Por Mauricio Castaño H
Asesor
Consejería para la Convivencia y Reconciliación Medellín
http://colombiakritica.blogspot.com/

Las sociedades más prósperas son las que han sabido tramitar sus conflictos a través de las vías del diálogo. Europa aprendió el camino de la paz, al igual que otras naciones como Chile y Argentina, para mencionar sólo algunas. Y las sociedades más inequitativas, coinciden con las que no han podido resolver sus problemas de manera civilizada sino mediante el recurso costosísimo y doloroso de la violencia y la guerra. Cuando los pueblos acuden a ese medio de muerte, es porque se está en crisis, entonces, las reglas y normas que los ciudadanos mantenían, entran en suspensión, se está en un vacío institucional, y es el caos el que azota a la ciudad, al país, y se vive la enfermedad de la violencia que luego se torna en cáncer, pronto hace metástasis, y todos los ciudadanos son afectados, siendo los débiles quienes resultan ser los más vulnerados.

Colombia es una nación joven, ha estado marcada por guerras de independencia, civiles, políticas, y muy recién por sus derivaciones del narcotráfico y paramilitarismo. Alguien que peine canas no ha vivido más que la guerra, ni los presentes ni los antecesores han conocido la paz. Este triste río del tiempo nos vuelve viajeros de la violencia, ella es nuestro referente, nuestro recurso cotidiano, ya convertida en peligrosa rutina; es nuestro marco de referencia social con el cual nos relacionamos y a partir del cual construimos nuestras relaciones. Violencias sutiles que circulan sin que apenas las notemos, que luego escalonan para anotar tragedias en lo que conocemos como violencia intrafamiliar, simples gritos, sutiles puños y patadas, y luego es base o escala de violencias mayores como son los conflictos armados, llámese guerras de pandillas, combos, paramilitares o de guerrillas. Se enseñó a clavar el puñal, el machete, rula, a descuartizar con motosierra; a tirar con la escopeta, changón, revólver, fusil, metralla; se enseñó a explotar bombas.

La historia más reciente de la nación vivió el feroz capítulo de la crueldad del narcotráfico, de la narco criminalidad. Medellín sintió en carne propia esta guerra despiadada que retumbó en el país entero, las bombas hicieron estremecer, miles de víctimas, y pocos hacían de ellos un festín de guerra, un negocio lucrativo. Para no darse cuenta de ello, tenía que tenerse los oídos bien tupidos con cera. La ciudad fue el laboratorio de la violencia, la revista Semana, una de las publicaciones periodísticas más importantes del país, describió así este capítulo del narcotráfico con Pablo Escobar a la cabeza: “No dejó gobernar a tres presidentes. Transformó el lenguaje, la cultura, la fisonomía y la economía de Medellín y del país. Antes de Pablo Escobar los colombianos desconocían la palabra sicario. Antes de Pablo Escobar Medellín era considerada un paraíso. Antes de Pablo Escobar, el mundo conocía a Colombia como la tierra del café. Y antes de Pablo Escobar, nadie pensaba que en Colombia pudiera explotar una bomba en un supermercado o en un avión en vuelo. Por cuenta de Pablo Escobar hay carros blindados en Colombia y las necesidades de seguridad modificaron la arquitectura. Por cuenta de él, se cambió el sistema judicial, se replanteó la política penitenciaria y hasta el diseño de las prisiones, y se transformaron las Fuerzas Armadas. Pablo Escobar descubrió, más que ningún antecesor, que la muerte puede ser el mayor instrumento de poder.”

Estás circunstancias históricas permiten preguntarse sobre la cultura, porqué fue posible que la violencia tomara tanta ventaja, que no se hubieran dado procesos que la detuvieran o mermaran sus impactos. ¿Qué hace que el monstruo de la violencia se haya apalancado, y aún siga apalancándose? ¿Por qué los procesos culturales no obraron como barrera y más bien fue una especie de cimiento a partir de la cual se afianzó esa nefasta industria criminal? En este alto del camino, bien vale una reflexión sobre valores culturales de antes que construían vida y que hoy fueron desechados, o peor aún, valores de larga data que nos sumergen en competencias desleales hasta el punto de obtener el tesoro deseado a cualquier precio, sin importar que se tengan que apagar otras vidas para poder lograrlo. Digámoslo de una vez, ese camino universal enseñado de la Competencia, de ser mejor que el otro, de tener la mayor riqueza más fácil a la de mi vecino, nos pone en esa franja débil, esa cerca difusa o diluida de lo fácil, de acortar camino para llegar más rápido, sin importar los medios, sólo el fin. Esa frontera entre el bien y el mal se borran, y sólo queda el deseo desenfrenado por llenarse de la total riqueza sin hacer mayores esfuerzos, por atiborrarse de excentricidades y placeres sin medida. Recordemos que esta pleonexia fue advertida en sus peligros por la sociedad griega, el deseo ilimitado, la ambición desmedida conduce por atolladeros de muerte.

Aquí Dios y religión son comodines, o cooperantes del mal en el convencimiento de que se hace el bien haciendo el mal. Los sicarios piden a sus Santos devotos, no fallar en su puntería a su víctima encomendada y por quien obtendrán buena paga. Se mata para dar de comer al ser más querido: la Madre. Y ésta bendice a su hijo por sus botines mal habidos. “Pero si algo hizo mal hecho Pablo fue porque lo persiguieron en extremo, y yo me consuelo con lo que decía Nuestro Señor Jesucristo: ‘Bien aventurados los que padecen persecuciones por la Justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Pablo fue uno de ellos.´ Palabras de Hermilda, madre de Pablo Escobar, en el día de su funeral. De las víctimas no se habló, de los más de mil policías asesinados, y de las más de cuatro o diez mil civiles que padecieron el alcance de sus bombas de dinamita y de las balas sicariales, ni de unos ni de otros nada se dijo.

En más de doscientos años de no conocer la paz y de celebrarse la guerra, de animar a nuestros hijos para que vayan a batirse con falsas esperanzas por causas que ni siquiera conocen, bien vale enseñar, nuestras lágrimas y cansancio de los sacrificios inútiles, mostrar formas y medios distintos de convivir, de alcanzar la paz sin necesidad de acudir al motor de la guerra. Para ello se tendrá que desaprender la violencia y aprender la vida de la paz. Este tiempo de azote de guerra, nos parece suficiente, de esos 709 mil muertos de la violencia política desde 1948 hasta nuestra época, y de los otros que la ingrata memoria no recuerda. No existe belleza en la guerra. Sólo hay dolor y desolación. En la guerra no se construye, no se conoce guerrerista inventor o creador.

Es por ello que nos parece posible, deseable, necesario, allanar caminos que conduzcan a la paz, cualquier esfuerzo por pequeño que sea es bienvenido. En la Colombia actual se dan vientos favorables para desactivar parte de la violencia. Medellín se suma a estos caminos de paz, buscará iniciativas ciudadanas, del barrio, de la calle, de grupos juveniles, que fortalezcan este propósito nacional y local. Se quiere contar con el ciudadano de a pié, con las juntas y organizaciones barriales y de ciudad, con sectores de la Iglesia, de la cultura, de la academia, de la economía. Con todos ellos se aspira a construir una sola voz, un solo cuerpo, para que inicie el camino de una vida y de una cultura para la paz. Una vida de Verdad, Justicia, Reparación y Garantías de no Repetición. Pero sobre todo limpiar los cuerpos de esos espíritus bélicos; el Perdón es base para alcanzar ese horizonte de Reconciliación tan esperado.

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