Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica
La palabra a la que se acude en las últimas décadas para decir esperanza es Cambio, y si es en la política con mayor razón es infantable. En Colombia viene dándose o notándose con cierta recurrencia en las dos últimas décadas y en específico a partir de 1988 cuando de cierta manera se concretó la elección popular de alcaldes, cuando el mandatario de un municipio fue electo por voto popular, la ciudadanía haciendo uso de su voto lo elegía, antes se hacía a través de un Gamonal que de manera caprichosa sacaba su bolígrafo y escribía el nombre de su preferencia que gobernaría durante el periodo de gobierno establecido, a esto último era lo que con desprecio se llamaba politiquería, que no era otra cosa que un gobierno de amaño y de favorecimiento de intereses de unos pocos, un gobierno en cuerpo ajeno. Era algo más bien grotesco, ahora hay más refinamiento.
Contra todo eso fue que se alzó la reforma de elección popular de alcaldes y contra todo eso fue que calaron los vientos que prometían cambio, que prometían nuevas formas de hacer política sin favorecimientos particulares y en pro de la buena gobernanza de lo público. Bogotá, Medellín, Cali, por mencionar las tres principales ciudades colombianas protagonizaron esos cambios a través del denominado voto de opinión que trastocaba los pronósticos de las encuestas bien pagas y que daban por anticipado a un ganador queriendo con ello incidir en los votantes para que se decidieran entonces por el caballo ganador. Pero esos vientos de cambio calaron en esas capas de votantes que se identificaron con el cambio prometido y que aliviaba inconformidades hacía esa forma detestable de la politiquería. La palabra cambio sumado a lo alternativo eran infantables en cualquier boca del ambicioso político que quisiera entrar en la disputa por el poder, lo demás eran los apoyos de grupos económicos y medios de comunicación que garantizarán su apoyo, y las cualidades de cada quien se iban ajustando según el querer popular, según la habilidad que tuviera el líder político de transmitir el mensaje, de generar confianza y captar lo que fuera más musical o preferido por sus posibles electores.
Si todo cambia en la vida entonces nada está exento así nos repitan muchas veces que todo es lo mismo y que hay fenómenos hechos así y para siempre. Sucede con la política, la cual se nos repitió miles de veces que todo sucedía gracias a las grandes organizaciones de partido, muchas veces nos vendieron el cuento y muchas veces nos lo tragamos enterito, tanto que vimos pasar imperios, gobiernos que se pasaban el poder como si fuera un juego de pelota de mano. Demos un ejemplo en Colombia, antes de la elección popular de alcaldes dada a partir de 1988, los mandatarios se asignaban a dedo y a gusto del gamonal de pueblo o regional, su mano dirigía el bolígrafo a capricho, acorde a sus deudas o preferencias personales, y su poder continuaba en cuerpo ajeno, en persona puesta de mandatario, y así la política era una cosa directa de favores hacia gamonales.
También aquí el trapo azul o rojo, o lo que es lo mismo, el bipartidismo representado en el partido Liberal y Conservador eran unas tiendas electorales manejadas al querer del gamonal de turno, la cosa política era transacción de intereses y favores que favorecían a sus dueños, a sus castas, algo así como un feudo, como en tiempo aquel en donde el señor dueño de la tierra se iba los domingos y se sentaba en un café y lista en mano pagaba diminutas deudas a sus peones que se alistaban en largas filas esperando su turno. Hoy todo esto ha cambiado. Los deseosos de una buena posición de poder de elección popular ya pasan por encima de los Partidos, los esquivan, los rehúyen para ganar audiencia, para ganar fanaticada ansiosa de patear la politiquería.
Está narrativa describe un poco esos deseos de cambio y de botar un poco las viejas usanzas de hacer política através de los Gamonal o de las casas o partidos políticos. Pero aquí, en todo esto, queremos poner un énfasis y tiene que ver más con el cambio o las pequeñas transformaciones que suceden en grupos de personas, en colectividades que tienen sus propias luchas y que luego las hacen coincidir o confluir en un gran río comandado por el líder político que promete cambio. Nuestro énfasis está puesto en lo pequeño de las luchas, en las colectividades que encarnan existencias variadas, y la gran maquinaria política equiparable a un monstruo de mil cabezas no tiene ninguna preponderancia, pues el mar de cambio vienen de todas esas afluencias de pequeños grupos que sumados dan la victoria. Por eso no es gratuito hoy día los que políticos no quieran aparecer con una etiqueta de casa política y más bien acuden a lo variopinto en referencia a esa variedad ciudadana que reclama cambios diversos y no homogéneos.
Pero a todas estas ¿qué es el cambio tan querido y preferido, que es el cambio, palabra infantable en cualquier boca que quiere reclamarse alternativo? Por el momento nos limitaremos a decir y para concluir, que el cambio constatado es el paso de poder de las casas políticas a otros grupos de poder que se proclaman independientes y que calan con su lenguaje en las masas ávidas de vértigo, pero la pregunta está por los verdaderos grupos de poder, de aquellos dueños de las finanzas del país o de la región, de aquellos que abren o cierran el micrófono según sea la voz que Parla. Los grandes cambios deben mirarse en los contenidos que pueden incidir en las agendas global y local, el cambio climático y sus nefastos contamidores como los productores de automotores de combustible tradicional, luchar contra la inequidad que tiene hundida al 99% de la población, etc. Cambio no es vestir con jeans apretados a lo yuppi, no es patear a los funcionarios de años que garantizan que las cosas funcionen en lo que se ha construido de democracia. Cambio es liderar grandes temas que puedan determinar lo mejor en dignidad y calidad de vida a todos los vivientes de este planeta. Todo lo demás es pose demagógica, mi abuela diría: es el mismo perro con diferente Guasca o atadura. Por lo demás, cualquier protuberancia de poder no deja de ser infernal.
Historiador
Colombiakrítica
La palabra a la que se acude en las últimas décadas para decir esperanza es Cambio, y si es en la política con mayor razón es infantable. En Colombia viene dándose o notándose con cierta recurrencia en las dos últimas décadas y en específico a partir de 1988 cuando de cierta manera se concretó la elección popular de alcaldes, cuando el mandatario de un municipio fue electo por voto popular, la ciudadanía haciendo uso de su voto lo elegía, antes se hacía a través de un Gamonal que de manera caprichosa sacaba su bolígrafo y escribía el nombre de su preferencia que gobernaría durante el periodo de gobierno establecido, a esto último era lo que con desprecio se llamaba politiquería, que no era otra cosa que un gobierno de amaño y de favorecimiento de intereses de unos pocos, un gobierno en cuerpo ajeno. Era algo más bien grotesco, ahora hay más refinamiento.
Contra todo eso fue que se alzó la reforma de elección popular de alcaldes y contra todo eso fue que calaron los vientos que prometían cambio, que prometían nuevas formas de hacer política sin favorecimientos particulares y en pro de la buena gobernanza de lo público. Bogotá, Medellín, Cali, por mencionar las tres principales ciudades colombianas protagonizaron esos cambios a través del denominado voto de opinión que trastocaba los pronósticos de las encuestas bien pagas y que daban por anticipado a un ganador queriendo con ello incidir en los votantes para que se decidieran entonces por el caballo ganador. Pero esos vientos de cambio calaron en esas capas de votantes que se identificaron con el cambio prometido y que aliviaba inconformidades hacía esa forma detestable de la politiquería. La palabra cambio sumado a lo alternativo eran infantables en cualquier boca del ambicioso político que quisiera entrar en la disputa por el poder, lo demás eran los apoyos de grupos económicos y medios de comunicación que garantizarán su apoyo, y las cualidades de cada quien se iban ajustando según el querer popular, según la habilidad que tuviera el líder político de transmitir el mensaje, de generar confianza y captar lo que fuera más musical o preferido por sus posibles electores.
Si todo cambia en la vida entonces nada está exento así nos repitan muchas veces que todo es lo mismo y que hay fenómenos hechos así y para siempre. Sucede con la política, la cual se nos repitió miles de veces que todo sucedía gracias a las grandes organizaciones de partido, muchas veces nos vendieron el cuento y muchas veces nos lo tragamos enterito, tanto que vimos pasar imperios, gobiernos que se pasaban el poder como si fuera un juego de pelota de mano. Demos un ejemplo en Colombia, antes de la elección popular de alcaldes dada a partir de 1988, los mandatarios se asignaban a dedo y a gusto del gamonal de pueblo o regional, su mano dirigía el bolígrafo a capricho, acorde a sus deudas o preferencias personales, y su poder continuaba en cuerpo ajeno, en persona puesta de mandatario, y así la política era una cosa directa de favores hacia gamonales.
También aquí el trapo azul o rojo, o lo que es lo mismo, el bipartidismo representado en el partido Liberal y Conservador eran unas tiendas electorales manejadas al querer del gamonal de turno, la cosa política era transacción de intereses y favores que favorecían a sus dueños, a sus castas, algo así como un feudo, como en tiempo aquel en donde el señor dueño de la tierra se iba los domingos y se sentaba en un café y lista en mano pagaba diminutas deudas a sus peones que se alistaban en largas filas esperando su turno. Hoy todo esto ha cambiado. Los deseosos de una buena posición de poder de elección popular ya pasan por encima de los Partidos, los esquivan, los rehúyen para ganar audiencia, para ganar fanaticada ansiosa de patear la politiquería.
Está narrativa describe un poco esos deseos de cambio y de botar un poco las viejas usanzas de hacer política através de los Gamonal o de las casas o partidos políticos. Pero aquí, en todo esto, queremos poner un énfasis y tiene que ver más con el cambio o las pequeñas transformaciones que suceden en grupos de personas, en colectividades que tienen sus propias luchas y que luego las hacen coincidir o confluir en un gran río comandado por el líder político que promete cambio. Nuestro énfasis está puesto en lo pequeño de las luchas, en las colectividades que encarnan existencias variadas, y la gran maquinaria política equiparable a un monstruo de mil cabezas no tiene ninguna preponderancia, pues el mar de cambio vienen de todas esas afluencias de pequeños grupos que sumados dan la victoria. Por eso no es gratuito hoy día los que políticos no quieran aparecer con una etiqueta de casa política y más bien acuden a lo variopinto en referencia a esa variedad ciudadana que reclama cambios diversos y no homogéneos.
Pero a todas estas ¿qué es el cambio tan querido y preferido, que es el cambio, palabra infantable en cualquier boca que quiere reclamarse alternativo? Por el momento nos limitaremos a decir y para concluir, que el cambio constatado es el paso de poder de las casas políticas a otros grupos de poder que se proclaman independientes y que calan con su lenguaje en las masas ávidas de vértigo, pero la pregunta está por los verdaderos grupos de poder, de aquellos dueños de las finanzas del país o de la región, de aquellos que abren o cierran el micrófono según sea la voz que Parla. Los grandes cambios deben mirarse en los contenidos que pueden incidir en las agendas global y local, el cambio climático y sus nefastos contamidores como los productores de automotores de combustible tradicional, luchar contra la inequidad que tiene hundida al 99% de la población, etc. Cambio no es vestir con jeans apretados a lo yuppi, no es patear a los funcionarios de años que garantizan que las cosas funcionen en lo que se ha construido de democracia. Cambio es liderar grandes temas que puedan determinar lo mejor en dignidad y calidad de vida a todos los vivientes de este planeta. Todo lo demás es pose demagógica, mi abuela diría: es el mismo perro con diferente Guasca o atadura. Por lo demás, cualquier protuberancia de poder no deja de ser infernal.
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