Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakritca
Somos el número y el lugar. Nacemos bajo techo y de inmediato nos asignan un código civil, un número de identidad, por lo demás, el código genético nos devela nuestras particularidades. Incluso con los dispositivos de la inteligencia artificial todo el tiempo estamos georreferenciados, geolocalizados. Y en términos administrativos se denomina ordenamiento social de la propiedad. Es el precio pagado por vivir en sociedad, somos seres sociales, en aislamiento y en la inmovilidad estamos condenados a perecer, a morir, el campo, por ejemplo, es sinónimo de escasez, la vida allí es difícil. La humanidad es social, se vive en agrupaciones humanas, por lo tanto los espacios son sociales y espirituales, compartimos con nuestros vecinos y en los lugares sagrados se hacen las ofrendas. Por eso se precisa disponer del territorio para vivir en sociedad. Un territorio es atractivo si reafirma la vida, si la facilita en aspectos tan sencillos pero tan necesarios y vitales como son los servicios habidos: vías de acceso, centros de salud, instituciones educativas, abastecimiento de alimentos, servicios de energía, acueducto, comunicaciones, esparcimiento, centros de producción y abastecimiento, y por supuesto fuentes de empleo. Esto es persistir en la vida, es un designio biológico.

Si bien estamos destinados a vivir en sociedad nada quita que vivir muy juntos deteriora la convivencia, socava el tejido social, si la madre abraza muy fuerte a su hijo, lo puede asfixiar, lo puede matar. En los territorios muy densos la convivencia se deteriora y en general la calidad de vida. Todos hemos visto en alguna ocasión complejas y densas unidades residenciales, sobre todo en las ciudades. Hace poco tuve la oportunidad de estar en dos de estos complejos habitacionales. Para dar una idea, empecemos por irnos imaginando una ciudadela de seis torres de veintisiete pisos cada una de ella con diez apartamentos. En total suman 1620 apartamentos, y si se multiplica esta cifra por mínimo 3 miembros de la familia el resultado son 4.860 personas que viven en cubículos techados de 50 metros. 


Cada piso tiene dos ascensores, los parqueaderos son comunes. No hay canchas, ni piscinas, no existen espacios para el esparcimiento. Seguimos agregando detalles: cada torre tiene acceso restringido, sólo los residentes pueden entrar digitando un número personal en un dispositivo digital fijado en la entrada principal. Esto es importante para decir que cada torre está deslindada de los pocos espacios comunes como son los senderos y alguna precario jardín. Otro tanto tanto se vive dentro de los largos, grises y oscuros corredores de cada torre. En sí son pocos atractivos y muy perfectos para ser territorios de nadie, no existe allí en esa comunidad un sentido de pertenencia, ni adentro ni afuera, es bien común ver a las mascotas soltar sus heces y orines en cualquier recodo del apartamento de al lado, al lado del ascensor. Lo que sí es común es la suciedad y los malos olores pero que a nadie importa, como tampoco importan los nauseabundos lixiviados de las basuras sacadas días antes y revolcadas por los perros callejeros. Pero lo desagradable no acaba de puertas para adentro de la unidad residencial, afuera, salir a las calles para buscar transportarse o ir al supermercado, tienes que pasar esquivando los matones de barrio en cada esquina de cada calle con su pucho de marihuano, bazuco y cerveza. Dos anotaciones más sobre estos cerramientos en unidades residenciales. En primer lugar, fue después de la década del ochenta con el fomento del crimen organizado del paramilitarismo en las ciudades que empezaron estás Unidades de Vivienda cerradas como pretexto para vender seguridad, las compañías de vigilancia hicieran y hacen su agosto, su negociazo; y desde luego están las constructoras que sacan jugosas ganancias con sus economías de escala. La segunda anotación y con respecto a los lugares referidos, tiene que ver con que no tienen posibilidades de desarrollo urbano organizado, no tienen posibilidad de crecer, sus accesos son recovecos de muerte así como sus alrededores llenos de hampa. Allí algo no atractivo para quienes aspiran tener buena calidad de vida o buenas inversiones. 


Estos detalles para resaltar que un diseño, un Ordenamiento puede ser para lo mejor o para lo peor. Se pueden diseñar espacios que inspiren respeto y generación de vínculos sociales, por ejemplo, los jardineles, las huertas comunitarios incentivan, generan vínculos sociales así como en el barrio el billar o el café son lugares de encuentro, de hacer amigos. Y por el contrario, aquellos espacios muy densos disocian los vínculos sociales, los repelen. Quien viva en conjuntos de apartamentos ha experimentado llegar pronto a su residencia y esquivar a sus vecinos, todo el tiempo los está evitando así pasen años, no importa si llevan décadas viviendo allí. Existen casos en que no saben quién vive a su lado, cuando más, un saludo obligado a fuerza de tanto ver la cara familiar en el ascensor.

 

La densidad no es asunto menor para la vida. Los estudiosos tasan la distancia entre desconocidos en tres metros, si es menor es considerada una amenaza. Así mismo aplica para la convivencia, en lugares privados y comunes sin la distancia requerida no es posible desarrollar la convivencia en condiciones favorables. Por ejemplo, en los hogares muy densos en escasos 50 metros cuadrados viven 15 personas: padres, hijos, nietos, sobrinos, primos, la convivencia es tortuosa y la institución familiar resulta hipertrofiada con exceso de funciones. Esta superdensidad es la misma que dificulta construir un hogar, una familia funcional, y en su lugar es una simulación de familia estallada, hecha mil pedazos, de ello pueden dar cuanta las comisarías de familia que se las tienen que ver con el diario vivir de conflictividades domésticas referidas a la escasez alimentaria y sobre todo de agresiones en la convivencia familiar. Tampoco ayuda el déficit de espacio público. Se tiene que el estándar ideal internacional de espacio público es de 15 metros cuadrados por persona (en Medellín oscila en tres metros cuadrados por persona), desde luego que se refiere al espacio social ordenado, intervenido, nadie puede vivir en medio de la nada y mucho menos en la selva agreste en donde sobrevivir es nada fácil.


En contraste, en el campo, en los territorios en los que predominan las economías ilegales como los cultivos ilícitos de la hoja de coca y la minería, todo se estructura, se configura en función de sus operaciones. Extensos territorios demarcados para la producción y a sus alrededores campamentos para solventar una dormida precaria y una básica alimentación. Son unos cambuches de vivienda, todo está en función de la explotación minera o cocalera. En estos contextos de ilegalidad no se verán vocaciones de un desarrollo territorial porque son empresas con una dinámica de capitales golondrina. Y las familias tampoco tienen un medio favorable para desenvolverse, otro tanto se vive como en las familias muy densificadas pero ahora por el aislamiento, por las distancias largas pero también por la estrechez económica. En estás estructuras se cambia de pareja como cambiar de zapatos, allí se aplica a pie juntillas que el matrimonio o la vida en pareja no es para siempre.


Éstas líneas no son más que un esfuerzo por pensar el territorio en su ordenamiento, mirar sus complejidades que según sea su diseño se favorece si o no la vida, la convivencia. En nuestra experiencia puede apreciarse que los espacios desatan la violencia y la precariedad de las personas. Somos seres sociales, al nacer se nos da un número y un lugar, un nombre y una identidad numérica. Las comunidades también son sabias para plantear soluciones a estos apretujamientos o aislamientos en el que los tienen. Bien vale pensar diseños y ordenar el territorio bajo las premisas de que nacimos para vivir juntos y estar en movimiento. En el aislamiento y en la inmovilidad morimos.

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