Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakritica
Todo está parado, pero no todo lo puede estar. La vida sigue su marcha. No estamos bien. Todo parece estar patas arriba. Nos prometieron protección contra la pandemia pero nuestras familias peligran con derrumbarse: el pan es escaso en la mesa, tampoco hay dinero y mucho menos empleo. Nuestros arrendatarios amenazan con tirarnos a la calle, chantajean con tretas mañosas para ponernos en aprietos legales, simples llamadas telefónicas anónimas hechas a estamentos de la justicia son suficientes para acusarnos de cualquier delito inexistente como estar maltratando a nuestros hijos. Todo esto fatiga y en últimas, termina por disminuir fuerzas y entonces se está apunto de tirar la toalla. La poca resistencia que hay en nuestros cuerpos se quiebra poco a poco, la poca fuerza que se tiene para seguir batallando por la vida disminuye. Finalmente todos tirados a la calle mamá e hijos, sin arraigo, sin tener a dónde ir y con los ánimos por el piso. Son voces del confinamiento de los barrios más pobres de Medellín.

Y los que aún están en una vivienda, lo son pero muy hacinados, son numerosas familias bajo un mismo techo que padecen los efectos de la alta densidad, tan apretujados unos de otros que no hay de otra para que no estalle la agresión entre hermanos, cuñados, esposas, abuelos, hijos, sobrinos, primos, todos juntos, todos confinados, todos en el interior de una casa de 50 metros cuadrados en donde cualquier expresión, cualquier flirteo promiscuo, cualquier roce enciende la chispa de la discordia… Todas esas presencias coincidiendo bajo un mismo hábitat hace que emerja esa realidad biológica que dice que ante tanta proximidad, ante tanta densidad estalle la violencia: pullas, insultos que luego escalan en manoteos, puños, apuñalamientos. No es difícil saber quiénes son los más vulnerables, los más débiles: niños y ancianos. La prensa lo constata con frecuencia con titulares figurativos: se disparó la violencia intrafamiliar en Bogotá. Medellín, Cali... Quiero abrir un paréntesis para rememorar una tragedia colosal: Un Millón Ochocientos Mil Asesinatos en Colombia desde 1986 hasta la fecha, más 500 mil desaparecidos, datos del Registro de Víctimas del País. En total son 2 millones 300 mil muertes.

Está misma precariedad ha sido reconocida por el Estado Colombiano, para que un hogar o familia pueda subsistir deben trabajar como mínimo dos o tres de sus miembros. Otros datos de la denominada Población Económicamente Activa, refieren que son alrededor de 12 millones los trabajadores del país, de los cuales el 60% de ellos trabajan en la informalidad, en el rebusque, es decir, la calle es su sitio de trabajo, y ya podemos imaginar qué está pasando con ellos en este confinamiento con las calles desoladas, sin poder producir. A su vez el Estado colombiano contabiliza que 30 de sus 50 millones de habitantes sufren o no tienen con qué vadear la subsistencia, que no tienen pan en la mesa, que no tienen qué comer en esta pandemia Covid 19.

Subsidios, ayudas, donatones gestionan mandatarios nacional, departamentales, municipales para esa población improductiva sin techo y sin pan en la mesa… hay qué hacer algo dicen unos y otros. Pero lo mucho hecho es insuficiente, muchas necesidades y pocos son los recursos, cualquiera sean las razones de una burocracia que consume mucho y unos políticos corruptos que se quedan con las ayudas en la mitad de camino o elevan precios de lo que es el valor real, por ejemplo, los tapabocas que tienen por valor mil pesos, los facturan por 20 mil, una lata de atún de 4 mil, termina costeada en 30 mil. Entre paréntesis recordemos el sueldo de un insaciable Congresista está por encima de 30 millones de pesos, el de un obrero no llega al millón. El lunes trece de mes y año corrientes, un líder de la comuna Uno de Medellín pedía ayuda alimenticia en una cadena radial nacional para su comunidad que estaba pasando hambre, argumentaba que las ayudas gubernamentales o son insuficientes o no llegaban, decía Robinson.

Falso dilema llama el presidente Colombiano a la disyuntiva de vida o productividad que hace carrera en el gran público, entre quienes abogan por quedarse en casa hasta que pase la amenaza del contagio. Es indiscutible que la salud y producción van de la mano, el circuito es inconfundible, circulación de la economía y de la sociedad, la quietud mata, de seguir así vamos directo por el despeñadero. Sí, la vida es movimiento, tanto la quietud como el aislamiento matan, lo sabemos desde los comienzos de la humanidad, desde que somos civilización. Los intercambios comerciales dinamizan la economía, vuelven la vida posible, sin ellos, la escasez, el desabastecimiento amenaza hambre, cuando no muerte.

Líneas arriba se describió sobre la violencia desatada por la alta densidad en un hábitat, también se dijo que la vida por sí misma es sabia y lucha hasta el final para esquivar la muerte. Y acá ponemos en contexto el desespero de seres que salen en masas furiosas a manifestarse en mítines, azonadas, asaltos a camiones con comida, todo ello no es más que una expresión de salidas de vida para no dejarse matar por el hambre que está produciendo el confinamiento. Varios vídeos en la red dan fe de ello allá en Niquitao, Popular Uno, en la vía Nuevo Occidente muchos vehículos con alimento han sido saqueados.

En buena hora vuelven temas a discusión como son la Renta Básica que protege a la población y la gran crisis del Calentamiento Global, crisis del capitalismo, el soberbio egoísmo de los poderosos adinerados, la pandemia del Covid 19 tan sólo es la punta del iceberg de la verdadera amenaza sobre el planeta. Por el momento viene a bien acabar con el encierro así sea de manera focalizada, por sectores y con los rigurosos protocolos para así postergar o evitar el contagio. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista y en ocasiones suele resultar peor el remedio que la enfermedad, léase Confinamiento. ¿A qué precio estamos perdiendo nuestra libertad?. La vida son las fuerzas que contrarrestan a la muerte se lo dice en filosofía biológica. No desconfiar de la potencia de la vida. Encerrar, confinar al viviente humano es subestimar su capacidad inmunológica ganada desde sus orígenes como especie. Tanto la inmovilidad como el aislamiento matan.
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