Por Mauricio Castaño H
Historiador
http://colombiakritica.blogspot.com/


Todo hombre quiere tener respeto, pero no a todos se les concede. El respeto es una substancia escasa, que puede agotarse como el agua que pone en aprietos la existencia. Se constata en las diferencias sociales cómo a un pobre, un rico, un aristócrata, un noble, se les suministra en proporción a los valores sociales asignados a cada quien. La desigualdad entre los hombres es más común de lo que se parece y los discursos igualitarios como los derechos humanos son universales abstractos de la demagogia burocrática. Las hondas diferencias de clase y raza cada vez profundizan heridas entre las personas de cualquier comunidad. La fragmentación de la especie humana en etnias, ha sido pretexto para fundar discriminaciones derivadas en racismos: el blanco es superior al negro, el mestizo al indio.

Es el respeto una especie de elixir que da grados o no de reconocimiento a un hombre. Expresiones como por edad, dignidad y gobierno, a todo señor todo honor, la señora del rey no sólo debe parecer sino serlo, inferior linaje, alta alcurnia etc., indican unas graduaciones sociales entre los hombres. Entre más alta sea la escala de importancia en que se encuentre una persona, más respeto se le concede. El honor y el privilegio son dos variantes, el primero es de linaje, herencial, un reino, un gobierno se heredan, constátese que en las llamadas democracias los diferentes poderes son trasmitidos de familia en familia, los hijos jóvenes heredan altas posturas burocráticas o cargos de elección popular que cualquier hombre humilde no podrá alcanzar, o de  lograrlo es en una postura inferior después de haber doblegado su cerviz durante buen tiempo ante el poderoso. Si el honor es venal, el privilegio es emocional, es exterior, se encuentra en las gentes que se lo conceden o no a un otro. Un hombre pude tener honor y carecer de privilegio como el político corrupto. Un alguien que domine un arte casi insuperable, como los buenos artesanos, ganan fama reputada, gozan de privilegios sin  importar linajes o abolengos. 

En las variantes del honor encontramos alianzas para escalar posiciones de importancia, en la época colonial se estilaba decir blanquear una familia india o mestiza, casando a uno de sus miembros con un blanco, ganando con ello reconcomiendo social; aún hoy los apellidos persiste en el mundo, diferencian a qué familias se pertenece, sus orígenes, muy evidente en las monarquías y en países llamados democráticos o dictatoriales, el acceso al poder es venal y a partir de allí se edifican privilegios. En Colombia se percibe en su centralismo, Bogotá es su centro, allí están las consabidas familias prestantes proclamadas élites ilustradas, dignas de ejercer el poder, lo demás, la periferia, las regiones, son gentes estigmatizadas de provinciales, pobres y ordinarias, ignorantes, pocos refinadas. 

Su centro despampanante, lujoso, edificios imponentes para sus ministros y su séquito. El centro todo se lo traga, altos salarios, veinte veces mayor al de un salario de peón de fábrica. En las regiones tiran las migajas, las sobras para la subsistencia. Las élites de Bogotá, como las de cualquier capital, se bañan en lujos propios de reyes. Su dirigencia va de cóctel en cóctel, exhibiendo sus trajes y sus bellas mujeres, mientras que en las regiones los líderes luchan a brazo partido para lograr que llegue algún regalía.

El respeto tiene mucha demanda, cuando no se concede es un irrespeto, sutil, indirecto, no igual a una cachetada, pero quien lo sufre se siente discriminado, siente en carne propia que se profundiza la desigualdad humana en su contra. También se presenta bajo estigmas que derivan de los estatus, de las posiciones que se ocupan en el escalonamiento social. Es costumbre que los ricos viven lejos de los pobres, sus diferencias se acentúan, la riqueza profundiza en gustos, el ser humano por su vestimenta, sus costumbres lo develan en la educación recibida y su abolengo. La gente afortunada tiene dificultad en relacionarse con gente que vive en la escasez. Huyen al fracaso, temen perder, ser estigmatizados. Caer en la pobreza y en la dependencia es perder. 

Segregar es una forma de castigar, es la paga en efectivo en quienes padecen las discriminaciones: existen barrios de negros, inmigrantes, gitanos, desplazados, todas estas jergas deterioran la humanidad y tratan a los pobres como bienes degradados (Sennet, 2003). Se escogen a los vecinos por su carácter y su capacidad económica. Un negro exhibe a su mujer mona como trofeo alcanzado, en cambio, el blanco es reprochado por sus pares cuando elige una mujer negra, está rebajando su estatus social. 

Estas discriminaciones no encontrarían cierta complicidad en sus gentes tolerantes sino fuera por la ambición que actúa como una fuerza impulsora para salir adelante, para superar la condición de la que no se está conforme. La desigualdad alimenta un malestar. Los poderosos conforman redes a través de las cuales circulan sin que vayan a degradarse. Los pobres no tienen otras redes más que las de su miseria, cada vez amenazan con caer más bajo, con hundirse en la escasez, tienen el recurso de agachar la cabeza y la mirada ante los poderosos, a la espera de obtener su piedad y de la mano les ayuden a escalar una posición mejor. 

Sucede mucho en política, mientras más servil sea el copartidario, más posibilidades tendrá de que lo dejen emerger pero no tan alto que iguale el honor inalcanzable de los poderosos, y si se sobrepasa, sufrirá irremediable castigo, es el pago por contrariar la Autoridad. Se aconseja la docilidad, no parecer duro, evitar la confrontación, cabeza y mirada baja ante el poderoso. La servidumbre se guarda, se aguanta, impide la confrontación. El pueblo aguantador merece la sociedad que le ha tocado vivir. La inteligencia en los pobres es una provocación. Se quiere hacer pasar la actitud por encima de la aptitud, el comportamiento personal a la destreza adquirida, el patrón prefiere el obediente al competente. Donde faltan los recursos el honor social es bajo. La transgresión produce culpa y la vergüenza es inadecuada. El Honor es frágil como un cristal. 

La revolución industrial profundizó las diferencias sociales, todos escogerán una carrera, se especializarán en un dominio, todos van veloces, a la carrera, buscan ser los mejores, alcanzar el pódium, obtener la mejor posición. Contra pereza diligencia. Las competencias nos lanzan a la guerra, profundiza las diferencias sociales, sospechar de las olimpiadas en las que nos encarrilan los ignorantes dirigentes. Es un escenario en donde todos nos sentimos, extraviados, extraños unos a otros, buscamos el esquivo respeto. Las carreras de talento honran la desigualdad. En la invención de la fábrica, jaula de hierro, se desarrolla la burocracia en busca de felicidad, el sueño de los pobres es tener un empleo que lo diferenciará de otros que están en condiciones deplorables, se anhela  estatus. 

En el anhelado respeto, todos quieren imitar al mejor, todos quieren ser otros, la envidia es consejera. Rescatable para las causas nobles, querer superar al maestro no hace daño. Los griegos llamaron areté a la excelencia, paideia, en solidaridad todos nos educamos, juntos podemos más, se advierte la conveniencia del trabajo en compañía, la autosuficiencia amenaza con el aislamiento que mata. Las necesidades nos unen en la transparencia, es tejido social. La envidia deja en suspenso el juicio propio, mientras que la vanidad, mantiene una apariencia que lleva a la ruina. 


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