Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/

En Colombia puede verse eso que suele decirse desde hace décadas de la crisis de la razón occidental. Por más que uno quiera comprender este país con las categorías de esta racionalidad, son más las variables que se escapan, que las que se dejan encerrar bajo los esquemas de análisis. Para expresar el desbarajuste de este país en donde todo parece irse al traste a la mañana siguiente o que todo aquí funciona más mal que bien, o simplemente a medias, se afirma que Colombia es una nación sin Estado. Es un país en donde las clases dirigentes son poco ilustradas, viven ensartadas en luchas intestinales por regionalismos, por enriquecerse acudiendo a métodos violentos.

Y si la cabeza está mal puesta, las demás partes del cuerpo también funcionan mal. Pues lo predominante a lo largo y ancho del territorio nacional es también el sálvese quien pueda. Nada más puede esperarse en donde la impunidad nacional de la justicia es del 98%, es decir, aquí la justicia ni cojea como para esperar a que llegue lenta pero que llegue. Con sorna se dice que es el país de las leyes, pero ello quiere decir la cantidad de ellas sirve para atascar, para que no funcione. Mírese no más las partes céntricas y periféricas de las ciudades capitales para evidenciar que el hampa es la que regula la vida económica, es la que indica pautas comportamentales a la ciudadanía, pues con su imposición de muerte y de violencia a quienes no le obedecen, infunden miedo y se hacen acreedores a títulos en la cultura popular y elitista de justicieros eficientes y eficaces. No es gratuito que se llame país de mafiosos, hampones y paramilitares. 

Y ni se diga del campo, si aquí llueve, allá no escampa. No hay otro lugar más expedito en donde se viva la impotencia de no poder hacer nada frente a los justicieros criminales, se está a merced de ellos, a vivir las más horrendas humillaciones aplastantes de la bota y guante militar, o simplemente del más fuerte, del que tenga una simple ventaja en fuerza. Consideración por los campesinos. Suele decirse que el poder nunca permanece vacío, pero la verdad es que éste no hace presencia más que para cobrar impuestos que hunden al pobre cada vez más en su miseria. ¡Bienvenidos al país sin futuro!

En general, lo que la modernidad de occidente llama ciudadanía, es sólo una palabreja, pues su inaccesibilidad en los derechos proclamados de libertad, justicia e igualdad o de los derechos vitales son unos imposibles en sociedades en donde la acumulación de riqueza para unos pocos es el norte, sin importar el bienestar de la mayoría. El ciudadano se ve en desventaja frente a alguien que le respira en la nuca con un fusil, metralla o pistola, dispuesto a tumbarlo en el piso, o físicamente enterrarlo por siempre a unos cuantos metros bajo tierra. Esta desproporcionada correlación de fuerza deja sin esperanza a la sensatez humana, marca con el sello de la miseria humana. ¡Qué desbarajuste!

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