Por Mauricio castaño H
Historiador
Colombiakrítica

El Hábito Sí hace al Monje


El ser se vierte en el traje. El hábito sí hace al monje. El vestir aloja las formas culturales pero también las otras por las cuales escabullirse. Si bien el vestido, nuestra envoltura cultural nos da ciertas pistas de lo que somos, de la cultura en la que nos agazapamos, él también nos da claves de aquello que ocultamos. De allí mismo se devela lo que queremos esconder. Es un juego de mostrarse pero ocultándose. Mientras más me callo, más hablo con la punta de los dedos, todo el tiempo nos estamos mostrando, develándonos, imposible pasar desapercibido. Lo que más se muestra es lo que más se oculta, igual a como pasa en la Carta Robada de Edgar Allan Poe. En suma, es la gestión del Ser en nuestro cuerpo a través de su vestimenta.


La Elegancia Femenina


La elegancia en vestuarios y joyas refinadas, de seguro será más común a las féminas refinadas, más cuidadosas de su exterioridad, En el vestier, ante el espejo, la dama duda, decide, confirma, una, dos, tres veces este o aquel traje, joya, tono de maquillaje. Pero ello también abarca a ciertos hombres, sólo a los de alta clase o ejecutivos prestigiosos o famosos excéntricos. Cuidar las maneras y la vestimenta para presumir exclusividad. «Importa también protegerse de lo peor: la imitación que nos priva de lo exclusivo, de la excelencia, de esa seguridad por la cual uno se tranza; pero como lo sabemos, es preciso así mismo no ‹hacerse notar›, de alguna manera es imperioso a la vez hablar y calmarse». Todo el tiempo nos exhibimos, nos mostramos, nuestro interior, el yo, se despliega en el afuera. «El yo por el yo mismo, conduce a un callejón sin salida; la anotación es general: el ser no se repliega sobre él sino que siempre se expresa y se reafirma». Seguimos a François Dagognet en el libro Filosofía de un Volteo, 2001, capítulo ¿Dónde se sitúa el yo? (todos los entrecomillados vienen de allí).


Mírese que la moda tiende a lo mínimo, a acortarse, lo corto prevalece ante lo largo, los vestidos cortos que se juegan en esa ambigüedad de la seducción del casi mostrar, a punto de verse aquello oculto tan deseado. El cuento El Signo de Maupassant es ilustrativo. En sí, es la mujer, más que el hombre, la que se entrega a la elegancia y a la suntuosidad difícil de emular. Mientras que en el hombre su vestimenta es menos ornamento, en la mujer más se multiplica. Aunque en nuestros tiempos vienen cambiando estos roles de femenino masculino, las preferencias, los gustos son múltiples, indiferenciados, son devenires. Pero una cosa sí es cierta, la elegancia femenina, por ejemplo, su caminar, solo tiene un competidor posible: el gato, el felino es el único que despierta la envidia de las mujeres.


Los Cambios en la Moda


Los cambios también tienen el rostro de la moda. La neo burguesía gusta de lo desaliñado, lo salvaje que roza con la vulgaridad, toma de la mujer su astucia, ella fue quien dio el paso hacia una estética erótica eliminando a sus competidoras. En el hombre se opta por lo exagerado, el mal gusto. Defensa y protección a la vez. Aunque se asiste a una dismorfia vestimentaria: la mujer se viste como el hombre: bluyines, gorra, camiseta. Y lo inverso también se da: el hombre se pone aretes, gafas de sol. Las viejas dualidades quedan atrás, hoy los sexos o géneros en su vestimenta se confunden en su apariencia, masculinizar a la mujer, feminizar al hombre. 


Vestido Corto, Mostrar las Piernas


Nadie quita que las modas y sus tendencias aflojan las prohibiciones, los tabú para dar paso a ciertas licencias libertinas que la cultura poco a poco va aflojando, es una especie de acto liberador ante opresiones históricas. Poco a poco los estilos, las modas van llevando sus flujos existenciales de rebeldía para ganar ciertas libertades, pero insistimos, a medida que se va mostrando también de va ocultando aquello que no quiere ser visto.


«La mujer fingirá estar descargada de toda ocupación como de toda labor; se mueve en vitrina; solo piensa en resolver el problema que tratamos ‹ser original sin ser original›, de esta manera, no dudará, a comienzos del siglo xx, en recurrir a una estrategia audaz, la que consiste en mostrar sus piernas antes que develar sus senos, lo que conduce a defender una sexualidad menos refrenada; algunas faldas se han vuelto cortas porque estaban largas, pero también porque la mayor parte de las mujeres no pueden ir hasta el punto que implica la emancipación con respecto a las prohibiciones, a las obligaciones morales; con frecuencia, en las clases inferiores, la pequeña burguesía, continúa reinando la gazmoñería, el puritanismo, la guerra a todo lo que evoca la desvergüenza. Así se logra, con esta audacia consistente en no respetar ya los tabúes, alejar claramente a sus competidores que no pueden seguirla.» (ibídem). 


Recuerden a las ricas y famosas en las pasarelas o camino a fiestas con sus vestidos aparatosos, desplazarse dos o tres cuadras, cien o doscientos metros debe hacerse en limusina, luego el escaso caminar, el medio caminar es posible gracias a la ayuda de algunos sirvientes que ayudan a solucionar lo engorroso y poco funcional del vestuario, pero de una cosa no hay duda: sólo la gente adinerada puede darse un lujo antifuncional que nunca podrá proveerse la empleada u obrera que necesita comodidad para desempeñar su labor. En la adinerada, el ocio prevalece como si se enrostrara a la sociedad entera los lujos que sólo la abundancia de dinero puede proporcionar.


La Indecisión a la hora de Vestirse


El ropaje, el vestido elegido quiere mostrar pero a la vez ocultar algo de nuestro yo esquivo o anónimo, por eso la incertidumbre, la indecisión de escoger ésta o aquella prenda que llevaremos puesta, que lo revelado, lo exhibido nos oculte bien esa otra parte que queremos pase desapercibida, anónima.


«Por adelantado pensamos en las hesitaciones o también en el embale, de una mujer en el momento de decidir por su arreglo personal: ¿Cuál escoger? Por lo demás es probable que aquellos entre los cuales está indecisa no deja de tener un aire común. Pero ¿Por qué esta incertidumbre o lo contrario: una rápida decisión? Esta mujer no ignora que se expone o se traiciona, lo que ella desea, al mismo tiempo que lo rechaza; prefiere una revelación diferida, parcial, incluso dudosa. En suma, está descuartizada y atacada por la contradicción, o al menos por la ambigüedad. Todo el mundo recuerda la muchacha que describe Sartre en el Ser y la Nada: ella flirtea, abandona su mano cálida entre las de su amigo, pero inmediatamente ella ya no lo sabe, la mano reposa entonces fría e inerte; funcionaría ‹la mala fe.›  ella juega con dos conductas al mismo tiempo." (ibíd)


Filosofía Exteriorista


El adentro sale, se está mostrando todo el tiempo, el mundo interior sale al mundo exterior. Ocuparse de estos movimientos del mostrarse y a la vez ocultarse, ha sido propio de la psicología más avisada, pero más allá, acá se tiene que la filosofía exteriorista, la que se ocupa de los gestos y de las cosas que hacen el mundo del Ser. El vestir es todo un complejo semiótico que se entrega a los ojos y a plumas atentos que le saben develar, describir.

 

«La filosofía exteriorista que querríamos legitimar encontrará en la ‹manera de vestir› un terreno de escogencia, si es verdad que la psiquis se inscribe en ella; pero aparece una dificultad comparable a la que acabamos de esbozar: por un lado, conviene estar vestido como todo el mundo, sino rápidamente se hace notar y los demás se burlan; se pierden los beneficios de una vestimenta; pero por el otro lado, uno debe ponerse de forma un poco «original», sino Uno se confunde con los demás. Sabemos ya cómo la mujer hábil sale de este dilema: se parecerá a las más nobles, se inspirará en las más ingeniosas, hará parte así de un 'grupo' en el 'grupo' más amplio. Escapará a la trivialidad sin caer en la excentricidad que la particularizaría excesivamente (otras también se adornan como ella).» (Ibíd).


El Hábito sí hace al Monje



La vestimenta funcional no va con lo elegante, prima la comodidad. Por ejemplo, el obrero y su vestimenta responde a su trabajo que exige ropa resistente al trabajo duro y a la suciedad, el overol. 


«Sin esperar, se nos podría objetar que la mano de obra, el simple obrero o el empleado o el dependiente -así como lo han notado los sociólogos, Halbwachs a la cabeza- no le conceden ninguna importancia a su manera de vestir; les es suficiente con ponerse una blusa gris o un bluyeans o incluso un vestido de trabajo; por lo demás, en su presupuesto, indicador de sus necesidades, la alimentación se impone ampliamente sobre el vestido, que queda por tanto «inensecializado» y sacrificado. Pero no excluyamos que este desdén por lo tocante al vestido significa una oposición a un universo de representaciones y de seudo-elitismo. A través de mi manera de vestir rudimentaria -continuaría el trabajador en su traje de faena- yo exhibo mi lado resueltamente plebeyo, me entrego a un cierto materialismo sano, rechazando las maneras y los afeites, propios de los ociosos. No caigo en el desaliño sino que caigo en lo útil, el tejido resistente, sólido (el terliz, la sarga, el cáñamo crudo) y no por el satín o el lame. No tengo cómo renovar mis trajes, los conservo lo más que pueda, gracias a su rudeza. Los elegantes viven en las apariencias, en el emperifolle y los efectos -lo social, sus mentiras y sus trapacerías- mientras que por mi parte, yo evoluciono entre 'las cosas', mi manera de vestir corresponde a mi ocupación, a mi relativo desclasamiento, a mis valores. Nuestra filosofía según la cual el hábito no afirma tanto el cuerpo como el psiquismo, no está pues fracasada; una postura bastante arisca y no renovada traduce un estado y, más aún, una sorda protesta». (Ibíd).


«Es un hecho que domina todos los otros. El hombre se viste antes de actuar, de hablar, de andar, de comer; las acciones que pertenecen a la moda, el deporte, la conversación, etc., siempre sin sólo las mismas consecuencias de la manera de arreglarse. Sterne, ese admirable observador, proclamó de la manera más espiritual que las ideas del hombre afeitado no eran las del hombre barbado… padecemos toda la influencia del traje. El artista arreglado ya no trabaja. Peinado o arreglado para el baile, una mujer es otra; dirías dos mujeres» (Balzac, Tratado de la vida elegante, citado por François Dagognet).


«Algunas profesiones se señalan sin dificultad por la amplitud o la vastedad de sus togas, de sus capas, de sus casullas, de sus batas (el magistrado, el sacerdote, el profesor, etc). Si todos gustan deslizarse en vastas formas, es porque buscan borrar sus particularidades individuales, mientras encaran lo universal (la justicia, la revelación, el saber). Todavía aquí, el hábito no remite a un cierto sujeto o al psiquismo que traduciría, sino a una familia o a una función. Todavía en la Edad Media los enfermos eran evitados porque se los señalaba gracias a su manera de vestir: el rojo para las víctimas de la epidemia, el verde para los locos. Se impone siempre lo colectivo, mientras que desearíamos apercibir algunas migajas del yo en lo que cubre, es decir, lo descubre.» (ibíd).


El Ser se devela en el vestido, nos mostramos pero a la vez nos ocultamos.

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