Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/

Variados paisajes, islas, aislamientos, cada quien, cada gueto viviendo su propia vida, sus propias desgracias y sus propios aciertos, todos viviendo su propio mundo. Todos bajo el mismo techo de una unidad llamada país. Tan sólo un sueño, un anhelo de una común unidad, pero la verdad es que la comunidad se alcanza en pequeñas parcelas en donde los intereses, las pequeñas luchas, los gustos similares hacen juntar a las personas, es lo más concreto de satisfacción de común unidad, de comunidad. Y el país o nación además de las delimitaciones territoriales y de sus señores terratenientes, de sus gobiernos que agencian míticos status de clases sociales y de unas costumbres y de una lengua común que habilita la posibilidad de comunicación, de ser un alguien, nada más que eso parece enlazarnos. Los devenires minoritarios suelen ser más reales: comunidades gayes, negros, pequeñas luchas…

Abstracciones son las identidades de Estado o de gobierno, formas míticas o existencias virtuales que todos damos por hecho. Lo más real de un ciudadano conectarse con una nación es a través de los gravámenes, cada individuo es objeto de pagar impuesto, para ello es censado, se le fija un número y un lugar para ser localizado y controlado, algo así como ser ciudadano por obligación. Si la gran mayoría tuviera la oportunidad de elegir entre pagar o no impuestos, sin duda alguna los esquivaría, la voluntad general es desapetente. Los evasores son muchos, la voluntad de escapar es grande, rehúsan a ser miembros de una comunidad que quizás no comprenden, que no les importa. Los sistemas capitalistas que experimentamos funcionan donde esté la ganancia, la especulación, y hacerlo a cualquier precio, sin importar el daño que pueda ocasionar al semejante. El patrón estará maquinando cómo incrementar sus beneficios apiñándose todo, incluso las conquistas salariales de sus obreros; el terrateniente corriendo la cerca unos cuantos metros jodiendo a su vecino; los otros que viven de los flujos de odios y venganzas, avivan conflictos y guerras para vender sus armas, devaluar o quitar territorios que luego son aprovechados en producción de ilícitos o como corredores estratégicos para sus andanzas, la hermana muerte es lo más común. Todos viven una fiesta necrofílica, todo da igual, lo efímero, lo fútil. “Vendo mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida”. “toda vida es un proceso en demolición.” 

Los gobiernos se parecen cada vez más a devenires de sangre, de familias. Los mandatarios sueñan emular los llamados grandes hombres que la vanidad histórica los ha garabateado como inmemorables. Pero todo es más cercano a la vanidad. Lo común de un hombre de Estado o gobierno, cualquiera que sea su nivel nacional, regional o local, están bajo la gobernanza de la epidemia de la vanidad del poder, de alcanzar cada vez más riqueza, y así se mantiene interés por quienes quieren emularlos, todo un séquito que quiere alcanzar sus posiciones, que lamen a su majestad: el adinerado. En ese mundillo politiquero de las democracias familiares llaman rosca o palanca a quienes reciben beneficios de sus padrinos políticos, y se da en todos los niveles, cuenta el columnista Antonio Caballero, uno de esas familias pero que una tal irreverencia inofensiva que complace de un lado y del otro, y que les conoce bien como su palma de la mano rememoró:  “Juan Manuel Santos cree resolverlo todo nombrando gente y más gente. Me recuerda una tertulia en casa de mi padre, hace más de 50 años. Se suponía que Gilberto Alzate Avendaño iba a ganar las siguientes elecciones presidenciales. Y decía José Umaña Bernal: “Yo seré el embajador en París”. Pero le corregía Nicolás Gómez Dávila: “No: La embajada en París es para mí”. Y levantaba el dedo Enrique Caballero Escobar: “Lo siento: Gilberto me la ha prometido a mí”. También mi padre levantaba el suyo. Y Alzate, el futuro presidente, calmaba las aguas anunciando:-Se crearán tantas embajadas en París como sean necesarias.” 

Cualquiera que quiera hacerse a una idea de la manera en qué un puñado de privilegiados se despilfarra el presupuesto público, es si no coger papel y lápiz, ir a las principales ciudades capitales del país. Por ejemplo, hace poco en esa rebatiña que se da por los altos cargos en donde se pagan salarios muy altos y se dan prebendas, denunciaba el noticiero de RCN que el actual contralor ganaba 25 millones de pesos colombianos por unas asesorías, en las cuales daban a entender que eran puros favores, pues al señor nunca se le veía por tal entidad, son pagas enormes comparados con los 600 mil pesos que recibe un asalariado, es decir 42 veces menos que aquel. Es de anotar que esos puestos lo mínimo que se recibe es el salario, pues allá están es para sacar beneficio del presupuesto público de la entidad que se direcciona para las empresas familiares y de amigos, es una perfecta democracia familiar: Estúdiese la contabilidad de los congresistas o concejales, figuras de un tal control político, todos de la noche a la mañana hacen grandes fortunas con la demagogia.

Ellos y los otros no les importa nada el bienestar general. La codicia prima. En Medellín los alcaldes de los últimos años vienen del mundo de la empresa. Los que favorecen la construcción principalmente. En el cemento es donde mayor se va el presupuesto. Las ciudades son vías y espacios para el esparcimiento. Además por dónde mover la industria automotriz que cada día embotella las escasas vías y donde mantener medianamente la gente contenta para que olvide la miseria que los amenaza, donde estar en el rebusque embolatando sus miserables vidas. Los discursos de sostenibilidad ambiental y de equidad social son meras estratagemas de los profesionales del mundo de la demagogia política. Con sus discursillos tapan las trampas a las masas que precisan de Mesías.

Max Neef afirmó en alguna ocasión que el capitalismo ha matado más gente que cualquier tragedia humana. La codicia es una trampa en la cual se cae con mucha facilidad pero de la cual se es difícil escapar. Todo se repite con en Sísifo. Nos alimentamos de esperanzas suministradas por los demagogos políticos. La desapetencia, el desinterés de la gente por estos asuntos es interpretado como un estado de embotamiento de la consciencia, se vive en mundos ficticios, en una virtualidad que aleja de la realidad y sus crudezas. Se privan los sentidos. La virtualidad obra como sedante, poco importa si se viene el mundo encima. Los telediarios alimentan con el asesinato del día, y borrado en la sección siguiente con la presentadora tetona y de largas piernas y ligera ropa. La lascivia seda e invita al consumo, a la monogamia flexible. A la población se les participa en los eventos virtuales paras sus disputas. 

Hace poco, en la doméstica de este país llamado Colombia, el presidente Santos asustado, refería la disputa que libra los mercaderes de la guerra, el escándalo de infiltraciones para atacar el actual proceso de paz que se lleva con las guerrillas. El gran tema, a nuestro juicio, es el gran negocio de la guerra, quién se queda con la producción de coca, con los territorios, qué hacer con la producción de armas y municiones, grandes riquezas, grandes intereses a los que muchos no quieren renunciar, son sus privilegios. Pero ahondar no interesa, nuestra virtualidad nos ha enseñado a rechazar las durezas de la vida. Conciencias embotadas, seres anestésicos.

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