Por Mauricio Castaño H
Historiador
colombiakritica.blogspot.com

Lo peor de la condición humana emerge en los momentos en los que el odio hierve, entonces, aquel hombre que creíamos mansa paloma, se convierte en la bestia más temible capaz de matar y comer del mismo muerto. La bestia ruge el lenguaje de la guerra. Nos invade la dualidad entre el escaso amor y el abundante odio. Desde niños, desde hace mucho tiempo, la cultura occidental nos enseña las luchas binarias entre el bien y el mal, bonito y feo, arriba y bajo, negro y blanco, simplificando y acabando con la vida multiforme. De allí se desprende el desprecio por el mundo terrenal y el anhelo de mundos de ultratumba. 

Nuestros sistemas pedagógicos, ingenuos, se vuelcan con abrojo hacia la batalla campal de la exclusión, son felices yendo y viniendo a las olimpiadas, enseñadas desde la más temprana edad a sus escolares. Ganar es la consigna. Sólo premio para un primer, segundo y tercer puesto, los demás se van con la frustración de perdedores. He ahí una máquina productora de Exclusión. Muchos son los llamados, pocos los escogidos, vanaglorian las voces que conceden los galardones. Distantes de metodologías de la cooperación que enlazan en la hermandad, en la solidaridad. Los trofeos resultan más atractivos para quienes buscan el champú de la fama, el poder y el dinero, las tres peores drogas existentes. 

La palabra amor apenas es reservada para ser pronunciada en la alcoba familiar para buscar cariño de la esposa cornuda. Los demás seres son lobos de los cuales debo defenderme, hacemos honor a la engañifa que declara guerra a todos, luchar contra todos los lobos que somos, ojalá entreguemos los infantes a Herodes, así se evita futuros monstruos. Así las cosas, torna el perdón más estúpido que el arrepentimiento. La bondad escasea, la maldad abunda, vencer o morir, las olimpiadas irrigadas en todo el sistema pedagógico nos han ganado. Desde la cuna succionamos la rebatiña, la escuela pura competencia de garaje mercantil, los políticos hacen propaganda barata con la vivienda, los privados estafan y se enriquecen. Estamos envenenados con las fuentes esenciales de y desde la comida, techo y educación. 

Este proyecto bélico, arraigado en el sentimiento popular, todo lo hace más difícil. Encender los telediarios y presenciamos la guerra hecha folclor familiar: mujeres agarradas de las greñas riñendo por tripa, el esposo que moretea a su mujer porque sospecha se tira al cura de la parroquia, el alto jerarca abusador de infantes, el gobernante derrochón, el político demagógico que engordó sus negocios familiares con auxilios parlamentarios. Guerra contra todos, el hombre es un lobo para el hombre, lección aprendida y reproducida en los sistemas pedagógicos. La guerra ha triunfado.

Por fortuna la vida en su naturaleza biológica se impone, de no ser así, la voluntad del bípedo humano ya hubiera matado el último ratón para ser cocinado con el último puñado de hierba con la última gota de petróleo extraída. La vida persiste. Cuando nos amenaza un virus, por ejemplo, el mismo organismo en su sabiduría segrega antivirus con esas temperaturas altas, el escalofrío hace frotar los músculos para, en su frotamiento, producir mayor calentamiento, la fiebre, y así quemarlos, luego vendrá el sudor para enfriar cuerpo.

Estos sistemas biológicos de autorregulación se asimilan a las técnicas sociales que frenan esa bestia asesina que tenemos dentro y cierra el círculo de la violencia, referenciamos de nuevo el ejemplo de la prostituta perdonada en la tradición cristiana, una inteligente y valiosa técnica que habilita el perdón, restaura la sociedad del amor, aviva la llama de la fraternidad dentro de la comunidad, tan propicia en los momentos de guerra y de odio. Este es el gran activo, la gran ganancia, más que buscar cualquier indemnización material. Es el perdón, y más que éste, el horizonte de reconciliación que todo ciudadano debe habilitar en la cuna, en la escuela y en el trabajo, ninguna destrucción, ningún daño material es posible de restaurarse en plenitud ni por la justicia, ni por la sociedad, ni el sistema económico. Pedagogía de paz suena bien.

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