Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakrítica

Ordenar la Ciudad



El silencio es un bien escaso, esquivo; el ruido y el barullo abundan, están por todos lados. Nadie quita que la ciudad es movimiento, es acción, es intercambio, por allí todo se cruza, todo se intercepta, todo se encuentra, todo confluye, la ciudad es red de redes. Eso nadie lo discute. Anexo al desarrollo está la mayor concentración y el mayor gasto de energía de personas y de máquinas, la ciudad misma es una mega máquina. Y por eso no es gratuito que la misma sociedad con sus organismos administrativos planifique el uso del suelo, debe darse un cierto orden en un cierto caos, en fin, una disposición del lugar que facilite la vida en vez de desequilibrarla, y ello se intenta hacer. Es el deber ser. 


El Centro, Centros


El centro está dedicado por excelencia para los intercambios comerciales, allí la vida confluye y se ve más agitada, por allí pasa y desemboca el mayor tráfico de vehículos y personas. Pero también están los lugares para el reposo, para una pausa que permita tomar aire, tomar nuevos aires, los cafés y los restaurantes están allí como una invitación a sentarse, a departir. Las mismas calles por donde las personas van y vienen, ellas mismas son un espacio común y neutro por donde vamos con una cierta oferta del yo hacia un nosotros, entre extraños miramos y nos miran, es una especie de pacto de aceptación de unos a otros entre las multitudes congregadas. (La ciudad que Viene, Marcel Hènaff, 2008).


La Exposición del Yo


Miren y verán: nadie sale a la calle sin elegir antes la mejor forma de verse así mismo, y por tanto presentable hacia los demás, de mostrarnos, declarar nuestro sentido de ser sociales que nos funda, vamos, caminamos con una cierta confianza que nos regocija y nos permite surfear, navegar, mostrarnos entre los demás por ese simple hecho de compartir eso extraño y anónimo que nos une: el ser social. Nadie está a título personal en su propio cuerpo. Desde luego que la empatía existe entre los miembros de una misma cultura, o incluso mejor en la especie humana, lo generacional y los intereses, la forma de vestirnos nos hace más próximos o lejanos, todo depende del aparejamiento de los gustos. Pero llega un punto en el que queremos, anhelamos sustraernos de las multitudes, de la convulsionada y ruidosa ciudad. Entonces emprendemos marcha hacia nuestro refugio privado, hacia nuestra isla de intimidad.


Nuestro Refugio, Nuestra Isla de Intimidad


En casa, en nuestra isla de intimidad estamos con prendas muy cómodas pero que según nuestro criterio, no están disponibles a la vista de los otros. En nuestro descanso, desplegamos nuestro yo liberado de todas esas demandas sociales. Pero acá tropezamos con un problema anunciado desde el principio, el silencio es un bien escaso, esquivo, incluso costoso, sólo lo pueden asegurar unos pocos quienes pueden pagárselo en extensas y exclusivas hectáreas de tierra llamadas parcelaciones, son pequeños paraísos de silencio y tranquilidad que asegura retirarse de las multitudes y del ruido de no parar en lo urbano de las ciudades. 


En el retiro, en el silencio, el cuerpo entra en reposo, en el sueño profundo se repone de las mejores energías. Y por lo demás, en el silencio se esculpe, se cincela la palabra oportuna que será dicha. En cualquier circunstancia, el espíritu se entrega a una vida edificante, cosa no posible en la perturbación del ruido, por el contrario, la paz interior está ausente, la irritabilidad anuncia lo peor de la convivencia humana. Mientras que acá, en nuestro refugio seguro, en nuestra casa, en nuestra isla de intimidad, nos reponemos para continuar nuestra lucha existencial.


Planificar los Territorios


La sociedad se plantea sus problemas que es capaz de resolver. Para empezar, los territorios se planifican, por ejemplo, zonas de comercio, ocio, cultura, sagradas, estudio, vivienda. Todo está en función de la existencia, de la vida que requiere producir, intercambiar, y con ello una consideración muy especial: el bípedo humano es un animal diurno, necesita la noche para dormir, en sus tres niveles de sueño bajo, medio y profundo, en éste último, se logra el mejor estado reparador, el mejor descanso para reponer las energías necesarias para continuar con la vida productiva. Todos ganarán el pan con el sudor de la frente, es la frase bíblica hecha todo un modelo social y económico, es otra forma de decir que la vida es movimiento y que la quietud mata. Esto con mayor razón demanda una juiciosa planificación para que las energías de la vida entreguen lo mejor de sí. Todo exige concentración y silencio para un hacer juicioso. El ruido por el contrario entorpece, destruye como buen parásito.


El Ruido Destruye


Recuerdo lo estruendoso de las bombas puestas en las ciudades por el terrorismo del narcotráfico, lo ruidoso no solo atemorizaba, también mataba, lesionaba y ensordecía a la gente. El ruido era el método encontrado por los violentos para hacerse escuchar, el ruido como instrumento de intimidar, de someter. Claro, lo demás era horroroso, el matar gente indiscriminadamente sin distinguir sexo ni edad, el objetivo era propagar, usar el ruido, el estruendo como un mecanismo de intimidar, someter a los considerados enemigos y en general a la población: hacerla arrodillar a los pies de los mafiosos, al peor estilo de la entonces mafia italiana.


Vida y Territorio


El territorio está para desplegar la vida. Pero el ruido y sus ganancias se contraponen. El dueño de Netflix trinó hace algún tiempo que su peor enemigo para su negocio era la noche y con ella el sueño, todos esos dormilones con las pantallas apagadas, eran millones de dólares desperdiciados. Para el inescrupuloso magnate sólo interesa el negocio, no importa si la persona se destruye, mientras tenga dinero en sus bolsillos, se exprime hasta el final, acá no importa ni economía, ni sociedad, ni territorio, sólo importa que la caja registradora suene. 


Algo similar está pasando en la gestión de las ciudades actuales, no importa la gente ni la planificación del territorio, no importa eso que la ciudad la componen las gentes, las culturas, lo sacro, los espacios comunes... Nada de eso está en las agendas, sólo importa engordar la chequera de los magnates  que drogan, emborrachan, anestesian, embrutecen a las gentes que se agitan y gritan, ponen bafles potentes a los cuatro vientos. Todos complacientes sin importar la destrucción del territorio y de la vida en esta sociedad del ruido. En el embeleco de zonas mixtas, lo residencial pierde el pulso con lo comercial, quien más dinero tiene se impone, lo gubernamental se deja chantajear por los mayores tributos, y quien pone el oro pone las reglas. Es imperativo ordenar el territorio, el espacio que es común, gestionar el ruido, construir un ethos del silencio que aprecie lo bello de la cultura, el arte, lo sacro y espiritual, una ciudad amable para sus gentes.

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