Eric Aeschimann
Economía, política, género, historia, espiritualidad… 30 años luego de la muerte del filósofo, nuestro siglo neoliberal lleva su nombre. Explicaciones.
En 1979, en el marco de su curso semanal en el Collège de France, Michel Foucault consagra tres sesiones a la teoría neoliberal. Analiza autores poco conocidos en Francia: los economistas alemanes de la post-guerra, el austríaco Friedrich Hayek, o también al ultraliberal estadounidense Gary Becker, futuro premio Nobel de economía.
Con un sentido estupendo de la anticipación, devela el verdadero proyecto de esa corriente de pensamiento: oficialmente, el neoliberalismo pretende “liberar” a los individuos y les permite actuar a su antojo; en realidad, explica el filósofo, se trata de imponer una manera de vivir enteramente guiada por el interés y el cálculo económico. El mercado no es un mecanismo natural, sino un dispositivo, una “disciplina”, una “técnica de gobierno”, como la prisión o el hospital psiquiátrico. El neoliberalismo fabrica Homo economicus de la misma manera que la clínica fabrica al loco.
En la época la cuestión no interesa. Thatcher no estaba aún en el poder, y nadie se imaginaba el rompimiento de la ola neoliberal que iba a caer sobre el planeta. Foucault pasa a otro tema y, cuando muere, en 1984, ese aspecto de su trabajo cae en el olvido. En 2004, el curso de 1979 se vuelve un libro con el título Nacimiento de la biopolítica, lo que no facilita su difusión en medio de los economistas.
Habrá que esperar al 2009 y a la obra de dos filósofos, Pierre Dardot y Christian Laval, para que se imponga la idea de que Foucault también fue un genial analista de la economía liberal. En la Nueva Razón del mundo, los dos autores aplican su intuición a la crisis financiera: lo que nos es presentado como un caos incontrolado procede en realidad de una racionalidad deliberada, de un “sistema disciplinario mundial”. Y hay un detalle significativo: entre los intelectuales marcados por la lectura de Dardot-Laval se encuentra Aquilino Morelle, el consejero político del Eliseo, y redactor del famoso discurso del candidato Holland, en Bourget, sobre las finanzas…
"Je relis Foucault chaque fois que j'écris un livre"
Se conmemora en 2014 el trigésimo aniversario de la muerte de Michel Foucault. Se han previsto coloquios un poco por todas partes en el mundo, y el que se realizará en París en el mes de junio reunirá a las más grandes figuras del pensamiento contemporáneo. Pero a decir verdad, el triunfo está ya asegurado. De los grandes teóricos de los años 1970, Foucault es de acá en adelante el más influyente, lejos por delante de Lacan, Derrida, Deleuze o Bordieu.
Y su irradiación supera el campo de la filosofía. «Biopolítica», «control», «dispositivo», «normas» o «cuidado de sí», «gubernamentalidad» son conceptos foucaultianos utilizados corrientemente en historia, en sociología, en economía, en geografía… «El siglo será deleuziano», había escrito gentilmente Foucault a propósito de su amigo (y rival); parece que el siglo sea sobre todo foucaultiano.
La producción literaria de este año ofrece tres ejemplos esplendentes de esta empresa. El historiador Patrick Boucheron, figura de la nueva historia global y autor de un ensayo sobre el fresco del “Buen Gobierno” de Lorenzetti, confiesa: “Releo a Foucault cada vez que comienzo a escribir un nuevo libro”.
Achille Mbembe, sociólogo camerunense que enseña en los EE. UU. y en Suráfrica, se apoya en Foucault en su Crítica de la razón negra para mostrar que el Estado moderno es indisociable de la fabricación de razas. En cuanto a Judith Butler, la papisa de los gender Studies, su crítica de las normas sexuales se inspira muy ampliamente en la Historia de la sexualidad. Igualmente se podría citar a Pierre Zaoui y su reciente elogio de la discreción, impregnado de moral foucaultiana; o también a Didier Fassin y su trabajo sobre la moral de Estado, un tema de estudio típico del autor de Vigilar y castigar.
¿Por qué domina Foucault hasta este punto, treinta años después de su desaparición? Una primera explicación: desde un punto de vista editorial, Foucault es un autor… viviente. Casi todos los años, gracias a la publicación de los cursos del Collège de France, nuevos textos son puestos a disposición del público. Y nada de refritos, sino verdaderos inéditos donde el filósofo aborda temas enteramente nuevos y frecuentemente inesperados, como el problema de la mano de obra en el siglo XVIII, el destino de la palabra “economía”, el pensamiento cínico o la definición de la “vida filosófica”.
Preciso, nunca con jerigonza, animado por un increíble entusiasmo intelectual, el Foucault del Colegio de Francia es claramente ese samurai de cuello tortuga que ha pintado su amigo el historiador Paul Veyne: cortés, escéptico, pero enérgico, aventurero, intrépido, siempre partiendo a explorar nuevos dominios. Y los lectores siguen tanto en Francia (alrededor de 15.000 ejemplares cada curso, y 1’300.000 en total para los ensayos) como en el extranjero (los cursos se traducen a 30 lenguas, con una considerable demanda en los EE. UU., en Suramérica y en China).
Las grandes cuestiones políticas de nuestra época
Una segunda explicación: a través de esos cursos, Foucault ofrece herramientas únicas para abordar las grandes cuestiones políticas de nuestra época: ¿qué es el poder? ¿de qué es capaz? ¿qué puedo hacer frente a él? La base de su pensamiento es el concepto de biopolítica. Con este neologismo, el filósofo designa el hecho de que, desde el siglo XVII, el principal poder del Estado soberano sobre sus sujetos ya no es matarlos (como en la época feudal) sino hacerlos vivir.
El estado higienista representa el poder biopolítico por excelencia que actúa sobre las vidas y los cuerpos; fija normas sanitarias, desarrolla los cuidados, anima los nacimientos, hace el elogio de la familia, establece estadísticas. “La biopolítica permite aclarar el vínculo tan confuso hoy existente entre el individuo y el colectivo, anota Mathieu Potte-Bonneville, uno de los representantes de la joven vanguardia foucaultiana. El poder biopolítico se ejerce sobre las vidas, pero las vidas pueden a su vez actuar sobre él; así ocurre cuando protestamos, cuando manifestamos”.
El tema de la biopolítica se exporta bien. Está en el fundamento de las dos grandes corrientes de pensamiento que dominan en los EE. UU., los gender studies y los estudios postcoloniales. En cuanto a la teoría del care, también ella del otro lado del Atlántico, le hace eco a la noción de “cuidado” que Foucault recupera de los estoicos (ver por ejemplo los trabajos de Guillaume Le Blanc sobre la vulnerabilidad).
De Chakrabarty a... Michel Onfray
Profesor en Chicago, y responsable de la publicación de los cursos en los EE. UU., Arnold Davidson puede testimoniar el interés que suscita el pensador francés entre sus pares. Su colega Dipesh Chakrabarty, el gran filósofo bengalí, le telefonea regularmente para aclarar tal o cual punto del pensamiento de Foucault. Los departamentos de teología o de antropología le solicitan conferencias. Y en el transcurso de un coloquio reciente, otro colega, el economista Gary Becker, el mismo que fue ampliamente analizado en el curso de 1979, como buen jugador exclamó: “¡Foucault comprendió perfectamente lo que yo quería decir!”.
Pues se puede apreciar a Foucault sin ser hostil al liberalismo. Tal es el caso de su antiguo asistente, François Ewald, y del sociólogo Geoffroy de Lagasnerie, quien ve en el Nacimiento de la biopolítica una especie de elogio del pensamiento neoliberal. Por lo demás, esta es la tercera explicación: Foucault critica, pero nunca cae en la simple indignación. No diaboliza al poder, no lo reduce a la sola dominación.
Para él, gobernar es una relación a dos; y si nuestras maneras de vivir, nuestras conductas son fijadas por el poder, sin embargo ellas son necesarias pues hacen de nosotros sujetos activos. Por ejemplo, el Estado me controla con la cédula de ciudadanía, pero también con ella me permite viajar. Desde entonces, la contestación pasa sobre todo por “micro-resistencias”, que no buscan echar por tierra las normas, sino hacerlas más vivibles.
Por esto el amplio espectro de sensibilidades que se inspiran en el pensador en el campo de la filosofía política, desde los “reformistas” de la revista Esprit (Myriam Revault d'Allonnes, Frédéric Gros, Jean-Claude Monod, Michaël Foessel) a los pensadores de la nueva radicalidad política (Toni Negri, Giorgio Agamben, e incluso Julien Coupat, el activista de Tarnac).
Más fascinante aún: Foucault anota que ese poder sobre los individuos (lo que se llama “el gobierno de los otros”) también se puede aplicar a sí mismo (es el “gobierno de sí”). Entonces devela una filosofía más personal, como lo recuerda Judith Revel, otra especialista en Foucault; su obra se nutrió desde el comienzo “de sus experiencias íntimas, como su doble tentativa de suicidio en los años 1950, inseparable de su interés por la locura”.
Al final de su vida, Foucault explora nuevos temas (el “cuidado de sí”, la “verdadera vida”, el “coraje de la verdad”), se apasiona por Tertuliano, Casiano, san Juan Crisóstomo, el cristianismo primitivo, las técnicas de la confesión (confession/aveu), los ejercicios espirituales salidos del concilio de Trento…
Y se acerca al filósofo Pierre Hadot, el gran inspirador de la renovación de la filosofía como manera de vivir. Él populariza su obra y lo hace elegir en el Collège de France. Cuando se sabe que Pierre Hadot tuvo por discípulos a Luc Ferry y a Michel Onfray, se ve que el impacto de Foucault en el campo intelectual francés puede alcanzar dimensiones insospechadas.
Eric Aeschimann
Fuente: http://bibliobs.nouvelobs.com/essais/20131220.OBS0394/pourquoi-michel-foucault-est-partout.html
La Société punitive. Cours au Collège de France 1972-1973,
par Michel Foucault, Seuil-Gallimard, "Hautes Etudes", 350 pp., 26 euros.
Théorie du genre : Judith Butler répond à ses détracteurs
Daniel Defert : "Les archives de Foucault ont une histoire politique"
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Source : "le Nouvel Observateur" du 12 décembre 2013.
Sur le web: Paul Veyne à propos de Michel Foucault
Tr. Luis Alfonso Paláu, Medellín, abril 2 de 2014.
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