Por Mauricio Castaño H.
Colombia Kritica 
Historiador

Es América quien se lleva el primer puesto de las cincuenta ciudades más violentas del mundo, encabezada por Brasil con quince de las suyas; EEUU  y Venezuela con cinco; Suráfrica con tres, Honduras con dos; Guatemala, Haití, Jamaica, Puerto Rico, Salvador con una. Y Colombia, caso que nos interesa, con seis ciudades en su respectivo orden: Cali en el puesto siete, Cúcuta en el veintidós, Medellín en el veinticuatro (recordemos que el año pasado estuvo en el desmejor puesto once); Santa Martha en el veintinueve, Pereira en el treinta siete y Barranquilla en el cincuenta. 

Entonces, se nos ocurre una pregunta ¿Por qué en el contexto nacional e internacional sólo aparece la ciudad de Medellín como si fuera la más violenta? ¿Por qué no aparece Cali y Cúcuta en sus estados gravosos? ¿Y Por qué la fijación con la segunda ciudad más importante del país? Pero hay más, ese estribillo de la ciudad más violenta, se vive en la misma región de Antioquia, la cual tiene un índice altísimo de 31.8% de Incremento de homicidios con relación a igual periodo del año 2012; en tanto que su capital sólo posee el 11 por ciento, sin olvidar que hubo un decremento del 25% respecto al año 2011, datos publicados en El Colombiano del 12 de marzo del presente año. Y en publicación de El Tiempo del 21 de marzo de 2013, por allá entre líneas, se registra que Medellín es una de las ciudades donde la gente se siente más segura. Más sin embargo, los medios de comunicación falsean la realidad, venden la imagen de una Medellín degradada, mientras que de Antioquia, se calla en el tema, y se distrae la mirada en otros hechos. Manipulación de los medios,  se llama aquí. Lo cierto es una fabricación de un imaginario que favorece a un gobernante y al otro no. Un tema político.

Miremos como en la fabricación del imaginario cuenta con una percepción ciudadana distorsionada, en la cual no se registra en la ciudad, el quiebre de las estructuras criminales afectada en el acortamiento de la duración del mando de un capo. En los tiempos de Pablo Escobar, su trono duraba veinte años; con Diego Murillo, alias Don Berna era de diez, con alias Sebastián fue de cinco, y de ahí para allá, su duración está entre uno y dos años. Y derivado de allí, está la dilución del poder criminal en pequeñas bandas más bien débiles. Por ello son de fácil captura, en un año van 40 grandes capos. Recién se capturó al delincuente de alto valor como le llama los estamentos de seguridad, pero el hecho noticioso no se explota como guerra que se le gana a los criminales, sino más como un producto que alimenta el morbo delincuencial. Y así, los medios de comunicación nacional y regional, siguen vendiendo la etiqueta de una Medellín violenta. 

En un estudio realizado por el Banco Mundial, arrojó lo siguiente. En los últimos veinte años el promedio de gobierno de los mandatarios de Medellín fue de uno punto nueve años (1.9), de donde se infiere el poco tiempo para construir políticas públicas sostenibles y de alto impacto. Pero lo peor estaba en que el mandatario de turno, se dedicaba a defenderse de sus enemigos políticos, y al descuido de su obra. Y cuando el período se le terminaba, el burgomaestre que asumía el poder, arrancaba destruyendo lo poco hecho por su antecesor, pues lo que contaba era un orgullo de vanidad política que se creía fabricaba un sello personal o partidario, una variación de aquellos tiempos de la violencia política en Colombia, que azuzaban a matarse por defender el color de su partido. Equivale a decir que la política es la continuación de la guerra por otros medios.

En nuestros días, parece seguirse esa trayectoria, pero con estrategias más sutiles en las cuales se manipula a la masa, fabricando el gusto por la imagen de turno que se quiere promover. Nuestro país aún sigue escriturado a unas cuantas familias patricias, quienes deciden desde sus casas  editoriales de periódicos y de la pantalla chica, a quien promocionar y a quien hacerle la guerra. No importa que se esté jugando con los intereses de toda una ciudad. Aún nos falta una ciudadanía educada para evadir estos viles intereses, mientras tanto, seguiremos pegados a los periódicos y a la televisión, viendo cómo modelan gustos en serie, cómo fabrican imaginarios a su medida.


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