Por Mauricio Castaño H
Historiador
colombiakritica.blogspot.com

Complejas y multitudinarias son las ciudades. Son agrupaciones por excelencia, la vida humana se desarrolla y resume cada vez más allí, más de la mitad de la población mundial las ha preferido. Quiérase o no, expresan la mejor forma de vida compartida a través de las tradiciones, las maneras de vestirnos, las emociones, las inversiones psicológicas, los gestos, los ritos religiosos, las formas en que se abordan hombres y mujeres, adultos y jóvenes. La ciudad existe para los que la habitan, las personas caminan de un lado a otro, van y vienen por las calles como extrañas pero que las costumbres los aproxima, caminamos tranquilos porque nos semejamos en la cultura, los rostros pueden ser desconocidos pero en el grupo se irriga una confianza implícita que nos hace sentirnos cercanos y seguros unos de otros.

La ciudad es monumento por su historia y sus costumbres reflejadas; es máquina en tanto que produce, administra, organiza y transforma; es red por sus ejes de viabilidad, sus dispositivos de circulación de las personas, sus medios de transporte de materiales o de flujos de energía, sus lugares de intercambio de mensajes y de bienes. La ciudad se distingue cada vez más por sus flujos virtuales e inmateriales como como la internet. La ciudad es universo que devela al hombre en sus inversiones psicológicas, en sus bellezas y miserias. Su administración eficiente las diferencia unas de otras.

Los buenos gobernantes le vienen a bien. Aunque el poder en la tradición mitológica siempre aparece como maldito, la sabiduría aconseja de hombres serenos, sin prejuicios ni determinismos, experimentados para el ejercicio de la administración. Sucedió en Medellín un hecho inusual: un candidato, Alonso Salazar, lanza su aspiración en la calle, en un puesto de frutas de una señora humilde. En nuestra reflexión la ciudad es la gente y la calle es por excelencia la expresión más viva, allí se vuelca toda el acontecer social, económico, político y psicológico. El acontecimiento llama la atención porque la tradición política se ha desarrollado con eventos fastuosos, de derroche y con personalidades intocables a granel, compra de líderes con diferencias muy marcadas de los de alta alcurnia y los que no la tienen, para la masa pobre y sucia solo pan y circo.

El acontecimiento rompe con los estilos tradicional de hacer la política, en consecuencia se anuncia la construcción colectiva y participativa de lo programático. Las expresiones que vinculan a la ciudadanía son cada más atractivas para las gentes que sienten hastío por las formas feudales del poder en donde todo se compra y todo se vende, la mediación política son los intereses particulares y lo público es rareza romántica de tontos soñadores. Son precisamente las ciudades en donde han surgido fuerzas alternas a estos poderes tradicionales, recordemos a Bogotá, Cali, Medellín con elecciones de gobernantes alternativos e independientes, libres de ataduras de cualquier tipo de chantaje. Estas tensiones sociales tienden a resolverse cada vez más con la creatividad rebelde de ciudadanos, para no mencionar en el mundo la Primavera Árabe o los Indignaos.

Cada día trae sus propios afanes, las gentes van por las calles con sus pequeñas revoluciones, con un pequeño gesto, una sonrisa que transforma a su semejante, que lo desarma en su agresividad, la revolución de las pequeñas cosas. Por fortuna los buenos vientos y la buena mar nos vienen de los transeúntes, de los caminantes y sus vivas calles que provocan una estación para una buena conversa de la gente en la ciudad.


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