Por Mauricio Castaño H
Historiador
Colombia kritica
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Bien sabido es que el dolor y la barbaridad sufrida por los medellinenses por cuenta de la versión mafiosa, cuyo ícono popular fue Pablo Escobar Gaviria, quien literalmente hizo temblar a la sociedad y pretendió arrodillar al Estado colombiano a punta de bombas y de asesinar policías. Parte de su ingenio, fue darle base social a su industria criminal, para ello se acercó a las gentes más pobres, en los barrios con mayores necesidades y de abandono estatal. Su gran capacidad fue conectarse con el sentimiento popular. A donde iba, parecía un Papá Noé o una especie de Robin Hood; hizo canchas de fútbol y organizaba torneos; entregó casas gratis a todo un barrio llamado Pablo Escobar, daba mercados, dinero. Logró aliados de la jerarquía eclesiástica como la de un curita, famoso él, de nombre Gabriel García Herreros que de vez en cuando en su medio de comunicación televisivo de cinco minutos, día tras día, semana tras semana, enviaba mensajes de congratulaciones al capo por sus dineros donados, y se ofrecía como intermediario entre éste y la justicia. La imagen del capo fue y sigue siendo tan popular como la de cualquier celebridad. A su tumba mucha gente va a llevarle flores esperando algún milagro, y su imagen puede verse gravada en camisetas o calcomanías que fijan de vez en cuando a los taxis. Su propio hijo impulsa una marca Pablo Escobar desde Argentina, dice que rescatando lo bueno de su padre.
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Pero esta empresa criminal no hubiera sido posible sin el apoyo de los políticos y empresarios que vieron en las drogas ilícitas, una manara fácil de lucrarse, de aumentar sus ganancias haciendo sonar sus registradoras. El hecho emblemático lo tenemos en la inserción del Pablo Escobar en el Congreso, fue electo congresista por el Partido Liberal, un padre de las leyes colombianas. Hoy el político más insigne que lo persigue el fantasma de esa alianza es Alberto Santofimio Botero. Ligado a este hecho, están los dos asesinados que se opusieron a ese proyecto de muerte. El magnicidio del candidato presidencial Carlos Galán y el periodista Guillermo Cano del periódico El Espectador. Ambos denunciaron y se opusieron con vehemencia a ese proyecto mafioso y fueron partidarios de la extradición. Ellos avizoraron el peligro de una sociedad en esas manos criminales. La reacción de los llamados extraditables fue plasmada en la sentencia que se resume en la célebre frase: «Preferimos una tumba en Colombia, a un calabozo en los Estados Unidos».
En suma, creo que la capacidad innovadora debe entenderse en esa creatividad, en los esfuerzos públicos y privados por desinstalar esa base social mafiosa, ese modelo de muerte que aún hoy persiste, explicable por esa bina, por un lado es la ciudad más inequitativa y por el otro la más violenta de Colombia, de América y del mundo. Es una ciudad que aún está en déficit con el metro cuadrado percápitat, de acuerdo a los estándares internacionales (pues en el apretujamiento, brota la violencia). No se quita que los empresarios estén de fiesta por los negocios que se avecinan por el premio obtenido, pero insistimos, lo social debe estar inserto en un modelo de desarrollo económico, para no seguir repitiendo la misma historia.
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En la constatación histórica se tiene que del dolor y la desgracia, se han producido las cosas más bellas. Esos niños que vemos en esas laderas, nos devuelven la esperanza tras sus alegrías que muestran, cuando se nos acercan a vendernos un confite con el gancho de estar felices con el progreso, orgullosos enseñan las escaleras eléctricas o el parque biblioteca. O qué decir de esas notas clásicas producidas por el alma juvenil conectada con el violín, y despreciativa de la pistola que le ofrece el sicario de habilidades de exportación. O ajeno a la cultura de los motociclistas que quieren meter miedo fingiendo una cultura de matones para evadir multas en esas extravagantes y peligrosas piruetas que hacen, sin importar el riesgo al que exponen otras vidas. Rezago sicarial. Esa es la ciudad de contrastes.
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