Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/

Ocurrió el debate esperado en el recinto del Congreso colombiano. El tema fue la relación del narcotráfico y el paramilitarismo encarnado en el polémico personaje de la vida política el ex presidente y  el hoy senador Álvaro Uribe Vélez. Las pruebas aportadas dicen de aquella relación macabra y expresión de la violencia en Colombia que en el reciente episodio ha dejado más de cuatro millones de víctimas, la mayoría campesinos, líderes populares y de izquierda. Sus pecados fueron pensar distinto a la ultraderecha que condena de izquierdista, de terrorista a estas personas que se atreven a disputar concepciones de poder, por soñar con sociedades más justas, con la distribución del ingreso de una manera tal que se comparta las riquezas del país, garantizar los derechos económicos, sociales, políticos y existenciales de todo viviente humano.

Estos lados opuestos expresan fieras y extremas ideologías dispuestas a batirse a muerte. Los derechistas e izquierdistas han librado sus batallas, sus soportes ideológicos fundan o fundamentan doctrinas o dogmas que validan el asesinato de su contrincante, facilita la muerte quitándole la condición de humano y rebajándolo a insignificante animal, en fin cualquier cosa que puede eliminarse sin remordimientos y resulta más provechoso para que no estorbe ni se interponga en las que se creen son verdaderas vidas humanas. Los bandos rebajan la condición humana para habilitar la muerte, el asesinato. Es su fundamento, han sido las famosas doctrinas de seguridad nacional o códigos de guerra que han cimentado los Estados o grupos para ejercer la violencia, para provocar la muerte o dejar vivir. 

Cuando se mata, el asesino celebra un triunfo,  a la vez que le ganó una partida a la muerte, también libró a sus semejantes de una persona considerada bestia o animal que tenía mucha capacidad de hacer daño. Póngasele atención a cualquier asesino y tendrá razones de sobra que justifican sus crímenes. A los seres humanos los mueven las convicciones cualquiera que ellas sean, y son precisamente estas las llamadas razones de Estado o como quieran llamarse, a las que en un momento determinado se acuden para hacer borrón y cuenta nueva, detener los baños de sangre, desactivar el odio que colman a esos seres dogmáticos. Se habla en la sociedad y en las víctimas, después de cesar un conflicto, en primer lugar de conocer la verdad, los detalles en que murieron los seres, porqué los mataron, dónde fueron a parar o dónde fueron enterrados, después de esta develación dolorosa, la víctima pide reparación, algo de justicia para que sobrevenga el perdón, después vienen técnicas sociales de cómo cerrar el círculo de la violencia, los términos usuales son hacer memoria, hacer recordación de la crueldad para que la sociedad aprenda y tenga presente que no puede volver a pasar la mortandad, la crueldad humana, finalmente garantías de no repetición.

Estos procedimientos de desactivación, de reversión del odio, han sido procesos sociales que en la historia han sido posibles mediante técnicas míticas de canalizar estas fuerzas, esta capacidad de hacer tanto daño y causar la muerte mediante sacrificios de animales, muchas veces personificados que se ofrendan a las dioses y de esta manera se canaliza y cesa el asesinato. Famosa es la expresión bíblica que dice quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, deteniendo la muchedumbre que quería linchar a un supuesto culpable. Son procesos inconscientes complejos que de cierta manera forcejean con la racionalidad moderna que el engreído hombre los desprecia creyendo sobreponerlos.

La soberbia humana es gran barrera que impide abandonar yerros, por eso se habla de dosis de humildad, en reconocer daños que amenazan la vida, que nos someten a desangres constantes. Es difícil revertir el odio en tolerancia, en aceptar la justeza humana, máxime cuando se tiene una sociedad que acepta los caminos fáciles del asesinato, su indiferencia le caracteriza, le llaman también embotamiento de la consciencia, no importa el dolor y la desgracia ajena, pasan por encima de ellas, y esto es abono para los mercenarios de la guerra que avivan la fiesta de la guerra, y creyéndose libres de pecado, tiran la primera piedra.

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