Mis en ligne le 28/04/2016

Cuando Caín mata a su hermano, es el agricultor el que suplanta al cazador-recolector e inaugura una lucha sin cuartel ni fin. Entonces ¿será Caín el malo de la historia? No es tan simple, contesta Michel Serres, que vuelve a leer el mito como pensador nómada. 

El mito de Caín y Abel ¿coloca según Ud. a la lucha nómada/sedentario en el corazón de la humanidad?

Michel Serres: Al comienzo la historia es simple; Abel el pastor le ofrece a Jehová corderos; su hermano Caín, el cultivador, frutos y legumbres salidas de su trabajo de la tierra. Jehová acepta las ofrendas del primero pero no las del segundo, que comienza a celar esta preferencia. Sin embargo, olvidemos a Dios y hablemos de historia: Caín nació en el neolítico con la agricultura; Abel, como buen pastor que era, siguió siendo cazador-recolector, errante en la medida de sus necesidades de subsistencia. Abel es el hombre antiguo, nacido en el Paleolítico superior. Abel y Caín interpretan en efecto el conflicto antropológico entre el cazador-recolector y el agricultor, el nómada y el sedentario.
 

¿Se trata de un conflicto donde forzosamente el uno debe matar al otro?

M. S.: … Y el otro vengarse del uno, que querrá matarlo de nuevo, etc. El asesinato muestra hasta qué punto es difícil de encontrar el equilibrio. Abel busca la hierba tierna para sus animales, los frutos maduros y la presa para alimentarse. Sus rebaños atraviesan el sembrado que Caín había preparado con el sudor de su frente, forzado a vivir sedentario para sembrar y cosechar. El primero que “habiendo cercado un terreno, corrió a decir: Esto es mío” fue, no solamente el fundador de la sociedad civil (como lo escribe Rousseau) sino también de la agricultura. Empujado a ese gesto por las necesidades del cultivo, desata la guerra. Fue pues Caín el que encerró su pedazo y lo defiende, con dientes y uñas, de cualquier incursión. Pero Abel, como Remo, desafiando más tarde a Rómulo, salta el límite y encuentra la muerte en el fondo del surco. La querella es ineluctable… y sin fin.

¿Por qué sin fin?

Porque Abel el nómada es el preferido de Dios, traducid el preferido de la historia. Según la Biblia, el pueblo elegido es un pueblo de pastores, y el Medio Oriente la región donde se inventan la agricultura y la tradición pastoril, es el teatro de dicho enfrentamiento. Pero en la historia, a pesar del asesinato original de Abel, son siempre los nómadas los que ganan. Los lejanos descendientes de los cazadores recolectores son los conquistadores a caballo, nómadas y pastores aguerridos como Atila que desafió el Imperio romano en el siglo V, o Gengis Khan, venido de Mongolia en el siglo XII para invadir la China, el Asia central, y construir el más grande imperio de todos los tiempos y acabar en Eurasia con el equivalente al 25% de la población mundial, esencialmente campesina de aquellas regiones. Gengis Khan, Atila, es la venganza de Abel.
 

Viene luego la feudalidad en la que el noble subyuga al cultivador. La nobleza no cultiva; ella caza. Abel es el señor que caza en las tierras sembradas por Caín siervo. La imagen de nuestros libros de historia es bien conocida: los nobles pasan al galope, como una tormenta, sobre el trabajo de los sembradíos y saquean sus frutos. No es un azar si la tradición cardinal de la aristocracia fue la caza de persecución. La nobleza venga a Abel nómada, que reduce entonces a la esclavitud al Caín sedentario y, frecuentemente, termina por matarlo.
 

Inversamente, se cuenta que una parte de la Revolución francesa fue hecha por campesinos que querían cazar, algo que era un derecho reservado a los nobles… Por una vendetta siempre recomenzada, las jacqueries y las revoluciones buscan perdidamente repetir el asesinato del nómada a manos del sedentario. Y de nuevo , Caín condena a Abel a la guillotina. Asesinato recíproco en eterno retorno.
 

El nómada, figura noble ¿no está también discriminado como potencialmente peligroso?

Por supuesto que todo esto va junto. Vea no más como se trata hoy a las gentes de viaje o los migrantes; los consideramos insoportables. Reaccionamos frente a ellos como sedentarios que no pueden tolerar esos intrusos que presionan nuestras propiedades. Paralelamente, la aristocracia errante de hoy es en realidad la burguesía que posee el comercio y la industria; sólo los burgueses pueden hacer el elogio ¡de estar por ahí paseándose! Esos Abeles han presionado a muerte la agricultura de los Caines, y están así camino de destruir el mundo.

En la actualidad ¿sería pues Caín la víctima?

El castigo de Caín se perpetúa. La tradición relata que luego de haber matado a su hermano Abel, Caín erró por la tierra, perseguido por la ira divina y vigilado por su ojo ubicuo. El casero fue condenado a volverse un emigrado, a convertirse en nómada a su vez. Por los estudios, en efecto, por el trabajo; para los unos por las vacaciones, para los otros forzados por la hambruna o la guerra; todos nosotros, ricos o miserables nos hemos vuelto nómadas; raros son los que nos les ha tocado vagar por la Tierra. Somos Caínes malditos que nos hemos vuelto nietos de Abel, que asesinamos todos los días a los sedentarios que quedaban; en Francia ya no quedan sino 0,8% de agricultores; las autopistas, el crecimiento de los arrabales, los rieles del TGV y los aeropuertos, a reventar de errantes, acaban con los campos fértiles y, a veces, con los viñedos sagrados. Los más grandes nómadas contemporáneos son los traders, liberados de todo territorio, que especulan sobre los productos alimenticios, lo que es para mí el crimen absoluto de los Abeles contra los Caínes modernos. Esta especulación es probablemente responsable de la mayor parte de las hambrunas del mundo, mientras que las revoluciones verdes han solucionado más o menos las cuestiones alimentarias a nivel de la producción. Caín, campesino sedentario y productor de alimentos, es el personaje más perseguido del planeta.

En su libro Habitar Ud. hacía sin embargo el elogio de una manera nómada de habitar la Tierra contra una idea de enraizamiento.

Para esto nos tenemos que remontar más atrás de Caín y Abel. Recuerde Ud. la primera regla de la gramática griega: «ta zoa trekei» [«los animales corre», la regla quiere que un sujeto neutro plural exija un verbo en singular]. El ejemplo es de una gran profundidad: ¿qué es un animal? Por definición, un viviente que corre. ¿Por qué corre? Para atrapar su presa, para escapar de sus depredadores, y para distanciarse lo más posible de sus excrementos. El animal corre, pero es necesario también que coma, que duerma, que copule, que la hembra amamante, que proteja sus críos que todavía no saben caminar ni volar, por tanto él debe detenerse. Los pájaros construyen nidos, los zorros madrigueras y nosotros, los humanos, bohíos, tiendas, casas… la tensión arcaica que precede la lucha entre pastores y agricultores se encuentra en el seno mismo de la fauna, desgarrada entre la obligación de correr y la de habitar, de desplazarse lo más posible y permanecer lo más posible. En tanto que vivientes, debemos pues ser a la vez nómadas y sedentarios.

¿Habrá un día paz?

Se comienzan a ver cambios de situación. No creo que podamos imaginar un mundo sin agricultura, y toda la ecología actual es un salvamento de Caín. Nosotros, errantes feroces, olvidamos peligrosamente que dependemos de Caín casero para beber y para comer, es decir para sobrevivir.

¿Se irá a vengar? Me acuerdo de las escaseces durante la última guerra. Los habitantes de las ciudades iban a gritar su hambre en las fincas vecinas, rogándole al campesino que les diera algún grano para subsistir. Mi padre y yo íbamos en bicicleta, para cambiar horas de trabajo contra leche, huevos, un cuarto de marrano. Viví al mismo tiempo la revocación por venir de esta tensión fratricida entre Caín y Abel.

¿No es Ud. mismo un filósofo nómada?

Sin ninguna duda. Los filósofos, como los científicos, se reparten también en nómadas y sedentarios. Algunos son jabalíes y otros zorros. Los unos son más bien enciclopedistas, los otros cavan hasta el fondo la misma tierra. Pienso en mi amigo René Girard. Él era jabalí; le trabajó toda su vida a su idea del sacrificio, del chivo expiatorios y del deseo mimético; mientras que yo, soy un zorro que va por todas partes, y no reconozco sino a otros zorros como mis predecesores: Descartes, Aristóteles, Leibniz… A nuestra manera, somos Caín y Abel.

Entrevista hecha por Catherine Portevin
tr. Luis Alfonso Paláu, Medellin, abril 28 de 2016
nº 99, mayo de 2016

 

Yuval Noah Harari.
 

¿Hubiera Ud. preferido ser cazador-recolector?

Mis en ligne le 28/04/2016

En su best-seller mundial Sapiens, <de Animales a dioses : brève historia de la humanidad, Bogotá/Barcelona : Penguin Random House, Debate, 2015> Yuval Noah Harari despliega una tesis fuerte : por su capacidad para inventar ficciones, Homo sapiens inventó la sedentariedad. Y el historiador israelí añade : bien mal le tomó.
 

¿Cuándo los humanos de la prehistoria se sedentarizaron? ¿Este fenómeno es indisociable del de la agricultura?

Yuval Noah Harari : La mayor parte de las comunidades agrarias son sedentarias y la mayor parte de las comunidades sedentarias practican la agricultura y la ganadería. Pero los dos fenómenos no se recortan exactamente. La crianza puede ser practicada por poblaciones nómadas, especialmente cuando los rebaños son itinerantes, lo que es el caso de los antiguos mongoles. Estos últimos crían vacas, ovejas, caballos, sin construir ciudades, ni pueblos permanentes. Por el contrario, cazadores-recolectores podían instalarse en lugares por largos períodos, sin llegar a practicar la ganadería o la agricultura. Decenas de miles de años, mucho antes de la emergencia de la agricultura, cazadores-recolectores arcaicos se pudieron establecer en aldeas, en particular en las orillas de ríos y de océanos, ricos en peces y en conchas.
 

La combinación de la vida sedentaria y de la agricultura apareció por primera vez en el medio oriente hace alrededor de doce mil años. Más tarde, ella surgió de manera independiente en diferentes lugares del globo, como el norte de la China, Centroamérica y Nueva Guinea. A partir de esos primeros focos, se difundió el modo de vida sedentario y agrícola. Lo que convirtió en única su combinación fue el estado de espíritu que caracteriza de ahí en adelante al agricultor-ganadero sedentario. En efecto, los cazadores-recolectores, incluso cuando vivían en asentamientos durables para practicar la pesca, luchaban constantemente para adaptarse al entorno. No ejercían control sobre la fuente de su subsistencia; dependían del pez y de la presa que se desplazaban y se multiplicaban libremente.

A la inversa, los agricultores-ganaderos sedentarios tuvieron que luchar para adaptar el entorno a sus necesidades. Controlaron las plantas y los animales domésticos, tumbaron las selvas y secaron los pantanos, edificaron barreras y canales de irrigación. Ser un agricultor sedentario es pensar que Ud. Puede controlar el mundo que lo rodea y plegarlo a su voluntad.

Luego de centenares de miles de años de vida nómada ¿cómo se explica esta transformación?

Cuando sobreviene un cambio como el paso a la agricultura, los científicos tienen tendencia a atribuirla a factores económicos, ecológicos o demográficos. Esto cuadra mejor con sus métodos racionales y matemáticos. Sin embargo, cuando tratan de historia moderna o contemporánea, esos científicos no pueden ignorar los factores no-materiales, la ideología y la cultura. Poseemos bastantes documentos, cartas y memorias para probar que la Segunda Guerra mundial no fue provocada por la penuria alimenticia o la presión demográfica. Pero este género de documentos brilla por su ausencia en el análisis de lo que pasó hace doce mil años.
 

Es así como, cuando se trata de explicar la revolución agrícola del Neolítico, la escuela materialista reina por doquier. Cuando tenemos que vérnoslas con poblaciones no dotadas de escritura, se vuelve muy difícil demostrar que eran movidas por una especie de fe, mas bien que por la necesidad económica. Sin embargo, algunos índices establecen de manera evidente que los factores culturales han podido jugar un rol significativo en la transición hacia la agricultura. El sitio de Göbekli Tepe, situado en Turquía cerca de la frontera siria, es bien diciente a este respecto. Excavaciones profundas comenzados a comienzos de los años 1990, han sacado a luz estructuras monumentales edificadas por cazadores-recolectores hace 9.500 años antes de la era común, así como vestigios de plantas cultivadas, entre las más antiguas que se conozcan. Algunos paleontólogos piensan que la agricultura y la ganadería aparecieron por primera vez cerca de Göbekli Tepe, no para responder a una presión ecológica o demográfica, sino para nutrir a aquellos que edificaban ese templo, y que allí celebraban sus ritos. Podría ser que los cazadores-recolectores hubieran pasado de la recolección del trigo salvaje al cultivo intensivo del mismo trigo, no para aumentar su producción sino para seguir un ideal del que no sabemos nada. Según el esquema tradicional, los pioneros del Neolítico construyen primero un pueblo y, cuando él prospera, edifican un templo en su centro. Pero, en el caso de Göbekli Tepe, el templo fue construido primero y una aldea se desarrolló en torno a él luego.
 

El hombre de Neandertal y el hombre de Denisova ¿habría podido sedentarizarse como el Homo sapiens, o ese fenómeno se debe a las solas capacidades del solo Sapiens?
 

La vida sedentaria y agrícola exige la cooperación muy suelta de un gran número de individuos. Para lograrla, individuos ajenos los unos a los otros deben ser capaces de intercambiar informaciones y bienes materiales, de comerciar los unos con los otros, y de construir alguna cosa juntos. Göbekli Tepe no fue edificada por una sola banda de Homo sapiens, sino que nació de los esfuerzos combinados de muchas tribus. Por lo que podemos saber, ni los neandertalienses ni los denisovianos cooperaban en gran número. Sólo Homo sapiens lograba llegar a actuar en coordinación con un gran número de extranjeros. Y aunque estuviera desprovisto de todo “instinto de cooperación de masa” (como las abejas o las hormigas), podía sin embargo cooperar por miles, para no hablar de millones de individuos, y esto gracias a su sola imaginación.
 

Nosotros, Homo sapiens, logramos inventar objetos que no existen más que en nuestra imaginación, tales como los dioses, la nación, la moneda o los derechos del hombre, y a distribuirlos entre millones de otros individuos. Cuántos millones de seres humanos creen todos en las mismas entidades imaginarias, en los mismos relatos, logran seguir las mismas normas, las mismas leyes, y adhieren a los mismos valores. Toda cooperación humana a gran escala, sin excepción, está basada en la ficción. Ignoramos que relatos de ficción han motivado a los cazadoresrecolectores que construyeron Göbekli Tepe. Pero los períodos ulteriores nos lo enseñan: si los individuos se agregan para construir catedrales y mezquitas, o para combatirse a través de las cruzadas, yihads y guerras de liberación nacional, es porque adhieren a relatos de ficción sobre el Cielo y el Infierno, o sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad. Es probable que hubiera sido imposible convencer a un neandertal de sacrificar su vida prometiéndole el Paraíso en el más allá. Sólo Homo sapiens puede inventar y creer tales historias. Es sin duda por esta razón que nosotros reinamos sobre el planeta, mientras que los neandertalienses se extinguieron.

¿Permitió la sedentarización la dominación completa de Homo sapiens sobre las otras especies?

Por supuesto. Sin el paso a la vida sedentaria y a la agricultura, los humanos no hubieran construido ni ciudades ni reinos, ni imperios, y no habrían reducido a los otros animales a la esclavitud para someterlos a sus necesidades y a sus caprichos. En algunos diez mil años, desde la aparición de la agricultura –lo que corresponde al día de anteayer para el conjunto de la evolución – los humanos han trastocado completamente el equilibrio ecológico del planeta. Hace diez mil años, no había ningún animal doméstico aparte de los perros. Hoy, más del 90% de los animales de gran tamaño son domésticos. Sobre una población inicial de mil quinientos millones de individuos sólo quedan en la actualidad 900.000 bisontes. Y solamente 50 millones de pingüinos frente a 50 mil millones de pollos. Las industrias cárnicas, lecheras y avícolas tratan a esos animales no como criaturas vivientes que sienten el sufrimiento y el desamparo, sino como máquinas. A menudo son producidos en masa en edificios que se parecen a fábricas; sus cuerpos están adaptados a las necesidades de la industria. Ellos pasan su vida entera como rodamientos en una cadena de producción gigante, mientras que la duración de su existencia y su cualidad de vida están determinadas por las pérdidas y las ganancias de sociedades comerciales. Si vamos a juzgar el asunto por la masa de sufrimientos que ha suscitado, sin duda es uno de los peores crímenes de la Historia.

Para los humanos ¿cuáles fueron los beneficios de este nuevo modo de vida sedentaria? ¿Verdaderamente tenemos que ver, como Ud. lo escribe, con el “más grande fraude que la humanidad haya conocido”?

Para los científicos como para los profanos, la agricultura durante mucho tiempo ha sido percibida como un paso hacia delante formidable. Pero en el curso de los últimos decenios, algunos investigadores han notado que se trata ante todo de una cuestión de perspectiva. En efecto ¿cuál es nuestro punto de vista? ¿el de la colectividad humana o el de los individuos? Ciertamente la revolución agrícola aumentó considerablemente el poder colectivo de la humanidad. Gracias a la agricultura, los humanos han podido construir ciudades, reinos e imperios. Sin embargo, el cotidiano de los campesinos ordinarios se ha vuelto más difícil y más ingrato que el de los ancestros cazadores-recolectores. Los campesinos han debido trabajar más duro, su trabajo se ha vuelto más enojoso; su alimentación se ha empobrecido y han llegado a sufrir más la opresión política y la explotación económica. Aún hoy, hay centenares de millones de personas que llevan una existencia más miserable que la del un individuo ordinario de hace veinte mil años. ¿Qué prefiere Ud.? ¿Trabajar doce horas diarias, siete días a la semana, en una fábrica ruidosa, polucionada y superpoblada, para hacer girar una máquina que fabrica juguetes de plástico, o partir al bosque a recoger champiñones? 


¿Ha engendrado la sedentarización otros mitos, otras religiones, otras ideologías distintas a las de los cazadores-recolectores?

Antes de la agricultura, los humanos eran esencialmente animistas. Para ellos no había diferencia esencial que separara los humanos de otros animales. El mundo – el valle local y la cadena de montañas que lo rodeaba– pertenecía a todos sus habitantes, y cada uno respetaba allí un conjunto de reglas comunes que implicaba una negociación incesante entre todos los seres concernidos. Los humanos hablaban con los animales, los árboles y las piedras, como también con los nomos, los demonios y los fantasmas. De esta vasta red de comunicación emergían valores y normas que ligaban a los humanos, los elefantes, las encinas y las hadas.

La revolución agrícola dio nacimiento a dioses más imponentes, que desembocaron en el Dios todopoderoso de las religiones monoteístas. No tenemos la costumbre de asociar a Dios con la agricultura, pero al menos en sus comienzos, las religiones teístas fueron empresas agrícolas. La teología, la mitología y la liturgia de las religiones –judía, hindú o cristiana– giran primero en torno a relaciones entre los humanos, las plantas cultivadas y los animales de crianza.

Los dioses tenían dos tareas principales. Primero, debían explicar lo que el Homo sapiens tenía de específico, y por qué los humanos debían dominar y explotar a las otras criaturas vivientes. El cristianismo por ejemplo, explica que los humanos reinan sobre el resto de la creación en razón de la autoridad con la que el Creador los invistió. Además, todo el tiempo según el cristianismo, Dios sólo le dio alma eterna a los seres humanos. Y puesto que esta alma eterna es el pivote del cosmos cristiano, y que los animales no la tienen, los hombres están encaramados en la cima de la creación, mientras que todos los otros seres vivientes están abajo en el rebaño. Los dioses tenían también una misión de intermediarios entre los humanos y el ecosistema. En el cosmos animista, todo el mundo se habla directamente. Si Ud. tiene alguna cosa que pedirle al caribú, a la higuera, a las nubes o a las rocas, Ud. se dirige a ellos directamente. En el cosmos teista, todas las entidades no humanas son reducidas al silencio. Se vuelve pues imposible hablar con los árboles y los animales. De ahora en adelante ¿qué hacer cuando Ud. quiere que los árboles den más frutos, las vacas más leche, las nubes lluvia, y que las langostas permanezcan alejadas de sus campos? Es acá cuando los dioses entran en escena. Ellos prometen la lluvia y la fertilidad, y conceden su protección dado que los humanos ofrecen algo a cambio. Tal es la esencia del pacto de la agricultura. El pacto sirve los intereses de las dos partes, a costa del resto del ecosistema.

¿Cambió pues la agricultura nuestra concepción del espacio y del tiempo?

Un cazador-recolector y un agricultor tienen concepciones muy diferentes del espacio y del tiempo. La emergencia de la agricultura produjo una retracción del espacio y una extensión del tiempo. Los antiguos cazadores-recolectores vivían en territorios que se extendían por decenas, por no decir centenares de kilómetros cuadrados. A la inversa, los campesinos, pasan la mayor parte de su jornada trabajando en una parcela de tierra o un vergel, y toda su vida doméstica se desenvuelve en una estructura exigua, hecha de madera, piedra y barro, que apenas si mide algunas decenas de metros cuadrados: su casa.
 

Los cazadores-recolectores se mantenían en el presente sin preocuparse por el porvenir; vivían el día a día, porque apenas si podían conservar el alimento o acumular algunos bienes. Los agricultores no van a cesar de preocuparse por el futuro, porque la economía agraria se basa en un ciclo estacionario de producción, y porque ellos tienen siempre la tentación de desmontar otro terreno, cavar otro canal de irrigación, y sembrar otros cultivos, progresando así en su toma de control sobre lo por venir.

¿Aumentó la sedentariedad la violencia, multiplicó las guerras?

Al comienzo sí. Los primeros agricultores eran más violentos que sus predecesores cazadores-recolectores, y esto por dos razones. La primera, aumentaron el número de razones para pelearse. La perspectiva de robar los campos, los rebaños y las reservas de grano del vecino, eran más aprovechables que antes. La segunda: había menos espacio para el compromiso o el retiro. Si Ud. era atacado Ud. Debía defenderse, porque si Ud. abandonaba sus campos y sus graneros, Ud. Quedaba condenado a morirse de hambre.


Sin embargo, a largo término, la vida sedentaria permitió la emergencia de estructuras políticas sofisticadas que han reducido la violencia humana. En la actualidad, la especie humana es más pacífica de lo que lo había sido antes. Siguen existiendo guerras en algunas partes del mundo; yo mismo soy originario del oriente medio y algo sé de ello. Pero vastas regiones del mundo escapan completamente a la guerra. En las antiguas comunidades agrícolas, cerca del 15% de los muertos se los cobraba la violencia humana. Hoy, en el conjunto del mundo, menos del 1,5% de los muertos se deben a la mencionada violencia. De hecho, ¡el número de suicidios es actualmente superior al de los asesinatos! Ud. tiene más posibilidades de matarse Ud. mismo de que lo mate un soldado enemigo, un terrorista o un criminal.

¿Está ligada la invención de la escritura a la vida sedentaria?

Los humanos siempre han almacenado la información en su cerebro, mucho antes de que emergiera la agricultura y la vida sedentaria. Pero la revolución agrícola creó nuevas categorías de información, especialmente en materia de propiedad, de bienes raíces y de impuestos. En efecto, los humanos se pueden aprender de memoria una mitología entera, pero no pueden memorizar integralmente registros fiscales. Por esta razón se inventó la escritura. No para fijar historias, o escribir libros de filosofía, sino para llevar los registros de propiedad y el pago de los impuestos. Los primeros documentos salidos de Mesopotamia o de Egipto son principalmente contabilidades. Los cazadores-recolectores nunca inventaron un sistema de escritura completo porque no lo necesitaban. 


Gilles Deleuze decía: “se escribe la historia, pero siempre se la escribe desde el punto de vista de los sedentarios.”

Yo diría más bien que siempre se la he escrito desde el punto de vista de los agricultores-ganaderos. Algunos de nuestros relatos fundadores, como la Biblia, los Veda y el Corán, adoptan el punto de vista de comunidades pastoriles nómadas.

¿Acaso una nueva forma de nomadismo está apareciendo en la actualidad, o esto es apenas una ilusión?

El mundo de comienzos del siglo XXI se parece más a una aldea global que a una comunidad de cazadores-recolectores. Es cierto que nos desplazamos más que antes, pero seguimos siendo agricultores de corazón más que cazadoresrecolectores. Nuestro mundo es un pueblo –y no una tribu errante– en el sentido en que es un sistema artificial que se preocupa por controlar y transformar el entorno, para que él responda a nuestros deseos. Contrariamente a los cazadoresrecolectores, no estamos interesados en adaptarnos a nuestro medio ambiente.

Entrevista hecha y traducida por Philippe Garnier
Tomado de: Philosophie Magazine nº 99, mayo de 2016
tr. Luis Alfonso Paláu, Medellín, mayo 5 de 2016.
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