Historiador
Ésta triada de azúcar, grasas y harinas blancas, y todo esto dicho en una expresión la industria alimenticia es la que está matando a la gente. Sumidos en su negocio, en producir más con menos, se fueron por el camino fácil sin importar la salud de los consumidores, de la gente, de la población del mundo entero. Fue apartir de 1940 que la industria como tal se disparó y a la par el cáncer y la obesidad también se elevaron. Muchas investigaciones entre las que referenciamos al psiquiatra especializado en neurociencias David Servan-Schreiber, fallecido por un tumor cerebral siendo aún muy joven, es quien inspira estás líneas en su libro Anticáncer. Diezmado en salud, aprendió que el mirar médico es distante, despreciativo y petulante, y saberse vecino de la muerte lo aproximó a los pacientes y entonces empieza a vivir la humildad, a pausar la vida y comer de manera saludable para alargar un poco más de una década su joven vida.
El mismo pudo demostrar al detalle que lo que comemos es lo que nos está matando a través de los diferentes cánceres. Esto y no la derivación genética, de genes, es la causa del problema. Cada vez somos más lo que comemos, el ejercicio que realizamos a diario, el manejo del estrés o de las vidas agitadas, el proporcionar emociones generosas y de alegría, no tóxicas, a través de cultivar relaciones sociales o amistosas, en suma, a todo esto llaman estilos de saludable o epigenetica, que no es más que los individuos y su entorno... nosotros somos el entorno, la sociedad, los amigos y la ingesta que nos proporcionamos.
Muy pocos alimentos, solo los orgánicos, están limpios de cancerígenos, todos los demás están bañados o juagados en insecticidas o sustancias conservantes que propician los criaderos en nuestros cuerpos de células cancerígenas. Un gran grupo de alimentos sobreabundan en Omega 6 (y no en 3, el benigno), sustancia que favorece los tejidos adiposos para que se desarrollen los tumores malignos. Estos alimentos son las carnes provenientes de ganado, cerdo y pollos alimentados con maíz. Es tan sólo un ejemplo. Y como no recordar una de los mayores atentados a nuestro estómago como es la hamburguesa. En los Estados Unidos tan sólo una porción ingerida por una persona contenía alrededor de 3.200 calorías, la cantidad suficiente para estar un día completo en plena actividad. Hoy, por presión de grupos de salud, bajaron ésta cantidad calórica, aunque sigue siendo muy cuestionable su carne trans, con cancerígenos, envuelta en harina blanca o pan. Aunque sea cierto que todos estamos montados en el mismo barco de viaje a la muerte, la diferencia está en vivir de manera saludable y no estar esclavos de la enfermedad. Incluso, hasta en la muerte y estando en vida, se puede preparar un buen morir. Entonces, hablar de muerte es también hablar de la vida.
La Muerte y el Morir
Si bien saber vivir, saber comer nos proporciona una mejor calidad de vida, ello, claro está, no evitará que sobrevenga la muerte. Hablar de vida, es también hablar de la muerte, una y otra son caras de la misma moneda. Nacer es empezar a morir, un día de vida, es otro de muerte. La vida es muerte que viene, que se va acumulando, que viene de a poquitos, hasta el día de la gran transformación que pasamos a ser polvo cósmico u otras formas de vida en su rica y variada descomposición. Pero siguiendo a David, nuestro autor referido, la muerte no se tiene presente y siempre es vista lejana y que tan sólo le sucede a otros, hasta cuando la tenemos cerca con alguna enfermedad que nos diezma y nos hace poner un alto radical en la vida, nos hace pausar las vidas locas que se llevan al ritmo de la fama, sus vanidades y la soberbia.
Es curioso que la experiencia de la muerte pasa por los actos de generosidad que dan sentido a las vidas. León Tolstói bien lo resumen en ese acto solemne y de soledad que es la muerte…. Referencia al aristócrata que ha llevado una vida sin sentido pero que se lo da en aquel preciso momento en que su humilde y harapienta sirvienta, que le acompaña por las calles nevosas y heladas, amenaza con morir de hipotermia. El entiende en ese preciso momento, que es la oportunidad de ser generoso, de salvar la vida de otra persona sin más interés que el de la propia compasión. Procede y le da abrigo, le salva la vida a cambio de la suya, pero con la diferencia que hizo algo por los demás, su muerte fue plena, con un rostro tranquilo, en paz, ese mismo que en desespero anhela tener cada viviente a la hora de su partida: "Él ve una oportunidad de dar por primera vez sentido a su vida, se nota en su mirada de plenitud de morir, dió su vida por alguien sufriente, su valentía lo redimió." En ese momento, el aristócrata muere, decidió su muerte. Es curioso, pero ese amor desinteresado tiene un no sé qué que alivia a los espíritus que han sufrido la no paz.
Es curioso esto de que uno mismo decide su muerte en tanto que, como suele decirse, las enfermedades son del espíritu, de nuestro ser, de nuestros estados de ánimos que favorecen o no tales derivas de thánatos. Recuerdo, de paso, a Francois Dagognet, quien dice que uno solo muere de una misma enfermedad, la cual se habita para insistir, para precipitar la propia muerte. La enfermedad sirve para retrotraernos de las angustias existenciales pero a su vez es caminar nuestro propio destino. Es un facilisimo de retrotraimiento recurrente. En antítesis, la salud se restablece para hacer frente a la vida. Por esto mismo se dice que siempre se está enfermo de la misma enfermedad. Pero la verdad es que estar enfermo es perder la libertad por la dependencia que se tiene de otros y gracias a que la vida se viene abajo de a poquitos, no importa que haya sido un accidente o un ataque fulminante al corazón, al parecer nada es gratuito.
En suma, a todos nos asiste un temor al morir o a la muerte. La sombra de la muerte es quizá la que logramos ver cuándo la vida es pausada. Tanto el miedo a sufrir o a no saber los supuestos misterios que la muerte encierra, es lo que impulsa a cada individuo a agazaparse, a ir por la vida anestesiado o drogado por el trabajo, el Poder, la fama o las drogas alucinógenas. Todas ellas distraen de sabernos finitos en que algún día moriremos. Es una concepción dualista pero que en la realidad la vida y la muerte van juntas, son indisociables. Nacer es empezar a morir, cada día de vida es otro de muerte. La vida es muerte que viene. La muerte es vida vivida. El desgaste paulatino es inevitable. Todos somos mortales y nos corresponde morir algún día.
Si todo esto dicho es cierto, entonces en vano nos preocupamos cuando se le teme a la muerte por el dolor, por el ajeno, en especial el que creemos sufren nuestros seres más queridos en momentos antes de su partida, porque el propio está ausente. Citemos a David: "Con alivio, descubrimos que la muerte en sí no es dolorosa. En los días postreros, el moribundo ya no tiene ganas de comer ni de beber. El cuerpo va deshidratándose poco a poco, deja de haber secreciones, orina, deposición de heces, y va habiendo menos flema en los pulmones. Por eso, hay menos dolor en el abdomen, menos náuseas. Cesan los vómitos y las toses. El organismo va parándose. A menudo la boca está seca pero es fácil aliviar la sequedad chupando un cubito de hielo o un trapo húmedo. La fatiga se apodera de la persona y la mente se torna más distante, normalmente con una sensación de bienestar y a veces incluso de suave euforia. El moribundo pierde interés en conversar. Simplemente quiere coger una mano o contemplar la luz del sol por la ventana o escuchar el canto de un pájaro o una melodía especialmente hermosa. En las horas finales a veces se le oye respirar de una manera diferente; es lo que se llama «estertor». Tras esto suelen producirse una serie de respiraciones incompletas («el último aliento») y unas contracciones involuntarias del cuerpo y de la cara, como si se resistiese a quedarse sin la fuerza vital. No delatan sufrimiento. Son simplemente la señal de la falta de oxígeno en los tejidos. Entonces los músculos se distienden y todo acaba…" Junto con el miedo a sufrir y el miedo a la nada, muchas veces podemos encontrar la angustia de enfrentamos en soledad a lo que Tolstoi denominó «el acto monumental y solemne de la propia muerte». Tenemos miedo de que no haya nadie al final junto a nosotros para darnos consuelo, enfrentados a una circunstancia tan aterradora. A menudo esta soledad nos hace sufrir más que el dolor físico.
En lobby de la industria alimentaria
No olvidemos, para no caer en la ingenuidad, los temas de gran calado del mundo del Poder y que tienen que ver con el lobby político. El que hacen los empresarios de la industria alimenticia ante los estamentos de gobierno, en Estados Unidos para no frenar su negocio que está envenenando a la gente, pasó cuando Michel Obama quien patrasió reformas en su contra y a favor de la buena alimentación. En Colombia varias propuestas por poner cuidado a las bebidas azucaradas han sido abortadas gracias a los legisladores que son financiados por esas industrias de refrescos de agua azucarada con colorantes.
Es un tema del negocio de las patentes. Aunque el brócoli así como otros productos orgánicos no se pueden patentar porque no fueron inventados por nadie y están ahí en la tierra, pero poco a poco se va tomando conciencia de que el buen vivir pasa por la buena alimentación libres de los baños venenosos vía fungicidas, etc. Escuchemos de nuevo a David: "Para aquellos que, como yo, desean protegerse del cáncer es inaceptable seguir haciendo el papel de víctimas pasivas de estas fuerzas económicas. La única opción que nos queda es armamos de toda la información disponible sobre lo que podría ayudarnos a controlar la enfermedad sin dañar nuestro organismo. La buena noticia es que contamos ya con suficientes datos sobre los efectos anticáncer de la alimentación como para que todo el mundo empiece ya a aplicarse el tratamiento. (p.137)
Es cierto, la esencia es encontrarnos a nosotros mismos que algún día seremos polvo: "El poeta habla de un tren que corre a toda velocidad por las aparentemente infinitas praderas del Oeste americano. Él sabe cuál es el destino final de esos vagones de acero: un montón de chatarra. Y el sino de los hombres y mujeres que ríen en los compartimentos: el polvo. Él pregunta a otro pasajero adónde se dirige, y el hombre responde: «A Omaha» (p.192)
A los griegos debemos el término Pharmakon que significa a la vez el remedio y el veneno. Las leyendas refieren que hombres de Poder ingerían pequeñas pócimas de veneno para así ir acostumbrando el cuerpo a la intoxicación, y de esta manera contrarrestar un posible envenenamiento de sus enemigos que le querían muerto. Hoy, con la industria alimenticia, parece que a todos nos quieren muertos, es la tesis central del libro referenciado. Se trata entonces es de saber o aprender a alimentarnos, porque la industria alimenticia junto a la soledad, a la inmovilidad como el aislamiento nos están matando.
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