Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombia kritica

El primero de marzo del año en curso, Medellín resultó galardonada por The Wall Street Journal y Citigroup como la ciudad más innovadora del mundo con el premio City of the Year, sus razones se encuentran más en los esfuerzos sociales que en lo estrictamente tecnológico, pues si a ello se debiera, ciudades como Tokio, Tel Aviv, New York se hubieran ganado el premio. Pero entonces ¿en qué radica la innovación? Lo meritorio está en la capacidad de los medellinenses como de cualquier sociedad, de resurgir, de sobreponerse a sus desgracias que les ha tocado vivir. En los últimos gobiernos, los dirigentes en algo han captado el mensaje del mundo sobre la inclusión o pago de la deuda social, pues antes, toda la inversión se iba para los sectores de la minoría rica, y a la mayoría pobre le tocaba el olvido de Dios. 

Esta inclusión social se ve reflejada en las dos últimas décadas en las grandes obras de infraestructura de ciudad, en especial en la implementación de un transporte masivo del Metro con sus sistemas complementarios como el metro cable, el metro plus, las escaleras eléctricas; otras obras son los parques biblioteca. Ello cobra importancia si recordamos que en el pasado, los miserables sólo tenían la oferta de la mafia, la cual, hay que reconocerlo, dejó una huella muy grande en la población. De cierta manera estos esfuerzos han contrarrestado la potencia criminal y han impedido que la sociedad se hunda, se precipite por el despeñadero del no futuro. En suma, esta infraestructura ha ganado o devuelto una cierta esperanza o confianza de sus gentes en  lo público. Miremos un poco de contexto.

Bien sabido es que el dolor y la barbaridad sufrida por los medellinenses por cuenta de la versión mafiosa, cuyo ícono popular fue Pablo Escobar Gaviria, quien literalmente hizo temblar a la sociedad y pretendió arrodillar al Estado colombiano a punta de bombas y de asesinar policías. Parte de su ingenio, fue darle base social a su industria criminal, para ello se acercó a las gentes más pobres, en los barrios con mayores necesidades y de abandono estatal. Su gran capacidad fue conectarse con el sentimiento popular. A donde iba, parecía un Papá Noé o una especie de Robin Hood; hizo canchas de fútbol y organizaba torneos; entregó casas gratis a todo un barrio llamado Pablo Escobar, daba mercados, dinero. Logró aliados de la jerarquía eclesiástica como la de un curita, famoso él, de nombre Gabriel García Herreros que de vez en cuando en su medio de comunicación televisivo de cinco minutos, día tras día, semana tras semana, enviaba mensajes de congratulaciones al capo por sus dineros donados, y se ofrecía como intermediario entre éste y la justicia. La imagen del capo fue y sigue siendo tan popular como la de cualquier celebridad. A su tumba mucha gente va a llevarle flores esperando algún milagro, y su imagen puede verse gravada en camisetas o calcomanías que fijan de vez en cuando a los taxis. Su propio hijo impulsa una marca Pablo Escobar desde Argentina, dice que rescatando lo bueno de su padre. 

Y fue precisamente esta ausencia de Estado, esta falta de una infraestructura de ciudad, este abandono estatal, que la mafia aprovechó para ganar simpatía y respaldo popular, de la cual aún hoy gozan en cierta proporción, al punto de que son considerados hombres valientes que se enfrentan a los políticos ladrones, corruptos y saqueadores de los impuestos del pueblo, que luego gastaran en lujos y bacanales. La imagen es la de un político sucio y ladrón, mientras que los capos como Pablo Escobar, reposan en el imaginario de las gentes como un gran benefactor, como un Robin Hood, aliado e incondicional del pueblo.

Pero esta empresa criminal no hubiera sido posible sin el apoyo de los políticos y empresarios que vieron en las drogas ilícitas, una manara fácil de lucrarse, de aumentar sus ganancias haciendo sonar sus registradoras. El hecho emblemático lo tenemos en la inserción del Pablo Escobar en el Congreso, fue electo congresista por el Partido Liberal, un padre de las leyes colombianas. Hoy el político más insigne que lo persigue el fantasma de esa alianza es Alberto Santofimio Botero. Ligado a este hecho, están los dos asesinados que se opusieron a ese proyecto de muerte.  El magnicidio del candidato presidencial Carlos Galán y el periodista Guillermo Cano del periódico El Espectador. Ambos denunciaron y se opusieron con vehemencia a ese proyecto mafioso y fueron partidarios de la extradición. Ellos avizoraron el peligro de una sociedad en esas manos criminales. La reacción de los llamados extraditables fue plasmada en la sentencia que se resume en la célebre frase: «Preferimos una tumba en Colombia, a un calabozo en los Estados Unidos».

En suma, creo que la capacidad innovadora debe entenderse en esa creatividad, en los esfuerzos públicos y privados por desinstalar esa base social mafiosa, ese modelo de muerte que aún hoy persiste, explicable por esa bina, por un lado es la ciudad más inequitativa y por el otro la más violenta de Colombia, de América y del mundo. Es una ciudad que aún está en déficit con el metro cuadrado percápitat, de acuerdo a los estándares internacionales (pues en el apretujamiento, brota la violencia). No se quita que los empresarios estén de fiesta por los negocios que se avecinan por el premio obtenido, pero insistimos, lo social debe estar inserto en un modelo de desarrollo económico, para no seguir repitiendo la misma historia.

Podemos ver en la desgracia y en el dolor, zonas para la creación, pueblos enteros se han levantado de la ruina. Alain Corbin en entrevista (ver Colombia Krítica) rememora a René Girard,  y nos da pistas sobre estos contrastes sociales: «El historiador de las ideas René Girard ha escrito un libro hermoso e importante sobre la violencia colectiva, la culpa colectiva y el olvido colectivo. El título del libro “El Chivo Emisario” ilustra su tesis. El escribe que cuando el cuerpo social entra en crisis se suspenden las reglas y normas. Entonces el cuerpo social es atacado por una especie de enfermedad, un cáncer que hace metástasis y resulta en un vacío, una moratoria social. En esa moratoria las leyes son sólo el estado de excepción, y la violencia social se convierte en un incendio. Todos los “diferentes” pueden ser castigados, la sociedad enferma se venga en sus miembros visiblemente más débiles, en los negros, los judíos, los gitanos, los homosexuales, los extranjeros y todos los disidentes». La cursiva es nuestra.

En la constatación histórica se tiene que del dolor y la desgracia, se han producido las cosas más bellas. Esos niños que vemos en esas laderas, nos devuelven la esperanza tras sus alegrías que muestran, cuando se nos acercan a vendernos un confite con el gancho de estar felices con el progreso, orgullosos enseñan las escaleras eléctricas o el parque biblioteca. O qué decir de esas notas clásicas producidas por el alma juvenil conectada con el violín, y despreciativa de la pistola que le ofrece el sicario de habilidades de exportación. O ajeno a la cultura de los motociclistas que quieren meter miedo fingiendo una cultura de matones para evadir multas en esas extravagantes y peligrosas piruetas que hacen, sin importar el riesgo al que exponen otras vidas. Rezago sicarial. Esa es la ciudad de contrastes.



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