Por Mauricio Castaño H
Historiador

Las comparaciones permiten comprender mejor las realidades que por sí solas pueden ser sobre o subvaloradas, una cosa deja de ser buena hasta que no se encuentra otra mejor, o no nos percatamos de lo que se tiene hasta cuando se nota su ausencia. En los espacios comunes adecuados como grandes calles, cómodos andenes y parques generosos, las personas viven en mejor convivencia que en las sociedades en donde escasean, recordemos que en las altas densidades los brotes de violencia son pan de cada día.

Tomemos como ejemplo a las ciudades de Miami y Medellín ( o incluso Bogotá), en la primera se encuentra un desarrollo en la infraestructura vial tanto para la movilidad de automotores como para peatones con espaciosos andenes y parques para el libre esparcimiento. Y pese a que el uso del carro particular es lo predominante, su dirigencia no ha olvidado a los ciudadanos de a pie, los ha reconocido con un complejo transporte masivo que conecta la extensa ciudad con Metros, autobuses y ciclo rutas, todos ellos administrados por el Estado, la presencia del gobierno se ve allí, con un solo tiquete o pasaje puedes transportarte, allí la especulación privada no mete sus garras, pues sí está en el transporte particular, pero aun así, para el ciudadano común tener un auto hace parte de la canasta familiar. El beneficio de la calidad de vida se ve reflejado en algo tan simple  como en un cálido transporte para pasajeros que no ponen en riesgo su propia vida por la guerra del centavo al que se ven sometidos los conductores, en esa fiera competencia del libre mercado que se ven en otras latitudes en la que el Estado desatiende esta necesidad de la convivencia en estos conglomerados humanos que son las ciudades.

Todo se desprende del zócalo de la economía que hace la diferencia en la medida en que existe una mayor distribución del ingreso, manifiesto en otro tipo de pobreza, por ejemplo, recuerdo la imagen de un vagabundo despreciativo de las sobras grasosas de comida ofrecidas por un ciudadano en las calles céntricas de Miami, el indigente siguió su marcha, es posible que importe más las drogas alucinógenas a la misma ingesta, pero lo notorio está en que los pocos marginales existentes tienen garantizados el mínimo vital de comida y techo. Por eso no se les ve mendigando. El sistema capitalista en sus polos más desarrollados irriga sus beneficios, distribuye sus ingresos así sea a costa de extensas jornadas laborales.

Cuando la distribución del ingreso es bien precaria, su reflejo se ve en el deterioro de la calidad de vida de sus ciudadanos, muy propio en las ciudades tercermundistas como Medellín. El número de indigentes es mayor, se pasean hambrientos y agresivos, y los que no, se resisten al caer en la miseria arañando un puesto en esa economía informal que existen en estas ciudades, ocupando andenes y calles, exasperando a los peatones que no pueden caminar o se van a disputar las vías a esos conductores que igualmente van irritados disputando las pobres y escasas vías, todo esto revuelto, es equiparable a un caos, máxime aun con esa lamentable contaminación, pésimos combustibles y automores, una mezcla enfermiza. Un tema singular, es la masividad del uso de las motos, sus bajos costos y la favorabilidad de una zona en donde no se dan las estaciones, todo el tiempo se vive con un clima templado, ajenos a esas inclemencias estacionarias.

Una conclusión diferencial entre estas latitudes, además de la distribución del ingreso y de los asuntos públicos del dominio del Estado, está una dirigencia que ha incorporado unas responsabilidades del desarrollo de lo público, mientras que en el tercermundismo se ha vuelto objeto de negocio para la corrupción. Comparativos que llaman a la reflexión de la cultura pública y ciudadana. 


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