‎ El incendio de Notre-Dame


El rejuego oculto tras la restauración de ‎Notre-Dame

por Thierry Meyssan

La presidencia de la República Francesa ha utilizado el incendio de la catedral Notre-Dame de París para ‎poner en marcha un proyecto hasta ahora pospuesto. Y lo hace imponiendo reglas ‎inéditas, saltándose las normas vigentes en materia de licitación y de protección del ‎patrimonio cultural. Su objetivo no es restaurar la catedral sino convertir su entorno –‎la Isla de la Cité– en el primer lugar turístico de Europa antes de los Juegos Olímpicos ‎de 2024. Para evitar las limitaciones judiciales, ‎la presidencia de Francia está imponiendo arbitrariamente la hipótesis del incendio ‎accidental. ‎

Cuando comenzó el incendio de Notre-Dame, en la tarde del 15 de abril de 2019, todos ‎los medios de prensa franceses, y muchos medios extranjeros, concentraron su atención en ‎la catedral en llamas. Numerosas televisoras extranjeras abrieron sus espacios noticiosos con esa ‎información. Pero France 2 no lo hizo. ‎
Ese canal de televisión, propiedad del Estado francés, tenía programado dedicar su espacio ‎noticioso al discurso, previamente anunciado, del presidente Emmanuel Macron, colofón del ‎‎«Gran Debate Nacional». Totalmente aturdida por el inesperado drama, la redacción le dedicó ‎finalmente su espacio noticioso, después de expresar su sorpresa ante la posposición sine die ‎del discurso presidencial, que France 2 creía mucho más importante. ‎
La frialdad de la mayoría de los periodistas y la estupidez de los comentarios espontáneos de los ‎políticos pusieron bruscamente de relieve el enorme abismo que separa el universo mental de ‎esas personas del de los demás franceses. Para la clase dirigente, la belleza de Notre-Dame ‎no puede hacer olvidar que se trata de un monumento de la superstición cristiana. Para el ‎público, por el contrario, es el lugar donde los franceses se reúnen como pueblo como muestra de ‎recogimiento o para dar gracias a Dios. ‎
En términos de comunicación, probablemente habrá un antes y un después del incendio de Notre-‎Dame porque una mayoría de franceses quedó tan conmocionada por el siniestro como indignada ‎por la indiferencia arrogante de su clase dirigente. ‎
La Isla de la Cité
y la industria del turismo
Inmediatamente, el presidente de la República, Emmanuel Macron, tomó una decisión que no es ‎reconstruir Notre-Dame sino realizar un difícil proyecto que se había mantenido en espera desde ‎hace 2 años y medio. ‎
En diciembre de 2015, el entonces presidente de la República, Francois Hollande, y la alcaldesa de ‎París, Anne Hidalgo, creaban una misión que trabajó durante todo un año, cuando Emmanuel ‎Macron era ministro de Economía, de Industria y de Actividad Numérica. ‎

Entre las numerosas personalidades que participaron en esa misión estuvieron Audrey Azoulay, ‎entonces ministra de Cultura y actual directora general de la UNESCO [1], y el prefecto Patrick Strzoda, en aquel entonces director del equipo de trabajo del ‎ministro del Interior y hoy director del equipo de trabajo del presidente Macron. ‎

Aquella misión estaba bajo la dirección del presidente del Centro de Monumentos ‎Nacionales, Philippe Belaval, y del arquitecto Dominique Perrault.‎

Luego de señalar que, desde la renovación realizada en el siglo XIX por el barón Haussmann, ‎la Isla de la Cité es un complejo administrativo cerrado al público –complejo que abarca la ‎Sainte-Chapelle y la catedral de Notre-Dame–, aquella misión propuso transformarla en ‎‎«isla monumento». El traslado del Palacio de Justicia así como la reorganización de la ‎Prefectura de Policía y del hospital Hôtel Dieu abren las puertas a la realización de ese proyecto, que ‎implica una reorganización casi total del espacio de la Isla de la Cité. ‎

La misión elaboró una lista de 35 obras coordinadas, como la creación de vías subterráneas de ‎circulación y la construcción de cubiertas acristaladas que cerrarían los espacios internos abiertos ‎de numerosos edificios, para convertir la Isla de la Cité en lugar de visita obligado para ‎‎14 millones de turistas extranjeros al año. ‎
El informe de aquella misión [2] menciona el increíble valor comercial de ese proyecto… sin decir ni una palabra del valor ‎patrimonial, particularmente espiritual, de la Sainte-Chapelle y de Notre-Dame, lugares que el ‎informe enfoca exclusivamente como sitios turísticos, fuentes potenciales de ingresos. ‎
Según los autores del informe, ese ambicioso proyecto no podía realizarse rápidamente, no por ‎falta de financiamiento sino más bien debido a complicadas cuestiones administrativas y enormes ‎obligaciones jurídicas. Aunque la Isla de la Cité cuenta pocos habitantes, todo trámite de ‎expropiación puede prolongarse por décadas. Más inquietante aún es que el director del Centro de ‎Monumentos Nacionales parecía deplorar que fuera imposible destruir una parte del patrimonio ‎para dar realce a otra. ‎
El proyecto de la misión Belaval/Perrault

El proyecto de la misión Belaval/Perrault
Las decisiones de la Presidencia
Después del incendio, se hizo evidente en pocas horas que diversos donantes –desde simples ‎ciudadanos a poseedores de grandes fortunas– aportarían grandes cantidades de fondos. ‎El objetivo de la Presidencia de la República fue entonces instaurar una autoridad capaz de ‎realizar simultáneamente la reconstrucción de Notre-Dame y el proyecto de transformación de la ‎Isla de la Cité.‎

Al día siguiente, el 16 de abril de 2019, el presidente Macron declaraba ante las cámaras de ‎televisión: «Sí, reconstruiremos la catedral Notre-Dame todavía más bella y quiero que se haga ‎en 5 años.» [3]. ‎

Dejemos de lado el «yo quiero», más característico de un empresario que de un responsable ‎político electo para servir a la República. Cinco años es un plazo extremadamente corto para ‎reconstruir una catedral cuyo construcción duró siglo y medio. Pero es el plazo justo para que ‎los trabajos estén terminados a tiempo para los turistas atraídos por los Juegos Olímpicos ‎de 2024. Esa era la fecha prevista por la misión Belaval-‎Perrault.‎

El 17 de abril, el Consejo de Ministros se dedicó enteramente a las consecuencias del incendio y ‎se adoptaron 3 decisiones importantes:‎
 Nombrar al ex jefe del estado mayor de las fuerzas armadas, el general Jean-Louis Georgelin, ‎para dirigir desde la Presidencia de la República una misión especial «para velar por el avance de ‎los procedimientos y trabajos que serán iniciados»;
 hacer que la Asamblea Nacional adopte un proyecto de ley [4] que regirá la recogida de fondos, ‎regularizará la nominación del general Georgelin –quien ha alcanzado la edad límite– y, ‎sobre todo, que dispensará la misión a su cargo de seguir los procedimientos normales ‎en materia de licitación, además de dispensarla también de tener que respetar las leyes de ‎protección del patrimonio y de todas las disposiciones y reglas que puedan obstaculizar sus fines;
 organizar un concurso internacional de arquitectura para la reconstrucción de Notre-Dame.‎


Pero también se tomó otra decisión en ese Consejo de Ministros: acallar todo debate sobre las ‎causas del incendio de Notre-Dame para evitar que se inicie una investigación judicial que vendría ‎perturbar el montaje ya descrito. ‎
La mentira de Estado
El nuevo fiscal de París, Remy Heitz, nombrado gracias a una intervención personal del presidente ‎Emmanuel Macron, aseguró inmediatamente que no es la pista criminal la principal hipótesis y ‎que el incendio fue resultado de un accidente vinculado a los trabajos de restauración que estaba ‎realizándose en Notre-Dame. ‎

Esa afirmación provoca rechazo entre expertos, bomberos, artesanos y arquitectos, quienes ‎estiman que ningún elemento de los trabajos que estaban realizándose podía haber provocado un ‎incendio de tales proporciones en ese lugar ni tan rápidamente. ‎
La insistencia del fiscal y del prefecto de París, Didier Lallement, en pronunciarse sobre ese tema ‎en el lugar mismo del incendio demuestra la elaboración de una versión oficial que no exija la ‎realización de largas investigaciones, las cuales obligarían a preservar el lugar de los hechos. ‎También alimenta interrogantes sobre la pista arbitrariamente descartada de la realización de un ‎acto anticristiano o antirreligioso, en un contexto marcados por los actos de vandalismo contra las ‎iglesias (878 profanaciones en 2017), por el incendio intencional registrado en la parisina Iglesia ‎de San Sulpicio –el 17 de marzo– y el incendio de la mezquita Al-Marwani en la Explanada de las ‎Mezquitas de Jerusalén. ‎

Además, sabiendo que la mayoría de los grandes incendios que han abierto el camino a la ‎realización de proyectos inmobiliarios han sido incendios provocados, se impone un análisis serio ‎de la hipótesis de un acto premeditado tendiente a permitir la transformación de la Isla de la Cité. ‎
Todas esas interrogantes son perfectamente legítimas y quedarán sin respuesta si no se abre una ‎investigación. ‎

Claro, el objetivo del presidente Macron es digno de elogio, pero resulta muy extraña su manera ‎de llevarlo a cabo. La realización del proyecto descrito no es posible sin modificar las reglas del ‎derecho, pero la designación de un general –aunque puede ser una garantía de eficacia– ‎ciertamente no garantiza que se respete el Derecho. ‎
[1] Audrey Azoulay fue ‎elegida directora general de la UNESCO como resultado de las presiones de Francia y a pesar de ‎que tradicionalmente un ciudadano del país sede de una institución internacional no debe dirigir ‎esa institución, además de que existía un compromiso previo para que la dirección general de ‎la UNESCO pasara a manos de una personalidad del mundo árabe. Fue como directora general de ‎la UNESCO que Audrey Azouley publicó un comunicado sobre el siniestro: «Comunicado de la UNESCO sobre el incendio de Notre-Dame de París», Red Voltaire, 16 de abril ‎de 2019.
[2Mission île de la Cité. Le cœur du cœur, Philippe Bélaval y Dominique Perrault, La Documentation française, ‎‎2016.
[3] «Discours d’Emmanuel Macron sur la reconstruction de Notre-Dame de Paris», por Emmanuel Macron, Réseau Voltaire, 16 de abril de 2019.
Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las "primaveras árabes"(2017).

Tomado de: Portal Red Voltaire
 



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Laurent Sutter: Las Prótesis

Por Ana Arzoumanian
Entrevista al jurista belga Laurent de Sutter: Las prótesis con las cuales existimos

Publicamos una conversación que nuestra destacada colaboradora argentina sostuvo con el pensador y escritor europeo, a propósito de su libro “La era de la anestesia”, en un café bohemio de la ciudad holandesa de Ámsterdam, durante octubre de 2017. Sencillamente inolvidable, e imperdible.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 14.7.2018

AA: La editorial Jusbaires del Ministerio de Justicia de la Argentina ha publicado un libro sobre Deleuze: “Deleuze y la práctica del derecho” escrito por Laurent de Sutter traducido al castellano. Luego ha organizado un curso sobre ese libro, para lo cual me ha invitado como profesora. Pertenece a una colección dirigida en París por Antoine Garapon. Estamos aquí con Laurent de Sutter para hablar, en este caso, de su último libro “La era de la anestesia”.

LdS: Temo que para hablar de este último libro debo hablar de los otros, en la medida en que es un libro que ilustra la manera en que yo funciono, la manera en que concibo a la vez el trabajo del pensamiento en el contexto contemporáneo y la forma en que concibo la elaboración del pensamiento en sí. Se vive en una época donde la universidad ha decidio valorizar los artículos científicos. La elección del libro es una elección estratégica e intelectual importante.

AA: Y también política.

LdS: Elección política, absolutamente. Hacer presente el pensamiento en el espacio público, accesible a un público. Eso es una elección. Por otro lado el diseño del libro, la factura del libro es muy significativa para mí, de un lado porque soy editor, pero además porque la construcción de un libro hace circular de manera automática una relación particular con el pensamiento de manera que se pueda acceder al concepto que se va a desarrollar. Desde el punta de vista formal es significativo.

AA: El libro como objeto.

LdS: Exactamente, el libro como objeto. Y en este libro “La era de la anestesia” se observa bien estos datos formales ya que es un libro que se ha construido, montado, como en los montajes cinematográficos, con recortes, con bloques. Eso habla de una materialidad  que va entramándose con la manera en el que el pensamiento se desarrolla. Algo muy importante para mí es el rechazo de continuar funcionando intelectualmente en el campo de la argumentación. Tengo una sensación, difícil de explicar, pero es una sensación, que el argumento con la demostración lógica de la hipótesis, etc. ha devenido una opción política, estratégica. Por una razón muy simple, ya que lo primero que uno escucha frente a la figura del argumento es: cómo podría yo responder a esta cuestión. Todo argumento supone la necesidad de otro argumento. Así se pierde el tiempo en argumentos y contra argumentos. Decidí, por mi parte, seguir una estrategia de carácter narrativa. Cuento historias, es decir, elijo contar historias, busco anécdotas olvidadas, puntos históricos que me parecen interesantes para ir desarrollándolos por el juego de montajes. Un juego de encastres  entre escenas para formar una especie de paisaje que produce un efecto en sí mismo. Por esas mismas texturas de anécdotas e historias y biografías se producen efectos teóricos espontáneos.

AA: Ficcionalizar.

LdS: No diría necesariamente ficcionalizar. Sí, narrar. Yo utilizo la técnica de la “narrative nonfiction” americana y mezclo la tradición de la teoría francesa con los montajes. No es el caso del libro sobre Deleuze, que es un libro clásico donde se expone sistemáticamente la doctrina de la filosofía jurídica de Deleuze. En el caso de “La era de la anestesia”, en el caso de los otros libros: “Metafísica de la puta” “Teoría del Kamikaze” “Poética de la polícía” son todos libros que hacen de la narración el lugar del pensamiento. De manera tal que en el momento en que el lector avanza en el libro, gracias a las historias, aceptará alguna cosa que le permitirá, quizás, aceptar la conclusión que yo quiero transmitir. Si hubiera comenzado con: “mi hipótesis es que” se hubiera producido una especie de barrera.

AA: Una resistencia.

LdS: Una barrera que haría perder el tiempo. Y no tenemos tiempo que perder frente a la urgencia política, económica, ecológica, ética, estética presentes. En cuanto a “La era de la anestesia” es un libro que cuenta la manera en que, desde el S. XIX, hemos entrado en una era que es de cierto uso por el capitalismo industrial que se expande en este tiempo en relación a cierto tipo de prótesis con la que existimos. Éstas son las prótesis químicas, antidepresivos, píldora anticonceptiva, somníferos, drogas como la cocaína, etc. Toda una serie de prótesis químicas que son parte de lo cotidiano y que yo no juzgo si funcionan o no. Es el uso que se hace en vistas a inscribir el cuerpo, a inscribir el individuo en el interior de un sistema de relaciones que está basado sobre lo que yo llamo la deflación vital. En el fondo hay una depresión generalizada en la cual lo único que importa es el repliegue del cuerpo, el repliegue del individuo a prácticas de pura funcionalidad. El invento de la anestesia es esto: se inventa la anestesia general por inhalación de sulfuro, sulfuro de nitrogeno porque el cuerpo es un cuerpo que el cirujano no puede operar, el cuerpo se mueve. La anestesia hace del cuerpo una materia operable. El invento de la categoría de los antidepresivos por Eric Kaplan en los años 1899, y también contemporáneo a esto el tratamiento, entre comillas, de los maníacos depresivos. Kaplan consideraba a los maníacos depresivos como el loco imposible de curar. Lo que se podía hacer era tratar de encerrarlos en hospitales psiquiátricos ya que se los considerba un problema. De manera que prescribir la droga como medio ante las crisis maníacas era una técnica para hacer descender la manía. Así se puede hacer una hipótesis sobre el tratamiento de la psicosis maníaco depresiva que es precisamente hacer aparecer como malo al maníaco y  bueno al depresivo. En esa época se actuaba así: mezclando la química con una voluntad de control, de gestión del cuerpo.

AA: ¿Cree usted que las instituciones, la ley, son una especie de prótesis que actúan también como anestesia sobre la gente? ¿Acaso las instituciones operan así?

LdS: Yo creo que la humanidad no es más que protésica. Es decir que la humanidad crea prótesis, suplementos. Esta es una tesis ontológica y antropológica en al que creo mucho. No tengo problema con las prótesis o los suplementos, sino con sus usos. Están las instituciones, la ley, por oposición al derecho. Es muy claro que la ley y el derecho son cosas distintas.

AA: Sí, sí, y Deleuze lo dice.

LdS: Él lo dice, y un jurista debe saber esa distinción desde el derecho romano. Volver a encontrar la distinción de ius y lex, derecho- ley, droit- loi, diritto- legge; la única lengua que no hace esta distinción es el inglés. Hay, en efecto, en la ley algo que excede la funcionalidad del derecho y que constituye una especie del anestesia del cuerpo. La norma es el lugar donde se organiza la reducción del cuerpo a un dispositivo agenciable. Yo creo que el fin para todo jurista serio sería posicionarse nuevamente a favor del derecho y a su maquinaria operacional.

AA: Liberar el derecho de la ley.

LdS: Sí.

AA: ¿Cómo hacerlo?

LdS: Es complicado, porque la conexión entre la ley y el derecho viene de hace mucho tiempo. Nace en Grecia, en la época de Clístenes por el tesmos, la temis, la decisión. En la época de Clístenes aparece otra manera de concebir la ley como orden.

AA: Como lazo social.

LdS: Lazo siempre subordinado al bien humano. En Roma era diferente, de manera tal que la cuestión del derecho no entró jamás en la cuestión del orden. El orden llega luego, si es que llega. Con el tiempo sucede un debilitamiento del imperio romano, los intelectuales comienzan a estar descontentos con lo que pasa, aparece Cicerón. Cicerón que milita por la corrección del derecho romano cuando en los diálogos republicanos dice que le resulta inaceptable que el ius se subordine al nomos (nombre griego), es decir que el derecho se subordine al orden. Y creo que hoy todavía estamos en estos estadíos. Dos mil años después en tanto juristas nos encontramos sobre la empresa del nomos, un nomos que aparece en lo que hacemos, en esas pequeñas cosas que se pueden describir como operaciones: la manera en que, por ejemplo, cuando uno entra a un negocio para comprar algo se pone en marcha una operación que hace que yo devenga otro, una transformación casi ontológica que ha tenido lugar por esta especie de modificación de relación entre usted y yo, modificación que, en el fondo, no provoca cambios. Por ejemplo en el caso del matrimonio, la unión puede ser entre personas heterosexuales un día, y al otro día el matrimonio puede ser entre homosexuales sin problema. Cambia la ley, el derecho no cambia. Creo que nuestro rol de juristas es un rol de invención de operaciones, de juegos, de movimientos al interior de las operaciones, más que de continuar a ser dirigidos por la ley.

AA: ¿Se trata de la lengua al interior del derecho?

LdS: Ciertamente, es la poética del derecho que no pasa obligatoriamente por la performatividad del lenguaje jurídico, porque la performatividad del lenguaje jurídico nos lleva siempre al orden, las instituciones que autorizan a performar la palabra; cuando el oficial de justicia toma la palabra es porque “es” el oficial de justicia.

AA: El teatro.

LdS: La palabra misma opera. Hay que ver la performatividad a nivel del ser, es decir a nivel de las modificaciones absolutamente necesarias que provoca algo de lo que uno no puede escapar. Por ejemplo, tomemos el caso de agarrar un chocolate del mostrador del mercado, si lo toma, usted debe pagarlo, si usted no paga no cambia en nada el intercambio contractual que se ha establecido, eventualmente el vendedor llamará a la polícía. La transformación que debe tener lugar en sus consecuencias es parte de lo que yo llamo la poética del derecho, de este hacer del derecho, de esta pragmática.

AA: ¿Cuándo usted habla de poética del derecho sería decir el derecho de una manera otra?

LdS: Son dos cosas. Primero una cuestión de dicción.

AA: Y también de una corporalidad.

LdS: No únicamente eso…

AA: Admitir el caos, admitir la oscuridad.

LdS: Parece raro, absurdo, pero el derecho es completamente anáquico, anárquico en sentido militar an- arké: sin orden, sin un principio de orden. El derecho no es una maquinaria de orden, es una maquinaria que permite construir consecuencias. Consecuencias que son primeramente de poder continuar generando implicancias, una especie de cadena de operaciones. En la antigüedad los juristas no eran funcionarios, no eran personas que pertenecían al Estado. Eran personas que tenían tiempo, personas que se desplazaban en su ocio. Será más tarde, después del sigo II que los juristas se profesionalizarán. Hay que distinguir el jurista del pretor, de los abogados.

AA: Pienso en la Biblia, en la Torá, que es un libro legal pero también es poesía. Quizás se podrá pensar en esos términos, un libro que sea ley y que hable como poesía.

LdS: La distinción que marca la halajá y hagadá. Hay una serie de personas como el poeta Biálik, a principios del S.XX, que insistía que halajá, es decir, el texto de la ley, no era pensable sin esas historias que formaban parte de la tradición hagádicas que eran ilustrativas y, sin embargo, una ley sin historias no tenía cabida. Historias dentro y fuera del derecho. Es momento en que la ley y el derecho se separen y se deslicen permitiendo la invención. Que la contradicción no de miedo, que se puedan inventar historias, que las hipótesis que vengan del abusrdo no den miedo, un derecho que no tenga miedo de inventar historias.

AA: Como la Biblia, donde no se sabe quién escribe, cuáles son las fuentes.

LdS: Exactamente, especie de palimpsesto abierto a infinitos mundos humanos. Todo esto es muy importante porque la imagen que se tiene del mundo jurídico es precisamente la imagen del control absoluto, de individuos bien determinados en un contexto muy determinado, con actos que se presentan sólidos, serios. Todo esto acompaña al derecho, acompaña su autoproducción y creo que justamente esta imagen de seriedad marca cruelmente una falta. Yo estoy por una apertura y esta apertura no sólo es posible. A mis estudiantes les digo siempre que lo que me interesa no es hacer juristas que conozcan la integralidad del dispositivo, sino  juristas que sean capaces de hacer otra cosa, juristas imaginativos, con invención, más que un jurista que sepa de leyes.

AA: ¿Este derecho que contiene la poesía tocaría lo real? Quizás, pienso, no sería el terrorismo o las imágenes de destrucción aquello que toquen lo real; en lugar de eso se podría convocar a una invención que tocara lo real teniendo en cuenta la ficción. ¿se podría seguir este camino?

LdS: Ciertamente. Se podrá decir que es tiempo que los juristas devengan más lacanianos, ya que no lo son tanto, desgraciadamente. Recordar la frase de Lacan, su tesis fundada en la verdad como ficción, y que lo real viene a molestar de alguna manera la ficción. Y pienso que la ley, esta especie de ficción del oden de lo imaginario, se topará con lo real del caso como si se reconciliara con la singularidad frente a la generalidad del orden legistaltivo. Usted mencionaba la cuestión de las imágenes en “Teoría del Kamikaze”. Existe una fabricación de una toería de lo real, lo real de los atentados que se justifican por una especie de folklore con explicaciones sociológicas sobre la islamización, la radicalización, etc. No, no es eso. Observemos lo real,  las imágenes, y lo que esas imágenes dicen en el régimen general de imágenes de Occidente y su universo de normas visuales. Esta cuestión de lo real puede llevar a movilizar las operaciones del derecho para que sea posible lo real jurídico en relación al imaginario legal. Se podría resumir así nuestra misión a seguir.

AA: En ese caso, el acto del Kamikaze es de paralizar, es decir, la destrucción de la imagen tiene como resultado, un resultado medusino, paraliza, y para salir de la paralización o de la  anestesia ¿haría falta un derecho diferente?

LdS: Haría fala, efectivamente, un desplazamiento radical de la mirada.

AA: Desplazamiento radical de la mirada; me gusta eso.

LdS: Un desplazamiento radical de la mirada que implique un desmantelamiento radical de la manera en que concebimos nuestra forma de mirar. Eso creo que es la gran lección de esos atentados, ya que ellos hicieron visible el dispositivo visual que hizo posible su triunfo; lo que hace la ley y sus dispostivos.

La escritora Ana Arzoumanian entrevistando al jurista y pensador belga Laurent de Sutter

“La era de la anestesia” (París, 2017)

Crédito de la imagen destacada: Laurent de Sutter, por Geraldine Jacques en (https://allevents.in/).

Tomado de:
https://www.google.com/amp/s/www.cineyliteratura.cl/entrevista-al-jurista-belga-larente-de-sutter-las-protesis-con-las-cuales-existimos/amp/

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La Edad Media

Por Mauricio Castaño H
Historiador
colombiakritica.blogspot.com

Jacques Le Goff, medievalista, riguroso historiador, escribe un libro a los estudiantes de la secundaria para explicarles lo bonito y lo feo, como dice él, de la Edad Media. Éste término de edad media, como su mismo término lo indica medio, refiere una posición, una ubicación, estar en medio, en un balanceo entre dos grandes épocas, la Antigüedad y la Modernidad, al menos es lo que se creyó por los ilustrados que así la denominaron. Grande la Antigüedad por su producción filosófica griega, por ejemplo; grande la modernidad por su gran renacer en las artes y mayor aún por las revoluciones científicas y sobre todo por lo Industrial que representó grandes transformaciones para la vida cotidiana y en general, con la máquina se aceleran los procesos para producir más y a veces mucho mejor por sus grados de precisión, lo maquínico repetitivo exceptúa de lo errático y de las distracciones que tiene el distraído humano, en otras palabras, esas transformaciones propiciadas por la revolución industrial generaron cambios para mejorar la vida humana.

Si bien el término medio es asemejado a un lugar de paso, a una ubicación que se puede mirar para atrás con añoranza y hacia adelante, hacia lo que viene con exhalación, pues aquella época fue calificada de oscura en tanto opacó muchas expresiones posibles a la libertad humana, en especial la que tiene que ver con el culto religioso La Edad Media se asocia con la Santa Inquisición, con los humanos llevados a la hoguera, los acusados de brujas; asociada con la quema de libros. Y ello fue la consecuencia del monopolio de la fe, se pasó del paganismo, de tener muchos dioses a tan sólo tener uno, el Dios cristiano, con poder en la tierra a través de sus representantes y fuera de ella con el absoluto divino. Para mayor precisión de origen judío aunque negrito o moreno él y carirredondo, occidente en sus representaciones lo blanqueó, tes blanca, rostro alargado, ojos claros o azules y de mechones o pelo largo. Y con ello todo lo demás de las esferas de la vida fueron pasadas por ese filtro religioso católico, se apagó la diversidad de credos y se encendió el monoteísmo, por eso lo de oscuro, se apaga una diversidad de colores mitológicos y formas de percepción de la vida, quedan en la sombra bajo esa sola luz de la doxa cristiana, así, ha de imaginarse la vida medievalista regulada por la fe, de la iglesia a la casa, al trabajo, a la casa y nuevamente a la iglesia, al templo, a la oración, aunque ha de recordarse también que las vidas están es para evitar el pecado, vivir esquivando al demonio que se encuentra en todas partes, en cualquier recodo, por ello se imponía el rezo constante, vivir para Dios, esquivar los pecados de la carne, enrutarse por la purificación para lograr una vida eterna de gozo al lado del divino: “Precisamente a propósito de las culpas o los pecados me gustaría destacar que, a partir del siglo XIII , un sacramento adquirió una importancia especial: la confesión personal de las propias culpas se iba al confesionario a contar los pecados al cura representante en la tierra de Dios.” Le Goff

Aunque valga una salvedad en la afirmación de encierro como lo señala el autor, el encierro es parcial, porque la religión enseñaba el Viator, el viajar, Cristo fue un viajero, caminar, viajero era su característica, nunca estacionario, incluso rechazó a su familia por su deambular, mi patria no es de este mundo, no tiene familia más que la humanidad…. de allí también el mercadear de un lado para el otro.

Pero eso feo de oscurantismo religioso además de guerras, hambrunas, no sólo caracterizó la edad media, también están las cosas bonitas como lo expresa nuestro autor referenciado. De esta época vienen los castillos, los monasterios, las monumentales catedrales con las que hoy muchos niños fantasean, en ellas un abrojo de derroche por el arte, los vitrales góticos con sus coloridos y figuras relucientes, etc. De la edad media también vienen los pianos y la música, los cantos gregorianos. Recordemos la curiosidad de los monjes, monasterios, monjas, todas esas palabras del término latín mono, que quiere decir uno o solo, soledad. Ellos, los servidores de Dios, requerían de estar solos consigo mismos para permitirse la contemplación y a través de ella acercarse a su altísimo supremo.

Y qué decir de curiosidades como que de esta Edad viene la práctica de esos hombres que iban y venían, los viater, y el término banco, de banqueros, prestamistas, denominado así porque  hacían sus tratos encima de sus  bancos, sus negocios los refrendan sobre un banco, una banca, un asiento, hoy ha evolucionado y llamamos bancos a los lugares en donde embodegan y hacían transacciones. Claro que hay que mencionar a los prestamistas, en esa época los señores feudos, dueños de parcelas que arrendaban a los siervos. O de caput, cabeceras de poblados, que dio origen a ciudades capitales.

La Dama y El Unicornio, expuesto en Museo de la Edad Media, París
Otro dato curioso es el concepto de la maravilloso diferente a lo milagroso: maravilloso». Desde luego, lo maravilloso era inferior al milagro: carecía de su carácter sagrado, religioso. En cambio, conservaba la idea de una realidad sobrenatural, que la mayoría de las veces era invisible, pero podía dar lugar también a apariciones, igual que las de los ángeles y los demonios” Se ha de entender que el unicornio viene de allí, medieval, connota esa diferencia de maravilloso, de la imaginación, de la fabulación humana, mientras que lo milagroso se diferencia porque es divino, pertenece a la categoría del poder de Dios, recuérdese que quienes pueden hacer milagros son los santos, y los santos lo son después de muertos, para diferenciarse de los brujos que hacen curaciones en vida.

Finalmente la palabra caritas significa amor, caridad. Fue uno de sus mayores exponentes San Francisco de Asís, hizo de la caridad un valor admirado, tanto que ser mendigo era prestigioso en el medioevo, pues cómo no imitar el mendigo que fue Jesús en una de sus apariciones, se mezclo con ellos… en fin eso dio fundamento, dio fuerza a la práctica de la caridad cristiana.

Sean estas palabras dichas una motivación para leer este corto libro de La Edad Media explicada a los jóvenes de Jacques Le Goff, lo pueden bajar gratis de ePubLibre. Buena lectura. 


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Sociedades Sin Estado

Por Mauricio Castaño H
Hace poco escuché decir a un economista no necesitar de políticas públicas para hacer empresa, incluso fue más allá, tampoco era necesario el gobierno de un país o territorio, bastaba con una ciudadanía informada y empoderada trabajando de mano del empresariado, en otras palabras construir economía social sin aparato estatal. (Pareciera un imposible pero en la historia han existido sociedades sin Estado). Ésta imagen se puede complementar con otras autoridades en la materia cuando evidenciaron en distintos foros económicos cómo los políticos desfilaban para donde los empresarios a pedirles favores para sus gobiernos tales como instalar sus sedes fabriles en sus territorios. Otro tanto sucede en la bolsa de New York, allí desfilan los mandatarios y ministros de hacienda de los países para hacer lobby, para agradar a los grandes inversores que tienen esos poderes de hacer subir o hacer bajar los precios de las acciones, tienen el poder de hacer riqueza para sí y sus aliados, pero también tienen el poder de hacer pobres a sus adversarios sí así lo desean, crean cualquier pánico financiero y el arte de la magia se cumple.


Ésta pragmática empresarial me hace recordar temas complementarios tales como la ética o el cuidado de sí y lo iluso o abstracto de los gobiernos, o en palabras borgianas de la superstición estadística que es la democracia. O mucho mejor, la constatación histórica de sociedades sin o contra Estado.


Se puede plantear que a mayor ética menos gobiernos se requieren, a mayor capacidad de saberse conducir así mismo se requiere menos de gobernantes que decidan por nosotros o nos dicten órdenes. Las referencias bibliográficas sobre el tema ético o de los cuidados de sí, puede consultarse a Michel Foucault en sus últimos trabajos como en la historia de la sexualidad y los publicados después de su muerte. Para las sociedades sin Estado a Deleuze y Pierre Clastre.


De Borges referenciamos unas intervenciones sobre su concepción no favorable a los gobiernos, “descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística,” pues solía decir que lo democrático es ilusorio en primera instancia porque no es fiable que quién comanda recursos para proporcionar bienestar a la población general sea precisamente el menos adecuado, pues quien ostenta concentración de poder lo usa para sí mismo y para su grupo de poder. En fin, su proclama era un máximo de individuo ético y un mínimo de Estado … creo que si cada uno de nosotros pensara en ser un hombre ético, y tratara de serlo, ya habríamos hecho mucho; ya que al fin de todo, la suma de las conductas depende de cada individuo.” o “Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos


Este pasaje ilustrativo y cómico a la vez, cómico por el poder de subvertir: Pregunta el personaje Eudoro Acevedo:

“¿Qué sucedió con los gobiernos? Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más completa que este resumen.”

Y dice Borges “… para mí el Estado es el enemigo común ahora; yo querría -eso lo he dicho muchas veces- un mínimo de Estado y un máximo de individuo. Pero, quizá sea preciso esperar… no sé si algunos decenios o algunos siglos -lo cual históricamente no es nada-, aunque yo, ciertamente no llegaré a ese mundo sin Estados. Para eso se necesitaría una humanidad ética, y además, una humanidad intelectualmente más fuerte de lo que es ahora, de lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes comparados con esos hombres del porvenir, por eso estoy de acuerdo con la frase: “Yo creo dogmáticamente en el progreso.”

Y de los que encarnan el Poder, de los que se drogan, de los que acumulan poder, de los que en Colombia se hacen pagar con los recursos públicos carros blindados, conductores, escoltas para presumir y ostentar su poder, de ellos, de los politicos expresó:

– “No. En primer lugar no son hombres éticos; son hombres que han contraído el hábito de mentir, el hábito de sobornar, el hábito de sonreír todo el tiempo, el hábito de quedar bien con todo el mundo, el hábito de la popularidad….La profesión de los políticos es mentir. .” … “Creo que ningún político puede ser una persona totalmente sincera. Un político está buscando siempre electores y dice lo que esperan que diga. En el caso de un discurso político los que opinan son los oyentes, más que el orador. El orador es una especie de espejo o eco de lo que los demás piensan. Si no es así, fracasa.”

A esta expresión estética, a esta intuición literaria, sumamos la mirada histórica y antropológica. Gilles Deleuze, Pierre Clastres a evidenciado las sociedades sin Estado o contra Estado. Estas sociedades eran distintas a las que formaron grandes imperios en donde la categoría de mandar obediencia fue lo común como  en la Europa con sus grandes imperios o en América con los Aztecas o los Incas. Pero al margen de estos sistemas se dieron otras sociedades que no recurrieron a esas concentraciones de poder, por el contrario, lo menospreciaron, sus necesidades o intereses fueron otroas. Referenciemos algunas apreciaciones de Claestres.


En las sociedades sin Estado no hay poder político ni poder obediencia, ni existe el mandar ni el obedecer.... Son sociedades con ausencia de poder político. Contrario en la sociedades en las que sí existe, su característica es que el poder es coercitivo, allí la lógica de relación orden obediencia se despliegue como si fuera natural. En este ejercicio de poder es inherente la violencia, se dice en los Estados modernos que conservan el monopolio de la violencia, son los únicos que se autorizan así mismos ejercerla contra quienes ellos deciden son enemigos, se estila decir también hacer justicia.


Las sociedades sin Estado tienen alto sentido de la democracia y el gusto por la igualdad: "Los primeros viajeros del Brasil y los etnógrafos que los siguieron lo afirmaron repetidamente: la peculiaridad más notable del jefe indígena consiste en su falta casi completa de autoridad"

Por lo tanto, deben tenerse como rasgo pertinente de la organización política de la mayoría de las sociedades indígenas la carencia de estratificación social y de autoridad de poder: algunas de ellas, como las ona y los yagan de Tierra del Fuego, no poseen siquiera la institución de liderazgo; y se dice que los jíbaros que poseen su lengua no tienen término para designar al jefe."

En suma, se percibe en las comunidades sin Estado una intuición sutil de advertir los peligros del Poder Político, de la concentración de Poder, de esa relación de servidumbre del mandar - obedecer. Y se percibe también, que fuera de ese desprecio por la  concentración de poder, está el gusto de que todos deciden, no requieren ni esperan haya un supra hombre que los preceda en las decisiones que han de tomar para sus vidas.

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El indio y el mestizo


Por Julio César Londoño
 Hay dos versiones de la historia de los indígenas colombianos. La primera afirma que ellos fueron dueños de todas las tierras del noroccidente suramericano hasta finales del Siglo XV, cuando llegaron la hordas de la espada y la cruz y redujeron la población indígena en 90% en los 50 años que duró la Conquista, y les arrebataron la totalidad de la tierra en los 250 años de la Colonia, para entregársela a los encomenderos. El encomendero era un señor español o un mestizo con ínfulas, un trigueño con peluca, digamos, un hijo de india y español que miraba al indio como un semoviente. Como hoy. 
 La segunda versión sostiene que los indios son haraganes y borrachos; que son dueños de la tercera parte de las tierras del Cauca; que han recibido toneladas de oro del Estado y que la minga es un movimiento de terroristas y terratenientes de anaco que quieren fundar una departamento aparte; es decir, un proyecto similar al de Paloma Valencia, pero sin muro.
 Y uno, malpensado, creyendo que la tierra estaba en manos de los azucareros, palmicultores, ganaderos, narcotraficantes y paramilitares, y que el Estado no había hecho sino mamarles gallo a los indios siempre, desde Santander hasta hoy.

 Lo que olvidan contar los mestizos encopetados es que los resguardos están en zonas totalmente desatendidas por el Estado; que las tierras indígenas están en los páramos y que las aptas para la agricultura no llegan al 4% del área de los resguardos; que las mejores tierras están en manos de los gremios citados y que la concentración de la tenencia es altísimo: el Gini de tierras del país es 0,90 (Instituto Geográfico Agustín Codazzi, 2016. Gini cero indica un reparto perfecto. Gini uno, que toda la tierra es de un solo dueño).
La posición de los mestizos no ha cambiado nada en el curso de los siglos. Para los virreyes y la Iglesia, los indios eran homínidos sin alma. Para el encomendero, sucios y ebrios. Para la élite caucana de principios del Siglo XX, “sujetos que incuban una revuelta racial que debe ser controlada militarmente”, como en efecto sucedió entre 1900 y 1908, cuando el movimiento indígena comandado por Quintín Lame fue reprimido violentamente por una coalición de fuerzas liberales y conservadoras lideradas por el terrateniente caucano Guillermo Valencia. El poeta apodó a Lame “asno montés”, lo golpeó en el calabozo donde lo tuvo encerrado, y propuso que fuera desterrado del país, a lo que se opuso el ministro de Gobierno, el conservador Miguel Abadía Méndez (1909).
 Los mestizos contemporáneos son ‘valencianos’. En 2013 Juan Manuel Santos dijo “El tal paro agrario no existe”. Ayer Fernando Londoño dijo: “La tal minga no existe. Lo que hay es una conspiración comunista para tomarse el poder y entregárselo al castrochavismo”. Diego Martínez Lloreda dice muerto de la risa que él quiere ser indio. Casi ecuánime, Antonio de Roux titula su columna ‘Una minga equivocada’. Miguel Gómez Martínez, nieto de Laureano y sobrino de Álvaro Gómez, titula la suya en Portafolio ‘Una minga empresarial’ y asegura que los empresarios están reventados por la atención del Estado a las demandas de los indios, los estudiantes, los profesores y los empleados públicos.
 Como señalan todos los estudios, la paz y la economía del país pasan por el desarrollo integral del campo. Para muchos, esto es una obviedad. Para los mestizos de peluca y tacones, una consigna comunista.
 Tomado de: diario El Pais
 3 de abril de 2019

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El Parásito

 Por Michel Serres

Teoría del cuasi-objeto

Hoc memorabili est; ego tu sum, tu es ego; uni animi sumus
< Esta es una experiencia inolvidable; y yo soy tú, tú eres yo, somos una sola alma >
Plauto, Stichus, v. 731.

Qué es eso de vivir juntos.  ¿Qué es el colectivo?  Esta pregunta ahora nos fascina.

El infortunio de las meditaciones precedentes es no haber dicho con suficiente distinción si son una filosofía del ser o de la relación.  Ser o tener relación, esa es toda la cuestión.  Sin duda no es exclusiva.  No siempre decido si el parásito es relacional o real, si es un operador o una mónada.

Quiero pensar que ese ruido que escucho sin cesar en la puerta es producido por un ser que me gustaría conocer.  Puedo pensar tan bien como el que come de mí, o que come al lado mío el pan; el vino que le aporto no es sino una figura cómoda para pensar la edad adulta, mi fatiga del día, las explosiones, las pérdidas, las ocultaciones de potencia, y las degradaciones o los estallidos de mensaje en las redes.  Este buen y mal Hermes es un dios, el dios que preparó mi vejez y que no sustituyó al que regocijó mi juventud, un dios como el amor, hijo de fortuna y de pasividad, un dios, sí, es decir: ¿un ser o una relación?  El verdadero Dios, en clásica teología, es Aquel en el que la relación produce el ser, en quien el amor produce el cuerpo, en el que el verbo, el logos, la relación, se hace carne.

No he dicho suficientemente si el parásito es ser o relación.  Ante todo es la relación elemental.

De nuevo ¿qué es eso de vivir juntos?  ¿Qué es el colectivo?  No sé, dudo que se lo sepa.  No he leído nunca nada que me lo enseñe aún.  Algunas veces he vivido ciertas circunstancias que hacían claridad en esta sombra.  Y en la mesa, a veces, al lado del que comía de mí o de otro.  Esta categoría negra del colectivo, grupo, clase, casta, qué sé yo, ¿es un ser a su vez, o un racimo de relaciones?

El hurón apesta un poco, hiede como un turón, con el que a menudo se cruza.  Así ocupa el espacio.  Regresamos a la propiedad.  Es vampiro del conejo, lo persigue en su terreno, se echa sobre él, le muerde el hocico o el cuello, le chupa la sangre.  Hemos domesticado al hurón, ya no conocemos la variedad salvaje.  Lo hacemos correr para nosotros, como al azor, como al halcón alfaneque, los parasitamos.  Abozalamos al hurón antes de meterlo en la madriguera; el conejo enloquecido sale por el otro agujero en donde finalmente le cae la red.  Una vez más un buen desvío de flujo, en una red.

<Sentados en círculo de 10 a 30 niños mayores de 8 años, sostienen por detrás un cordel por el que corre una anilla de cortina, el hurón…> A lo largo de un cordel mantenido entre las manos, todos hemos jugado al hurón… el hurón del bosque, señoras, corre, corre el hurón, el bonito hurón del bosque.  <en un extremo un jugador hace de madriguera, y el centro está el cazador buscando seguir el camino del hurón hacia su madriguera…  si lo consigue> el jugador que ha sido pillado con la anilla, pierde y pasa al centro, a hacer de cazador.  El hurón lo ha designado.  Tal o cual está marcado con el signo del hurón.  Condenado va al centro, ve y mira.

¿Cuál es este objeto, el hurón?

Este cuasi-objeto no es un objeto, sin embargo es uno puesto que no es sujeto, puesto que está en el mundo; también es un cuasi-sujeto, puesto que marca y designa a un sujeto que, sin él, no lo sería.  A quien se descubre sin el hurón en la mano está fundido, anónimo, en una cadena monótona, donde no se distingue.  No es un individuo, no es reconocido, descubierto, recortado, es cadena y está encadenado.  Corre como el hurón en el colectivo.  El cordel entre nuestras manos es nuestra simple relación, la ausencia del hurón, su carrera constituye nuestra indivisión.  ¿Quiénes somos?  Los que hacemos pasar el hurón, los que no lo tenemos.  Este cuasi-objeto, corriendo, produce al colectivo; si se detiene, hace al individuo.  Y si lo descubre, hombre muerto.  ¿Quién es sujeto, quién es yo, o quién soy yo?  El hurón, móvil, teje el nosotros, el colectivo; qué se detenga, marca al yo.

Un balón no es un objeto ordinario, puesto que sólo es lo que es si un sujeto lo tiene.  Ahí en el rincón, no es nada, es tonto, no tiene sentido, ni función, ni valor.  Nadie juega sólo con el balón.  Los que lo hacen, los que lo conservan o, como se dice: lo monopolizan, son malos jugadores, pronto los echan del juego.  Se los llama personales.  El juego colectivo no tiene ninguna necesidad de personas.  Consideremos al que lo tiene.  Si lo hace girar en torno a él, es un torpe, un mal comediante.  El balón no está allá para el cuerpo, es el exacto contrario lo que es verdad: el cuerpo es el objeto del balón, el sujeto gira en torno de ese sol.  Se le reconoce la dirección de bola en este signo que nunca engaña: el jugador la sigue y la sirve, lejos de hacerla que lo siga y servirse de ella.  Ella es sujeto del cuerpo, sujeto de los cuerpos, y como sujeto de los sujetos.  Jugar no es nada distinto a hacerse el atributo de la bola, como sustancia.  Las leyes están escritas para ella, están definidas con respecto a ella, y nosotros nos plegamos a esas leyes.  La dirección del balón supone una revolución ptolemaica de la que pocos teóricos son capaces, acostumbrados a ser sujetos, en un mundo copernicano, donde los objetos son esclavos.

De la misma manera que el hurón, la bola circula.  Entre mejor sea el equipo más rápido es su transferencia.  A veces se ha dicho que esa bola es una brasa roja que quema tan fuerte los dedos que es necesario deshacerse de ella lo más pronto posible.  Apreciemos de paso la metáfora, que Rudyard Kipling no ha menospreciado: la flor roja aleja los tigres, y la rama de oro no está lejos.  La bola es el sujeto de la circulación, los jugadores no son sino sus estaciones y sus relevos.  El balón puede transformarse en testigo del relevo.  Testigo, en griego se dice: martyr.

En la mayor parte de los juegos, el hombre que tiene la bola es atacado, toda la defensa se organiza en razón de él y de su posición.  La bola es el centro de lo referencial, para el juego que se mueve.  Salvo excepción –el fútbol americano, por ejemplo– sólo se autoriza atacar al que detenta el balón.  Ese cuasi-objeto, que a propósito estoy llamando en masculino-femenino, lo designa.  Tal está marcado por el signo de la bola.  ¡Clamor público contra él!

El que ataca, que lleva el balón, es señalado como víctima.  Detenta el testigo y es el mártir.  En ese lugar, en ese momento, sobre él precisamente, todo lo importante ocurre y se precipita.  El cielo le cae en la cabeza.  El conjunto de las velocidades, de las fuerzas, de los ángulos, de los choques y de los pensamientos de estrategia, se anuda aquí y ahora.  Ahora bien, súbitamente, ya no es verdad; lo que debía decidirse no se lo pelea ya, la bola huye, el nudo actual se deshace, por el desplazamiento.  La historia y la atención bifurcan.  El testigo ya no está allí, el hurón corre, bruscamente embozado, él va a buscar otro conejo en la red de galerías, el balón está fuera de alcance, el sacrificio no tuvo lugar, se difiere para más tarde, el mártir no era ese, es aquel otro, y aún el de más allá, y por qué no de nuevo este tal.  Todos.  El juego es esta vicariancia.  Es el grafo de las sustituciones.  Sacerdotes, víctimas, ¿de uniforme azul, rojo o verde?  No.  Estrictamente, vicarios.  Vicarios por la movilidad de las suplencias, por la velocidad de las sustituciones.  

Sacrificador, ahora, y muy pronto víctima, rápidamente neutralizado, rápidamente cambiado por la bola en curso, en ese terreno, delimitado como antaño lo estaba el templo.  El que va a ser sacrificado debe, por medio de su astucia o de su habilidad, inmediatamente enviar a su vecino al quebradero en lugar de a él, y al vecino le toca entonces hacer otro tanto y así cada vez.  Desde entonces, por el balón, todos somos víctimas posibles, allí nos exponemos y de ello escapamos, y entre más corra la bola, más rápido es el parpadeo de la vicariancia, más en suspenso la emoción.  La bola que va y viene, como el hurón, teje al colectivo poniendo en peligro de muerte virtual a todos los individuos.  Es por esto que la víctima apacigua la crisis y ese saber inexpugnable que llevamos todos, bajo la voz que dice yo, que esta víctima puede ser yo como cualquier otro, y al azar.  El balón es ese cuasi-objeto, cuasi-sujeto por el que yo soy sujeto, es decir sometido.  Caído, puesto de rodillas, pisoteado, por tierra, derribado, sujetado, expuesto, luego sustituido, de repente, por esta vicariancia.  La lista es la de los sentidos de subjicere, subjectus.  La filosofía no siempre está en los lugares previstos.  Yo aprendo más sobre el tema del sujeto jugando con la bola que en la estufa cartesiana.  Donde sin embargo rodaba algún riesgo de muerte.

Mientras que Nausicaa lanza la pelota en la playa a sus compañeros, Ulises, echado abajo por la ola y la resaca, arrancado del naufragio, aparece desnudo, sujeto, abajo.  Niño de la ola, niño de los pases de la bola.

Esta cuasi-objeto marcador de sujeto (como se dice marcar a un cordero para el altar o para la carnicería) es un sorprendente constructor de intersubjetividad.  Por él, sabemos cómo y cuándo somos sujetos, cuándo y cómo ya no lo somos más.  Nosotros ¿qué hay que decir?  Somos precisamente este pestañeo fluctuante del yo.  El yo es en el juego una ficha que se intercambia.  Y ese pasaje, esa red de pases, esas vicariancias de sujetos, tejen el colectivo.  Ahora soy sujeto, es decir: estoy expuesto a que me derriben, expuesto a caer, a rodar bajo la masa compacta de los otros, luego a tomar el relevo, tu sustituyes al yo y te vuelves él; más tarde es él el que te lo devuelve, uno vez haya hecho el trabajo, una vez se haya asumido el peligro, una vez se haya construido su parte del colectivo.  El nosotros se hace por los brillos y los ocultamientos del yo.  El nosotros se produce gracias a los pases del yo.  Por intercambio del yo.  Y por sustitución, y por vicariancia del yo.

Esto parece inmediatamente fácil de pensar.  Cada uno lleva su piedra y el muro se levanta.  Cada uno aporta su yo y el nosotros se construye.  Esta adición es imbécil y se parece a un discurso ministerial. 

No.  Todo ocurre como si, en un grupo dado, el yo como el nosotros fuera no compartible.  Y el balón y nosotros ya no los tenemos.  Lo que hay que llegar a pensar, para calcular el nosotros es precisamente, el pase.  Ahora bien, él es abandono del yo.  ¿Se puede dar su propio yo?  Hay objetos para hacerlo, cuasi-objetos, cuasi-sujetos, de los que no se sabe si son seres o relaciones, harapos de seres o cabos de relaciones.  Por ellos, el principio de individuación puede transmitirse y borrarse.  Hay aquí algo y algún gesto que se parece a un abandono de soberanía.  El nosotros no es una suma de yoes, por concesiones, desistimientos, resignaciones del yo.  El nosotros es no tanto un conjunto de yoes como el conjunto de los conjuntos de sus transmisiones.  Aparece brutalmente en la ebriedad y el éxtasis, aniquilación del principio de individuación.  Ese éxtasis es fácilmente producido por el cuasi-objeto, del que el cuerpo se convierte en su servidor u objeto.  Uno recuerda cómo se gira en torno a él, cómo el cuerpo sigue el balón y le concede el gobierno.  Uno se recuerda de la revolución ptolemaica.  Ella muestra que somos capaces de éxtasis, de alejarnos de nuestro equilibrio, que podemos colocar nuestro centro por fuera de nosotros.  El cuasi-objeto se encuentra investido de este descentramiento.  Desde entonces, quien lo tiene está en el centro y gobierna el éxtasis.  La velocidad del pase lo acelera y le da existencia.  La participación es esto mismo, y no tiene nada que ver con la repartición, al menos pensada como división de las partes.  La participación es la transmisión de poderes del yo por el pase.  Es muy exactamente el abandono de mi individuo, o de mi ser, en cuasi-objeto que sólo está allí para circular.  Es rigurosamente la transubstanciación del ser en relación.  El ser es abolido por la relación.  Ese momento es un peligro extremo.  Cada uno está al borde de su inexistencia.  Pero el yo como tal no está suprimido por ello.  Circula siempre, en y por el cuasi-objeto.  Se puede olvidar esta cosa.  Está por tierra, y quien la recoge y la guarda en poder de, sólo él se vuelve sujeto, el amo, el déspota, el dios.

En la guerra, la lucha, el combate y la oposición, de nuevo.  El asesinato es un principio.  El crimen es un principio.  La guerra de todos contra todos nunca ha tenido lugar, nunca tiene lugar, nunca tendrá lugar.  El combate uno contra uno, la lid, la lucha tres a tres, Horacios y Curiáceos, son de superficie y de espectáculo, tragedia, comedia, teatro.  Todos contra uno, esa es la ley de siempre.  Tres Curiáceos contra un Horacio, cuando la apariencia es desgarrada como un decorado, y que se hace necesario regresar a lo real.  La salida es siempre cierta y la guerra es asimétrica.  Los parásitos llegan en bandadas y no corren ningún riesgo.  Por supuesto que ocurre que la situación, milagrosamente, se da vuelta, que Horacio sea el vencedor.  Se habla de ello entonces, se hace su historia, y eso hace creer, mejor aún y más, en la fenomenología de la guerra.  Horacio era más fuerte que cada uno de los tres heridos de muerte.  La ley es invariante.

Aquí, el proceso es aún más fino.  El juego es tan profundo que se precisa volver sobre él sin cesar.  El combate de todos contra uno solo está diferido por el vuelo de la pelota, la vicariancia, y la sustitución desvía sin parar la salida obligada.  Hacen divergir la atención hacia el bonito combate de espectáculo donde reina una gloriosa incertidumbre, y la moral queda a salvo, se habla de nobleza.  Y cada uno se precipita en tropel al espectáculo, y apuesta al que pierde y al que gana.  Se dirá verdaderamente el azar, puesto que se juega.  Mientras que lo que hay no es sino necesidad encadenada.  La decadencia del deporte hoy hacia los oposiciones arregladas por adelantado, muestra (si había necesidad de ello) donde está el atractor principal y de qué se trata en realidad.  Todo va siempre hacia la guerra sin riesgo, hacia el crimen y el robo, mano baja sobre los hombres y sobre las cosas.  El uso deriva siempre del abuso, y a él regresa por sí mismo, cuando la deriva, cuando la derivación se borra y ya no hace cambiar sin cesar de rival.

Toda teoría de la derivación consiste en orientar la atención hacia la rivalidad; la palabra misma lo confiesa.

El hurón, el balón, son fichas de juego, que uno se pasa; es probable que sean comodines.  La construcción del colectivo se hace con comodines, y es un bricolaje formidable.  Se fabrica cualquier cosa con lo que haya.  Esta lógica es locamente indeterminada, es la más difícil de notar.

Consideremos otro comodín, tan indeterminado que es, como se lo sabe, un equivalente general.  Circula como un balón, el dinero, cuasi-objeto.  Marca al sujeto, lo marca eficazmente; en nuestras sociedades, las meditaciones cartesianas pronto se escriben: soy rico, por tanto soy.  El dinero es integralmente mi ser mismo.  La verdadera duda es la pobreza.  La duda radical, hiperbólica, es la miseria.  Descartes engañó, él hubiera debido salir, como un nuevo Francisco de Asís, y despojarse de sus bienes.  Descartes mintió, no lanzó sus ducados al arroyuelo.  Nunca perdió el mundo puesto que guardó su dinero.  El verdadero cartesiano, radical, es el cínico.  

Descartes nunca arriesgó perder el yo puesto que nunca arriesgó su plata.  Nunca jugó contra el maligno su vestido y su fortuna.  Nunca descendió al tonel, al barro, bajo la lluvia, a pedirle al rey que no le ocultara su sol.  Siempre he dudado de esa duda que no llega al cero de las posesiones.  Un tonto rico es un rico, un estúpido pobre es un estúpido.  Un yo rico es un rico, un yo pobre es un yo.  Veremos entonces quién es ese señor.

La construcción del colectivo acaba de hacerse con cualquiera y por medio de cualquier cosa.  El hurón, no es nada, una anilla, un anillo, una cosa cualquiera, la bola es una piel o una burbuja de aire, las paso o las lanzo a quien la recoge, que no recibe nada o casi, nada de esto tiene mucha importancia.

La cuestión sigue siendo siempre: ¿qué cosas están entre quienes?  No importa quien, tu, yo, aquel, el otro.  Y entre ellos, esos cuasi-objetos, quizás comodines.  Las estaciones son se, la circulación se hace por esos ellos, y no hemos escrito sino una cierta lógica.

Así mismo el dinero no es gran cosa, porque lo es todo, se lo intercambia con el primer llegado, y tal otro se lo roba a todos, y el de más allá lo entierra para nadie.
Estos cuasi-objetos son blancos y esos sujetos son transparentes.
Pero el interés siempre, crece con lo negro y lo opaco.

La posición del parásito es la de encontrarse entre.  Por esto hay que preguntarse si es ser o relación.  Ahora bien, el atributo del parásito, hasta ahora silenciado, es su especificidad.
No cualquiera perturba un mensaje que pasa.  Cualquiera no está invitado a la mesa del prójimo.  Tal larva sólo se desarrolla en tal organismo o sólo la transporta aquel vector.

Es necesario claramente que Orgon sea devoto para ser parasitado por Laurent y Tartufo.  Devoto y algo más para que la adaptación sea perfecta.  Se requiere claramente que el ruido despose al canal, se deslice en la longitud de onda, y se superponga con agilidad a la emisión.  Jean-François, sobrino de Rameau, no hubiera tenido suerte en casa del hijo de Mme. Pernelle; puedo hacer todo el alboroto que quiera; no le impediré a mi vecino ver salir el sol.  Los piojos mueren sobre los guijarros.
Cómo puede ser que te ame, a ti precisamente entre cien mil, yo exactamente ¡esto está muy bien!  ¿Es una ilusión, el cifrado a la Don Juan es una ley más sabia?

Estamos llevados a los límites.  La reproducción de los mamíferos es un ciclo endoparasitario, tiene todos sus rasgos.  Nos parasitamos los unos a los otros para hablar, para comer, para organizar la injusticia y las exacciones legítimas, para esos proyectos, todo el mundo es bueno.  Nos parasitamos los unos a los otros para reproducirnos y multiplicarnos, pero necesitamos para eso que esos otros sean mismos y otros, y se viren desnudos.  No cualquiera, no cualquier cosa es suficiente en este asunto.  Una mitad de simiente, introducida en una caja que le es ajena pero adaptada, pulula en ella y se nutre, la especificidad comienza.  El feto es un parásito, proteliano, y lo sigue siendo hasta después de un poco de nacido.  ¿Cuánto tiempo?  Las evaluaciones varían.  En los límites, más vale decir siempre.  El destete no es sino local.  El hombrecito, por otra parte, no se nutre solamente de pan, de leche, de aire y de calor, requiere además de la palabra, la información y la cultura que son un entorno, un medio sin el cual moriría.  Este medio es humano, propiamente humano, producido por el grupo restringido, pareja parental, familia, tribu, clan, no sé.  Si el parasitismo en general supone que el hospedero es medio, o que las producciones del huésped constituyen el entorno, el nicho necesario para la sobrevivencia de quien allí se fija o por allá se desplaza, todos nosotros somos parásitos de nuestras lenguas.  Solamente hoy comprendo mi lengua materna, porque mi lengua es mi madre logicial.  Ocurre que los que no han tenido madre se lanzan, consternados en la lengua.  Quizás sería necesario pintar el acontecimiento de Pentecostés como un grupo de recién nacidos suspendidos de las lenguas de fuego y chupándolas golosamente.  

Mi palabra está conectada a mi lengua.  Parezco ahora emitir y dar alrededor, recibo mi verbo de este nicho, hablar es nutrirse.  Hablar es mamar de la maternidad logicial común.  El verbo nace de esta madre, siempre virginal, puesto que siempre con alguna parte intacta; la lengua excede mi palabra.  Aquí el parásito-ruido es idéntico al que cena en la mesa del hospedero.  Me nutro sin fin en el bufé de mi lengua, nunca podré devolverle lo que ella me ha dado.  Soy el ruido de su armonía complicada, o el vagido de su rumor.  Moriría sino escribo, moriría si no tomo mi comida de palabras con algunos amigos, de quienes de alguna manera las recibo.  Nunca seré destetado de lengua.

No de lengua en general, sino de la mía.  Específicamente  de la mía, que me da el día en el bullicio negro de las lenguas extranjeras.  Amo su lado música de cámara, el pudor casi sordo, mudo, de sus acentos tónicos, su distinción un poco nobiliaria, su helenicidad secreta, y sus tierras raras.  Ella vuelve a ser virgen, mi madre, en el momento de morir, ya nadie usa sus palabras locales, ella es rebajada a mil empleos corrientes, todos se sirven de ella como de una carpeta, como de una puta.  Tratan de violar su madre, mientras que ella agoniza.  La querría bella y viva, como en los tiempos de Bougainville.  Como en los tiempos en que, sobre la tierra, mi madre quería de la belleza hablada, y se alimentaba de su modestia.  Ella lograba ese milagro de ser casta, universalmente.

Entre Egipto y la región de Canaán, en los días de hambruna y de vacas flacas, circula el trigo sobre los asnos de las caravanas y, en los sacos de trigo, el dinero que José ha recibido de sus hermanos, que José ha entregado, que circula en los dos sentidos, que no tiene pues sentido, y circula la copa en el saco de Benjamín, la copa de José que marca a Benjamín, la copa del más joven hermano que marca al más joven hermano.  José ha sido víctima y Benjamín, por el hecho de José, puede ser de nuevo la víctima.  Está marcado con el signo de la copa.  La túnica de mangas largas fue manchada por la sangre del chivo expiatorio, y la copa estaba vacía de vino en aquel tiempo.  Marcadas las dos por la ausencia de su sangre y por la ausencia de su vino.

No llegaré nunca a nutrirme de una lengua de dinero, lengua chata y sin gusto como un billete grasiento de banco.  Sin olor, sin sabor, luciente, viscosa, toneladas de ella se encuentran en los grandes supermercados.  Cuando la lengua converge hacia el dinero, monotoniza su flujo, tiende hacia el cuasi-objeto más blanco, el más romo.  Ella extiende su imperio al mismo tiempo que la moneda.  Construye colectividades temporales y blandas.  En las que la potencia es paralela a la viscosidad.

Palabras de lengua, no solamente se las come sino que se las degusta.  Los que se alimentan, rápidamente lo hacen, como uno se limpia los mocos, como uno se acuesta y se toca, encuentran eso un poco fastidioso, repugnante.  Están los sibaritas.  Se habla como se come; estilo y cocina van juntos, por consiguiente vulgares de conserva o refinados en el corazón.  Uno intercambia palabras como se pasa las bandejas, o a la brava, corremos a otra cosa más importante, al trabajo por ejemplo, o en una atmósfera atenta de éxtasis.  Depende de nosotros que algunos de los cuasi-objetos se vuelvan sujetos.  O más bien: sólo hay algo de nosotros si se opera esta transformación.

Las palabras, el pan, el vino están entre nosotros, seres o relaciones.  Parecemos intercambiarlos entre nosotros mientras que estamos conectados en la misma mesa o en la misma lengua.  Maman la misma mama.  El intercambio parásito, cruzado entre el logicial y lo material, encuentra aquí su explicación.  En Pentecostés, los apóstoles recién nacidos maman las lenguas de fuego, divididas a partir de un zócalo unitario; en la Cena, todos parásitos de la mesa del señor, beben vino, comen pan, lo comparten, lo pasan.  El misterio de transubstanciación está allí, claro, luminoso, transparente.  ¿Comemos alguna vez otra cosa, cuando estamos juntos, que no sea la carne del verbo?
Nuestros cuasi-objetos son de especificidad creciente.  Comemos el pan de nuestras costumbres, bebemos el vino de nuestra cultura, hablamos solamente las palabras de nuestra lengua, hablo muy bien sobre los ineptos de nuestro género.  Y el amor, os digo, ¿y el amor único?  Aquí viene la especificidad.

No somos individuos.  Ya fuimos divididos, siempre estamos amenazados de serlo, de nuevo.  Zeus, descontento con nuestras insolencias, nos cortó en dos; esto se nota mucho en el ombligo, donde la piel se reúne como por el cordón de una bolsa.  Fuimos antaño cuadrúpedos y cuadrumanos, el cuello redondo, dos caras, cuatro ojos, fuertes y rápidos, y cuando corríamos, dábamos vueltas sobre nosotros mismos haciendo la rueda sobre nuestros ocho miembros, a una prodigiosa velocidad.  Zeus nos esquizó, él podía hacerlo, por ello quedamos reducidos a la pata coja.  El individuo real ¿tiene un pie, dos pies o cuatro?  A la inversa de Edipo, no sé los pies del hombre.  Ahora bien, éramos de tres tipos: machos, hembras, andróginos, según nuestros equipamientos; dos órganos parecidos o dos órganos diferentes.  Desde que se ejecutó el castigo de Zeus, las mitades, cortadas, dolorosas, se precipitaron las unas sobre las otras para enlazarse, unirse y encontrar su plenitud.  El amor es una quimera, los reencuentros de partes esquizadas.  Así hablaba Aristófanes, el cómico, en la mesa de la tragedia.

Así hablaba la comedia, parásita de la tragedia.  Todo el mundo hoy está invitado por Agathon, el Bien, vencedor coronado en el concurso trágico, todo el mundo, comprendida ahí la filosofía.  Cada uno bebe el vino de la tragedia.  Cada uno es huésped del Bien, todos estamos en la hospitalidad trágica, o en la hostilidad de esta moral.  Hablamos todos de amor para pagar nuestra cuenta en el banquete.  El amor es el discurso de ese egreso.  El vino y el pan se transubstancian en ese verbo, debido integralmente a la tragedia.  Hablo de amor para pagarle al trágico los alimentos que le debo.  Si existe en alguna parte una balanza, el amor está en un plato, avería lo trágico, busca equilibrarlo.
¿Quiénes somos nosotros según los decires de la comedia?  Somos téseras de hospitalidad.  Cuasi-objeto o, más bien, semi-cuasi-objeto.  Tableta, cubo o huesecillo como camaradas, para la cama, como compañeros de mesa y de cubierto, como huésped en breve, y su parásito la comparten quebrándolo.  Rompen la tésera y producen así una memoria.  Esto es memorable, dice Plauto, haréis esto en memoria mía.  La fractura de la tésera no es franca, es casi fractal, complicada en todo caso, tan azarosa que por ello se individúa, tan dentada que por ello es única.  La tésera es individuo, es azar, es complejo, es memoria.  ¿Qué soy yo seguramente?  Único, repleto de información hasta la jeta, complicado, inesperado, lanzado a la resaca de lo aleatorio, mi cuerpo, de parte en parte, es memoria.  Los huéspedes se han separado, conservan la tésera, cada uno con su mitad quebrada.  Viajan, mueren, aman, quizás nunca más se vean.  Dan la tésera a sus hijos, a sus amigos, a sus sobrinitos, a los que ellos quieran, a los que aman.  Pasado el tiempo, o en otro lugar en el espacio, quien lo tenga en la mano reconocerá su otro exacto, por este signo, por su aproximación, por ese encajamiento adaptado, específico.  Ninguna otra clave posible para una tal cerradura, por la estereoespecificidad.

Somos téseras, cerraduras.  Seres de reconocimiento, como semáforos.  Fichas, falsas o verdaderas.  Lo falso se adapta a todo el mundo, puta como una vieja pantufla.  Mi cuerpo es todo entero tu memoria.  Te amo, te recuerdo.
Εκαστοs ουν ημον εστιν ανθρωπου συμβολσν…  La palabra tésera es un término latino que nunca permaneció verdaderamente en la memoria de mi lengua; la palabra griega es la mía, cada uno de nosotros es un símbolo de hombre.  Nuevamente ¿quién soy yo?  Un símbolo, pero sobre todo el símbolo del otro.

Lo simbólico está allí, corre tras el hurón, se comparte y no se reparte.  ¿Qué es el símbolo?  ¿Una estereoespecificidad?

Es cuasi-objeto también.  También el cuasi-objeto es sujeto.  El sujeto puede ser un cuasi-objeto.
A veces el nosotros es pase del yo.

Por el camino de Compiegne, lamentables mendicantes, tres ciegos gritan a los paseantes.  El clérigo del romance da un besante <una moneda bizantina>, él no les da ese besante.  Festejan toda la noche, comen y beben, cantan.  El cuasi-objeto tiende hacia cero, tiende hacia la ausencia, en un colectivo negro.  Lo que pasa entre los tres ciegos puede ser simplemente, una palabra sin referente.  Por recíproca: sin referente, nosotros no somos sino ciegos.  Sólo vivimos de relaciones.
Loco, cuasi loco, pasando por loco, al hospedero se le paga con un exorcismo.


Tomado de: Michel Serres.  El Parásito.  París: Grasset, 1980.  pp. 301-314.
Teoría del cuasi-objeto

Traducción: Luis Alfonso Paláu, Medellín, 26 de julio de 2013.


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