Por Mauricio Castaño H
Historiador
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Trabajo deriva de tortura, torturar con el tripalium, tripaliare, la máquina de tres pies, nos lo enseño Lucien Fevbre. Este origen evoca la dureza desnuda de la fuerza humana, sometida a las duras labores, la modalidad cruel fue el esclavismo, sometimiento total. La maquinización, la robótica recogieron la fuerza bruta, liberaron al homo laborioso y lo relevaron a las tareas suaves, con responsabilidades más de pensamientos, más sapiens. Su evolución más fuerte corresponde al trabajo informático, lleno de códigos, comandado de un alguien que se puede encontrar en casa desde su computador personal, deslocalización de la empresa, no requiere, como otrora, salir a la fábrica, al espacio fabril, “el trabajador ha entrado en otro mundo, que supone pantallas, datos, índices, cálculos”, nos precisa. Un tal universo minimiza la parte estrictamente material, puesto que sólo se trata de escrituras o de las informaciones, lo que cuestiona nuestra tentativa definicional… François Dagognet, a quien seguimos en Filosofía del Trabajo. Pero aún persiste una materia o substancia a transformar por un alguien que trabaja con unas herramientas, también existe un dueño que invierte y quiere sacar una ganancia. Los salarios, los trabajadores, empresas, industria, ganancias, temas que siguen preocupando a la sociedad.
La particularidad y lo propio del trabajo no da lugar a confusiones por polémicos que puedan resultar ciertos oficios como por ejemplo el de las prostitutas, llamado el oficio más antiguo del mundo que sirve en esencia a los aislados de sus entornos familiares: marineros, soldados, obreros alejados de su domicilio, y sobre todo a numerosos individuos inhibidos o sexualmente desviados. La prostituta recibe su paga por un servicio prestado, por una especie de paz sexual, un equivalente a un salario, su cuerpo es el objeto de intercambio y se le suman sus potencialidades eróticas que ofrece al consumidor, ello sucede en el marco de la regulación de la administración municipal, de la ciudad. “El cuerpo es el primer instrumento del hombre y el más natural, o más concretamente, sin hablar de instrumentos diremos que el objeto y medio técnico más normal del hombre es su cuerpo” Marcel Mauss. En la tarifa aparecerá el intermediario proxeneta, especie de vampiro o zángano, émulo capitalista que quiere ganar con el trabajo producido por otros. A diferencia de la pornografía que sólo consume imágenes, la prostitución pone en juego el cuerpo de aquel o aquella que se presta a esta psicofisiología. Razones estas, como se sabe, han llevado a naciones a reconocer este oficio, esta actividad como un trabajo.
Un cuerpo puede ser alquilado para alojar en su vientre un ovocito de unos terceros que pagan por ello. Estos oficios se mueven en unos intangibles igual al de los profesores que no crean nada pero obran u operan como transmisores de saberes, en aquel caso es objeto de satisfacción del deseo o de la libido de un alguien que demanda liberación de sus pulsiones, que urge pasión dentro de los límites del goce, el juego, la diversión. La diferencial esencia es que al participante que se le paga es usado como un medio para los deseos del otro, una simulación de goce en alguien que no se ama, es decir, en donde no se da esa fusión cómplice entre dos seres que se ofrecen en amor. “Estas dos razones son suficientes para que reduzcamos la prostitución a un comercio estéril; para que ella pueda ser considerada un trabajo –el paso de una materialidad de partida a una forma humanizada– se requeriría prioritariamente contar con un incremento; convendría que en lugar de atenerse a un arreglo entre dos, se instaura una relación menos cerrada sobre sí misma.” Dagognet.
Pero bueno, que el ejemplo disertado, no nos aleje de nuestro tartamudeo. El desprecio de los trabajos viene por el lado feo, lo sucio, lo vil como hace tiempo se le asoció al trabajo artesanal. El capitalismo y en general el patrón, se aprovecha de estos prejuicios para rebajar los salarios, sucede por ejemplo cono los barrenderos, los encargados de la limpieza, de barrer la suciedad, la basura que produce el mundo capitalista, devolver la tranquilidad a la vista para el bien disfrute del paisaje, ese bien común que nos pertenece a todos: la calle y la acera. El reciclador es su complemento que embellece la ciudad… éste si dejado en la desprotección total. Si bien el motor de la ganancia es el que pone la mayor motivación, los análisis inteligentes deben poner frene a la sola codicia, como la del repudiable miserable que atesora toda su vida viviendo en la miseria para morir rico, forrado en oro.
Es el trabajo, al lado de la escuela y la familia, los espacios por excelencia de socialización. Incluso sin el laboreo que garantiza el sustento, se amenaza la desestabilización de aquellas otras dos. El trabajo es el afuera que realiza el adentro. El adentro por sí solo enferma, en sociedad, cualquiera que ella sea, encontramos la posibilidad de materializar el yo, de desplegar una existencia que cobra sentido, se libera del aburrimiento, de la segregación, de la exclusión propia del mundo del desempleado, el peor castigo que pueda sufrir una persona en estos sistemas de producción, es privarlo del ser, del saber hacer, de conectarse con un real. No en vano quienes se van de esta realidad, los retrotraen gradualmente con un objeto real, con los ejercicios de la ergoterapia.
La robotización es ese mundo de segunda generación, que relevó, que liberó la primera generación de la fuerza bruta. El quid está en cómo esa ganancia social se irriga para quienes fueron liberados de esos trabajos penosos. Hoy el reto está en encontrar nuevas formas de reinventar la existencia a partir de las ganancias acumuladas por esta sociedad gregaria que somos.
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