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Historiador


Aaron Swartz se suicidó a los 26 años en Estados Unidos, el once de enero de 2013. Inventor de RSS o Really Simple Sindication, código para compartir información en la web. Sobre su vida pesaba una doble amenaza de cárcel de más 34 años, más de lo que había vivido, y una millonaria multa en dólares. Su pecado: Trabajar por una Cultura Abierta, por un mundo de libre acceso a Internet. La Justicia se ensañó acusándolo de haber robado miles de artículos científicos, los mismos que fueron puestos en gratuidad al servicio del interés general de los internautas. Fue el Instituto de Tecnología del Estado de Massachussets quien lo demandó.

Este deambular libertario en favorecer una cultura digital abierta, resultó ser peligroso para las compañías y gobiernos que basan su riqueza en cerrar la información, y abrirla sólo a quienes puedan comprarla. La empresa se la juega por la especulación, importa más hacer millones de dinero que acabar la brecha de la inequidad en el acceso digital. No sobra anotar que la lucha de aquel joven brillante, es la de muchos cibernautas que desean compartir información sin discriminación alguna, la cual se considera patrimonio colectivo de la humanidad.
A los posibles lectores, propongo una interpretación del triste suceso. Acudo al médico y filósofo francés Francois Dagognet para plantear la siguiente hipótesis: el ahorcamiento de Aaron, llevada acabo por sus propias manos, tuvo un primer motor absoluto: el Gobierno de Estados Unidos, bajo la responsabilidad de dos tenazas concretas: el Instituto de Tecnología del estado de Massachussets y el aparato de justicia que lo demandó con el FBI a la cabeza.


¿Y ese salto interpretativo porqué? En primer lugar, nuestra existencia se define más por la pertenencia a una sociedad concreta, que por una suma de individuos aislados o egoístas. Somos producto de la sociedad en la cual nos vivificamos. Aquí viene a bien recordar la bonita expresión del Trabajo Colaborativo que potencia nuestros esfuerzos personales en sueños edificantes. Aarón se motivó en caminar este sendero de gregarismo social, de compartir, apartándose de esas máquinas del egoísmo de hacer dinero, en donde todo se compra, todo se vende.
Pero viene un detalle, la sociedad y sus normas son dinámicas, cambiantes, y sus individuos que la integran proponen cambios que consideran pertinentes, deseables, posibles y necesarios. Pero ¿Hasta qué grado son tolerables los entusiastas cambios propuestos? Hasta el grado de que no se amenace los intereses, la fibra y el sensorium que soportan el orden establecido del mundo del negocio, en este caso.


En esta medida, Aaron nunca se suicidó. Uno nunca se mata así mismo, uno mata al Otro que hay en mí, al Otro que se aloja imaginariamente, a ese Intruso que se ha apoderado de Usted, que te asfixia, que te ahorca. No importa que quieran suavizar la culpa, echando mano de las ráfagas de angustia existencial que azotaban al joven (toda vida es proceso en demolición), pero ello en nada cambia esa dura realidad de la cultura cerrada y aplastante de los poderes mercachifles, que quieren asesinar la Liberté Digital. La lucha continúa en miles de jóvenes en el mundo que quieren compartir, que comparten información abierta, así sea con serias dificultades. 
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