son claramente los de abajo (tal y como los analizaba Christophe Guilluy – por lo demás curiosamente ausente hasta ahora de todos los talk-shows televisados, en provecho, entre otros cómicos, del reformista sub-keynesiano Besancenot), que se rebelan, con suficiente consciencia revolucionaria ya como para negarse a tener que escoger entre explotadores de izquierda y explotadores de derecha».

La Francia periférica
Christophe Guilly es en efecto la otra referencia recurrente solicitada en sostén de los «chalecos amarillos».  Para el autor de La France périphérique (Flammarion, 2014) y del Crépuscule de la France d’en haut (Flammarion, 2016), existe una fractura hexagonal, que la representación política ignora, entre las metrópolis y los territorios «periféricos», los de las ciudades intermedias y de los territorios rurales en los que vive el 60% de la población.  En una entrevista concedida en el 2016 a Philosophie magazine, el geógrafo anunciaba la situación futura: «Si la democracia es darle el poder a los que no lo tienen, explicaba él, la verdadera revolución sería ir hacia esos territorios que no crean riqueza.  O vamos hacia ellos, o serán ellos los que se apoderen de todas las palancas posibles: populismo, extrema derecha, radicalización islámica.  ¡Se ha visto la violencia del movimiento de las Boinas rojas! Hay que escuchar la cólera que se manifiesta desde los territorios. En caso contrario, a las ciudadelas medievales le responderán las sublevaciones populares».
La defensa de esos territorios abandonados de la República llega hasta la Académie française, donde tiene asiento Alain Finkielkraut.  El Inmortal toma la pluma en Le Figaro para felicitarse, al mismo tiempo que rechaza las violencias y las destrucciones, de que las clases populares se encuentren a «la vanguardia de la historia.  Ellas habían abandonado el campo del progreso por el del repliegue proteccionista y particularista.  Y ahora tenemos que el antiguo mundo se resiste. Sale de la invisibilidad. Se recuerda, poniéndose chalecos amarillos fluorescentes, del buen recuerdo de la start-up nation.  Este repentino surgimiento, esta revuelta de los “somewhere” [las “gentes de alguna parte”] contra los “anywhere” [las “gentes de todas partes”] en efecto me ha encantado». 

La defensa del populismo
La filósofa Chantal Mouffe, inspiradora de los movimientos Syriza, Podemos, La France insoumise & Nuit Debout, le da un nombre al establecimiento de esta frontera entre el pueblo «de abajo» y las élites, la Francia de las metrópolis y la Francia periférica: el populismo.  «Esta construcción de una nueva frontera, afirma ella en Libération, es el resultado de la emergencia de toda una serie de resistencias a treinta años de hegemonía neoliberal que instauraron una post-democracia… caracterizada por la crisis de la representación política y la crisis del sistema económico neoliberal.  Primero que todo, los ciudadanos tiene el sentimiento de no tener una verdadera escogencia entre las diferentes ofertas políticas; no distinguen ya el centro derecha del centro izquierda. Y se preguntan por qué ir a votar. Es un movimiento de fondo común a toda la Europa occidental.  Es lo que yo llamo “la ilusión del consenso”: los individuos tiene la impresión de haber sido olvidados, quieren que se les escuche».  Y la filósofa, autora de Pour un populisme de gauche (Albin Michel, 2018), nos recuerda la importancia de las emociones políticas y de convocar a la constitución de ese «populismo de izquierda» como una «estrategia de construcción discursiva de una nueva frontera política» entre el pueblo y la oligarquía.  Testigos de ello los «chalecos amarillos», con las heterogéneas exigencia de ese pueblo.  Pero su «unidad está garantizada por la identificación con una concepción democrática radical de la ciudadanía».


La emoción en política
El filósofo Frédéric Gros, autor de Désobéir♦♦ (Albin Michel, 2016), insiste también él en la dimensión esencialmente emocional de esta movilización.  «Son momentos de exorcizar los miedos, explica en Libération.  Se inventan allí nuevas solidaridades, se experimentan goces políticos cuyo gusto habíamos perdido, y se descubre que uno puede desobedecer junto con los otros.  Es una promesa frágil que se puede tornar en su contrario. Pero uno no está para darle lecciones al que, con su cuerpo, con su tiempo, con sus gritos, proclama que se puede hacer otra política».
Como Chantal Mouffe, el filósofo, profesor de pensamiento político en Ciencias-Po, constata la desaparición de las reivindicaciones de ese pueblo encolerizado, que puede producir un «malestar», y ese malestar una fuerza.  Pues esta heterogeneidad «vuelve imposible la estigmatización de un grupo y la comodidad de un discurso maniqueo.  Las “élites” intelectuales o políticas han quedado pasmadas. No solamente ellas no comprenden nada, sino que sobre todo ellas se encuentran contestadas en su capacidad de representación, en la certidumbre confortable de su legitimidad.  Su única puerta de salida, en lugar de interrogarse sobre su responsabilidad, consiste por el momento en diabolizar ese movimiento, denunciando su cripto-fascismo. Esto les permite tomar la postura de defensores de la democracia en peligro, de murallas contra la barbarie y de volverse a presentar una vez más como héroes».
Tr. Luis Alfonso Paláu, Envigado, co; diciembre 12 de 2018
Anexo: la carta abierta de M. Onfray.
A los que se creen de izquierda porque consideran que la izquierda sería hoy el combate a favor de los ricos de los barrios elegantes de las urbes, con el fin de que puedan comprar niños llevados por vientres de mujeres pobres (es decir, la izquierda de "Mitterrand 1983"; que también sería la de "Macron 2018", pasando por la de un Hollande quinquenal; sería finalmente la que se nutre de perpetuas joffrinadas desde hace un cuarto de siglo), a los que estiman que ellos son de izquierda porque le encuentran virtudes a la guillotina de 1793 y al Terror de Robespierre, a los goulags de 1917 y a su inventor Lenin, a los osarios de Pol Pot y a las prisiones de Castro o de Mao; a los que consideran que Trotski es mejor que Stalin, aunque Trotski sea el inventor del Ejército rojo y de la represión de los marineros amotinados de Kronstadt, que fueron asesinados porque reclamaban los soviets por los que habían hecho la revolución, mientras que a duras penas habían obtenido la dictadura del partido único; a estos pues… yo les presento mi izquierda libertaria, popular y populista; es la de las sublevaciones campesinas a través de los siglos, es la del socialismo libertario del siglo XIX, es la de un pueblo invisible que encarna la famosa "decencia común" analizada por George Orwell, un pensador anarquista recuperador por todo el mundo en estos momentos.  Estas izquierdas oficiales e institucionales finalmente una más allá de sus divergencias pues, y esto es palpable: todas condenan la iniciativa de los chalecos amarillos. La izquierda liberal, que se parece a la derecha liberal hasta el punto de que se puede tomar a la una por la otra, estima en efecto que estamos aquí ante una ¡manifestación "populiste"! Esta sería la quintaesencia de esa Francia "que rueda en diesel y que fuma tabaco negro"♥♠, según la ocurrencia de acá en adelante famosa de Benjamin Griveaux, hijo de un notario y de una abogada, diplomado en Sciences-Po y del HEC, candidato que no logró entrar a la ENA, y ahora portavoz macroniano del gobierno, luego de haber sido compañero de ruta de Strauss-Kahn y miembro del gabinete de Marisol Touraine en el gobierno de Hollande.  Un hombre nuevo… ¡como todos se pueden dar cuenta!…
Así mismo, entre los sindicalistas, que pretenden comprender el descontento pero que no se suman a la manifestación del 17 de noviembre.  FO, la CFDT y la CGT no irán. ¿Por qué razón? Con el fin de no asociarse a un acontecimiento sostenido por Marine Le Pen y Nicolas Dupont-Aignan.  El mismo repique de campanas de Jean-Luc Mélenchon, por tanto entre los pretendidos Insumisos que tanto aman el pueblo por supuesto, dado que él se calla cuando el líder máximo habla en su nombre, incluso si le quita la palabra cuando él decide dar su opinión completamente solo …
Ahora bien, con esta desbandada de las filas políticas y sindicales, se comprende claramente que, compañeros como marranos, los institucionales de la política y del sindicalismo no lo dirán, pero ellos temen por la democracia representativa en la que ellos prosperan como gusanos en un queso, porque la democracia directa, la de los chalecos amarillos hoy, la de las gorras rojas ayer, le impide a los profesionales de la política hablar alto y fuerte por el pueblo, mientras que al mismo tiempo ellos actúan taimadamente contra él, como por ejemplo no estando a su lado el 17 de noviembre.
Este pueblo sin cabeza y sin apellido, sin rostro y sin representante, sin gran líder y sin debate televisado, sin media subvencionados por el Estado, y sin editorialistas en la prensa parisina, sin casa de edición y sin emisora estatal de radio, sin subvenciones europeas y sin asociaciones lucrativas sostenidas por el mismo Estado, sin partido con sus falsas facturas y sus tomas ilegales de interés; este pueblo pues es el gran miedo de los bienpensantes que, de derecha y de izquierda, socialistas y liberales, comunistas y ecologistas, centristas y robespieristas, con asiento en la Asamblea nacional y en el Senado, disponen de ministros, de primeros ministros y de jefes de Estado que se ven con llavecitas desde hace más de treinta años ¡y cuya impericia no hay necesidad de demostrar!  Melenchon tiene razón: habría que sacar a esta clase política… pero a la suya también, y a él de primero…
Estos ideólogos que viven del sistema haciendo su crítica bien pulidita y gentil, cortés y teatral, hipócrita y cómplice… en los distintos estudios de tv., tienen más que ver con la guiñolada y con la pantalonada.  Este circo es visible luego de que se acaba el directo. Aquellos que se tratan con todo tipo de apelativos ante las cámaras, que se acuchillan y a veces rudamente… luego se tutean, se abrazan, hacen sus negociados, ríen juntos una vez terminado el espectáculo.  Y tan pronto esto ocurre, este pueblo sin rostro continúa sufriendo y trabajando penosamente para amarrar los dos cabos; es él el que está en la primera línea de esta guerra llevada contra las gentes simples por las “élites”, como se dice, que las sacrifican por un plato de lentejas…
(…)
Los chalecos amarillos, como las gorras rojas, se ahorran ese pequeño personal de la política politiquera.  ¿Cómo los podrían querer? Ellos pasan por encima de la cabeza de esa gente que glotonea en los banquetes de las gentes importantes del sistema, y que viven en los barrios exclusivos, comen a sus ansias, beben buenos vinos, compran productos bio y degustan quinua, que recurren a los gastos de representación para pagar sus restaurantes que rara vez son bodeguitas; que nunca pagan sus taxis porque los paga la empresa, que frecuentan la misma ¡pequeña sociedad de los decididores!  No habría nada que reprocharles a esta forma de vida, si una vez llegado el día esa gente estuviera real, verdadera, concretamente del lado de las gentes que sufren de la política liberal de la derecha y de la izquierda. Esta Francia de abajo hace que se conozca su sufrimiento modesta, simplemente, sin grandes palabras y sin largos discursos, sin ideologías y sin blablás, justo diciendo cosas simples y luciendo ese chaleco fluorescente que señala un peligro.
Ellos saben claramente que está muy bien eso de la transición ecológica invocada para justificar esos aumentos, pero ¿cómo se hace para vivir sin vehículo cuando se habita en una ciudad que no está equipada de transporte común?  El panadero de Cantal ¿debería hacer sus entregas en metro? La enfermera bretona, sus visitas en la campiña del Tregor ¿en tranvía? El plomero hacer sus desplazamientos por aquel bosquecillo, adornado con sus herramientas, ¿en tren de cercanías?  Y el visitador médico de Corrêze ¿debería hacer sus miles de kilómetros mensuales ¿en patineta eléctrica? ¿Sino la bici para los de urgencias en un pueblo de los Pirineos? La mujer que va a parir en las Ardennes ¿deberá presentarse en la materna en patines o en un skate?  Francia no se reduce a un puñado de megalópolis: Paris, Lyon, Marseille, Toulouse, Bordeaux.  Pues, luego, por fuera, más allá, además de esas ciudades tentaculares tenemos en Francia un poco más de 35.000 comunas.  Millones de personas viven por fuera de las megalópolis; ¿se les puede exigir la patineta de la transición energética como horizonte insuperable?
No hay necesidad de haber hecho grandes estudios para comprender, e incluso si uno fracasó y no entró al ENA como Griveaux, que el aumento del precio de la gasolina es el aumento de los impuestos indirectos pagados por los más humildes, mientras que Emmanuel Macron distribuye dinero en cantidades astronómicas entre los antiguos aportantes del impuesto sobre las grandes fortunas.  Este aumento del precio de la gasolina, es el impuesto que uno puede estar seguro pagará la gente desprovista de medios para organizar, como se dice, la optimización fiscal de sus ingresos, la que no puede abrir una cuenta en Suiza, que no pueden crear sociedades en cantidad con el fin de esconder la trazabilidad de sus fortunas, o que, por supuesto, no pueden tener recursos en los paraísos fiscales, como Johnny Hallyday o Charles Aznavour, residente fiscal suizo al que el presidente de la República le rindió recientemente homenaje en el patio de honor de los Invalides, ¡haciendo que se colocara una bandera azul-blanco-rojo sobre su ataúd!  Luego el discurso en la iglesia de la Madeleine por el cantante cuyo álbum póstumo lleva por título "Mon pays c’est l’amour", pero que, en materia de países prefería concretamente vivir en Suiza o en los EE. UU.; después el discurso de homenaje presidencial por ese otro cantante que había creado una sociedad en Luxemburgo con el fin de evitar al fisco francés o armenio, lo que hubiera estado más de acuerdo ideológicamente con el discurso público; se comprende que la Francia de arriba pueda organizar un género de insolvencia fiscal en materia de impuestos, vía Gstaad o el Luxemburgo, con la bendición post-mortem del jefe de Estado. Con Emmanuel Macron, el pequeño contribuyente que vive en el límite del umbral de pobreza no escapará al impuesto, puesto que se le cobrará directamente en la estación de servicio donde estará obligado a tanquear su vehículo porque es su instrumento de trabajo.…  Macron le cobra el impuesto pues claramente al trabajo de los rurales, pero no al capital de los cantantes domiciliados en Suiza (ver el artículo de Romaric Godin en "Mediapart" del 29 de marzo de 2018: "Les voies luxembourgeoises de la fortune des Aznavour").
El cambio climático tiene buena espalda, y luego presenta la formidable ventaja de ser políticamente correcto en la casi totalidad de los hogares levantados en ese catecismo desde hace años.  Por el momento, se revela como el mejor aliado del liberalismo salvaje, así como de la defensa de los ricos a los que Macron y los suyos enriquecen, y de la tasa impositiva a los pobres que Macron y los suyos empobrecen…  Si se quiere verdaderamente actuar sobre la transición ecológica, que no se olvide a los polucionadores industriales franceses que extrañamente han sido eximidos por Macron y los suyos. Nicolas Hulot ¡no me contradecirá!
¿Cómo combatir esta "lepra" de la Francia periférica?  de la France périphérique? Enlodando el movimiento para evitar que deje escuchar lo que tiene por decir.  Y siempre en virtud del adagio, decididamente cada vez de más actualidad, según el cual "el sabio muestra la luna, el imbécil mira el dedo ", la prensa institucional dispone de una técnica comprobada: descalificar al demandante con el fin de quitarle piso a la petición.  ¿De qué manera? Es suficiente con hacer de ellos bueyes del terruño, cretinos de los campos, incultos de los sotos, de los que se han quedado en la ruralidad, subdiplomados de las malezas. Es el argumento que triunfa desde que los bobos parisinos de derecha y de izquierda ¡cogieron el hábito de enorgullecerse del Estado liberal maastrichtie!  Es pues la Francia de los bebedores y de los fumadores, de los cazadores y de los automovilistas la que lleva el chaleco amarillo. Dése bien cuenta que esas personas no beben spritz en las terrazas de Saint-Germain-des-Prés, no fuman “cuartos” en los apartamentos chics del Marais, no son veganos de los lofts con vista a la torre Eiffel, no ruedan en patineta eléctrica estacionada cerca de la alcaldía de Paris, son pues claramente ploucs, campesinos, pécoras, en una palabra: bárbaros…
A este movimiento sin cabeza para decapitar, ¡era bueno encontrarle una!  Se dice que un video plebiscitado por casi seis millones de internautas, propulsó a una mujer al proscenio.  El periódico "Vingt Minutes" hizo de ella la "portavoz oficiosa (sic) del movimiento de los chalecos amarillos" (9 de noviembre de 2018).
Pero ¿qué es una portavoz oficiosa?  El equivalente a un vino sin alcohol, un bigote sin pelos, un banquero generoso de un BHL serio, de un Macron gaulliste ¡o de cualquier otra imposibilidad lógica!  Pues, si uno es portavoz lo es oficialmente, y nombrado por gente que dan un mandato a la vista y al conocimiento de todo el mundo; si uno lo es oficiosamente, es porque algunos tienen interés en escoger a esta señora más que a otros que sin embargo son numerosos en hacer posible el movimiento de real insumisión en la red.
Pues resulta que esta dama, que los mass-media oficiales vienen a buscar es "parapsicóloga", "hypno-therapeuta", y que ella releva igualmente informaciones fantasistas y complotistas de aquellos que creen que las estelas de vapor dejadas en el cielo por los aviones son intervenciones conscientes de los gobiernos que nos intoxican esparciendo misteriosos productos…
Desde entonces, toda oposición a este impuesto sobre los más modestos, via el aumento de la gasolina… hay que ¡ponerla en el registro de las ficciones complotistas!  Si esa idiota es plebiscitada por gentes, esas gentes son idiotas y su combate es idiota: QELQTD. No se les hubiera ocurrido a los periodistas del sistema considerar que, si esta dama hubiera sido psicoanalista (que es el nombre que se le da a la parapsicología cuando uno abandona las ciudades y se desplaza más allá del periférico de París…), sus afirmaciones hubieran merecido ser invalidadas.  Por el contrario, habrían sido aún más validadas…
Esta mujer es una persona en medio de los millones de otras y, puesto que ella no es portavoz de la totalidad de los que van a reunirse el 17 de noviembre (excepto para los periodistas que buscaban una cabeza para cortar o una causa para ensuciar), a ella hay que oírla sobre la sola cuestión del aumento del precio de la gasolina, no sobre sus gustos por la parapsicología, ya sea freudiana o no, ni sobre su color preferido, o su teoría de los vapores celestiales.
Me gusta esta sublevación popular, como la de las boinas rojas.  Pues ella muestra que existe en Francia, lejos de la clase política que sólo se representa a ella misma, gente que comprendió que había una alternativa a esta democracia representativa que parte al mundo en dos, no la derecha y la izquierda, los soberanistas y los progresistas, los liberales y los que no lo son, no… sino entre, los que, de derecha o de izquierda, ejercen el poder, y aquellos sobre los que se ejerce, poco importa que sean de derecha o de izquierda.
Que aquellos sobre los cuales se ejerce digan "no" a los que lo ejercen, estos si que son trabajos reconfortantes que se inspiran en La Boétie, que escribía en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria: "Estad dispuestos a no servir más y seréis libres".  Es el imperativo categórico de una izquierda libertaria y popular, populista incluso si se lo quiere, pues no temo con esta palabra estar diciendo que he escogido el campo del pueblo contra el campo de los que lo estrangulan, pues no hay sino dos lados de la barricada.
Que esta fuerza que se levanta ponga atención al poder que va a tener en mente el romperla, quebrarla, descalificarla, mancillarla, aniquilarla, circunscribirla.  Va a sacar figuras para comprarlas mejor. Ese poder tiene interés en los desbordamientos; siempre hay "Benallas" prestos a meter la mano en los deslizamientos útiles para los que tienen necesidad del espectáculo mediático de la violencia social, para instrumentalizarla.  Se van a encender contra-fuegos con medidas de acompañamiento distribuyendo cheques de caridad. Se va a agitar el abanico del pujadismo, del populismo, de la extrema derecha, del petanismo. El futuro dirá lo que habría sido posible hacer con esa gasolina…
Michel Onfray
Tr. Luis Alfonso Paláu, Envigado, co; diciembre 12 de 2018.


Anexo: la entrevista con F. Gross
«Se querría una cólera, pero bien decente, bien educada»
Par Sonya Faure — 6 décembre 2018 à 20:16
Paris, 1º de diciembre. Photo Alain Jocard. AFP

Para el filósofo Frédéric Gros, las élites están atónitas por el carácter heteróclito e inédito de la movilización de los chalecos amarillos.  Según él, hay que admitir la existencia de un cierto registro de violencia.
En su último libro, Désobéir (Albin Michel, 2017), él buscaba las razones de nuestra pasividad frente a un mundo siempre más desigual.  En la actualidad, una parte de la población se insurge y Frédéric Gros, filósofo y profesor de Sciences-Po, analiza la expresión inédita de la cólera de los chalecos amarillos.
Asalariados o jubilados, los chalecos amarillos a veces dan pruebas de violencia en sus afirmaciones o en sus gestos.  ¿Cómo lo explica?
Ya hay una parte de violencias que emanan de una minoría de quebradores o de grupúsculos que vienen para “batirse o pelearse”.  Es indiscutible, pero es necesario comprender hasta qué punto, al mismo tiempo, ella suscita un escalofrío emocional y una tranquilidad intelectual.  Se permanece en un terreno conocido. El verdadero problema es que es minoritaria. Es la espuma oscura de una ola de cólera transversal, inmensa y popular.  No dejamos de escuchar por parte de los «responsables» políticos el mismo discurso: «La cólera es legítima, la entendemos; pero nada puede justificar la violencia».  Se querría una cólera, pero decente, bien educada, que envíe su memorial de agravios, agradeciendo por lo bajo que el mundo político tenga a bien tomarse el tiempo de consultarlo.  Se querría una cólera desprendida de su expresión. Pero no, hay que admitir la existencia de un cierto registro de violencias que no se debe ya a una elección ni a un cálculo, al que es incluso imposible aplicarle el criterio de legítima vs. ilegítima, porque es la pura y simple expresión de una exasperación.  Esta revuelta es la del “basta, es demasiado ya”, la de “estamos hasta la coronilla”.  Cada gobierno tiene la violencia que se merece.
Lo que parece violento ¿no es también el que ese movimiento no sigue las formas de protesta habituales?
El carácter heteróclito, disparatado de la movilización produce un malestar; se torna imposible la estigmatización de un grupo y la comodidad de un discurso maniqueo.  Ha producido un espanto en las «élites» intelectuales o políticas. No solamente ellas no comprenden nada de esto sino que, sobre todo, se encuentran contestadas en su capacidad de representación, en la certidumbre confortable de su legitimidad.  Su única puerta de salida, en lugar de preguntarse por su responsabilidad, consiste por el momento en diabolizar ese movimiento, denunciar su cripto-fascismo. Esto les permite tomar la postura de defensor de la democracia en peligro, de muralla contra la barbarie y heroizarse una vez más.
Esta forma de desobediencia, este violento cuestionamiento de los cuerpos intermediarios y de la democracia representativa ¿constituyen un peligro?
Los riesgos son grandes y ese espontaneismo representa un real peligro social y político.  Pero por lo menos no vamos a responsabilizar de la crisis de la representación democrática a los perdedores de políticas orientadas todas en el mismo sentido hace treinta años.  Pagamos la destrucción sistemática de lo común durante estos «Calamitosos Treinta años»: violencia de los planes sociales, ausencia de porvenir para las nuevas generaciones, loca prosecución de una «modernización» que se ha traducido en desaparición de las clases medias.  La única cosa de la que se puede estar seguros infortunadamente es que las víctimas de los desbordamientos o de los golpes de bastón serán los más frágiles.
Ud. ha trabajado sobre la noción de seguridad, ¿qué piensa de la respuesta del Estado luego de las manifestaciones y las degradaciones?
Esta vez por parte de las fuerzas del orden se escucha el mismo discurso: «Esta violencia es totalmente inédita, nunca habíamos visto esto, una tal tempestuosidad, una tal brutalidad».  Sería necesario que esta preponderancia dada a la «novedad» no sirva de pantalla a un aumento de la represión.
En su reciente libro, Desobedecer, Ud. analizaba las raíces de nuestra «pasividad».  ¿Qué sucedió para que los chalecos amarillos salieran del «confort» du conformismo?
Nuestra obediencia política se nutre en lo esencial de la convicción de la inutilidad de la revuelta: «¿para qué eso?»  Y luego aparece el momento, imprevisible, incalculable, del impuesto “que llena la taza”, la medida inaceptable. Esos momentos de sobresalto son profundísimamente históricos como para poder ser previsibles.  Son momentos de derribar temores. Se inventan allí nuevas solidaridades, se experimentan goces políticos cuyo gusto habíamos perdido, y se descubre que uno puede desobedecer junto con los otros.  Es una promesa frágil que se puede tornar en su contrario. Pero uno no está para darle lecciones al que, con su cuerpo, con su tiempo, con sus gritos, proclama que se puede hacer otra política.
¿Estamos en un gran momento de desobediencia colectiva?
Sí, una desobediencia que tiene como señal segura su propia exasperación.  Hemos hecho todo lo posible durante treinta años para despolitizar las masas, para comprar los cuerpos intermediarios, para desanimar la reflexión crítica, y ahora nos sorprendemos de tener un movimiento sin dirección política clara y que rehúsa todo leadership.  Esta desobediencia es el mejor testigo de nuestra época.  Nos corresponde prioritariamente interrogar a los actores.
Tr. Luis Alfonso Paláu, Envigado, co; diciembre 12 de 2018.


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Hitler y sus financieros


Éric Vuillard
El orden del día
Barcelona, Tusquets, 2017
Trad. de Javier Albiñana
144 pp. 17 €
La objetividad histórica adquiere vida cuando se recrea con la frescura y la elegancia de lo imaginario. Galardonada con el premio Goncourt en 2017, El orden del día, de Éric Vuillard (Lyon, 1968), aborda la connivencia entre Hitler y los grandes empresarios de su tiempo con una fórmula que ya había empleado Laurent Binet en HHhH (acrónimo de «Himmlers Hirn heißt Heydrich», esto es, «El cerebro de Himmler se llama Heydrich»), que obtuvo idéntico premio en 2010. Binet reconstruye el atentado contra Reinhard Heydrich cometido por Jan Kubiš y Jozef Gabčík el 27 de mayo de 1942. Organizado desde Londres, se escogió como nombre clave «Operación Antropoide». Vuillard recrea la reunión de Hitler con los empresarios alemanes que lo financiaron y la anexión de Austria, con sus tormentosas negociaciones y claudicaciones. Ambos autores emplean las técnicas narrativas de la ficción literaria, pero cada uno escoge un camino diferente. Binet se introduce en la trama y reflexiona en voz alta sobre cuestiones formales, apuntando que la novela histórica falsea intolerablemente los hechos cuando recurre a la invención para llenar los huecos de la historia. Nadie sabe qué pensamientos y emociones pasaron por la mente de Jan Kubiš y Jozef Gabčík durante las distintas fases de la «Operación Antropoide». Describir su coraje y su miedo, su resignación y su fatalismo, su resistencia a morir y su determinación de acabar con Heydrich a cualquier precio, roza lo pornográfico, pues viola una intimidad inaccesible que debería ser preservada por sentido del decoro y honestidad intelectual. Éric Vuillard procede de forma distinta, admitiendo que la imaginación debe completar los vacíos históricos para ayudar a comprender el pasado. Prescinde de su yo y sus vicisitudes, y se interna en la mente senil de Gustav Krupp, atribuyéndole una alucinación sobrecogedora. Los espectros de los miles de operarios que le proporcionó la dictadura nazi para trabajar como mano de obra esclava en sus fábricas desfilan por el salón de su lujosa Villa Hügel, emergiendo de las sombras: «Vio ojos enormes, caras saliendo de las nieblas».

¿Se debería hablar de un nuevo género literario, una especie de «nuevo periodismo», al estilo de Tom Wolfe o Truman Capote, pero aplicado al campo de la historia? Al margen de la respuesta, quizás innecesaria, merece la pena destacar el esfuerzo de dos autores por comprender el fenómeno del nazismo y sus innumerables ramificaciones. Binet y Vuillard miran en la misma dirección, conscientes de que la demagogia, capaz de movilizar a las masas y producir las mayores aberraciones morales, no es un vestigio del pasado, sino un riesgo permanente que pone en peligro la democracia liberal. El mundo de los negocios prefiere mantenerse al margen de los debates ideológicos. Sólo defiende sus intereses y, si lo considera necesario, pacta con monstruos, como sucedió el 20 de febrero de 1933, cuando veinticuatro grandes industriales alemanes («veinticuatro lagartos», según Vuillard) se reunieron con Hitler y Hermann Göring en el palacio presidencial del Reichstag. Después de escuchar la retórica hueca del candidato a canciller, decidieron desembolsar una cantidad descomunal para asegurar el triunfo electoral del NSDAP.

Entre los asistentes, se encontraba Gustav Krupp, presidente del grupo Krupp AG, que antes y después de la Segunda Guerra Mundial lideró en Alemania el sector del acero, el armamento y la industria agrícola pesada. Vuillard esboza un difuso sentimiento de culpa en la vejez de Gustav Krupp, cuando el Alzheimer ya ha destruido su mente y no es capaz de experimentar pesar o arrepentimiento. Nada indica que le quitara el sueño haber colaborado con un régimen genocida, explotando hasta la muerte a los prisioneros de los campos de exterminio. Sería injusto omitir el nombre las grandes empresas que actuaron del mismo modo: Bayer, Agfa, BMW, Daimler, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken. Todas emplearon mano de obra esclava procedente de Mauthausen, Dachau, Auschwitz, Buchenwald, Flossenbürg. Gustav von Krupp construyó incluso una filial cerca de Auschwitz y le dio el nombre de su mujer a la fábrica de Berthawerk. De los seiscientos deportados que se incorporaron a las fábricas de Krupp en 1943, sólo sobrevivieron veinte. Mugrientos e infestados de piojos, se levantaban a las cuatro y media de la mañana, incluso en invierno, recorriendo kilómetros con unos simples zuecos y sin otro abrigo que un uniforme con el espesor de un pijama. Su expectativa de vida rondaba los tres meses.

Después de la guerra, algunas de las grandes empresas que se habían beneficiado del trabajo esclavo se fusionaron, incrementando su influencia. Es el caso del grupo ThyssenKrupp, uno de los pilares del Mercado Común. Los supervivientes exigieron compensaciones por su sufrimiento. Gustav no había titubeado a la hora de donar grandes cantidades a Hitler, pero su hijo Alfried, tras negociar con los abogados de las víctimas, estimó que sería suficiente pagar 1.250 dólares por superviviente. Después, bajaría a 750 y a 500. Finalmente, tras una avalancha de reclamaciones, suspendió los pagos. Alfried comentó despectivamente que «los judíos habían salido muy caros». Lo cierto es que las grandes empresas que apoyaron a Hitler con generosos donativos financiaron indirectamente la Shoah y se aprovecharon de la disponibilidad ilimitada del trabajo esclavo. Pocas veces se menciona que el número de campos de concentración excedía los diez mil y que esa gigantesca telaraña no habría prosperado sin la complicidad de las elites económicas. Sería absurdo afirmar que Gustav Krupp desconocía las intenciones genocidas de Hitler, pues el programa del NSDAP incluía la búsqueda de «una solución definitiva al problema judío» y la demanda del «espacio vital» del pueblo alemán.

Apenas logró el cargo de canciller, Hitler convocó a los generales de los tres ejércitos y les informó de sus planes: extirpar el comunismo, deportar a los judíos, ocupar Europa del Este y crear un Estado totalitario. Ningún general se opuso ni manifestó su desagrado. Sólo el barón Kurt von Hammerstein-Equord, jefe del Alto Mando, expresó en privado su desacuerdo, lo cual le costó la inmediata destitución. Desde entonces, nunca ocultó el desprecio que le inspiraba la dictadura nazi. Desgraciadamente, no pudo asistir a su caída, pues murió el 23 de abril de 1943. Durante el entierro, su familia no consintió que la bandera nacionalsocialista cubriera el ataúd. Más tarde, la periodista Ursula von Kardorff escribió: «No he conocido a muchos hombres que estuvieran tan abiertamente en contra del régimen, y sin ninguna cautela, sin ningún temor. Es asombroso que nunca lo arrestaran». Hans Magnus Enzensberger (Baviera, 1929) publicó en 2008 Hammerstein o el tesón, un texto híbrido con fotografías que evoca la literatura de W. G. Sebald y que se aproxima a la fórmula de Binet y Vuillard, pero incluyendo una ambiciosa licencia: una entrevista imaginaria entre Hammerstein y el propio escritor. Hammerstein nunca abandonó su actitud beligerante. Desde su destitución, salía a la calle con un revólver en el bolsillo. No quería morir sin ofrecer resistencia y cuando le aconsejaron prudencia, contestó: «¡Eso no va conmigo!». En otro momento comentó: «El miedo no es una visión del mundo». No hay una figura similar en el mundo empresarial, donde el sentido del riesgo raramente contempla la exposición de la propia vida.

Vuillard sostiene que «las empresas no mueren como los hombres. Son cuerpos místicos que no perecen jamás». El nazismo intentó transformar la política en una religión, con sus dogmas, sus mártires y su paraíso. Se consideraba heredero del imperio romano y se atribuía el deber de purificar la tradición cristiana de elementos orientales o judíos, como la compasión. Fracasó, pues los pueblos agredidos u ocupados no se resignaron a vivir bajo su bota. En cambio, las grandes empresas, con su rosto amable y sus elaboradas estrategias de seducción, continúan reinando en una utopía global basada en la insaciabilidad del deseo. Las grandes empresas se han apropiado de nuestra rutina: «Cuidan de nosotros, nos visten, nos iluminan, nos transportan por las carreteras del mundo, nos arrullan». Son los nuevos dioses: «Están ahí, en todas partes, bajo la forma de cosas». Vuillard no atribuye a las grandes empresas toda la responsabilidad sobre el ascenso del nazismo. Las democracias occidentales cortejaron a Hitler en sus inicios, mostrando a veces simpatía hacia algunas de sus ideas, como el nacionalismo, la eugenesia y la superioridad racial de los europeos. Lord Halifax, presidente del Consejo británico, acudió a Alemania invitado por Hermann Göring, un sangriento bufón que «probablemente había soñado con ser actor y lo consiguió a su manera». El vizconde inglés se alojó en la residencia de Göring, participando en sus cacerías y charlando en un tono de camaradería. No sabemos qué impresión le produjo su parque de bisontes, su dócil cachorro de león, sus trenes de juguete circulando por una maqueta colosal. El honorable vizconde se cruzó con Hitler y lo confundió con un sirviente, lo cual le sirvió para añadir una nueva anécdota a su repertorio de ocurrencias. El aristócrata inglés nunca disimuló su horror hacia la plebe. Cuando Irlanda sufrió una gigantesca hambruna, ocupaba el cargo de ministro de Finanzas y del Tesoro. Se negó a prestar cualquier clase de ayuda, aceptando con indiferencia que murieran un millón de irlandeses. Quizás eso explique la carta que escribió a Baldwin, reflejando la impresión que le habían producido los líderes nazis y su ideología: «El nacionalismo y el racismo son fuerzas pujantes, ¡pero no las considero ni contra natura ni inmorales!» Por otro lado, los nazis «odian de verdad a los comunistas. Y le aseguro que nosotros, de estar en su lugar, sentiríamos lo mismo».

Vuillard señala que Hitler no brota de la nada. El fervor nacionalista de Herder y Fichte, la exaltación del Estado prusiano de Hegel, la utopía comunitaria de Schelling y la épica de los círculos wagnerianos prepararon el terreno en el ámbito de las ideas, creando entre las elites intelectuales un espíritu favorable a un racismo místico y pangermánico. Sólo hacía falta un líder populista que transformara este discurso en un mensaje asequible a las masas. Algunos alegarán más tarde que Hitler engañó a los alemanes de buena voluntad, pero lo cierto es que, apenas consigue el poder, muestra claramente sus intenciones. En 1933, arde el Reichstag. Ese mismo año, comienza a funcionar Dachau y se impone la esterilización forzosa de los enfermos mentales. En 1934 se produce la Noche de los Cuchillos Largos, una purga del sector más revolucionario del NSDAP que dio lugar al menos a un centenar de asesinatos y miles de arrestos. En 1935 se aprueban las leyes raciales de Núremberg para salvaguardar la sangre y el honor del pueblo alemán. La represión interna sirve de motor de combustión a las políticas imperialistas. Nacido en Braunau am Inn, Hitler considera que Austria es parte del Reich y debe someterse a su autoridad. El «austrofascismo» del canciller Engelbert Dollfuss, asesinado por los nazis el 25 de julio de 1934, y de su sucesor, Kurt Schuschnigg, no logrará contener la voluntad anexionista del Führer. Schuschnigg será invitado al Berghof, donde se le intimidará para ceder el poder a los nazis austríacos y colocar al país bajo la protección del Reich. Schuschnigg volverá a Viena para proponer al presidente Wilhelm Miklas que nombre ministro del Interior al pronazi Arthur Seyß-Inquart, viejo compañero de estudios. Schuschnigg y Seyß-Inquart cursaron juntos la carrera de Derecho. Ambos han hablado de Anton Bruckner y Wilhelm Furtwängler, su mejor intérprete, mientras paseaban, comentando el proceso creador del atormentado y neurótico compositor. No sospechaban que el destino les reservaba un final diferente. Seyß-Inquart será ahorcado tras ser condenado a muerte por crímenes contra la humanidad en los juicios de Núremberg. Schuschnigg, autoritario e intransigente, sentirá la necesidad de oponer una tibia resistencia a Hitler, solicitando un referéndum para llevar a cabo la anexión de Austria. Ese gesto le costará seis años de confinamiento en campos de concentración alemanes. Primero, Sachsenhausen; después, Dachau. Liberado por los norteamericanos, acabará sus días como profesor universitario en la Universidad Católica de Saint Louis. Casi nadie recordará sus ideas retrógradas y su autoritaria forma de gobernar como canciller de Austria.

Vuillard demuestra su talento narrativo al recrear la verborrea (en realidad, una maniobra de distracción) de Joachim von Ribbentrop mientras almuerza con Neville Chamberlain y Winston Churchill. Ribbentrop habla incansablemente del gran Bill Tilden, ganador de la Copa Davis siete veces seguidas. Mientras tanto, la Wehrmacht cruza la frontera austríaca. Son muchos los que se echan a las calles para celebrar la llegada de los alemanes, pero otros tiemblan de miedo y angustia. La épica Blitzkrieg, teorizada por el carismático general Heinz Guderian en su tratado Achtung-Panzer!, se convierte en una pantomima ridícula por culpa de las averías mecánicas de los carros blindados. Guderian había destacado la trascendencia de los tanques en el campo de batalla. En esas fechas, el Panzer IV aún se hallaba en sus fases iniciales, pero más tarde se revelaría como un arma decisiva. El Tratado de Versalles prohibía a Alemania la construcción de carros blindados, pero se había recurrido al ardid de fabricarlos en el extranjero mediante sociedades pantalla: «La ingeniería financiera se ha prestado desde siempre a las más nocivas maniobras», apunta Vuillard. Después de la proclamación del Anschluss, Hitler convocará un plebiscito que logrará un respaldo de un 99’7% de los austríacos. En la siguiente semana se suicidan mil setecientas personas: socialdemócratas, comunistas, intelectuales, judíos. Las autoridades cortan el gas a los judíos para que no lo utilicen como método de suicidio y dejen las facturas sin pagar. Es tentador identificar el mal absoluto con Hitler, que vocifera y gesticula como un orate en los mítines, mascullando las palabras. Sin embargo, el mal absoluto está en las sonrisas de las muchachas que agitan una banderita con la cruz gamada, expresando su entusiasmo por el Anschluss. Está en los grandes empresarios que financiaron a Hitler: «No son monstruos antediluvianos, criaturas lastimosas desaparecidas en los años cincuenta, bajo la miseria pintada por Rossellini, transportadas a las ruinas de Berlín. Esos nombres siguen existiendo. Poseen inmensas fortunas. Sus sociedades se han fusionado en alguna ocasión y forman todopoderosos conglomerados».

¿Dónde está entonces el bien, la decencia, la dignidad? En los dedos del pintor Louis Soutter, que pinta «repulsivos y terribles monigotes que se agitan en el horizonte del mundo donde rueda un sol negro». Soutter lleva quince años en el asilo de Ballaigues cuando Schuschnigg y Hitler se reúnen en el Berghof. Incapaz de sostener un lápiz o un pincel, utiliza sus dedos para pintar. Su mente, tan herida como la de su compatriota Robert Walser, ha naufragado en la pena, la confusión y el desconsuelo, pero conserva una extraña lucidez: «Moja sus dedos retorcidos en el frasquito de tinta y nos muestra la verdad de su tiempo. Una gran danza macabra». No menos clarividente, Günther Stern, que más adelante decidirá apellidarse Anders para establecer un vínculo permanente con el «Otro», trabaja en esas fechas en Hollywood Custom Palace limpiando los disfraces con que se ruedan las películas. Entre los trajes almacenados, hay uniformes nazis. La verdad emerge en un lugar concebido para fabricar ilusiones. El nazismo nunca será olvidado. Antes de que comience la Segunda Guerra Mundial, ya es una máscara del mal absoluto, radical.

Éric Vuillard ha conseguido sacar a la luz en El orden del día «el dobladillo mugriento» de la Historia. El «perfil amable de los acontecimientos» conspira para mantener en un lugar secreto y remoto «el hule amarillento, la matriz del talonario, la mancha de café», pero es imposible comprender lo que significó el nazismo sin escarbar en la trastienda, aceptando que un partido político no se hace con el poder sin el apoyo financiero de las elites económicas. ¿Significa eso que el dinero es intrínsecamente perverso, que sus propietarios siempre están dispuestos a aliarse con el demonio para preservar sus privilegios? No necesariamente. Las masas pueden ser bombardeadas con publicidad y eslóganes, seducidas y chantajeadas con promesas y gestos, pero si no han acumulado odio, resentimiento, miedo, rabia, ira, autocomplacencia, narcisismo y autocompasión no sucumbirán a un discurso que justifica el crimen, la tortura y el genocidio. No pretendo salvar a Gustav Krupp, que actuó de forma abominable, sino determinar que el nazismo es producto de una culpa colectiva. Hitler necesitaba a industriales poderosos como Krupp, pero también al hombre común, que aceptó el papel de verdugo con entusiasmo. Hannah Arendt afirmó lúcidamente que el «hombre corriente y banal» es el gran asesino del siglo XX.

Nadie podrá impedir que otros magnates como Krupp financien en el futuro nuevas aventuras terroríficas, pardas o rojas, pero si no queremos reproducir los errores del pasado, debemos impulsar una pedagogía capaz de inculcar en las nuevas generaciones respeto y aprecio hacia la democracia y sus libertades. Escribe Vuillard: «No se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con un mezcla de ridículo y de pavor». Los abismos nunca perderán su poder de seducción, pues se disfrazan de hermosas utopías: la misión del pueblo alemán, la dictadura del proletariado, el derecho de autodeterminación de pueblos supuestamente oprimidos. Los ideales más prosaicos –como la paz, la tolerancia, el respeto mutuo, la solidaridad, la convivencia‒ no son tan atractivos y deslumbrantes, pero nos garantizan un porvenir más humano.
Rafael Narbona es escritor y crítico literario. Es autor de Miedo de ser dos (Madrid, Minobitia, 2013) y El sueño de Ares (Madrid, Minobitia, 2015).



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Las Fiestas

Otras fiestas distintas a las mías

Festivales, rituales religiosos, manifestaciones populares…  En los cuatro rincones del planeta, los hombres cantan y bailan para celebrar los muertos, las divinidades, sus orígenes.  Hundida en el imaginario del Japón, de Nueva-Guinea & de Uruguay.

Japón

Mary Picone.  “En el ‘festival del hombre desnudo’, los hombres gastan su energía para alejar el mal”.

«Las fiestas en el Japón son muy numerosas.  Una de las razones de tal vivacidad tiene que ver con la inmensa cantidad de divinidades presentes en el imaginario japonés.  Esos kami, esos espíritus, serían muchos millones.  En la tradición llamada animista del shintô, se celebra la lluvia, el trueno, la luna, el sol, algunas montañas, dragones que salen del agua, entidades que toman formas naturales, y los ancestros por supuesto.  La fiesta de Gion en Kyôto, bién conocida por los turistas, reúne por ejemplo centenares de miles de personas. Desfilan carrozas adornadas con tejidos bordados, músicos que interpretan aires antiguos y, a lo largo del trayecto, las casas tradicionales exponen los tesoros de familia a los paseantes.
    
Al comienzo no era una manifestación muy positiva.  Se trataba de quitarle a la divinidad encolerizada, su capacidad de daño.  Frecuentemente, en esas fiestas llamadas matsuri, las diversiones son procedimientos de conciliación con los kami, maneras de divertirlos para que ellos sean benévolos, para que aseguren las cosechas y la salud de la familia.  Todo esto es temporal y debe pues ser reiterado cada año. La idea de repetición es un motivo esencial de la religiosidad japonesa.

En la actualidad, la sacralidad de las fiestas con frecuencia se ha atenuado.  Ir al templo se ha vuelto algo más cultural que religioso, una costumbre más que un acto de fe.  Por lo demás aparecen regularmente nuevas manifestaciones. Por ejemplo, el festival yosakoï, literalmente “viene la noche”, nació en los años 1950 y él enjambra en el mundo.  Retoma las costrumbres y los ritos campesinos, en grandes bailes colectivos al son del tambor, en un espíritu comunitario.  Se hacen cosas nuevas con lo viejo.

Pongamos otro ejemplo: en la época de Edo [h. 1600-1868], los bomberos se enfundaban especies de kimonos cortados y se exhibían en ejercicios difíciles para testimoniar de su virilidad.  Fiestas hay que retoman este principio de ordalía, de ponerse a prueba. El hadaka matsuri, el “festival del hombre desnudo”, es de ahora en adelante más bien una diversión.
Se desarrolla en invierno.  Muchos miles de hombres semi-desnudos, vestidos con el simple fundoshi, se reúnen en torno a un templo budista.  A media noche, cuando la noche se ha hecho profunda, los sacerdotes les lanzan talismanes a la multitud.  Los hombres se estrujan para recuperarlos y poner a la suerte de su lado por un año. Se atropellan empujados por el alcohol y pueden llegar a hacerse mal por conservar su trofeo y plantarlo simbólicamente en una caja llena de arroz.  Hay heridos. La violencia hace parte de la fiesta. Ocasiona gastos efectivos e improductivos de energía, incluso si este gasto permanece codificado y con un objetifo: alejar el mal. Antaño, los participantes podían tratar
   
de tocar a un hombre designado para ser el Shin-Otoko, una especie de chivo expiatorio para absorber todos los males, atravesando la muchedumbre antes de ser perseguido.  En la actualidad esta figura existe todavía, pero se trata ahora más bien de un honor, que reconoce su supuesta capacidad para absorber los pecados y para difundir por el contrario felicidad.
       
La desnudez y la aspersión de “agüita” <pa mi gente>, participan de rituales de purificación que alejarían la mala fortuna».

Papuasia-Nueva-Guinea
Steven Feld. “El gisalo de los bosavi celebra las relaciones entre los mundos material, espiritual y el de los pájaros”

«Durante estos últimos cuarenta años, frecuentemente he pasado con los bosavi, un pueblo que vive en la selva tropical de las altas mesetas de Nueva Guinea.  Uno de los momentos importantes de la vida social de los bosavi es la ceremonia del gisalo.  Como nuestras fiestas, ella tiene por motivo centrral las relaciones; pero el paralelo no va más allá pues el gisalo es la ocasión de celebrar las relaciones entre el mundo material, espiritual y el de los pájaros.

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En estas ceremonias se encuentran dos grupos, uno que ofrece la hospitalidad, el otro que es invitado.  Se trata pues primero de rendir homenaje a las relaciones concretas entre las dos comunidades, que por lo demás se refuerzan con la realización de matrimonios y de numerosas formas de intercambio.  En la fiesta del gisalo, también se rinde un homenaje a los muertos recientes de las dos comunidades; se comparte la aflicción del duelo.  La ceremonia propiamente dicha está precedida por una tarde consagrada al maquillaje y a la preparación de los vestidos.

El gisalo propiamente hablando comienza a la caída de la tarde.  La ceremonia se lleva a cabo en una casa redonda muy grande en la que pueden caber hasta doscientas personas.  En el centro del círculo, los bailarines hacen su aparición. Están disfrazados de pájaros y de caídas de agua.  Efectúan movimientos de aves e imitan los cantos de los pájaros canores; los banderines cosidos a los vestidos evocan el sonido del agua.  Es muy sinestésico; esas danzas reconstituyen el mundo de la selva. Uno tras otro, a lo largo de una celebración que dura toda la noche, cada uno de los bailarines se pone a cantar, en puntos particulares del recinto.  Los textos de tales cantos forman mapas. Se trata de una verdadera topografía poética. Es como si yo les contara, etapa por etapa, un viaje a partir de Santa Fe, ca, donde estoy en este momento, hasta Paris, donde están Uds., mencionando primero mi trayecto en avión de Santa Fe a San Francisco, luego de San Francisco a Ámsterdam, finalmente Ámsterdam a Paris.  Pero las etapas descritas por los cantantes bien pueden ser más numerosas. Los bosavi hacen referencia no a ciudades sino a lugares de la selva. Es algo muy preciso, pues en las mil canciones que he grabado desde que comencé este trabajo etnográfico, he podido establecer siete mil nombres de lugares. Por otra parte he usado expresamente la imagen del avión, porque los viajes que cuentan estas canciones son vistos desde el cielo, como por el ojo de un ave.  Los bosavi a veces son llamados como hombres-pajaros. En su lengua, el término para designar los cantos de pájaros es ane mama, en donde ane significa « lo que se va » y mama designa el eco, el reflejo, por ejemplo el reflejo de mi rostro en un espejo de agua.  Un ave no es solamente un animal concreto sino también un reflejo, la reverberación de un muerto.  Cada canto de ave que se escucha en la floresta es el eco de una antigua voz humana. En la filosofía occidental a veces de habla de ontología relacional, cuando se considera que una entidad no tiene ninguna propiedad por fuera de la relación que se mantiene con ella.  Los bosavi no han leído a Gilles Deleuze ni a Gregory Bateson, pero para ellos, los pájaros establecen relaciones entre los muertos y los vivos.  Devenir pájaro, es lo que acontece cuando Ud. muere. Será transformado. Pero su voz va a reverberar en la selva y será escuchada por los vivos.
Al final del gisalo, los espectadores lloran.  Esas lágrimas son una especie de contra-don, de reconocimiento con respecto a la experiencia vivida en el curso de la audición de esos cantos que mezclan palabras, onomatopeyas, imitación de las aves y de sus gritos.  Un contacto efímero y misterioso se establece así entre los vivos y los muertos. ¿Cómo explicar esto? Imaginen que nos encontramos por primera vez. Yo pronuncio el nombre de su padre. Ud. encuentra eso extrañísimo, inquietante, pero Ud. no sabe exactamente lo que esto significa.  Es esta misma inquietante extrañeza la que tiene el gisalo, y que conduce la emoción y las lágrimas».

Uruguay

Clara Biermann. “El candombe reafirma el lugar y la historia de los afrodescendientes”
« El candombe, un género musical y coreográfico afro-uruguayo, está articulado a una historia territorial e identitaria.  Todo el año, grupos de percusionistas de tambor salen a las calles de la capital, Montevideo, desfilando en líneas de cinco en fondo percusionistas, acompañados por centenares de participantes que marchan o que bailan a sus lados.  Antes de los años 1990, los tambores sólo se empleaban con ocasión de las fiestas nacionales, en la Navidad y en el día de Reyes, una fecha en la que se desenvolvían las procesiones de los africanos reducidos a la esclavitud durante la época colonial.

Al final de la dictadura, en 1985, la practica se desarrolló, y los uruguayos de todos los orígenes se pusieron a tocar, buscando una apropiación nacional.  De unos poco que eran, los grupos de candombe pasaron a un centenar, y su composición social cambió.  En la actualidad existen grupos en toda la ciudad, que resuena en los week-end con el estruendo de los tambores.  Las organizaciones políticas negras han aprovechado este afición para entablar una lucha contra las discriminaciones raciales, utilizando para ello el candombe como instrumento político.  Se han servido de esta práctica emblemática de la cultura afro-uruguaya para poner a la sociedad ante sus contradicciones: “Adoran los tambores, pero la situación de los negros no ha cambiado”.  Después, el candombe fue declarado Patrimonio nacional en 2006 y añadido a la lista del Patrimonio inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2009. 

A partir de esas salidas de tambores cada semana, los grupos se preparan igualmente para participar en el gran desfile anual, el Desfile de Llamadas, que se desenvuelve en los barrios históricos negros de la ciudad.  Los grupos desfilan por allí con trajes y representando personajes cuya traza se remonta al siglo XIX, y que constantemente son reinvestidos de nuevas significaciones.  Son tres esos personajes y se llaman el Escobero, que danza manejando con un habilidad un bastón, el Gramillero, hombre viejo vestido con un traje y una chistera, apoyándose en una caña y llevando una valija llena de hierbas medicinales, y la Mama Vieja, una mujer corpulenta y ya anciana, que agita un abanico.  Estos dos últimos representan cuerpos de trabajadores, pero también cuerpos atravesados de una gran fuerza y de sensualidad. Estos personajes que yo llamo “arquetipos prismáticos”, autorizasn una multiplicidad de interpretaciones. Cristalizan diferentes momentos de la historia de los afro-descendientes en Uruguay.  Pues la música y la danza no son lenguajes en sentido estricto; ellas ofrecen significaciones más densas que las del discurso.

Gramillero y Mama Vieja
Por ejemplo, los tamboreros, cuando pasan ante las ruinas de las casas de los barrios históricos negros, que fueron parcialmente destruidas en los años 1970, tocan con más fuerza.  Con este homenaje, reactivan la memoria de los afro-uruguayos, una memoria singular en el espacio nacional, que pasa por el cuerpo, la música y la actuación».

Tr. Luis Alfonso Paláu, Envigado, co; diciembre 26 de 2018
Editorial

Elogio del guayabo

Los inocentes hacen la fiesta y se imaginan que ellos no experimentarán sus secuelas, que se levantarán frescos como una lechuga, y dispuestos al día siguiente.  En su gran ingenuidad, ven el guayabo como una consecuencia desgraciada, negativa, del exceso.  Pero la experiencia enseña que, paradójicamente, es también la resaca la deseable en la borrachera.
El primer mérito que tiene es distanciarte de los capullos, de los celosos, de los empleados modelos.  No sé si lo habrás notado pero los arribistas son fáciles de reconocer: siempre están frescos y dispuestos a todo.  Ya a las 8 de la mañana se agitan. Lanzan frasecitas rápidas y llenas de humor, que señalan por su presencia de espíritu (si el término espíritu les conviene), que son aptos para aprovechar la menor oportunidad, como esos idiotas que atrapan moscas al vuelo.  Un buen guayabo te ahorra esas demostraciones insoportables de eficacia.

El segundo; el día siguiente de la rasca te desajusta, te inadapta, de tal manera que ves el mundo con las ventajas de la distancia tomada.  Incluso los gestos más evidentes, los más triviales –como lavarse los dientes o rasurarse– toman un relieve desacostumbrado.  No hay nada de maquínico en una mañana alterada por la bebida de la víspera, pero esta no es una mala noticia. Entre menos máquina seas, más humano te vuelves.
Y un logro no despreciable de la resaca es el familiarizarte con procesos de curación y de reeducación.  Es verdad que un tal beneficio, para ser recibido verdaderamente, necesita el hábito frecuente de llevar el casco a punto.  O por lo menos, estoy convencido que el hábito de remontar la pendiente de los terribles dolores de cabeza, del dolor generalizado por todo el cuerpo, y hacerlo en algunas horas, es una manera de reforzarse, una manera ejemplar de acostumbrarse al veneno.  El que se ha familiarizado con los días que siguen a la bebeta sabrá reactivar ese proceso en caso de gripa, de calambres, de accidente. Se vuelve excelente en accionar los resortes de la curación, algo que las gentes rebosantes de salud no saben hacer, esos que se rompen al menor golpe, como porcelanas.

Pero la gran ventaja del guayabo es del orden espiritual y creativo.  Al seguir a la euforia de la ebriedad, él abre a una melancolía más profunda, especie de pozo oscuro de donde se pueden extraer visiones e ideas nuevas.  Aquí hay que escuchar el consejo de un conocedor en la materia, el pintor Francis Bacon, que le decía en una entrevista a David Sylvester : «A menudo me gusta trabajar enguayabado porque mi espíritu crepita de energía y entonces puedo pensar muy claramente». Esto puede parecer contradictorio, pero el pensamiento que se despliega sin encontrar obstáculos es, en el mejor de los casos, calculador o lógico; construye edificios desencarnados, fríos.  Y no es así como funciona el espíritu artístico. Al contrario, éste necesita siempre según la expresión de Bacon, «desgarrar velos».  Demasiados estanco de tela nos separan del mundo, de los otros y de nosotros mismos.  Crear es rasgar esas separaciones. Un buen dolor de cabeza es una buena barrera interior; si el espíritu, esculcando en sus reservas secretas logra saltarlo, entonces una superación tiene lugar.

Se dice que el genio de Moisés legislador estuvo en haber instituido un día de reposo, desprovisto de servidumbres materiales, desinteresado, consagrado a la oración.  Pues que así sea. Pero si yo debiera grabar una nueva tabla de la ley, recomendaría un guayabo semanal.

Prescripción por cierto bien inútil, me dirán, puesto que si no está escrita en ninguna parte, sin embargo está aplicándose por todas partes.
Jefe de redacción
Cerveza IPA.  ¿de la amargura a la dulzura?

Este tipo de cerveza (que hay que consumir con moderación) habría acompañado a los conquistadores británicos por el mundo entero desde el siglo XVIII.  ¿Como explicar su éxito actual en todos los bares in de Occidente?

Mi maestro Georges Devereux acostumbraba citar el caso de una mujer estadounidense que él había tratado durante algunos años en psicoanálisis por su adicción alcohólica.  Su comportamiento cambiaba según lo que bebiera; cuando era champaña ella se volvía semi-mundana; con bourbon, ella se transformaba en Calamity Jane ; y si había tomado sus gin-tonics, despotricaba como una administradora de bar inglés.  En una sustancia activa, añadía él, hay mucho más que moléculas.  Allí se encuentran modelos sociales, divinidades y un llamado a la comunión.
¿Qué contiene la nueva cerveza que se ha vuelto furor hoy en los bares?  Antes de imponerse en Europa, y especialmente en Francia, había conquistado primero los EE. UU., y luego el Canadá.  Se la llamaba IPA, iniciales de India Pale Ale («cerveza rubia de la India»).  Para explicar su nombre, se cuenta que en el siglo XVIII, los ingleses, buscando una cerveza que no se corrompiera por los cuatro o cinco meses de travesía necesaria para alcanzar los lugares más recónditos de su imperio naciente, la cargaban de lúpulo de propiedades bactericidas.

Probablemente apócrifo, este relato ha sido el soporte de la verdadera invención de las IPA en los años 1970 en California, cervezas con mucho lúpulo, mucho más amargas que las cervezas habituales y que dejan en boca gustos sorprendentes a caramelo, mango, banano o a cítricos…  Estas cervezas emergieron por centenares y por fuera de los circuitos industriales, mezcladas por pequeños artesanos, a veces hasta por los consumidores mismos. Norteamérica le decía no a la banalidad de los pensamientos convenidos y a las cervezas de supermercado. Las nuevas cervezas acompañaban nuevas pertenencias, nuevas «tribus».  Hay pues residuos de rebelión en esas bonitas botellas oblongas marcadas con tres letras, un gustillo a beat generation.

Pero es sobre todo el tratamiento de la amargura el que las caracteriza.  Del latín amarus, «penoso», esta amargura produce espontáneamente las muecas del bebé.  ¿Pero estamos hablando sólo del gusto? No se sabe si la amargura sólo tiene que ver con los sentidos o si ella es también un sentimiento.  Esas cervezas contienen en verdad una doble proposición: la del primer encuentro, necesariamente de rechazo de la amargura, luego la del gusto azucarado que subsiste y se instala en el aturdimiento del alcohol.  Ellas prometen que tan pronto Ud. supere el choque de amargura, lo único que quedará en boca será el dulzor de las frutas tropicales. De este modo ellas vienen a sumarse a la moda del Spritz, ese célebre coctel italiano a base de Campari o de Aperol, o la reaparición de los Suze y otros vermouths.

Cervezas de los tiempos morosos que hacen pensar que el restablecimiento sobrevendrá de manera natural.  IPA consoladoras que prometen que a la amargura sucederá necesariamente el dulzor, convirtiendo en inútil la rebeldía contra los poderosos.  Se sitúan en las antípodas de la indignación de la feroz Naomi que acusaba a Dios de haberle quitado a su esposo y a sus dos hijos: «No me llaméis Naomi [nombre que significa en hebreo «mi dulzura»], llámame Mara [«la amarga»], pues el Todopoderoso me llenó de amargura» (extraído del libro de Ruth, 1:20).

Crónica de TOBIE NATHAN 
 Etnopsiquiatra y escritor / acaba de publicar L’Évangile selon Youri (Stock).
Última entrega del dossier dedicado a la fiesta del Philosophie magazine, nº 125, diciembre de 2018.  Tr. por L. A. Palau, Envigado, co; dic. 31 de 2018.


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