Por Mauricio Castaño H
mauriciojota@yahoo.es
Historiador
De tanto ver ya no vemos. No hay peor ciego que aquel que no quiere ver, la cotidianidad todo lo vuelve normal, incluso lo que es horrendo el lenguaje lo convierte en apetecible. Todo lo tenemos a la vista, como en el cuento de Borges, tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. En Colombia acaban de pasar las elecciones presidenciales, muy polarizadas ellas, el debate se centró entre el anhelo de paz o la declaratoria de guerra, entre una negociación política del conflicto con las guerrillas izquierdistas o continuar en el rentable negocio del plomo. Como siempre todo el mundo habla de paz, pero todo está en saber qué se pone debajo de la palabra, y por qué seduce tanto los llamados a la violencia como en Antioquia y en Medellín, pese a que sus gobiernos se reclaman alternativos.
Este país nació con la guerra, sus guerras civiles en el siglo diecinueve y su continuación en el veinte con sus variaciones de la violencia al entrar en su segunda mitad con la llamada violencia política, en donde los denominados conservadores se agarraban a machete y bala por defender sus ideologías, que en síntesis consistió en la defensa de un modelo económico sin participación de lo social, razón por la cual la estrategia bipartidista desvió la atención del pueblo y los puso a que se exterminaran unos a otros, crearon enemigos binarios: liberales y conservadores, comunistas e intervencionistas extranjeros, amenaza de la propiedad privada e invasión extranjera, en suma, una estrategia antipopulista pero con el disfraz de populismo.
La cosa ha sido tal, que esta ideología ha penetrado, penetró desde la sociedad entera hasta lo más íntimo de las alcobas hogareñas. No de otra manera puede explicarse esa batalla campal de las elecciones que acaban de pasar por poner el tema de la paz en contrapeso al de la guerra, una votación reñida, por Juan Manuel Santos hubo 7.816.986 votos, por el ultraderechista Óscar Iván Zuluaga 6.905.001, el 50,95% para aquel y este el 45,00%; mientras que la abstención estuvo por el 52% equivalente a más de 17 millones de indiferentes.
Esta votación opositora representa las tesis de la guerra, que en palabras llanas es lo que ronda en el imaginario de las gentes, esto es, de no permitir que las guerrillas le quiten las tierras o las empresas a campesinos y empresarios, de evitar gobiernos comunistas o castrochavismo como le han llamado, es, en resumen, lo que significa la polarización, en poner a operar el dualismo amigo versus enemigo, enemigo interno es el comunismo, el externo es la intervención extranjera, y con ello se ha pretendido impedir cualquier asomo de reivindicación social que obligue a que un país, un gobierno involucre simultáneamente en su variable económica el desarrollo social como lo han hecho la mayoría de las países del planeta en su aplicación de las tesis liberales.
Aquí en Colombia esto se traduce en disputas de posturas empresariales basadas en la industria unas, otras netamente feudales pero con apalancamiento de la economía criminal, llámese narcotráfico, negocio de armas, microtráfico, en fin toda esa cadena de la muerte de la cual viven muchos terratenientes o empresarios. En el escenario político las disputas tienen que ver con el énfasis que se le ponga al tipo de negocio, si es legal o ilícito. El electo presidente Juan Manuel Santos lo ha resumido bien, en estas elecciones ganó el juego limpio, la esperanza, en contraposición a esa cadena de la muerte que conlleva los tales negocios mafiosos, se señala que lo que se pretende es jugar en las ligas de los gobiernos modernos, caracterizados por sus desarrollo de las tesis liberales, por sus desarrollos simultáneos de la economía y la justicia social, la riqueza irrigada en toda la población, generando equidad social. Por ese motivo el presidente reelegido, es, aquí, un revolucionario… en su reivindicación, repetimos, de las tesis liberales con justicia social.
Pero esta población persistente con esa ideología egoísta y retrógrada, manifiesta en contra de la paz con equidad, y de no ponerse cuidado se la jugará por su fracaso. El departamento de Antioquia con su capital Medellín son campeones en exponer la ideología conservadora y violenta, sus líderes políticos pertenecen al mismo vástago godo y excluyente de lo pobre y de lo diferente, y lo de alternativos es simple palabreja, simple careta que la estrategia de marketing político incorpora para ganar votos, acorde con una sociedad que se mueve en esa ambigüedad entre la modernidad liberal y los valores godos. En esta región se convalidó y se respaldaron las tesis a favor de la guerra con una votación de 1.137.735 contra 704.164 votos.
Si algo caracteriza esta región es su homogeneidad goda, su particularidad de un pensamiento egoísta, violento. El ser paisa destila odio y venganza, quiere sacar ventaja en los negocios, su himno es conseguir dinero a como dé lugar, el fin justifica los medios, consiga plata mijo como sea, dicen sus madres a sus hijos sicarios o negociantes maliciosos o mafiosos. Las viejitas camanduleras sí que son godas, intolerantes, y con gran capacidad para influir sobre sus criados. Desde los ancestros culturales se etiqueta al adinerado como un ser berraco, el macho, esto es, ideología regionalista, antipopulista, que ha penetrado la ciudadanía, el ser paisa. Cualquier ventero ambulante se cree un orgulloso capitalista, un soldado del Capital dispuesto a combatir con mucho odio a sus adversarios antiprogresistas, a esos chusmeros guerrilleros.
Este espíritu individualista y violento ha impedido cualquier tipo de asociatividad social o política, incluso la manera como las milicias se conformaron fue la propia de las estructuras criminales. Vale anotar que los paramilitasres eran parte activa de la sociedad, ella se identificaba en su plenitud. En las poblaciones nunca fueron clandestinos, ellos estaban a los ojos de todo el mundo, patrullaban a plena luz del día en el casco urbano y rural, se sentaban a tomar tinto con la comunidad y los funcionarios, con las autoridades locales. Eran gente terrateniente, bonachona, barrigones de sombrero vueltiao y revólver en cinto, en contraposición al guerrillero raso que es flaco, pobre y clandestino.
Este espíritu individualista y violento ha impedido cualquier tipo de asociatividad social o política, incluso la manera como las milicias se conformaron fue la propia de las estructuras criminales. Vale anotar que los paramilitasres eran parte activa de la sociedad, ella se identificaba en su plenitud. En las poblaciones nunca fueron clandestinos, ellos estaban a los ojos de todo el mundo, patrullaban a plena luz del día en el casco urbano y rural, se sentaban a tomar tinto con la comunidad y los funcionarios, con las autoridades locales. Eran gente terrateniente, bonachona, barrigones de sombrero vueltiao y revólver en cinto, en contraposición al guerrillero raso que es flaco, pobre y clandestino.
Tan hegemónica es la región que los ejercicios por consolidar una sociedad a favor de la paz, no han calado, ejemplo es el municipio de Caicedo, votó mayoritariamente por la guerra, y es emblemático por su marcha de la Noviolencia del entonces gobernador Guillermo Gaviviria Correa, en la que fue secuestrado y luego asesinado por las guerrillas de las Farc, tampoco han servido gobiernos con discursos más bien demagógicos en tanto no existen propuestas alternativas, no han propuesto modelos ni económicos ni sociales que se les parezca, como si lo ha intentado, por ejemplo, Petro en la alcaldía de Bogotá.
Esas lógicas binarias puestas a operar impiden el movimiento social, la movilización ciudadana exigente y garante del desarrollo con equidad. Pero la verdad es que el poder se constituyó con la clase más reaccionaria, más sanguinaria, la generación de las riquezas fue con base en el ejercicio de la violencia, de impedir cualquier reclamo de equidad económica, fue un desarrollo asimétrico. Aquí el poder asume la defensa de la vida, defender la vida al precio de la muerte de otros. Derecho de vida y derecho de muerte. Poder de dar la vida o de quitarla. Pero siempre un derecho disimétrico. Se ejerce el derecho sobre la vida poniendo en acción el derecho de matar. O reteniéndolo, se suspende la muerte pero siempre está latente, se secuestra y se tortura. En virtud de la muerte se puede exigir. Dejar vivir y hacer morir (Homenaje a Michel Foucault). Antaño simbolizado por la espada, hoy por la metralla o la motosierra.
Recordemos que Antioquia y Medellín han sido escuelas para experimentar la guerra. Aquí nació el sicariato, metodología que se extendió en todo el país para contener la protesta social, los líderes sindicales y de izquierda, exterminaban a todo aquello signado de comunista, fue la suerte del médico higienista Héctor Abad Gómez, que su pecado fue sostener que la enfermedad se curaba llevando agua potable a sus pobladores, a los pobladores pobres.
Este poder violento es derecho de captación: de las cosas, de las personas, de las vidas. Apoderarse de la vida para suprimirla. Un poder destinado más al ejercicio de la violencia que a respetar o hacer cumplir códigos o normas o leyes por las cuales todos se rigen. Por eso la importancia al llamado juego limpio, sin trampas, respetar las reglas del juego en procura de una sociedad con justicia social.
Esta herencia violenta, el hacha que mis mayores dejaron por herencia y la espada que entre mis manos brilla, configuraron el tal espíritu paisa y por supuesto nacional, en donde la cultura del atajo, de la ilegalidad es cosa común y bien vista. Disparen mientras llega la orden. Las vías de hecho son costumbre, la ley simple formalidad. Ejemplo reciente es el despojo de tierras en el país, Antioquia es pionera, al igual que las más de cuatro millones de víctimas mal contadas que ha dejado el conflicto reciente. Matar para poder vivir, sostiene la táctica de los combates, vuelta estrategia de políticos y negociantes, ethos paisa, es Antioquia maleducada, la más violenta.
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