Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica


El miedo y la inseguridad son propios de los espacios hacinados. Y sucede en las economías de subsistencia, de informalidad e ilegalidad. Las calles, aceras y todo espacio común en dónde transcurre la vida, se asientan quienes están en las economías del rebusque con sus ventas callejeras. Son economías miserables del sálvese quién pueda, en donde emerge lo peor de la condición humana, todo transeúnte es potencial presa para ladrones hambrientos de botín.



Caminar las calles nauseabundas invadidas por toldos y tendidos de esa economía del rebusque, es una experiencia sensorial extrema comandada por el miedo y la inseguridad. Ojos, oídos, y olfato no descansan, todo el tiempo atentos evaden  a hábiles ladrones que en un abrir y cerrar de ojos te voltean los bolsillos al revés sin que siquiera lo notes. 


Son los famosos cosquilleros, sus técnicas especializadas consisten en que varios te rodean, uno puede estar gritando para distraerte, al tiempo otro puede apretar una parte de tu cuerpo simulando algo accidental mientras que otro de mano ligera, sin que te des cuenta, voltea tus bolsillos al revés, saca objetos a robar que por lo común son la billetera, smartphone y todo aquello de valor. 


El particular abrazo del oso tiene el mismo propósito, consiste en que un hombre más alto y fornido que la víctima escogida, te alza con abrazo por la espalda, cierra ambos brazos sobre el cuello, mientras chapaleas con pies alzados, otro ladrón cómplice ataca vaciando tus bolsillos. Esto se hace en cuestión de segundos, y conforme aparecen, así desaparecen. 


Si bien la inseguridad y el miedo se concretan con estos depredadores de la subsistencia o de las economías criminales, también tiene mucho que ver con el abandono de los espacios comunes por parte del Estado y sus élites. Es en el espacio público en donde se desarrolla gran parte de la vida, de la existencia humana, pero también es cierto que sin él y en hacinamiento es una guerra de lo ya dicho del sálvejese quien pueda, que quita paz al espíritu, se vive en lo peor. Bien sabido es que la distancia social es un mecanismo de sobrevivencia, violarla equivale estar en peligro. 


Según el antropólogo Hall, en su libro La Dimensión Oculta, las distancias sociales permitidas son: la íntima 15cm; personal de 45 a 75 cm; la Social de 1.2 a 2 m; la pública más de 3 m. Y es precisamente la violación de éstas distancias las que generan inseguridad y caotizan aún más la vida. Por lo demás, los estándares internacionales precisan de 9 a 15  metros cuadrados de espacio público por persona, en Medellín no se llega a los tres metros. Y si es en la parte céntrica o zonas de comercio se deduce a lo mínimo, a nada.


Desde luego que la invasión del espacio público es muy notorio en las economías de la subsistencia y de la valoración que se tenga por lo estético espacial como sucede en ciudades que han tenido en alta estima la arquitectura. Vale el ejemplo de la ciudad de Barcelona en España, la cual ha tenido por tradición gobiernos en donde los arquitectos han sido gobernantes y acorde a sus sensibilidades han configurado la ciudad en su generosidad material y espiritual, perceptible es sus andenes amplios y extensos de no acabar, en sus diseños variados de su arquitectura en las construcciones, todo para el disfrute de la vista, para el solaz del espíritu de los cuerpos que caminan por las calles en amplitud y despejadas para la siempre invitación del caminar.


Este contraste se percibe aún más con estas élites de poder ignorantes de la importancia para la vida del espacio público, ellos tan sólo los motiva la sola acumulación de riqueza, abandonan, entregan la ciudad a la miseria, a la criminalidad, a la informalidad, no les importa los espacios comunes porque tienen sus espacios privados, ellos migran con sus nichos de mercado, por ejemplo, a centros comerciales. Y más allá, en sus vidas excéntricas, buscan, en este mundo globalizado, islas privadas y refugios exclusivos en el primer mundo. Es una decisión corta de inteligencia creer que se puede vivir por siempre huyendo y desatento de la vida social y los espacios que son comunes.

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