Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakritca

Bípedo que habla y conceptualiza. La humanidad se definiría por la enorme capacidad que tiene el hombre de conceptualizar, de reflejarse así mismo en lo que hace pero también de exteriorizarse en la herramienta que lo prolonga en su hacer. Hablar es callar, es apagar, es silenciar las multiplicidades de este mundo. De los siglos por los siglos este hablantinoso será hecho de puro lenguaje y de pur cultura, es un híbrido, un complejo de naturaleza y cultura. Hemos poblado el mundo de símbolos. "El lenguaje emerge en momentos en que el homínido se encuentra ante un excelente de informaciones imposible de administrar con sus sentidos y percepciones." Logan, citado por Ollivier Dyens. El lenguaje es mandato, no comunicación, nos lo enseñó Gilles Deleuze. Quien controla la información controla el poder, sentencian los burócratas y magnates. Primero hablamos la lengua de informática y después otras lenguas. Estamos presos de Google, Amazon, Facebook, Apple. 


Las ciencias del espíritu, nuestra necesidad de vivir en grupo, de tramitar nuestra existencia por medio de rivalidades y engaños, nos embriagaron para alejarnos del mundo y sus cosas, las pobres cosas olvidadas y recordadas por Dagognet. Al menos así se lo ha creído. Esta capa artificial de lo sólo simbólico se alejará tanto de otras realidades constituyentes al punto de olvidarlas. Se erige entonces el centro y ombligo del mundo: el hombre. Pero los artificios exagerados chocan contra las composiciones químicas, biológicas, neuronales que nos hacen a todos seres vivientes de un planeta que también tiene vida… de Gaia, que habla, que nos interpela  con sus sismos, con sus huracanes, tornados. Gaia nos está enseñando que todo tiene que ver con todo, somos interacciones, somos una red de relaciones. No estamos solos pero si somos la especie que más come tierra para rebozarse de vanidad y los más depredadores exhiben una chequera regordota. 


Máquinas, técnicas y brazos humanos configuran física y espiritualmente el territorio. Las costumbres y el lenguaje son variantes en cada terruño, pero todos con nuestro cerebro tan alabado  seguimos siendo la bestia empujada por la sobrevivencia. Muéstrame tu entorno, tu caminar, tus manos, tu casa, habla, calla, gesticula y te diré a qué cultura perteneces.


En los tiempos remotos de los siglos del oscurantismo, nos gobernaba el miedo y el dolor, las religiones y filosofías eran nuestro bálsamo que apaciguaba los espíritus. Hoy somos un código genético, un algoritmo que develan nuestro piso, nuestros impulsos biológicos, que el mercado se afana por descifrar, por complacer, por satisfacer.


Mundo de la técnica éste el que vivimos, la configuración del territorio presta fuerzas humanas, del espíritu, y del territorio mismo para que el soplo de vida fluya, emerja. La vías, los aeropuertos, recuerda Dyens, los centros comerciales (en los cuales damos y damos vueltas como ratas de alcantarilla, dice Saramago, vamos de aquí para allá impulsados por la fuerza del lenguaje y de los designios biológicos que se solidarizan, ambos naturaleza y cultura, biología y lenguaje para que prevalezca el designado, el designio de la bestia más fuerte que somos tú y yo, sobrevivientes de esta aventura llamada vida.


No todo está perdido. Aquí estamos todos rebozados y opacados de información. Con nuestro cerebro flexible y nuestra capacidad para reinventarnos, el camino, recuerda Míchel Serres, es la invención.

 

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