Por Victorine De Oliveira
Presentación del editor

Marco Aurelio es actualmente considerado como un filósofo estoico de tiempo completo, al mismo título que Séneca o Epicteto.  Pierre Vesperini va a cuestionar esta “opinión común” a partir de un nuevo examen de los escritos del autor, especialmente de pasajes a menudo ignorados, cruzados con todas las otras fuentes, excepcionalmente numerosos, de los que disponemos a su respecto.  Conforme a una práctica corriente en la antigüedad, Marco Aurelio utiliza los “discursos filosóficos” para “permanecer recto”, cuando el alma es conmovida por los afectos producidos por el mundo exterior, o por el desequilibrio de los humores, especialmente del humor melancólico.  Por otra parte, el autor muestra hasta qué punto la ética antigua está lejos de las concepciones de Pierre Hadot y de Michel Foucault.  El “sí mismo” buscado por las práctica éticas no es un “sí” interior, sino un “sí” completamente exterior, enteramente preocupado por la mirada de los otros, y por dar la más bella imagen posible.  La “rectitud” no consiste en la adopción de un “modo de vida” específico, sino por el contrario en la adopción de un modo de vida lo más conforme posible con las expectativas sociales, en función del estatus de cada uno.  Finalmente, la ética filosófica nunca se separó de lo religioso, en la medida en que “vivir bien” es “vivir con los dioses”.

Biografía del autor

Pierre Vesperini es el autor de La philosophia et ses pratiques d'Ennius à Cicéron (Ecole française de Rome, 2012) y de muchos artículos de antropología histórica de la filosofía antigua.
 nº 104, noviembre 2016

Rectitud y melancolía. Sobre los escritos de Marco Aurelio
Auteur Pierre Vesperini
Éditeur Editions Verdier
Pages: 186
Prix : 15,00 €
Niveau lecteur curieux

¿Obedecer al emperador? Marco Aurelio, ¿será un pensador del «cuidado de si»? Falso, se subleva Pierre Vesperini, que restablece al dirigente romano en la Historia y relee sus Pensamientos como un tratado que busca mantener el orden social.

Más de mil ochocientos años después de su reino, Marco Aurelio tiene su cuota.  Ahora es el emperador filósofo, el déspota ilustrado, el hombre de la ciudadela interior amasada a punta de filosofía estoica, cuyos Pensamientos dominan en buen lugar sobre las mesas de noche.  Readaptados por las teorías del desarrollo personal y la autoayuda, restaurados por brillantes lecturas sabias, esos Pensamientos se han convertido en los nuestros a tal punto creemos reconocer en ellos nuestras angustias, nuestras dudas y nuestros deseos.  Pero en este jueguito siempre se corre el riesgo de perder de vista la singularidad de Marco Aurelio, un romano enamorado de la cultura griega, que escribió mientras era presa de las dificultad de controlar bien un imperio en medio de guerras y conspiraciones que amenazaban sin cesar.  Es por esto que el historiador Pierre Vesperini se dedica a “devolverle a Marco Aurelio y a sus Pensamientos su extrañeza, que es también la de la filosofía antigua”.

Es ante todo a las relecturas que hicieron Michel Foucault y Pierre Hadot a las que él enfrenta.  El primero encuentra en los antiguos la fuente del “cuidado de si”; el segundo lee la filosofía antigua como “ejercicios espirituales”, un conjunto de prácticas destinadas tanto al cuerpo (el régimen alimenticio) como al espíritu (el diálogo o la meditación), con el propósito de transformar, de esculpir el sujeto interior.  Para Vesperini es sin embargo “anhistórico” insistir en una espiritualidad volteada hacia el yo.  A esto, el le opone la idea de una ortopraxia, de una “rectitud” de las prácticas.  En suma, los logoi philosophoi, los discursos salidos de la filosofía, ayudarían a determinar los comportamientos adaptados: “cómo comportarse en la cama, en la cena, en los baños, durante una enfermedad, en el momento de un proceso, como ponerle cuidado a su cuerpo, cómo vestirse (…)  cómo y a qué ritmo defecar, cómo alternar el trabajo y el descanso, cómo morir finalmente”.  Se trata de manterner un ser social en el camino de la virtud; para permanecer recto de cuerpo y de alma, es suficiente con arrimarse a algunos tutores, escogidos acá y allí entre los pensadores, estoicos en lo posibles.  Vesperini lo afirma: la filosofía es una simple herramienta.  Puede ser que los que no tengan el peso de un imperio en sus espaldas puedan dedicarse a buscar la verdad; por su parte Marco Aurelio busca la eficacia.

Esta eficacia es sobre todo terapéutica –la cólera, el miedo a la muerte, el deseo, son afectos que hay que curar–.  Si el emperador se exhorta cotidianamente a “realizar [su] tarea de hombre”, es para dominar una tendencia que él tiene a la melancolía que carga como un fardo.  Para los antiguos, la melancolía no era una enfermedad psicoloógica.  Tenía que ver a la vez con el heroísmo y la locura§©ª; es la cualidad del que afronta a la mayoría para decir lo que es justo sin tener en cuenta las conveniencias, lo que no deja de implicar pena o cólera.  La melancolía aisla del resto de los hombres, es asocial, es el carácter “de las bestias salvajes (…), de los tiranos”, anota Marco Aurelio.  Por todo esto la necesidad de que exista “un modo de manejar” filosófico a un dirigente atenazado entre sus deberes y sus inclinaciones naturales.

Esta extrañeza sobre Marco Aurelio a la que nos conduce Vesperini aclara sorprendentemente nuestra práctica acutal de los estoicos.  Estamos a punto de pensar que esos manuales para “superarse a sí mismo”, para “irradiar” en el trabajo, en la familia o en la cama, para volverse un buen líder de los otros y de sí mismo, son sobre todo herramientas de adaptación social.  Y si el “desarrollo de sí” sobre ese fondo de sabiduría antigua… ¿no fuera en realidad más que una nueva escuela de obediencia?



tr. Luis Alfonso Paláu C., Medellín, octubre 29 de 2016.


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