Por Alexandre Lacroix

El beso, ¿barómetro de la mundialización?

Según un reciente estudio etnológico, el beso, popularizado por las estrellas de la época de oro de Hollywood, ya no estaría en todas las bocas del globo.

Ingenuamente, diríamos que es natural besar.  Que siempre y en todos los lugares, los seres humanos ligados por el deseo han pegado sus bocas.  Esta confianza en la universalidad de nuestros gustos sin embargo no resiste la prueba de los hechos.  La conclusión de un estudio etnológico tan riguroso como cuantitativo, publicado en plena canícula de julio por la revista American Anthropologist, es impajaritable: no, los besos no son un comportamiento humano transcultural.  

Cruzando los bancos de datos comportamentales, y las observaciones de una treintena de etnólogos, este estudio conduce a la conclusión que el beso está presente en 77 culturas en una muestra de 168, es decir en un 46% de los grupos humanos examinados.  Además, se ha difundido en Europa y en el Medio Oriente, y es casi inusitado en África sub-sahariana, en México y todavía en América del Sur.  

Con un cierto júbilo, los autores del estudio se apoyan en estos resultados sin equívoco para desatrancar una creencia bastante diseminada entre los psicólogos evolucionistas, según la cual el beso sería dictado por la fisiología, pues el contacto de las mucosas, y de las salivas, permitiría la selección del “buen” compañero sexual, sano y con patrimonio genético compatible con el nuestro.

En efecto, desde hace algunas décadas, muchos biólogos se han encarnizado en encontrarle a los besos propiedades profilácticas; algunos llegaron hasta establecer un vínculo entre el french kiss y la trofalaxia, o contacto bucal en el curso del cual una hormiga escupe alimento en la chorrera de otra, o también con los juegos de picos de los tórtolas cuanto realizan sus ritos nupciales.  Estamos así regados por una literatura neopositivista que, con insistencia, quiere hacer del beso un hecho trans-especista tanto como trans-cultural.

Pero otra lectura del estudio de la American Anthropologist es posible.  Incluso si ella se apoya más sobre la historia cultura que sobre cifras.  Sabemos por numerosos relatos de exploradores que el beso era casi desconocido en África en el siglo XIX, y que a los negros les chocaba ver a los colonos blancos darse besos; en la India, en China, en Japón, era una práctica existente pero como preliminar íntimo, al mismo título que la fellatio, que no era posible darse en la calle ni para sellar públicamente un matrimonio.  A partir de los años 1940, la influencia del cine hollywoodiense, y de la cultura estadounidense, se popularizó el beso en la boca, hasta el transfondo de las zonas rurales; una emoción que cuenta poéticamente la película Cinema Paradiso.  

La occidentalización del mundo convenció a las gentes, en toda la Tierra, de darse picos en la boca.  Como la pizza o el café,  besarse parece ser una invención regional (muy apreciada en el Imperio romano) que se popularizó, así como muchas otras prácticas occidentales, en el siglo XX.  En esta perspectiva temporal de larga duración, las cifras publicadas por la American Anthropologist toman otro sentido: tenderían a demostrar que la pax americana, soldada como los labios de Humphrey Bogart y de Lauren Bacall está a punto de deshacerse.  De esta manera, los besos están llamados a volverse una costumbre minoritaria en un mundo multipolar.  Una dinámica que ¿nos hará echar de menos la hegemonía estadounidense y la tendencia actual a la desmundialización?

Tomado de: Philosopie Magazine  Nº 92/septiembre de 2015

Traducción de Luis Alfonso Paláu C., Medellín, 22 de agosto de 2015.

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