Por Mauricio Castaño H
Historiador
colombiakritica.blogspot.com

Nuestra cultura occidental ha confeccionado a sus individuos para que su futuro dependa de fuerzas externas y así la llamada democracia comanda los principales asuntos de la vida personal y colectiva. Los políticos se erigen como salvadores y conductores de la sociedad, lo privado es reducido escasamente a la alcoba familiar. Nuestros asuntos, mis asuntos, tus asuntos los ponemos a depender de un Supra Ser, de un destino. Los acontecimientos son obras externas que suceden dentro de mí pero de los cuales no tengo ninguna gobernabilidad, sólo los padezco, es una cultura exteriorista, y la figura civil elegida como salvador es el político: él direcciona, él es piloto, es el pastor que guía rebaños. 

Lo contrario sucede con la cultura oriental que es interiorista, explicable con la metáfora del jardinero: “No tirar de la flor para que ella crezca más rápido, sino preocuparse ante todo por las condiciones indirectas de su florecimiento.” Las fuerzas indirectas resultan virtuosas para el curso de las cosas y las acciones políticas y racionales vienen por añadidura. Es una cultura que pone su fe individual para cultivar su interior, su yo, las personas son autores de sus propias vidas, no dependen de fuerzas extrañas, la relación existente con los seres superiores es más bien de cooperación, el individuo es un ser activo en la construcción de su propia vida, interfiere en los designios de su vida. Se dice que la cultura oriental es del silencio, de la meditación, es una especie de micro política que gobierna el micro cosmos. La cultura occidental es inversamente ruidosa, de la bullaranga, en su exterioridad delega responsabilidades de su propio designio a terceros.

Existen eventualidades en el Occidente que dicen de una cultura de la contemplación, por ejemplo la época navideña, nacida del mito cristiano. La palabra navidad deriva de nacimiento y renacimiento, en la cristiandad Jesús nació y renació, tuvo nueva vida. La tradición cristiana rememora cada año este mito del eterno retorno, cada año se hacen balances, los hechos malos son representados en un muñeco de año viejo que es quemado, los acontecimientos buenos son repotenciados y cobran nueva vida, nuevo renacer, hechos promesas para el año venidero. Es el mayor potencial espiritual, por llamarlo de alguna manera, que se desarrolla en esta época decembrina. Es una forma de exteriorizar lo interno que nos agobia, un desahogo que a través de la quema del muñeco se opera el desquite en una especie de chivo expiatorio.

Por desgracia, estos valores occidentales han dado un respeto desmedido al político como salvador, como pastor responsable de guiar su rebaño, en donde el efecto más inmediato del ciudadano común y corriente es delegarle toda fuerza para tratar de intervenir el Destino. Es una lástima, pues la llamada democracia en el entendido del gobierno de todos, es tan solo una palabreja cuyo autor principal es el demagogo político que aprovecha esta situación para sus intereses deshonestos. Hoy la llamada política es un asunto de puro y estricto marketing: el político se preocupa más por su imagen que por lo que tiene adentro, finge amabilidad y sonrisas a granel para ganar votos, su espíritu, su contenido está vacío, finge ser bueno escondiendo lo corrupto y vulgar.

Los gobiernos de sí, tomar las riendas de la propia vida sin depender de las fuerzas del destino, tiene la virtud de desembocar en el autocontrol, en el micro poder, sin depender de agentes externos a los cuales delegamos nuestros asuntos, es, reiteramos, la mal llamada democracia de occidente cimentada en el destino.

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