Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/

En las multitudinarias y atestadas ciudades, se padecen violencias, centenares de muertes son reportadas por cuenta de asesinos al volante, este año en Colombia son 253 los fallecidos. En el espacio citadino se concentran las poblaciones venidas de todos lados en busca del progreso, más del cincuenta por ciento de los habitantes del planeta viven en las urbes. Altas densidades en espacios pequeños, trayendo consigo los sofocos y atosigamientos propios del exceso de estar juntos. Los cambios traídos por la moderna industria entran a la urbe hipertrofiándola, embutiendo, en el mismo espacio de décadas atrás, millones de vehículos que ensamblan sus calles en un extenso río de latas, tanto, que en muchas partes del mundo el caminar es cosa rara, las vías están hechas para que los carros vayan a altas velocidades como misiles de guerra. Mientras tanto, la industria automotriz aumentan sus ganancias.

Esta nueva forma de habitar la ciudad, entra en contraste con sus maneras de administrarla con sus códigos de justicia caducos o que al menos responden a otras necesidades de una ciudad ya ida. Esta cotidianidad de muertes por accidentes de tránsito, ha puesto a debatir a la sociedad sobre los castigos que deberán imponerse a los conductores ebrios, cada vez más numerosos pese a que la norma los alerta del peligro en el que se sumergen al poner en riesgo la vida de los ciudadanos, pues en su alicoramiento, sabido es, hay pérdida de reflejos, y mayor aún, en esa mezcla de licor y combustible. Por ello, son comprensibles las razones de quienes abogan por penas máximas para los infractores, pues si existe la conciencia del daño, no puede alegar la no intención de dolo, cuando con sus imprudencias alebrestadas atropellan y matan a los transeúntes indefensos. Los automóviles son asimilados a armas letales, insistimos, peor aún, cuando son conducidos por borrachos, en suma, la expresión es fuerte pero apropiada, por asesinos al volante. Nadie se sabe inocente si se tiene consciencia de su estado, o de su futuro deterioro por la ingesta de licor.

Una regla es regla cuando arregla, cuando corrige. Una norma por sí sola es estúpida. El hecho del incremento de la accidentalidad por conductores ebrios, es muestra de que la norma no está corrigiendo el mal causado en la sociedad. Su inexistencia del castigo ejemplarizante o su laxitud, no disuade en esta conducta reprochable que cada vez es más repetitiva. La doctrina jurídica se inspira en la sociedad, en su contexto, hoy nadie discute lo innecesario de prohibir cerdos en las calles, esto ya no sucede en estas ciudades, por ello las normas son actualizadas a la par de los cambios sociales y de sus prácticas. Las normas para fijarse en los individuos, deben pasar por procesos de Aprendizaje, Rememoración, Representación y Aplicación. Si bien la cultura es esencial, también son fundamentales los castigos ejemplarizantes, los cuales ratifican a la sociedad los códigos de comportamiento que deben seguirse para preservar el bienestar general. 

Hoy la razón está enseñando que a las lógicas comerciales de la industria que atosiga el espacio citadino, tienen que subordinarse a las dinámicas sostenibles de habitar nuestras ciudades. El metro cuadrado por persona está en déficit, de diez que nos toca a cada uno, sólo tenemos tres. Los andenes y los parques, son por excelencia los espacios comunes en los cuales socializamos, nos exteriorizamos y nos entregamos a los otros en la familia extensa que somos en la humanidad. Los carros son un medio, no un fin y mucho menos un protagonista mayor que nos invade y nos atropella. La doctrina jurídica no puede encerrarse sobre sí misma para perderse en abstracciones estúpidas, ella se inspira en la sociedad para procurarle sana convivencia. A esta doxa no le puede pasar a lo del gusano cien pies, que le preguntaron cómo hacía para caminar, y de tanto pensarlo y encerrarse en sí mismo y sus complejidades, olvidó caminar para siempre. Los purismos son petrificantes. Las malas conductas deben reprenderse, como en los malos hijos. Y para ello, tenemos que aprenderlo, así sea castigando fuertemente a estos asesinos al volante.

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